El Patíbulo Mediático
Luis García Planchart
Dadas la anarquía y el caos desatados por la pandemia, llega un momento en el cual quienes escribimos, o bien porque les pagan por hacerlo o bien porque lo hacemos por amor al arte, nos toca concentrarnos en lo que sabemos y dejarle a los demás el manejo de sus experticias. Lo cual no quiere decir que los comunicadores no podamos difundir los hallazgos y sucesos habidos en cualquier rincón del planeta; todo lo contrario, es parte del oficio. Pero sí tenemos que actuar éticamente, como lo prescribe el manual de Columbia University, confirmando al menos con una fuente, dando las dos versiones sobre el mismo tema y respondiendo a las preguntas qué, cómo, cuándo, dónde, a quién, por qué y para qué.
Lo digo, porque algunos colegas, que tienen bozales de arepa o se creen dueños de la verdad , se han convertido en relés de mitos y leyendas, elaborados con la peor fe en los laboratorios globales de guerra sucia.
Y ya que la pandemia, desde el punto de vista mediático, es a mi entender una guerra, y bien sucia, por cierto, “la verdad es su primera víctima”. Esta frase memorable fue acuñada por dos personas, el senador estadounidense Hiram Johnson (1917), y al parlamentario británico Arthur Ponsonby en su libro de: “Falsehood in Wartime – Propaganda Lies of the First World War” -–“Falsedad en tiempos de guerra – Mentiras propagandísticas de la I Guerra Mundial – (1928).
Ponsonby cita casos concretos de las añagazas bélicas como una supuesta fábrica de cadáveres de los cuales se extraían aceites de los soldados muertos, una niña francesa violada por 100 soldados germanos, un combatiente canadiense crucificado, los pormenores del hundimiento del vapor “Lusitania” por actos terroristas y más de treinta fake news, combinadas con las mentiras de los gobiernos y parlamentos europeos, sus informes manipulados, los tratados por debajo de la mesa, las fotografías manipuladas y un sinfín de otros trucos, algunos de ellos bien palurdos, pero con la fuerza suficiente para producir la ira de las masas. Así el autor demuestra cómo los políticos y periodistas integran una santa alianza que obliga a la gente a pensar cómo ellos quieren que lo hagan.
Una versión transnacional y transcultural de las fake news
En la actualidad, la mayoría de los medios de los países democráticos fijaron sus líneas editoriales en pro del socialismo.
En la Unión Europea y Estados Unidos, a los políticos de derecha, o simplemente, de centro, se lesniega el acceso a los espacios más visible, se les descalifica o, simplemente, se soslaya lo que ellos digan y contradiga la “historia oficial”, que hace tiempo dejó de ser nacional, y que ahora es trasnacional y transcultural.
A Donald Trump, por ejemplo, su versión sobre quien fabricó y esparció el coronavirus le ha valido cualquier cantidad de ataques de personas que nunca fueron periodistas, pero sí son sociales y pantalleros, y se han colocado al tope de la pirámide informativa, casi siempre sin saberse expresar y hasta desconociendo lo que dicen tan alegremente.
La verdad objetiva es que Trump, al referirse al covid/19 como “virus chino” tiene toda la razón”.
Copio en su haber el pensamiento de Peter H. Diaminds, ingeniero espacial y aeronaítico y médico cirujano, graduado en MIT y Harvard, así como fundador y CEO de al menos cinco grandes emprendimientos en Silicon Valley: "Hay una nueva generación de biohackers que utilizarán la ingeniería genética para iniciar empresas asombrosas", dice Andrew Hessel, copresidente de Biotecnología de la Singularity University y un elocuente defensor del movimiento DIY-bio de hoy. “Al mismo tiempo, sin embargo, a medida que la tecnología se vuelve más fácil de usar y más barata de acceder, los ataques biológicos y los piratas informáticos son inevitables”.
