Aquí huele a alcohol…
Hay un cuento que, por conocido, siempre será repetido.
La locación –como se dice ahora- es el confesionario de una
capilla, donde la dama en cuestión, dudosamente ataviada, recita una sarta de pecados,
casi todos carnales, pues ella se dedica a la más antigua las profesiones.
Este monólogo le valdrá, ¿quién lo duda?, un alud de
padrenuestros y avemarías como penitencia, amén de un perdón condicional, dado
que ella, quien no sabe hacer otra cosa, volverá a yacer con extraños en
múltiples lechos, tras el pago de las múltiples tarifas que cobra por su menú
de opciones, antiguamente denominadas platos.
Cada cierto tiempo interrumpe su soliloquio con la siguiente
observación:
-Padre,
aquí huele a alcohol…
Exasperado ya el sacerdote por la repetición de variantes
sobre el ejercicio de la función sexual que dimanan de una misma persona, y por
las referencias hacia el olor de su propio aliento, le responde:
-Señora,
hace rato que a mí me huele a puta… ¡y yo no había dicho ni pío!
Tras el discurso de el Guasón el 24 de junio, con motivo de
la conmemoración de la Batalla de Carabobo y el Día del Ejército, sobre todo al
escuchar su referencia a que si no se es
chavista tampoco se es venezolano, me provoca responderle:
-Aquí
huele a miedo…
Y completar mi aserto con la frase clave de la campaña
electoral que llevó a Rómulo Betancourt a la Presidencia de la República: Venezolano, ¡siempre! Comunista, ¡nunca!
La enumeración de los cuatro millarditos para seguir comprando
chatarra militar en la ex CCCP –que no son, precisamente, las siglas de Cucurrú Cucú Paloma, sino, en el
alfabeto cirílico, las de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
felizmente extintas tras la caída del Muro de Berlín- se me parecen a una grotesca
caricatura de la guaracha de Billo Frómeta
sobre la graduación de los militares –La
Marina tiene un barco, la Aviación tiene un avión etcétera-; y me hacen
rememorar otro lema de esa misma campaña: Contra
el miedo, ¡vota blanco! Que hoy no tendría una sola alternativa, pues hay
otros colores a favor de El Flaquito, así
como la tarjeta unitaria.
Porque es culillo –según el DRAE, colombianismo que significa miedo- lo que el Guasón y su banda de
facinerosos intentan inculcarle al elector venezolano, dado el rotundo fracaso
de la Misión Lástima.
¿Para qué el Guasón y sus colectivos, pranes, milicias,
soldados cubanos, narco-guerrilleros, combatientes iraníes y toda la variopinta
de invasores que actúan ahora como un verdadero ejército de ocupación nacional
siembran el culillo? Para que uno diga:
-Aquí
huele a mierda…
¿Por qué lo hacen?
Por que fracaso de la Misión
Lástima sólo puede atribuirse el comandante-presidente, pues él es un presentador
aceptable de televisión, como actor se muere de hambre.
Un actor es alguien que se aprende de memoria su papel, algo
que no está en las habilidades y talentos de la desquiciada mente del camarada-caudillo.
Además, ha de ensayarlo, repetidas veces, para no errar al momento de la obra.
Creo que al multicitado sujeto puede que le haya dado algún
cáncer, pero no en la gravedad que le
atribuyeron los rumores que se dejaron correr.
Pudo haber sido, verbigracia, un tumor prostático, como el
que afecta al 50% de los hombres mayores de medio siglo, y cuya cura impone la
ablación de la glándula por varios métodos. Una dolencia que no mata, si se
opera a tiempo.
Me retrotraigo a una época donde no había solución para esa
enfermedad y cusa esperanza de vida no superaba la treintena, Michelangelo
Buonarotti murió de cáncer prostático, ¡a los 89 años de edad!
Para los cubanos, la Misión
Lástima tenía com doble objetivo:
crear el milagro de la cura –en base apoyo de un obispo colaboracionista y el
Cristo de la llanura, versión santera y nada católica del Hijo de Dios-, y
reforzar la imagen cualitativa de la medicina cubana, desacreditada por los
desastres de Barrio Adentro y la huida masiva de los médicos asignados.
