El precio de la libertad y la democracia
Dedicado a Jesús Petit Da Costa
y todos los juristas opuestos a la
prostituyente
Jutta Limbach, presidenta del
Tribunal Constitucional de Alemania
Estoy de acuerdo con varios opináticos, quienes no dudan que el narco
régimen chavo–madurista es una muestra indubitable de fascismo, no en el
sentido que los comunistas le quieren dar a dicho sustantivo, sino al que
realmente tiene y que se manifestó en Alemania, España, Italia y Rusia durante
el siglo pasado.
Por eso, considero oportuno comentar la investigación sobre Georg
Elser, llevada cabo por la doctora Jutta Limbach (1934–2016), quien
fuera presidente del Tribunal Constitucional de la República Federal Alemana y presidiera
hasta su deceso el prestigioso Goethe Institut unter Nationen (Instituto Goethe Internacional). El texto fue
publicado en el diario Frankfurter Rundschau al conmemorarse
el centenario del nacimiento de Elser, leído por su autora en el Ayuntamiento
de Bremen y volvió a ser editado por la Revista
Kulturchronik en su entrega correspondiente al segundo semestre del 2013.
Georg Elser,
menospreciado héroe del pueblo alemán
Para Limbach, ninguno los participantes en conjuras para asesinar a Hitler
ha sido tan menospreciado y subestimado como Elser. La acción de este valiente y
también la del movimiento que culminó con el golpe de estado del 20 de julio de
1944 fueron importantes acontecimientos a los a los cuales se les restó
importancia por décadas.
Incluso, tras la derrota alemana, hubo voces que caracterizaban a tales
acciones como traición a la patria. Y todavía se lamentan hoy que las víctimas
del 20 de julio apenas tengan un eco en los corazones del pueblo germano.
Sin embargo, la idea expresada en la Carta Magna tudesca sobre la
resistencia fue inspirada en gran medida por el fracaso intento del 20–J. El biógrafo
de Hitler, Joachim Fest (1926–2006) ha expuesto impresionantemente el largo
camino que condujo hasta esa fecha, y lo ha analizado profundamente.
Por el contrario, el atentado de Elser en la cervecería Bürgerbráu de
Múnich merece para él tan sólo una breve alusión cronológica al término de su
libro–: El 8 de noviembre de 1939 hubo un
atentado de un individuo, llamado Georg Elser, contra Hitler en Múnich.
Enemigos y seguidores de Hitler consideraron evidentemente como
inimaginable el hecho de que un ciudadano de a pie pudiese intentar cometer un
magnicidio, y sólo con sus propios recursos fuese capaz de construir e instalar
una estereotipada bomba para lograrlo. Se les antojaba inconcebible –y les
sigue pareciendo hoy– que un aprendiz de artesano, procedente de uno de los
grupo socioeconómicos más desposeído, pudiese anticipar el peligro que
significaba para la paz mundial Hitler.
Empero, Elser, que pagaría su acción con la muerte en Auswich entre torturas y en medio de una larga agonía,
declaró que su motivación había sido el
insaciable afán expansionista de Hitler. Esta previsión sobre una futura
catástrofe avergonzaba evidentemente a todos aquellos que no se percataron,
pretendieron no hacerlo o lo hicieron demasiado sobre de la naturaleza criminal
del nacionalsocialismo.
Allí radica –asegura Limbach–, la
razón profunda del por qué tiende a olvidarse el atentado de Elser, se le atribuye
a presuntos cómplices o se le descalifica. Porque la fina sensibilidad de Elser
y su energía para adoptar decisiones, pusieron en tela de juicio la
credibilidad y el sentido ético de muchos de sus coetáneos.
La resistencia alemana entre 1933 y 1945 no estuvo únicamente
reservada a las clases dominantes. Aunque el volanteo generado por la Weiße Rose (Rosa
blanca) y la conspiración de políticos y oficiales hayan atraído más a la
opinión pública, bajo una tiranía política que desprecia a los seres humanos, el
comportamiento de los que poseen conocimiento innato de sabiduría popular es
clave.
El derecho a la
resistencia
Limbach así lo explica–: El derecho a la resistencia, legalizado en 1968
e inserto en la Ley Constitucional de la República Federal de Alemania, no
excluye a nadie. Allí puede leerse: “Contra
toda persona que intente suprimir este ordenamiento tienen todos los alemanes
el derecho a la resistencia, cuando no sea posible otro medio (Art. 20, párrafo IV GG, Ley Fundamental). Este
el mismo espíritu que el legislador venezolano quiso darle al Artículo 350 de
la Constitución de 1999 y –¡que duda cabe!– Maduro y su combo quieren eliminar
para mantenerse delictivamente en el poder por tiempo indeterminado.
Con la expresión “orden jurídico agredido” –continúa la
jurista–, se alude a las leyes de la
República Federal. Por ello no podemos subsumir la acción de Elser bajo el
imperativo de la Ley Fundamental. Pero si podemos, desde luego, intentar
enjuiciarla sobre el trasfondo de esta norma constitucional. Por lo demás,
también la Constitución de Bremen reconoce el derecho a la resistencia. Según
su Artículo 19, la resistencia “es un
derecho y un deber de toda persona cuando los derechos humanos establecidos en
la Constitución son violados por los poderes públicos.
El derecho a la resistencia de la ley fundamental de Alemania ha sido
incluido en su Constitución en función al estado
de excepción. Fue en cierto modo una compensación por las limitaciones a la
libertad individual en casos de emergencia, como
un trozo de pan para compensar el látigo autoritario. El contenido
simbólico de este derecho individual es indiscutible, porque el derecho a la resistencia surge dónde y
cuándo imperan regímenes injustos o tiránicos.
En 1939, cuando Georg Elser actuó, lo hizo ante el gravísimo peligro
que amenazaba a los derechos humanos, no sólo de los germanos sino de sus
vecinos, y así se subsumía claramente, el caso en la resistencia legítima.
El 1° de septiembre, las tropas alemanas invadieron a Polonia. En los
campos de concentración y las mazmorras de la Gestapo era violado
sistemáticamente, desde hacía ya algunos años, el derecho a la vida y a la
integridad corporal y lesionados los derechos de libertad individual.
Situaciones parecidas a las que ocurren a diario en la Venezuela del
2017, invadida como está por la narco–guerrilla colombiana –especialmente la de
los elenos, que se ocupan ahora de la protección de los cultivos y el tráfico
de la coca–, así como de militares y funcionarios de inteligencia cubanos e iraníes. Además, sabido es –y hasta denunciado
ante el Ministerio Público– la salvaje represión de la GN y las torturas del
Sebin.
No había en la Alemania del III Reich otros medios de oposición y
defensa, como no los hay en la Venezuela del presente. Los internados en los
campos de concentración y los encarcelados por la Gestapo, no podían dirigirse
a las autoridades. Ni la policía, ni los Tribunales, les ofrecían protección
jurídica contra el criminal régimen nazi. Elser obró, sin duda, con la plena
convicción de su derecho a la resistencia.
La Ley Fundamental de la República Federal de Alemania no precisa el cómo
poner en práctica el derecho a la
resistencia. Como si se supiese, espontánea y naturalmente, lo que se
entiende por ella. Que es exactamente lo que acá también sucede.
¿Qué es
resistencia?
A la pregunta, ¿qué es
resistencia?, Otto Adolf Arndt (1904–1974) era un historiador y
parlamentario, respondió–: Todo aquello a
través de lo cual un ser humano se vale para sustraerse a las exigencias de
obediencia impuestas por un gobierno injusto.
La definición apunta, sobre todo, a la desobediencia, como por
ejemplo la deserción militar o la solicitud de asilo. La escala interpretativa –esto es, lo que debe ser considerado y
definido como resistencia se extiende desde el rechazo espiritual, pasando por la
desobediencia y terminando con la violencia pura y brutal. La resistencia es la
denegación del monopolio estatal de la dominación y soberanía.
También cabría para Elser la inimputabilidad en ejercicio de la legitima
defensa excesiva por incertidumbre, temor o terror. Según Luis Jiménez de Asúa
en su conocida obra La ley y el delito, algunos
códigos penales –entre ellos el alemán y el venezolano– consideran inimputable
el caso de exceso cuando se debe a terror. Las defensas aterrorizadas no son
otra cosa que una causa do inimputabilidad, y si queremos ser más exactos, una
forma de inculpabilidad.
La tragedia especial del insurgente de la resistencia es que tiene
que soportar tanto el riesgo si la resistencia no sólo afecta a los enemigos
del régimen constitucional, sino que también como en el caso de Elser, cuando
incluye a terceros entre las víctimas.
La bomba que explotó en la Bürgerbraukeller de Múnich, no mató a
Hitler, pero sí a 8 personas, e hirió gravemente a otras 63. Hitler había
abandonado la cervecería 13 minutos antes, a causa del mal tiempo reinante… o,
quizás, de su buena suerte.
Tales circunstancias llevaron a Lothar Fritze a calificar a Elser como
un fracasado moral y negarle
cualquier justificación del atentado. Fritze partió del supuesto de que el
tirano debía ser eliminado. Empero, éticamente resultó problemático el atentado,
pues causó daños a terceras personas, de quienes, al menos dos, eran inocentes.
Se trataba de empleados del Bürgerbraukeller, que servían a los antiguos
combatientes. El planificador habría debido evaluar críticamente de las
consecuencias del mismo, y someterlas al principio de proporcionalidad.
Dichas reflexiones llevaron al autor a la conclusión de que Elser era
un personaje con un noble propósito y persiguiendo una buena intención, pero que
de forma despiadada e irreflexiva hizo empleo de un método en el cual la muerte
de los terceros no fue prevista.
Evidentemente, Elser habría debido planificar mucho más antes de
haberse lanzado a la acción. Pero la simplicidad intelectual u la falta de
profundidad ideológica no demeritan la habilidad para inferir basada en la
experiencia.
En su segundo interrogatorio ante la Gestapo, Elser expuso claramente
que los acuerdos de Múnich le inquietaban profundamente. Que estaba seguro de la
inevitabilidad de la guerra y que Hitler invadiría muchos países. Varios de contemporáneos
compartían estos criterios. ¿Por qué no habría podido Elser estimar, con mayor
acierto que Chamberlain la fidelidad de Hitler a los pactos? ¡Con cuánta
frecuencia nos percatamos de que mucha gente sencilla posee capacidad de
enjuiciamiento y conciencia de los valores mucho más segura y certera que
quienes han almacenado en su cerebro profusa sabiduría libresca!
Pero dejando a un lado la arrogancia social con la que Fritze descalifica
a Elser, sorprende lo alejado de realidad que resulta su veredicto sobre el
autor del atentado.
Con la única referencia al Pacto de Múnich, concertado en 1938, Fritze
cree lícito denegar a Elser la fundada presunción de que la guerra era
inevitable
La invasión de Polonia corroboraría muy pronto su diagnóstico. Por si
fuera poco, millares de personas abandonaban Alemania, pues querían escapar de
la tragedia en puertas. Muchos otros habían sido encerrados ya en los campos de
concentración, o habían trabado conocimiento directo con los torturadores.
Cualquier similitud con la actual realidad venezolana, ¿es sólo coincidencia?
Fritze no puede afirmar en serio que la ignorancia de los crímenes
nacionalsocialistas, tan invocada durante la posguerra, explique la falsedad
del análisis de Elser.
Joseph Peter Stern, que asistió al juicio, aseveró que Elser dijo a
sus interrogadores que él no buscaba
derrocar al nacionalsocialismo. La verdad es, conforme a Stern, que Elser
nunca a la política de manera abstracta, ni tampoco en ismos.
Pero sí se dio cuenta de que las condiciones imperantes en Alemania sólo podían cambiarse eliminando a su dirección
política, refiriéndose expresamente a Hitler, Goring y Goebbels. Y que él
esperaba que, tras de la eliminación de
la cúpula gobernante, surgirían hombres más moderados, que no intentarían
conquistar otros países, sino mejorar la calidad y estilo de vida de la clase
trabajadora. Creía, además, que un atentado contra la suprema jefatura impediría mayor derramamiento de sangre.
Añade Limbach–: Los juristas
tienen la opinión la unánime que la muerte del violador de la Constitución, del
tirano, debe ser aprobada como derecho de excepción en grado máximo. Pero va
esta pregunta, como la siguiente, a saber, ¿es legítimo victimizar también a
terceros no involucrados?
En principio, terceras personas
los llamados no perturbadores no deben ser afectadas. Mas la resistencia es,
sustancialmente, un quebrantamiento del orden legal. Tampoco podrían ser
totalmente excluidas las afectaciones a personas ajenas, pues si así fuera, el derecho
a la resistencia quedaría reducido a un enunciado sin valor alguno. Sin
embargo, y en atención al principio de proporcionalidad, esto sólo podrá
ocurrir en casos verdaderamente excepcionales. Pero ¿no deben sopesarse las vidas
de ambas camareras y su integridad física con las incontables víctimas del
derramamiento de sangre previsto por Elser; por no citar siquiera las víctimas
del Holocausto? Una equivalencia semejante parece aceptable en atención a los
millones de víctimas de la II Guerra Mundial, no debe hacernos olvidar que lo
que cuenta es cada individuo en concreto. Por hay que ser extremadamente
cautelosos al sopesar del logro de la paz frente a las pérdidas de derechos por
parte de individuos aislados.
En el caso de Elser, sin embargo,
no disponemos de base alguna para opinar que aspiró a obrar el bien –en este
caso, evitar un gran derrame de sangre– sin considerar las consecuencias de su
atentado. Sólo el hecho de su carácter terco y obstinado y de su aferramiento a
los principios, no hablan en pro de la suposición de que aceptó deliberada e
irreflexivamente la muerte o la lesión de las camareras.
Muy al contrario, él partió del
supuesto –y así lo afirma el mismo Fritze– de que durante la arenga de Hitler
no se serviría, esto es, que el personal del Bürgerbrau no sufriría daños. Por
ello me parece también ociosa la pregunta de si él hubiese tenido que
permanecer en el local, hubiese tenido que estar dispuesto a sacrificar su
propia vida, para en caso de necesidad, poder librar de daños a otras personas.
Cuando ha pasado mucho agua bajo los puentes, se saben mejor las
cosas. ¡Cuántos fallos de planificación tuvieron también luchadores de la
resistencia del 20 de julio! Se ha preguntado con frecuencia si Claus von Stauffenberg
no habría podido colocar mejor la cartera de cuero con el explosivo. ¿Cuántas
víctimas ajenas al asunto habrían podido salido indemnes de la criminal
venganza de los nazis?
No sólo en esta cuestión del fracaso y estimación de los efectos coinciden
la resistencia ofrecida por grupos selectos y ciudadanos de a pie. La falta de una
matriz opinión pública, como la que sí respaldó a la resistencia en Francia,
hizo que Elser y todos los demás conspiradores vivieran aislados, en medio de un océano de hostilidad y temor.
La auténtica
perdición
La soledad, pérdida de confianza y carencia de respaldo popular constituyeron
la auténtica perdición. Joachim Fest habla en su libro El hundimiento con gran acierto, de una resistencia sin pueblo. Resulta fácil moralizar a posteriori
sobre la pasividad alemana entre 1933 y 1945.
El terror impuesto por el fascismo hitleriano es una de las más
siniestras enseñanzas de la historia, ya que evidenció que un poder totalitario
no destruye sólo la libertad y la igualdad.
Con el terror se socava también la solidaridad social y hasta las
virtudes básicas del ser humano. Al llegar a la anomia ética toda oposición
contra la arbitrariedad estatal se anuncia como un comportamiento criminal. En
tal estado de excepción pierden todo poder incluso las personas que ocupan
cargos de jefatura.
La protesta activa, la desobediencia cívica y el amor al prójimo que
los ciudadanos de a pie demuestran son testimonios de la voluntad de justicia latente aún en los pueblos oprimidos.
Son actos que ofrecen ejemplos de elevada moralidad pues resultan contrarios
al oportunismo cobarde en los tiempos de dictadura. Son una negativa rotunda a
un sistema político que irrespeta a los seres humanos y existe sólo por sí y
para sí mismo.
Observa Limbach–: Paulatinamente
y con la mutación de una cultura de vasallos a ciudadanos, se fue abriendo paso
un cambio de mentalidad en Alemania. Por eso, estamos en deuda no sólo con nuestra
pequeña resistencia sino también con personajes como Georg Elser. Con la Semana
Elser, celebrada con motivo del centenario de su nacimiento, de Bremen quiere
dar una señal: nos recuerda y exhorta a todos a ejercer activa y
permanentemente nuestros derechos constitucionales y a impedir, mediante
nuestro espíritu combativo, toda manipulación indebida en los mismos; para no
tener que luchar contra el abuso de poder cuando ya sea demasiado tarde. Este
es el legado que nos han dejado personas que se rebelaron contra el régimen
nacionalsocialista. El precio de la libertad y la democracia.