Antonio
Nicolás: De mucho menos a mucho más
Luis García Planchart
El autor de este blog y Antonio Nicolás Briceño Braun
Ayer falleció en Bogotá mi primo, Antonio Nicolás
Briceño Braun, víctima de cáncer terminal, epidemia que durante el Siglo pasado
mató a más de 400 millones de personas, una suma mayor que la población actual
combinada de México y Estados Unidos, y superior a la de todas las bajas
letales habidas durante cien años de guerras en el planeta. Una epidemia que se
mantiene vivita y coleando gracias al Estado Global Fascista Sanitario, organización que
mantiene a raya a todas las terapia que no esté patentada, y no se apoye en costosísimos y
obsoletos quimicos, radiologías y agresivas cirugías.
Una niñez complicada
Conocí a Antonio Nicolás de niño. Sus padres y los míos
no sólo eran parientes, sino amigos. Cuando cayó la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez, mi papá, quien había sido diputado al Congreso y Secretario de Propaganda
del partido oficialista, ante la amenaza de que la casa fuese saqueada por
nuestros mismos vecinos, que un mes antes habían disfrutado de una fiesta navideña
y recibido regalos al pie del arbolito, nos condujo a la morada de los Briceño
Braun para salvaguardarnos, mientras él se escondía.
Allí estuvimos por algún tiempo, y se estrechó aún más
la relación entre los primos, mis hermanos, Antonio Nicolás, Álvaro y María
Fernanda.
Unas mocedades divertidas
Volví a vincularme con Antonio Nicolás cuando regresé
a Venezuela, tras haber trabajado en Nueva York y San Juan de Puerto Rico. Un tío
abuelo materno, Oscar, muy inteligente pero más loco que un grillo chiquito, tenía
un caserón en Playa Grande, frente al Mar Caribe, donde nos pasábamos las
temporadas vacacionales y los puentes.
En aquellos días de jóvenes adultos, ambos estábamos
en ese proceso que los psiquiatras llaman “maduración emocional”. Nos dedicábamos
a hacer lo que Winston Churchill declaró que más le gustaba: “A mí lo que más
me gusta engorda, hace daño o es inmoral”.
Después nos veíamos de vez en cuando, él ocupado con
la política y su servicio al prójimo, yo con la publicidad y la docencia. Ambos
nos casamos tres veces. Yo diría que practicamos la monogamia en el espacio,
pero no en el tiempo.
Una madurez para crecer
La segunda vez que se echó al agua, con Blanca
Reyes, una extraordinaria cirujana, procreó a María Gabriela. La tercera, con
Marta Flórez, traductora simultánea senior en Colombia y Venezuela, prácticamente
adoptó al hijo varón de su cónyuge. Antonio Nicolás tuvo el buen tino de unir a
toda su familia, logrando que las dos doñas y los dos hijos se hicieran amigos.
A partir de que sentó cabeza con Marta y se radicó
en Colombia, Antonio Nicolás se convirtió en un gigante, espiritualmente hablando.
Además, le declaró guerra una sin cuartel a los comunistas narcotraficantes que
nos robaron el país, ya que la Venezuela chavomadurista nunca pudo ser la suya
ni jamás será la mía.
La última vez que lo vi fue en Caracas, en mi
apartamento, en el 2017, cuando vino a dejarme algunos obsequios que me había
traído desde Bogotá. Cuando decidí expatriarme, el mes pasado, lo primero que
hice fue llamarle para ir a su casa.
Un final que no se merecía
Pero no fue posible, no quería que nadie lo viera,
ya que esperaba le recordaran como había sido y no como lucía ahora, en la fase
final de su trágica y dolorosa agonía. A mí no me hubiera importado consolarlo,
estar con él, aunque fuera por un rato, decirle adiós.
Al fin y al cabo, Cristina,
mi querida compañera de vida, se murió en mis brazos del mismo mal. Pero esa
fue su voluntad, y no quedó más que respetarla.
Mientras espero para enterarme sobre los detalles de
su funeral, escribo estas líneas para que quienes las lean sepan que Antonio
Nicolás, quien creció en su vida de mucho menos a mucho más, me hace demasiada
falta.
Bogotá: 11 de junio de 2019.
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