Ni la astucia de Escobar Gaviria ni los cojones del
Chapo Guzmán
¿A
quién desfavorece la situación venezolana actual?
La muerte de Escobar Gaviria, según Fernando Botero
Mi tocayo coriano me reclama continuamente que, al hacer periodismo
investigativo, conteste a priori la pregunta: ¿A quién favorece la situación actual? En Venezuela, empero, habría
que enunciarla–: ¿A quién desfavorece la
situación actual?
No favorece a las FFAA, bolivarianas o no.
Ni a los empresarios –así lo han asegurado los presidentes de
Fedecámaras y todos sus afiliados, con excepciones como las de el agricultor
pascuense que aparece en todas las reuniones con Maduro, y que produce con
empréstitos oficiales harina precocida de maíz Doña Goya, la cual se vende en Pdvsa Caracas a Bs. 1.800 el kilo–.
Tampoco a la Iglesia, cuadrada como está con la resistencia opositora,
quizás salvo el Papa, a quien su populismo le impulsaría a enviar señales
equívocas cada vez que analiza en público la política de acá.
Ni a los médicos, paramédicos, farmaceutas, panaderos.
Ni a los estudiantes, docentes, obreros y trabajadores.
Ni a la mujeres, los niños y a los bebés que necesitan atención
especial de salud. Ni siquiera a Cuba, que pretende arreglar su situación
política con Trump para convertir a Mariel en el eje del comercio naviero del
Caribe, y ya debe estar lamentándose de la disminución del crudo gratuito que
recibía, cuya causa no es que ineficaz y abusiva depredación de Pdvsa durante el
chavo–madurismo.
Pudiera seguir llenando líneas de desfavorecidos, pero me detengo aquí,
en una cifra: al 80% de los venezolanos que quieren salir ya de Maduro, según
los sondeos más recientes. Y, tal vez, a un 10% adicional, que habría opinado
igual, pero no se atrevió a expresarlo.
¿A
quién favorece la situación actual?
Repito: ¿A quién favorece la
situación?
A mi entender, a la cúpula gobernante vinculada con el narco tráfico.
Civiles y militares que intentan ocupar el vacío producido por el
ajusticiamiento de Pablo Escobar Gaviria en 1993 y la aprehensión de Joaquín
Chapo Guzmán en el 2016, así como su posterior extradición a principios del
presente año. Estas acciones produjeron a su vez la destrucción de grandes
carteles de la droga –léase negocios
como sinónimos– en Colombia y México.
Entre 1982 y 1993, Escobar Gaviria amasó una fortuna estimada en más
de 30 millardos de dólares, fue electo congresista su país y asistió como
invitado oficial a la toma de posesión de Felipe González en España. Durante el
mismo lapso, el paisa ordenó el asesinato de más de 4 mil personas, entre
ellas, el del candidato presidencial Luis Carlos Galán.
Dado que era astuto, talentoso y tenía preparación básica para la
administración –características excelentemente descritas en su teleserie
biográfica–, logró que el valor cambiario del peso colombiano se moviera en
alzas y bajas según la productividad del narcotráfico.
Si los alijos importantes llegaban a sus destinos –en el argot del
narcotraficante, coronaban–, la
moneda se cotizaba mejor frente al dólar. En caso contrario, se depreciaba.
Escobar Gaviria creó así una perversa prosperidad, cotidiana y volátil;
que él manejaba a su saber y entender.
Los símbolos exteriores de la riqueza mal habida de Escobar Gaviria eran
evidentes- Su colección de automóviles, embarcaciones y aeroplanos. Los
inmuebles urbanos y vacacionales, cuyos precios dispararon los precios de compraventa
de viviendas en Colombia. La guinda del cóctel era un zoológico de animales
exóticos, en su finca, a pocos kilómetros de Medellín. Pero el paisa tenía
apoyo popular, porque hacía obras de caridad.
Aunque los presidentes Belisario Betancour y Virgilio Barco hicieron
aprobar las leyes para extraditar a los capo mafiosos, tuvieron responsabilidad
en el narcotráfico, pues durante sus mandatos las taquillas del Banco de
Colombia cambiaban dólares, sin
restricciones y sin averiguar su procedencia.
Fue César Gaviria –quien se salvó de perecer en un vuelo de Avianca
explosionado por el Cartel durante su campaña presidencial– quien logró
apresarlo por primera vez y, tras su fuga y enconche, ordenó su captura, vivo o
muerto, lo que ocurrió el 2 de diciembre de 1993.
Contra viento y marea, Álvaro Uribe Vélez, se las jugó todas,
dedicándose a combatir el mal en sus raíces más profundas. Que no eran sólo los
carteles de Cali y Medellín, sino los apóstoles
de la guerrilla, los chicos buenos
de las Farc y el ELN, controladores de la producción y refinación cocalera y
de dos tercios del territorio nacional
cuando el antioqueño se encargó de la primera magistratura.
Al asumirla, Uribe Vélez fue recibido a morterazos –impactos que aún
podían verse hace un par de años en el Palacio de Nariño–, pues la narco guerrilla
era dueña de aldeas y caseríos a sólo 4 kilómetros del cerro de Monserrate de
Bogotá- Entonces los gamines o niños
de la calle eran el futuro de los sicarios –llamados colectivos en Venezuela– de
los carteles y chicos de Marulanda. Entonces, jóvenes colombianos migraban por
millares, dondequiera les dieran visas.
Pero la situación cambió.
Pese a la farsa fraudulenta
del presidente Santos –así califican sus críticos a la Campaña de Pacificación–, Colombia lucha denodadamente por
convertirse un país decente, bien acogido por los inversionistas
internacionales, innovador, abierto al emprendimiento.
Un esfuerzo descalificado por quienes desean heredar la riqueza de Escobar
Gaviria y Joaquín Chapo Guzmán.
Es fácil y resulta poco corajudo enviar a la GN a bombardear y
dispararle a manifestantes inermes, como lo hacen los enlistados por la DEA
desde hace más de 70 días.
No sólo gozan de absoluta impunidad, sino que, además, nunca van al
frente. Se quedan en Miraflores, al lado de supuestos juristas, quienes
preparan artículos de la Prostituyente, donde se van a calificar de terroristas a quienes convoquen o
lideren marchas contra el narco–régimen.
Pero el final se acerca.
Escobar Gaviria creyó que su impunidad sería vitalicia, hasta caer abaleado
sobre tejado de un vecindario. El Chapo Guzmán, quien victimaba a sus enemigos
él mismo, se creyó inapresable, hasta
que su afán de protagonizar en Hollywood al lado de Sean Penn, condujo a sus
perseguidores al escondite. Y a la narco–cúpula venezolana les falta la inteligencia
de Escobar Gaviria. Y los cojones del Chapo Guzmán.
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