La infausta historia de Santa Anna
Al conversar hoy con mi tocayo coriano, recordé al más grande
de los traidores mexicanos, al general Antonio López de Santa Anna, presidente
de México en 10 oportunidades, cuyo desempeño en la Primera Magistratura de su
nación se asemeja asombrosamente al del
Guasón.
Tras fracasar como estudiante y comerciante, Santa Anna se
alistó en el Ejército Español, y llegó a ser su Comandante General en Veracruz
hasta que los vientos cambiaron de rumbo.
Inició su carrera política en 1824, como gobernador
republicano en su provincia natal.
Entre 1831 y 1833, navegó entre aguas liberales y
conservadoras, promoviendo su candidatura a la presidencia.
Ungido con ella (1835), partió a sofocar la insurrección de
Texas, y logró una victoria pírrica contra los defensores de El Álamo, quienes
en su mayoría eran granjeros y cazadores.
En su nada admirable campaña, se acantonó en una posición
militarmente indefendible, cercana a la población de San Jacinto.
Su parálisis parece haber sido motivada por la relación sexual
con Emily Morgan West, la Rosa Amarilla
de Texas, una atractiva liberta capturada por él en 1836.
Durante los períodos refractarios del apasionado romance,
Emily copió los planes de batalla de
Santa Anna, y haciéndoselos llegar al general Sam Houston.
Santa Anna fue derrotado y apresado por el general Samuel Houston, ante
quien firmó la rendición incondicional del Ejército Mexicano, reconociendo en
ese mismo acto la Independencia de Texas.
Tras ser conducido a Washington, fue dejado en libertad por
el Presidente Andrew Jackson, oportunidad durante la cual trocó su enfoque
sobre El Imperio.
El regreso del Monstruo de San Jacinto
Después de una larga expatriación en Cuba, donde fue ubicado
por Jackson para emplearlo como peón en el juego de ajedrez de la expansión
yanqui, un agente de inteligencia estadounidense le llevó los milloncitos
solicitados para financiar su retorno, lo cual ocurrió en 1837.
Empero, el pueblo mexicano, que le malquería por la
catástrofe tejana, no le paró mucho a su caudillo y paisano. Gracias a que los
franceses decidieron cobrarse una deuda pendiente, ocupando a Veracruz al
estilo bucanero, recuperó algún prestigio en la llamada Guerra de los pasteles (1838).
Durante las acciones de la contienda, perdió una pierna y
organizó un funeral de estado para disponer dignamente de dicha extremidad. Lo
más curioso de este acto es que guarda, asimismo, una estrecha similitud con el
show que organizaría siglos más tarde el Guasón para sacarle provecho
propagandístico a un supuesto y mortal cáncer.
La astucia como estrategia de gobierno
La pierna de Santa Anna anduvo dando tumbos por allá y por
acá, hasta terminar devorada por un famélico y hambriento cacri –perro
callejero multiético-.
Los excesos autoritarios de Santa Anna no eran notorios por
su crueldad, al igual que los del Guasón, sino más bien por su habilidad para
marginar a los enemigos políticos, forzándolos a salir del país, exiliándolos,
persiguiéndolos o arruinando sus reputaciones.
Una soprendente faceta del carácter de Santa Anna es que
nunca fue sanguinario. No se le puede acusar de asesinatos políticos ni de
persecuciones cruentas. Con frecuencia utilizó el exilio como un medio para
deslegitimar a sus enemigos, pero por naturaleza no fue un hombre sanguinario,
excepto durante las batallas donde estuvo involucrado.
En 1839, fue designado presidente de nuevo, más debió renunciar
cuatro meses más tarde, no sin desaprovechar la corta estada para incrementar
los impuestos, hostigar a sus contendores y ejercer una implacable censura de
prensa.
En 1841, merced a un golpe de estado, obtuvo la presidencia
una vez más, y la continuó detentando hasta 1853.
La de San Jacinto no fue su única ni peor derrota.
