El búnker de Miraflores
Según la versión oficial, Adolf Hitler se suicidó en su búnker de
Berlín el 30 de abril de 1945. Empero, hay la versión de que el muerto fue un
doble, y que el Führer hoyó en un submarino a Sudamérica, donde vivió, siempre
enconchado, en Sochabamba algunos años
más.
Sea cual fuese la verdad, lo importante es lo sucedido en dentro del
búnker, los últimos días de su mando. Seguía ordenándole a un ejército
imaginario acciones para destruir a sus enemigos, cuando los únicos soldados que
quedaban en la capital eran adolescentes y niños de las juventudes hitlerianas,
sin entrenamiento para la lucha. Nombró al Almirante Karl Dönitz como su sucesor
en la Cancillería del Reich, dos días antes de que Berlín cayera en poder de los soviéticos.
Mientras las tropas nazis estaban desperdigadas y aisladas en más de
15 puntos de Austria, Alemania, Bohemia, Croacia, Dinamarca, Francia, Grecia,
Italia, Islas del Canal de la Mancha, Moravia y Noruega; los Aliados redujeron
aún más las zonas ocupadas, impidiendo cualquier apoyo logístico. Los aliados cortaron
las comunicaciones entre las fuerzas alemanas, y las encerraron pequeñas áreas.
Dönitz intentó formar gobierno en la frontera con Dinamarca. El 2 de
mayo se le unió el ejército, comandado por Wilhelm Keitel, quien estaba en
Rheinsberg durante la capitulación Berlín.
La historia del búnker de Hitler acabó muy mal, sino para él sí para
su séquito. Como las de todas esas instalaciones que se hacen para proteger a
los gobernantes de la ira popular, y lo único que logran es aislarlos de lo que
realmente ocurre afuera, y acentuar su distorsionada y subjetiva perspectiva.
El suicidio del Führer
Durante el horror económico desatada por la Gran
Depresión durante la década de los treinta del siglo pasado, afloraron las más
bajas pasiones y se desató la explotación más inicua del hombre por el hombre.
Lo que pasó en EEUU ha sido dramáticamente novelado por
John Steinbeck en Las uvas de la ira,
obra por la cual obtuvo el Premio Putlizer (1940) y el Nóbel de Literatura
(1962), y cuya versión cinematográfica logró siete nominaciones a los Premios
de la Academia y dos Oscar (1940).
Entonces gobernaba a EEUU el Ingeniero Herbert
Hoover, cuyo récord previo era impecable Se había hecho a sí mismo desde la
humilde posición de minero, poseía una de las mayores fortunas del planeta y dirigía
negocios en cinco continentes. Proyectaba una imagen estupenda, lograda como arbitrar
y planificar de la reconstrucción europea tras la I Guerra Mundial. Era un autodidacta
prodigioso, al punto de haber traducido obras técnicas como Res Metálica. Manejaba eslóganes
contundentes y convincentes, referidos a su historia personal, como–: La riqueza está a la vuelta de la esquina y
Todos podemos ser millonarios.
Empero, Hoover se convirtió en prisionero del dogma liberal, según el cual–: A largo plazo, la
mano invisible del mercado lo resuelve todo. Una falacia engendrada, a la vez,
en el supuesto que la Economía funciona como la naturaleza, y que sus crisis –a
semejanza con las tormentas del Caribe, los tsunamis del Índico o los volcanes
del Pacífico– no pueden ser previstas ni, mucho menos, controladas.
