jueves, 1 de junio de 2017

Ni la astucia de Escobar Gaviria ni los cojones del Chapo Guzmán

¿A quién desfavorece la situación venezolana actual?


La muerte de Escobar Gaviria, según Fernando Botero

Mi tocayo coriano me reclama continuamente que, al hacer periodismo investigativo, conteste a priori la pregunta: ¿A quién favorece la situación actual? En Venezuela, empero, habría que enunciarla–: ¿A quién desfavorece la situación actual?
No favorece a las FFAA, bolivarianas o no.
Ni a los empresarios –así lo han asegurado los presidentes de Fedecámaras y todos sus afiliados, con excepciones como las de el agricultor pascuense que aparece en todas las reuniones con Maduro, y que produce con empréstitos oficiales harina precocida de maíz Doña Goya, la cual se vende en Pdvsa Caracas a Bs. 1.800 el kilo–.
Tampoco a la Iglesia, cuadrada como está con la resistencia opositora, quizás salvo el Papa, a quien su populismo le impulsaría a enviar señales equívocas cada vez que analiza en público la política de acá.
Ni a los médicos, paramédicos, farmaceutas, panaderos.
Ni a los estudiantes, docentes, obreros y trabajadores.
Ni a la mujeres, los niños y a los bebés que necesitan atención especial de salud. Ni siquiera a Cuba, que pretende arreglar su situación política con Trump para convertir a Mariel en el eje del comercio naviero del Caribe, y ya debe estar lamentándose de la disminución del crudo gratuito que recibía, cuya causa no es que ineficaz y abusiva  depredación de Pdvsa durante el chavo–madurismo.
Pudiera seguir llenando líneas de desfavorecidos, pero me detengo aquí, en una cifra: al 80% de los venezolanos que quieren salir ya de Maduro, según los sondeos más recientes. Y, tal vez, a un 10% adicional, que habría opinado igual, pero no se atrevió a expresarlo.
¿A quién favorece la situación actual? 
Repito: ¿A quién favorece la situación?
A mi entender, a la cúpula gobernante vinculada con el narco tráfico. Civiles y militares que intentan ocupar el vacío producido por el ajusticiamiento de Pablo Escobar Gaviria en 1993 y la aprehensión de Joaquín Chapo Guzmán en el 2016, así como su posterior extradición a principios del presente año. Estas acciones produjeron a su vez la destrucción de grandes carteles de la droga –léase negocios como sinónimos– en Colombia y México.
Entre 1982 y 1993, Escobar Gaviria amasó una fortuna estimada en más de 30 millardos de dólares, fue electo congresista su país y asistió como invitado oficial a la toma de posesión de Felipe González en España. Durante el mismo lapso, el paisa ordenó el asesinato de más de 4 mil personas, entre ellas, el del candidato presidencial Luis Carlos Galán.
Dado que era astuto, talentoso y tenía preparación básica para la administración –características excelentemente descritas en su teleserie biográfica–, logró que el valor cambiario del peso colombiano se moviera en alzas y bajas según la productividad del narcotráfico.
Si los alijos importantes llegaban a sus destinos –en el argot del narcotraficante, coronaban–, la moneda se cotizaba mejor frente al dólar. En caso contrario, se depreciaba.
Escobar Gaviria creó así una perversa prosperidad, cotidiana y volátil; que él manejaba a su saber y entender.
Los símbolos exteriores de la riqueza mal habida de Escobar Gaviria eran evidentes- Su colección de automóviles, embarcaciones y aeroplanos. Los inmuebles urbanos y vacacionales, cuyos precios dispararon los precios de compraventa de viviendas en Colombia. La guinda del cóctel era un zoológico de animales exóticos, en su finca, a pocos kilómetros de Medellín. Pero el paisa tenía apoyo popular, porque hacía obras de caridad.
Aunque los presidentes Belisario Betancour y Virgilio Barco hicieron aprobar las leyes para extraditar a los capo mafiosos, tuvieron responsabilidad en el narcotráfico, pues durante sus mandatos las taquillas del Banco de Colombia cambiaban dólares, sin  restricciones y sin averiguar su procedencia.
Fue César Gaviria –quien se salvó de perecer en un vuelo de Avianca explosionado por el Cartel durante su campaña presidencial– quien logró apresarlo por primera vez y, tras su fuga y enconche, ordenó su captura, vivo o muerto, lo que ocurrió el 2 de diciembre de 1993.
Contra viento y marea, Álvaro Uribe Vélez, se las jugó todas, dedicándose a combatir el mal en sus raíces más profundas. Que no eran sólo los carteles de Cali y Medellín, sino los apóstoles de la guerrilla, los chicos buenos de las Farc y el ELN, controladores de la producción y refinación cocalera y de  dos tercios del territorio nacional cuando el antioqueño se encargó de la primera magistratura.
Al asumirla, Uribe Vélez fue recibido a morterazos –impactos que aún podían verse hace un par de años en el Palacio de Nariño–, pues la narco guerrilla era dueña de aldeas y caseríos a sólo 4 kilómetros del cerro de Monserrate de Bogotá- Entonces los gamines o niños de la calle eran el futuro de los sicarios –llamados colectivos en Venezuela– de los carteles y chicos de Marulanda. Entonces, jóvenes colombianos migraban por millares, dondequiera les dieran visas.
Pero la situación cambió.
Pese a la farsa fraudulenta del presidente Santos –así califican sus críticos a la Campaña de Pacificación–, Colombia lucha denodadamente por convertirse un país decente, bien acogido por los inversionistas internacionales, innovador, abierto al emprendimiento.
Un esfuerzo descalificado por quienes desean heredar la riqueza de Escobar Gaviria y Joaquín Chapo Guzmán.
Es fácil y resulta poco corajudo enviar a la GN a bombardear y dispararle a manifestantes inermes, como lo hacen los enlistados por la DEA desde hace más de 70 días.
No sólo gozan de absoluta impunidad, sino que, además, nunca van al frente. Se quedan en Miraflores, al lado de supuestos juristas, quienes preparan artículos de la Prostituyente, donde se van a calificar de terroristas a quienes convoquen o lideren marchas contra el narco–régimen.
Pero el final se acerca.
Escobar Gaviria creyó que su impunidad sería vitalicia, hasta caer abaleado sobre tejado de un vecindario. El Chapo Guzmán, quien victimaba a sus enemigos él mismo,  se creyó inapresable, hasta que su afán de protagonizar en Hollywood al lado de Sean Penn, condujo a sus perseguidores al escondite. Y a la narco–cúpula venezolana les falta la inteligencia de Escobar Gaviria. Y los cojones del Chapo Guzmán.



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