Una derrota harto sospechosa
Casi logró ganar la Batalla
de la Angostura, crucial para el mantenimiento de las fronteras del
noroeste mexicano, pero, curiosamente, se retiró cuando estaba a punto de
derrotar al general Zachary Taylor y al ejército invasor. Después, perdió,
entregó Veracruz a los yanquis, y, tras evacuar Ciudad de México, se exilió en
Colombia, dejando a EEUU dueño de Tenochtitlán, la otrora esplendorosa capital
del Imperio Azteca y del Virreinato de Hernán Cortes.
Al final de su accidentado y largo ejercicio, México quedó
más empobrecido y endeudado que nunca, sin California, Nuevo México, Arizona,
Nevada ni Colorado, ¡la mitad de su superficie!
EEUU terminó anexionándose estos vastos territorios mediante
el pago de la módica suma de 15 millones de dólares. Y no quiso seguir
extendiendo más sus conquistas, pues no creía poder controlar ni organizar a la
mayoría indígena y mestiza del país.
Los caudillos inservibles
El Guasón es un fenómeno telúrico, como lo fueron Santa Anna
y otros que han desgobernado a Ibero América.
Su manipulación del pasado tampoco resulta novedosa u
original.
Ya el Ilustre Americano, por animadversión hacia Andrés Bello
y Lino Gallardo, convenció al mundo de que los autores del Himno Nacional eran Vicente
Salias y José Landaeta.
A partir de Nikita Jruschov, las crónicas soviéticas se rescribieron por completo, soslayando la participación de Joseph Stalin
aún durante II Guerra Mundial, donde su liderazgo resultó más que decisivo.
Por eso Jean-Paul Sartre propone centrarse en la Literatura y
no en la Historia para conocer el pasado, pues a la última la escriben los
vencedores. Humberto Cuenca, con igual convicción, invita a investigar las
noticias, que son inmediatas y no elaboradas.
—¿Cómo pudo un personaje así haberse graduado en la Escuela
Militar? —me preguntó un viejo oficial del Ejército, que hizo la carrera desde
recluta hasta general de división.
Le respondí:
—Pregúnteselo y contésteselo usted mismo. Forma parte del
karma venezolano, del cual no sabemos cuánto falta todavía por pagar.
El régimen chavista nunca ha sido ni será una revolución, no
porque a los contrarrevolucionarios les
tentara la desesperación y la aventura –como afirma Guillermo García
Ponce-, sino porque las desacertadas decisiones del Guasón, aunadas a la manifiesta incompetencia
e improbidad de sus gerentes públicos han llevado a niveles intolerables la
corrupción, el derroche económico, la desocupación y la inseguridad en Venezuela.
Porque casi todo lo que el Guasón hizo y continúa haciendo
nos acerca cada vez más, con mayor velocidad, a la anomia. Porque la lucha de
clases liderada por Chávez, innecesaria e injustificada, constituye una forma
solapada y oportunista de su racismo, resentimiento y reconcomio, inaceptables
no sólo desde las ópticas constitucionales, éticas o religiosas, sino también
desde el punto de vista científico, merced a los recientes hallazgos sobre el
mapa del genoma humano y el origen el hombre.
Porque la depresión, incertidumbre y temor colectivos en los
cuales ha sumergido al país impiden la reactivación del aparato productivo,
estimulan la exportación de capitales y únicamente dejan como alternativas para
la disidencia la conspiración o el exilio.
Si México oculta a por vergüenza y humillación mantiene
velado el capítulo de Santa Anna, el militar que le regaló a EEUU la mitad de
su territorio; los venezolanos, que somos bien hablachentos, pasaremos siglos
analizando la traición del Guasón, que hipotecó a los chinos, los rusos y los
chulos latinoamericanos las riquezas del subsuelo.
Que la deshonra caiga sobre la memoria de estos traidores a
la Patria, candidatos a un apéndice de la Historia
Universal de la Infamia.