Las afirmaciones de Diaimins fueron publicadas en el 2016. Hoy, la tecnología para el bioterrorismo es mucho más barata. Las máquinas de secuenciación y síntesis de ADN están al alcance de cualquiera que pargar por un carro de segunda mano. Además, algunas secuencias de nucleótidos son muy contagiosas y mortales, como los del Ébola y la influenza de 1918, que mató a más de 50 millones en todo el mundo, y que ahora se ofrecen online.
“El cosmólogo y astrónomo británico Lord Martin Rees cree que el peligro es tan grave que en 2002 hizo una apuesta de 1.000 dólares con la revista Wired de que para el año 2020, un caso de error biológico o terror biológico habrá matado a un millón de personas", citaba hace cuatro años Diaminds.
Por su parte el Dr. Larry Brilliant, quien dirigió el equipo de investiagadores que erradicó exitosamente la viruela y quien ahora dirige el Fondo de Amenazas Mundial, enfocado en las pandemias y el bioterrorismo, resumió sus temores el Wall Street Journal (2015): "La ingeniería genética de los virus es mucho menos compleja y mucho menos costosa que la secuencia del ADN humano. Las armas bioterroristas son baratas y no necesitan de laboratorios enormes ni apoyo gubernamental. Son las armas de destrucción masiva de los pobres". Brilliant creía en la inmediatez de un ataque bioterrorista, proveniente de los gobiernos totalitarios de Asia o de los narcocárteles mexicanos.
El pánico mediático
Los terroristas ni siquiera tienen que crear un virus para causar un daño terrible: “El frenesí mediático generalizado en torno al virus H1N2/Influenza, aterrorizó en tal grado al público 2009 que indujoa las farmacéuticas a desperdiciara miles de millones fanricando vacuna, las cuales a la larga resultaron ineficaces. El miedo y la ignorancia pueden conducir a respuestas sociales reactivas y disruptivas con consecuencias en el mundo real, aunque el agenteque las provoca no sea tan dañino, ya que solo la amenaza biológica puede conducor a catástrofe económica, social y psicológica colectiva”.
Pareciera ser que, en el caso de covid/19, sus autores no sólo lo crearon, sino que también lo esparcieron y desarrollaron la histeria a través de la hegemonía mediática que poseen en el mundo entero, desde las naciones–estado donde no hay prensa libre sino propaganda política, hasta los medios cuyas líneas editoriales trazan sus dueños o concesionarios, o escriben los fablistanes sembrados como topos por el poder detrás del poder.
¿Cuál es la verdadera pandemia?
Se ha dicho que alimentar a los hambrientos es el objetivo doble de la justicia social y la caridad cristiana. Pero, aparentemente, los cristianos y los socialistas vienen fracasando miserablemente, pues, según las Naciones Unidas, 925 millones de personas carecen actualmente de un mínimo ingreso para comer.
Si se comparan las cifras de la mortalidad por mengua con las del coronavirus, que alcanzará a poco más del millón a finales del presente año, la diferencia resulta abisal.
Si en el mundo 1 de cada 7 personas se muere de hambre, la pandemia no es el coronavirus sino el hambre. Cada año mueren 10,9 millones de niños, la mitad por problemas relacionados con la desnutrición. En los países en desarrollo, 1 de cada 3 niños presenta retraso en el crecimiento como resultado de la falta de ingesta de alimentos.
La deficiencia de yodo es la causa principal de retraso mental y daño cerebral; la falta de Vitamina A, mata a un millón de bebés anualmente. Y aquí es donde estamos hoy, ahora mismo, antes de que la población mundial aumente en miles de millones, antes de que el calentamiento global reduzca las tierras cultivables, antes –es decir– que un problema ya inauditable se convierta en inmanejable. Y, por supuesto, estas son las verdades políticamente incorrectas, las que nadie quiere oir y las cuales son decapitadas diariamente en el patíbulo mediático.