La mayor tragedia de Venezuela
Si
usted viaja usted al interior del país y se asombra del calamitoso estado de
nuestro sistema vial; si observa los centenarios sembradíos de los valles de
Aragua, Lara y Yaracuy, convertidos en tierras yermas por la acción depredadora
de Elías Jaua y sus forajidos; si se escandaliza porque las rotativas a color
donde “El Nacional” imprimía sus libros y encartes fue hurtada por Diosdado
Cabello, para no hacer nada con ellas, pues, ¿”qué sabe burro de pasta de
dientes”?; si se entera de que todas las
fábricas socializadas, sin excepción, no producen o se mantienen en un mínimo
insostenible para satisfacer las demandas de los consumidores; si analiza todo
esto y mucho más, puede que la sumatoria de desastres le recuerde la famosa
frase “destrucción de la infraestructura”.
Algunos
piensan que dicha destrucción obedece a negligencia, incompetencia y corruptela
de la clase desgobernante. Otros, a la filosofía comunista que predica incendiarlo
todo para que, de las cenizas, renazcan el Ave Fénix y el “hombre nuevo”. Otros,
a una venganza de Fidel Castro para resarcirse de la oprobiosa derrota que
sufrieron sus tropas en Machurucuto, a manos del ejército venezolano cuando a nuestras
FFAA las mandaban los patriotas y no los peleles que adulan a Raúl Castro y rinden
cuentas a Ramiro Valdés, ex torturador de la prisión política La Cabaña y,
ahora, Primer Vicepresidente de Cuba.
Infraestructura
física y supraestructura cultural
Puede
que del desastre de toda la planta física del país se haya
originado por la combinación de los tres factores señalados. Pero su visión, amigo lector, se
quedaría miope si la limita sólo a lo material, recuperable a corto y
mediano plazo, cuando usted y quienes confunden esperanza con el sentarse a esperar decidan que llegó la hora limpiar a
Miraflores de la inmundicia que la rebosa.
Aunque
Miguel Henrique Otero deteste lo que diré a continuación, me parece mucho más
trágica la pérdida de la “supraestructura cultural” que estamos
sufriendo que el robo de sus imprentas .
Más
que las maquinarias de un periódico o las repetidoras de Radio
Caracas TV, lo trágico es que personajes como el mismo Otero o Marcel
Granier se hayan expatriado para no ser juzgados por tribunales cuya Corte
Suprema la preside el ex convicto y confeso doble asesino Maikel Moreno.
Más grave aún resulta para la nación que Laureano Márquez, Gabriela Montero y Ben
Amí Fihman ya no vivan aquí, antes que los innumerables puentes ferroviarios que
dejó inconclusos el denominado “Comandante Eterno”. Lo digo porque la humorada, la
partitura y la gastronomía son cultura de la buena, y “una sociedad sin cultura
es una sociedad muerta”.
El nativo
de Cúcuta y sus amos de La Habana bien saben que sus enemigos de clase no son,
precisamente, los ricos, a quienes se les contenta con los sobrados de la mesa,
como sucedió con muchos notorios empresarios en Venezuela y, en Cuba, con
los hosteleros españoles, a quienes poco les importa un pito la suerte del ciudadano de
pie, que sólo entra a sus inmuebles de cinco estrellas como sirviente o prostituta.
Los
enemigos de clase de los narco–comunistas somos los seres pensantes. Y contra
esa clase, afortunadamente elitista, ha sido declarada la guerra más cruenta, que ya lleva 20 años de
desmantelamiento intelectual, asfixiando a las universidades, convirtiendo los libros de Rómulo Betancourt en papel tualé, introduciendo el
catecismo marxista desde la educación preescolar hasta la secundaria (polución
a la cual Jair Bolsonaro dijo que le pondría remedio en Brasil durante su
discurso de inauguración) y cerrando más de 100 medios independientes.
Ciertamente
nos conmueve la migración de miles de venezolanos que recorren a pie miles de
kilómetros por parajes inhóspitos, cuyos altibajos y obstáculos convierten el
trayecto a pie de San Salvador a Tijuana en un recorrido por el Parque del
Este. Nos hace aguar los ojos el éxodo no sólo porque sea de nuestra diáspora, sino porque
sabemos de qué huye: la desocupación, el hambre y la inseguridad en la cual sobrevivimos
aún menos de 30 millones de seres humanos, sometidos a lo que el maestro Rómulo
Gallegos llamó, “la violencia impune” .
Migración
y fuga de cerebros
La migración
venezolana, que vuelca cerca de 45 mil compatriotas al mes en Colombia, es tres
veces mayor que las tres caravanas juntas de migrantes centroamericanos que se
arrimaron a Estados Unidos desde finales de noviembre del año pasado.
Pero,
a nuestra migración, los fablistanes asalariados por la izquierda global,
intentan minimizarla, resaltando a cambio las loqueras del Presidente Donald
Trump y el juego de carambola de sus adversarios republicanos. Total, Trump se
ha convertido “la sopa” de cualquier periodista que escriba en algún idioma
judeocristiano, con inclusión de CNN, TVE y Deutsche Welle.
La
migración centroamericana posee causas y motivos enteramente distintos a la
nuestra, que devienen de la vinculación de sus gobiernos con los carteles
mexicanos de la droga. No hay país mesoamericano donde no existan tales enlaces,
al más alto nivel. Sus gobernantes, políticos, policías y cuerpos de seguridad
están corrompidos hasta los tuétanos, y así lo han manifestado Interpol, la DEA y el
FBI.
Nuestra
única opción para salir adelante
La “supraestructura
cultural” es la única oportunidad que tenemos de cambiar las miserias de la realidad
en que vivimos y tornarlas en grandezas, sin convertirnos en chistes malos de Singapur
o Surcorea, pues no somos chinos ni coreanos, y en la cultura propia residen la
originalidad y creatividad para hacer, no un mundo posible, sino un mundo imposible.
Una
sociedad civil donde los variados grupos humanos se comuniquen con entera libertad,
y donde haya, cada día más, menor injerencia del Estado. El concepto clave para
llegar a él, según el escritor húngaro György Konrád (autor de “Política y
antipolítica”), es la autogestión, entendiendo como tal “una democracia que
desborde a la política y aborde a lo económico y cultural”.
Los
Estados Unidos son la mayor potencia del mundo no porque hayan ganado todas las
guerras (muchas las perdieron, y bien feo), sino porque su libertad de
expresión e información permiten desarrollar localmente cerebros, en todas las
ramas del saber humano, y adoptar talentos foráneos. Esta variopinta plurirracial imagina lo
inimaginable y lo concreta.
No
veo, amigo lector, otra manera de salir adelante que parar la erosión de
nuestra “supraestructura cultural”. Y, para lograrlo, bueno… usted sabe qué hacer
en primer lugar.