La wayú que quiso empatarme con su
hija
Mi primer contacto con mujeres de
La Guajira fue hace décadas, en Maracaibo, a la salida del Restaurante Mi Vaquita. Una señora me preguntó si
tenía mujer, y me pidió, caso de ser negativa la respuesta, que me llevara a
su hija para convivir conmigo, por un módico precio, pues ya ella no era
virgen.
Antes de que pudiera atajarla con
una negativa, me siguió vendiendo a la chama como persona trabajadora, de
carácter dócil y ávida por tener un hombre a quien complacer.
Me aseguró que la chica –como todas
las guajiras- salían en estado cuando querían ya que dominaban la
anticoncepción con hierbas las cuales sabían dónde hallar, y que nuestra
eventual pareja podría quedarse y educar a las niñas que procreáramos, pero los
varoncitos había que devolvérselos a la tribu cuando cumplieran 7 años, para
que se formaran dentro de sus creencias ancestrales.
No acepté, por supuesto. Mas
siempre me he preguntado que habría sido de mi existencia si lo hubiera hecho.
Lo cierto es que esta etnia
colombo-venezolana, que se mueve a sus anchas a ambos lados de la frontera, con
políticas como la descrita anteriormente, le ganaron la guerra a los feroces
conquistadores y colonizadores sin disparar una sola fecha. Pues, a menos
que se trate de un demente, a ningún hombre se le puede pasar por la mente
agredir a los parientes de su prole. ¿Quiénes le celebrarían. si así lo hiciera, el Día del padre?
Los motilones, mucho más
primitivos, se enfrentaron a los invasores españoles y tuvieron que
abandonar sus tierras y emigrar a la Sierra de Perijá, para evitar ser
aniquilados. E igual sucedió con otros grupos de indígenas, autoexiliados al sur del Orinoco para poder sobrevivir.
La wayú que me robó el corazón con
su voz
La segunda wayú que me impactó fue
Lila Morillo, una mujer preciosa, una artista sensacional, con una voz de
ensueño. La contraté cuando era jovencita y ni siquiera conocía al que
sería su marido y padre de su hijas, el famosísimo José Luis Rodríguez, El
Puma.
La contraté para una
convención de la Chrysler, la cual tuvo lugar en el Club Puerto Azul de Naiguatá. Ella se robó el show y el corazón de los concesionarios, pese a que entones
–no, no voy a decir el año- era poco conocida.
La wayú que me traía contrabando
de Maicao
La tercera es alguien cuyo
nombre dejo en el anonimato, por razones que usted pronto entenderá.
Digamos
que se llama Anita.
Desciende de una vieja estirpe de
contrabandistas –actividad económica favorita de los guajiros-.
Cuando yo era
ricos, joven y feliz, pero no me apercibía, Anita, al mando de su flotilla, traía
electrodomésticos, whisky y cigarrillos desde Aruba y Maicao. Incluso, a un amigo mío, le puso en
la puerta de su casa juegos completos
para amoblarla, fabricados por extraordinarios ebanistas colombianos con maderas nobles.
Recientemente le pregunté qué cómo anda su negocio, y me dice
que se ha convertido en una intermediaria
del contrabando de extracción. Asegura que sus jefes son generales, y que cada quien tiene una
categoría reservada: precursores para la producción de crac y cocaína, harina
pre-cocida de maíz, arroz, atún y otros bienes de consumo.
Que la llaman, por ejemplo, y le
dicen: Anita, tengo 30 mil kilos de arroz
para colocar. ¿Puedes venir por ellos? En el término de la distancia,
se presenta en Acarigua, recoge la carga –acompañada de la permisería
correspondiente, la cual le permite llegar a la capital zuliana sin tropiezos-,
y allá le entregan documentos para continuar a Paraguaipoa.
Que, tras cruzar el río Limón, se
topa con la alcabala de los verdes oliva cuyo honor ni se divisa, quienes se le
acercan a su camión –el primero de la caravana- y preguntan que quién es Anita,
y ella se identifica. Le piden se baje, le preguntan qué transporta, y cuando
ella les informa que es arroz, le piden abrir uno de los vehículos, y tras una
corta inspección visual, la invitan a seguir su camino.
Que, más adelante, se tropiezan con
otra alcabala –esta vez, la del ejército ex forjador de libertades, dedicado
hoy a forjar indignidades-. El oficial encargado inquiere si
ella es Anita, cuáles son sus unidades, y la deja pasar como si tal.
En Paraguachón, justo antes de La raya –punto exacto que marca el final
de Venezuela y el comienzo de Colombia-, aparece la tercera alcabala, esta vez
a cargo de los muchachos de las botas de hule –guerrilleros de la FARC-.
También ellos cuentan con el preaviso de que Anita va en camino, y no ponen
obstáculos a su recorrido.
Anita llega al Mercado Municipal de
Maicao, y el arroz es trasladado a transportes colombianos.
Recibe el pago de la mercancía en
efectivo, y regresa a Maracaibo. Si son bolívares, los deposita en la cuenta
del general. Si son dólares, deberá ir al cuartel desde donde manda mi gene, y entregárselos personalmente.
La moraleja de este relato es
múltiple.
Su primer acápite: Este delito se llevó a cabo no por caminos verdes, sino por la carretera binacional
que une a Maracaibo, capital del Estado Zulia, con Maicao, la ciudad y el
municipio más poblados de la Provincia de La Guajira.
Segundo: La transportación
del cargamento estuvo avalada por permisos oficiales, desde su origen
hasta su destino.
Tercero: Tres cuerpos
armados supervisaron dentro del territorio de la República Bolivariana de
Venezuela el avance de la flotilla: la Guardia Nacional, el Ejército y las
FARC. Lo cual permite inferir que los controladores habían sido previamente
engrasados.
Cuarto: El hecho relatado
ocurrió mientras el infeliz Ministro del Interior y Justicia de Venezuela,
Tareck El Aissami, declaraba a la prensa haber recorrido de banda a banda
la frontera, buscando a los faracos que huían de las autoridades neogranadinas, y no haber encontrado ni
rastro de ellos.
Por lo cual, se dedicó a volar pistas clandestinas para el
aprovisionamiento de aviones dedicados al narcotráfico. Claro, como para este gobierno los
únicos que se aprovechan de este comercio inmundo e ilegítimo son los
paramilitares –de derecha y supuestos amigos de Álvaro Uribe Vélez- y no los
camaradas faracos ni elenos, dichos aeropuertos –van más de 30 destruidos- no
pueden ser considerados como evidencias de la actividad de los terroristas
colombianos.
De todas maneras, estos encuentros
del 3º orden las mujeres wayú, resultan relatos padres para el día del ídem.
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