La
destrucción de Venezuela
Ayer, conversando con mi mentor
político, le aseguré que la destrucción nacional -denominada
eufemísticamente Plan de la Patria-, iniciada por
el comandante que dejó de ser eterno y continuada por el legitimado por la
oposición colaboracionista, constituye una acción de tracto sucesivo, con
premeditación y alevosía y cuyo objetivo es acabar con el país.
Él no lo cree así.
Arguye, en cambio, que el Plan de la Patria busca imponer al
comunismo en Venezuela, y que si, de paso, la vuelve ñoña en el intento -como ñoña
volvieron a Camboya, Corea y Cuba-, no es esa la
intención primigenia sino, más bien, un daño
colateral.
Difiero de él.
La destrucción de Venezuela fue decidida
por El poder detrás del poder desde
la época de Antonio Guzmán Blanco, alias El
ilustre americano, seducido prostitutas francesas, pagadas por el Príncipe
de Gales, quienes, durante una larga y orgiástica curda firmó empréstitos
ruinosos para la República. Deudas impagadas hasta el gobierno de Cipriano
Castro, cuyos acreedores intentaron cobrarlas por las armadas europeas el 9 de
diciembre de 1902, repartiéndose a pedazos nuestro territorio.
El país se salvó entonces gracias
a Estados Unidos y a su senador William Randolph Hearst, quienes lograron terminar
el conflicto invocando la Doctrina Monroe
y firmando los Protocolos de Washington
(13 de febrero de 1903), mediante el cual Venezuela pudo cancelar sus
compromisos en cómodas cuotas. Fue Juan Vicente Gómez quien rescató
definitivamente la soberanía financiera, pagando el resto de lo debido con los
ingresos petroleros.
Por supuesto, esta historia no la
cuentan los chavistas, sino más bien la que procuran que la gente desconozca.
La
historia según los vencedores
El 16 de octubre de 1953, cuando
Fidel Castro, como abogado recién graduado se defendía ante la justicia
ordinaria por los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes
en Santiago de Cuba y Bayamo, capitaneados por él desde el 26 de julio de año anterior, dijo
como alegato a su favor: La historia me
absolverá.
La historia, ¿lo absolverá?
Pensaba entonces Fidel en el
cuento que él mismo reescribiría, no la que realmente relata los hechos tal
como ocurrieron. Y es que, si la primera víctima en toda contienda bélica es la
verdad, la segunda es ciertamente la historia, pues no la cuentan los vencidos
sino los vencedores.
A tal grado llega la distorsión histórica
empleada por los ñángaras que en la URSS, tras la muerte del tirano genocida
Joseph Stalin y el encumbramiento de Nikita Krushev, la Academia Soviética
eliminó al finado de todas las páginas donde aparecía cual héroe, y redujo su
rol a una suerte de pasantía por el gobierno, enmarcada entre dos fechas y separadas entre sí
por la friolera de 29 años.
Por eso Humberto Cuenca, procesalista
venezolano y fundador de la Escuela de Periodismo de la UCV, recomendaba las
hemerotecas y no las bibliotecas para enterarse de los acontecido. Y los
filósofos existencialistas sugieren la narrativa por igual motivo.
La historia escrita por los criminales
cubanos no sólo absolvió a Fidel sino también a Chávez y a sus conjurados,
metidos desde hace más de 15 años en la destrucción ética, física, económica y
política de Venezuela. Quienes cargan a sus espaldas con 200 mil víctimas
fatales, a manos de colectivos organizados, armados y aupados por ellos.
Cuando estos mismos delincuentes,
frente a la impunidad que les garantizan sus compañeritos jueces penales -puestos allí para
castigar a los enemigos del régimen, pero nunca a los antisociales-, se desmadran, las
autoridades comienzan un operativo donde algunos camaradas caen, se fundan
nuevas policías -como la Nacional, dedicada en Caracas a
extorsionar a los buhoneros con la protección- y el presidente
Madura le echa la culpa a las telenovelas de la violencia callejera; amenazando
con una nueva cultura comunicacional.
Las
autocracias y sus similares procederes
Marinus van der Lubbe, un obrero
de la construcción holandés, expulsado del partido comunista de los Países
Bajos por piromaníaco, fue quien incendió el Reichstag -Parlamento
Germano- en 1933, suceso que se convirtió en la clave
para que Adolf Hitler impusiera el nazismo en Alemania. En efecto, Hitler
ordenó la detención de todos los parlamentarios comunistas, interrogarlos sin
piedad y usar en su contra armas si se resistían; medidas que, posteriormente,
hizo extensivas a los socialdemócratas y a cualquiera que se opusiera a sus
designios.
Los nazis usaron como fuerza de
choque a las SA -conocidos como camisas pardas-, primer grupo paramilitar
con títulos y rangos jerárquicos para sus miembros. Las SA jugaron un
importante papel en el ascenso al poder de Adolf Hitler en los primeros años de
la década de los años 30, hasta ser desarticuladas durante la Noche de los cuchillos largos. En el
momento de su perención contaban con unos 4 millones 500 mil activistas.
Stalin creó a sus colectivos y a la CHEKA para ejercer su dominio
Los chavistas emplean para fines
similares a sus colectivos y los criminales organizados, estos últimos
controlados por pranes -presos que más mandan- desde las
penitenciarías del país. Cuando se pasen de maraca, como sucedió en Alemania con
los camisas pardas, tendrán también
su Noche de los cuchillos largos. Mientras
tanto sirven para mantener a raya a la clase media, evitando su posible
insurrección; a la vez que protegen a sus verdaderos jefes de una posible
condena por delitos de lesa humanidad en las cortes internacionales.
Dado que falló el complot
inventado probablemente por los tiranosaurios cubanos, donde se iban a
ensamblar los MIG que el barco de carga norcoreano llevaba a algún punto
fronterizo a Colombia, se los re-ensamblaría y haría despegar con misiles y
tripulaciones mercenarias, y se dispararían sobre algunas poblaciones elegidas,
para poder suspender las garantías y empujar a fondo el pedal del Plan de la Patria Comunista; el gobierno
está buscando algún recurso como el incendio del Reichstag para justificar su
estrategia. Así, al menos, lo cree Thor Halvorsen, ex agente de inteligencia
venezolano.
Al regresar al país tras sólo 8
días de ausencia, me encuentro con los anaqueles de los supermercados y
droguerías vacíos, con la falta de alimentos y medicamentos, con la prensa
escrita al borde de la extinción por falta de papel. Y con la triste convicción
de que el proyecto se concreta, con la sordera, ceguera y mudez de quienes
deberían liderar la contrarrevolución. Por eso, antes de abordar el avión que me traía de vuelta a
la Patria, a la mía, no a la de ellos, les advertí a los impacientes compañeros
de viaje, que se había vuelto intensos tras 10 horas de retraso: No se quejen, panas. Más bien hablen bien de
esta aerolínea. Es la que nos queda..
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