Un buen protagonista tiene que saber medir el tiempo y el
tempo, para que la trama atrape al público y sea creíble. Situación que, en
este caso no se dio.
El otro golpe –que no fue de estado- recibido por el Guasón
es la defenestración de Fernando Lugo, la actitud del pueblo paraguayo frente
este suceso y el arrugue de Brasil y Uruguay ante las sanciones económicas
pedidas por él.
Como dice Asdrúbal Aguiar, en un excelente artículo de
prensa, publicado la semana pasada en El
Universal:
La destitución
constitucional del presidente paraguayo, el ex obispo Fernando Lugo, una vez
ocurrida la masacre de 11 campesinos y 6 policías, y el posterior
desconocimiento por la Unasur de la autoridad del Congreso y del presidente
interino de dicho país -el vicepresidente de la República, Federico Franco-
desnuda a campo abierto el entendimiento falaz que acerca de la democracia
tienen los actuales gobernantes de América Latina.
La suponen como derecho
propio e individual-inmune a los controles- y jamás derecho colectivo de sus
pueblos que ellos deben garantizar, respetando los balances institucionales y
acatando el Estado de Derecho, según reza la Carta Democrática Interamericana.
Todos a uno de dichos
gobernantes, incluso por omisión o silencio, son discípulos indiscutibles del
Eje La Habana-Caracas.
Ellos predican o
toleran la intangibilidad y perpetuidad de los presidentes, pues se aprecian a
sí como encarnaciones vivas del todo, autorizados para disponer sobre el resto
de los poderes públicos constituidos y la misma sociedad que los elige.
En esta posición coinciden Oswaldo Álvarez Paz, y muchos
otros analistas.
Lo cierto es que, pese a las maquinaciones del Canciller
Nicolás Maduro, quien arengó a los comandantes militares paraguayos para a
defender al ex presidente, según la ministra paraguaya de Defensa María Liz
García de Arnold, el antes practicado Show Zelaya también se cayó en este caso.
Lo cual implica, a mi parecer, que frente a la actitud
valerosa de un pueblo consciente y democrático…
-Aquí
huele a derrota…
La cual es viable y factible, conforme a los resultados de
las últimas encuestas fiables: las de Eugenio Escuela, las Conciencia 21 y las
mías, todas en perfecta sindéresis y que desbarataron la estrategia
desinformativa de la aplanadora electoral, siempre y cuando los lideres
opositores tomen en cuenta las dos reflexiones que se hace el amigo Luis
Betancourt Oteyza en las redes sociales:
El fraude que se ha
preparado y se desarrolla desde el CNE para voltear, una vez más, la voluntad
de los venezolanos, civiles y militares, en las próximas elecciones del 7 de
octubre y la actitud que frente a este hecho incuestionable mantienen los
llamados a liderar la liberación de un pueblo libertario pero sometido por
tiranuelos y alcahuetas.
Una vez lo dijo el candidato opositor Manuel Rosales, y no
quisiera repetir su frase porque, una vez que vuelvan a sus cauces los ríos de
la Democracia, él tendrá que rendir cuentas al país por haber reconocido la
victoria de su contendor, el Guasón, antes de que el CNE hubiese finalizado el
conteo de los votos. Pero el tema de su campaña vale para ésta: Vamos a ganar, y vamos a cobrar.
Yo le pido, le ruego a los estrategas del Henrique Capriles
que no sigan mal aconsejándole, como en el caso de la pifia con Lugo.
Que el que podría ser destituido, en todo caso, no sería él
sino el Guasón. Porque no va a entregar el poder, así pierda de calle. Y que es
un derecho constitucional del votante salir a cobrar su voto.
Y a Ramón Guillermo Aveledo & Company que se lean a
Marianela Salazar, a Armando Durán, a Carlos Blanco y a los editoriales de El
Nacional –entre varios- para que entiendan que: Aquí huele a fraude…