Al negarse a actuar y aterrorizado por turbamultas
enardecidas que pedían su cabeza –Hang. Hoover! Hang. Hoover! (¡Ahorquen a Hoover! ¡Ahórquenlo!)–, al Presidente no
se le ocurrió nada mejor que enterrar la cabeza como el avestruz, en su caso,
encerrándose en un búnker bajo la Casa Blanca, apertrechado con armas y
bastimentos para 6 meses, y esperando a la
mano invisible, que nunca llegó. Por éste pésimo desempeño, llegó a dudarse
de que la democracia tuviese futuro–… pues
en ninguna ocasión como entonces la tentación totalitaria estuvo a punto de
cautivar a tantos, como pasó en Europa Occidental y como –cautivados o
cautivos–se impuso férreamente en las tierras sembradas de cadáveres de Joseph
Stalin.[1]
En el caso de Hoover, el final no fue tan malo, pues
la derrota le vino por votos, y le substituyó Franklin Roosevelt, quien ganó
por cuatro períodos consecutivos, ganó la II Guerra Mundial y convirtió a EEUU
en la primera potencia global durante la posguerra.
Escuchar a Maduro en los últimos días recuerda a
Hoover y a Hitler. Mientras ayer alardeaba en una conferencia de prensa
internacional que a los manifestantes sólo se les reprimía con agüita de las ballenas y gasecitos lacrimógenos, un despiadado
sargento, a las órdenes de la Fuerza Aérea, asesinaba a David Vallenilla, un
paramédico de 22 años que estaba en la marcha para auxiliar
a las víctimas cotidianas de la represión.
El mayol
general Revelol declaró, ipso facto, que el suboficial había empleado un
arma no autorizada para repeler el ataque, y añadió–: El recurrente asedio a base militar de La Carlota produjo hoy
lamentable deceso de uno de los participantes en el hecho. Más mentiras
podridas, porque en los videos sobre el suceso se demuestra que David estaba en
la autopista y una reja lo separaba de la base. Al parecer recogía algo del
piso. Ni siquiera enfrentaba al militar. Había metros de distancia entre ambos.
El asesinato a mansalva de Vallenilla
Esa misma noche, las fuerzas de la maldad allanaron
la casa donde se reúnen los líderes de la MUD, y arrestaron a dos de sus
asesores. Les enviarán a El Dorado, Guasina o Sacupana –supongo–, pues ya ni en
La Tumba ni en el Helicoide hay puestos para los presos políticos. Ni tampoco
comida, aunque la hagan rendir con ñoña.
No sé si en esa misma rueda de prensa o en una
cadena anterior, Maduro anunció la incorporación de 80 mil nuevos efectivos, 40
mil a la Guardia y 40 mil a la Policía Nacional. Vea usted, amigo seguidor,
Venezuela tiene ahorita mismo cerca de 75 mil militares. ¿De dónde van a sacar
80 mil más, y cuándo los entrenarían entrenados para mantener el orden p úblico?
¿De los colectivos? No alcanzan. ¿Y cómo les alimentaría, vestirían y pagarían?
Suena a las manifestaciones de insania de Hitler, durante los últimos días de
su tiranía.
Con la tormenta Bret pasó algo parecido. De Maduro
para abajo, todo el mundo se metió a experto en climatología. El general
ministro de Hidrología y otros poderes populares le echó la culpa al
capitalismo de EEUU, por no firmar el protocolo de París –cuando China
Comunista es el segundo país que contamina más el ambiente:. El meteorólogo que
transmite sus partes por Globovisión, aseguró que todo había terminado, Maduro
decía–: ¡Atención, Elías, Elías… vienen
coletazos terribles para Miranda y Vargas!
Hoy, a las 5 AM, los habitantes de los barrios
populares de Distrito Sucre aún protestaban por la muerte del joven paramédico
y eran reprimidos con lacrimógenas y disparos. Así como a quienes comandaron a
los asesinos de las SS y la Gestapo los condenaron a muerte en Núremberg, los mayoles generales que les ordenan serán
castigados con las mayores penas. Y asimismo sucederá con los generales
Cebolla, Papa y Tomate. Y con los narco–generales.
Mientras tanto, se seguirán escuchando los delirios
del búnker de Miraflores. Si hay estómago para aguantarlos.
[1] Consalvi, Simón
Alberto: Pedro Manuel Arcaya y la crisis
de los años 30, Tierra de Gracia Editores, Filadelfia, 1992.