lunes, 13 de abril de 2020

A la muerte de Luis Leáñez Lugo



Luis García Planchart

(Carta abierta a Ramón Antonio Pérez)

El mejor amigo a quien no  pude velar

Leí con mucho interés y dolor lo que escribió en twitter Ramón Antonio López sobre Luis Leáñez Lugo.
Con interés, porque su época como catequista no la conocí,  ya que, francamente, no me interesaba.
Con dolor, porque fuimos buenos amigos, casi hermanos, por décadas, y porque no me pude despedir de él antes que se despojara de ese traje espacial que llamamos cuerpo y nos permite medrar en este valle de lágrimas, y su alma se desprendiera hacia nuevas y mejores experiencias.
Por embromarle, le dije que su existencia presente se parecía mucho a la de San Ignacio, quien, como debe saber, amigo Ramón, fue un bonchón hasta su madurez, cuando entró en andropausia –en su época, la esperanza de vida era sólo de 30 años–, momento en el cual optó por la santidad.
Luis se peleó conmigo porque le manifesté mi desacuerdo con el Papa Francisco. Llegó a decirme que yo odiaba a “su Papa”. Hace tiempo que me esfuerzo por no odiar a nadie, pues al único que le hago daño es a mí mismo, mientras que el sujeto odiado le resbala como si fuera aceite sobre sartén de teflón.
Me disgusta y me hiere la actitud del Santo Padre respecto a al chavomadurismo, como sí me agradó t califiqué con 20/20 puntos la de su predecesor y santo, Wojtyla, sobre el comunismo, tanto en su patria natal como en Nicaragua, cuando regañó públicamente al ofuscado y social confuso Ernesto Cardenal, teórico de la Teología de la Liberación, ideología que no es otra cosa que una versión gumillesca del maximalismo.
Sé que no es “políticamente correcto” decir lo acabo de expresarle, Ramón. Pero, a mis 78 años ––la misma edad que tenía Luis Manuel al fallecer–– no tengo tiempo ni ganas de practicar la corrección política. No es justo  que el máximo líder del catolicismo trate con guante de seda a los tiranosaurios cubanos y a nuestros narcogobernantes. He consultado con familiares y amigos súper creyentes sobre este punto, y todos están contestes. Estoy seguro que, si pudiera extender mi encuesta entre los obispos y sacerdotes venezolanos, obtendría unanimidad al respecto.

Cuando éramos ricos, felices… y no lo sabíamos

Conocí a Luis durante la primera campaña de Rafael Caldera. Yo venía de URD, el único partido al cual  milité, y me sentía huérfano de pertenencia. Los adecos no me gustaban, y los comunistas no los quería ver ni en pintura.
Aunque Caldera era pariente político mío, por el lado de mi tío Eduardo Rodríguez Zavarce, tampoco Copei era santo de mi devoción.
Bueno, Luis hizo proselitismo conmigo, y me metió en el ajo. Durante la IV República, fui asesor de los tres candidatos socialcristianos que presidieron Venezuela: Caldera al cuadrado, y mi tocayo Luis Antonio Herrera Campins, así como director -–sin sueldo porque me da pena decir "ad-honorem", pues no hay honor alguno en dejar de cobrar por el trabajo  que uno hace–– de sus dos house agencies: Tepuy y Chiripa Publicidad. 
Como yo nunca supe cobrarles favores a los políticos, Luis Manuel me ayudó a subsistir a través de su empresa Sol Publicidad, en la cual tuve la fortuna de ganarme un CLIO como creativo ––u Óscar de la publicidad global––  por una campaña de CANTV. Para devolverle su gentileza, le presenté a su futura esposa y mamá de sus dos hijos.
Me dediqué a crecer en  publicidad, y fui director de las mejores empresas multinacionales, hasta que fundé la mía, con bastante éxito, por cierto. Pero llegó un  día en cual que mis ex socios creyeron que ganarían más sin mí que conmigo, por lo cual me dieron una puñalada trapera,
Entonces fui cuando comprendí  que lo que más le criticaba a mi amigo Luis Manuel, el ser un tipo regalado, era mi propio defecto y marca de fábrica. 
Luis Manuel siempre estuvo conmigo, haciéndome favores y haciéndoselos a los demás. Me ayudó a conseguir cupos para mis nietas en una escuela católica de Miami, logró que un cardenal fuese a la inauguración de una iglesia donada por mi primo Matoño en Puerto La Cruz, Y cualquier número de etcéteras.

Más sólo que la una

Nos veíamos, de vez en cuando, comprando pan gallego y café en La Rosita. La apariencia de Luis Manuel no era la mejor. Le habían operado de hernia en una clínica que queda cerca de la Chiquinquirá, y le colocaron mal una malla, un típico caso de mala praxis. Cuando fue a reclamar, le informaron que tenía que volver a pagar la operación ––y él ya no tenía seguro––. Además, había sufrido dos ACV y una operación de vesícula. Pero lo peor fue la soledad, cuando sus hijos migraron a Europa.
Ahí fue donde discutió conmigo, y yo me tuve que ir a Bogotá.
Lamento, Ramón, no tener a quién presentarle mi sentido pésame, aunque sea por estos medios, ya que las visitas no están permitidas en la presente histeria global mediática y terrorista del coronavirus que nos tiene en cuarentena, y le agradecería si me pudiera datar al respecto. Gracias de antemano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario