Reflexiones non sanctas al final de una semana que
tampoco fue santa
Felicidad es…que
todo del mundo me quiera
Lema de Oscar Mayer en la década de los
70 del Siglo XX
Francisco I pidió a los católicos que fueran felices, y les aseguró
que la persecución de la felicidad nada tenía de malo en sí misma. Por
supuesto, siempre y cuando la felicidad acorde con su visión del mundo, y que
probablemente discrepa con la de miles de millones de personas que no son
creyentes o no profesan la doctrina cristiana. Pero que, afortunada o
infortunadamente, comparten el suelo que todos pisan, el agua que todos beben y
el aire que todos respiran.
Empero, en su reciente viaje por el Cono Sur, el Papa nada dijo sobre
la migración forzada de millones de venezolanos, que escapan de la inseguridad,
la escasez y la represión de la versión comunista del Siglo XXI, el
narco–régimen chavomadurista.
Le tocó remendar la toga –pues sería impropio
decir capote– a Monseór José
Antonio Eguren Anselmi, Arzobispo Metropolitano de Piura, al norte de Perú, quien
les lavó los pies a 12 emigrantes venezolanos, durante la Misa de la Cena del
Señor, el pasado jueves. Eguren Anselmi explicó en su homilía que quería
expresar lo que pide el Papa Francisco: que
no se le tenga miedo al extranjero, sino
más bien que debe crearse una sociedad donde nadie lo sea.
El Arzobispo alentó a los fieles a saber acoger a los migrantes, y ayudarlos con amor y solicitud. Roguemos
insistentemente a Nuestra Señora de Coromoto, patrona de Venezuela, para que en
estos momentos mantenga viva la esperanza del pueblo hermano, y que el Señor
Resucitado los libere de todo temor, así como de los males de la violencia, el
autoritarismo, la hambruna y la persecución.
Concluida la misa, Eguren Anselmi, dio gracias a Cáritas Piura, quien
donó víveres y productos de primera necesidad a los paisanos. Su actitud no
sólo es conteste con la del Episcopado de Venezuela, sino que contrasta con la
del Príncipe del Vaticano.
Me preguntó el por qué.
Para entender qué está pasando aquí y ahora, volteo la mirada al
milenio pasado.
Hace mil y pico de años los humanos vivían en un mundo de certezas, donde
Dios y la espiritualidad estaban dogmáticamente descritos y definidos, el mundo
era plano y el resto de los cuerpos celestes giraban a su alrededor.
Ese mundo se desvaneció o, mejor dicho, dejó de ser creíble. En
consecuencia, la humanidad envió investigadores para descubrir realmente que
había más allá y poder mostrarle sus hallazgos al resto de los mortales. Entonces
nació el método científico, basado en
el ensayo y el error, en el ver para creer, que dio pie a la Revolución
Industrial.
Al ver que los científicos tardaban demasiado en encontrar respuestas
a las preguntas epistemológicas cuyas repuestas el hombre buscaba –¿Quién soy?, ¿para qué estoy aquí?, ¿de
dónde vengo?, ¿a dónde voy?–, comenzó a ocuparse por nuevos propósito
existenciales, y escogió mejorar su calidad y estilo de vida del menú de
opciones a su disposición. Así surgieron las revoluciones del Siglo XIX.
¡Qué le corten la
cabeza!–:
El Sombrero Loco en Alicia en el país de las maravillas
Toneladas de apologías se han publicado sobre la Revolución Francesa,
considerada como paradigma de la
democracia moderna. Pero la francesa fue también la revolución que acabó con
la producción agropecuaria de su país y llevó a la hambruna al 95% de sus
habitantes –pese a que la nación contaba con la capa de humus más profunda y
extensa del mundo–; que degolló a los más destacados dirigentes que la
promovieron; que empoderó a algunos de los peores psicópatas –como Robespierre,
Marat y Sade–; que estableció un Reinado de Terror por 10 años donde la última
palabra la ponía la guillotina. Aunque Francia logró finalmente recuperarse con
Napoleón Bonaparte, debió esperar más de un siglo tras su imperio para que los
términos libertad, igualdad y fraternidad
tuviesen algún significado real.
La máquina
domina al hombre y lo destruye…
Claude Levi–Strauss, fundador de la Escuela de Fráncfort
Junto a la Revolución Francesa, hubo otra revolución, la Revolución
Industrial, democrática, pacífica y productiva, que impulsó desde finales del
Siglo XIX el en salto exponencial de toda la humanidad al futuro.
Antes de su advenimiento, las proteínas eran privilegio de las clases
dominantes, las grasas, manjar de los guerreros; los cereales, dieta obligada
de los pobres. La medicina resultaba inalcanzable para las clases populares y
los fármacos iban desde su inutilidad absolutas, como cataplasmas para curar la
tuberculosis, hasta la toxicidad letal, como el mercurio contra la sífilis.
Al poner alimentos y medicamentos al alcance de todos, la Revolución
Industrial convirtió en realidad la Leyenda de Matusalén, pues la esperanza de
vida subió en Inglaterra de 30 a 70 años, ¡hecho insólito que duplicó la
longevidad tras casi 20 milenios!
A la Revolución Industrial le debemos conceptos como sindicalismo, bienestar social y derechos
humanos, totalmente desconocidos antes de ella. Aunque el primer centenario
de la Revolución Industrial no se caracterizara precisamente por la justicia social,
no hay evidencias de que durante el mismo período el campesinado viviera que
mejor el proletariado.
Contrario a lo que se piensa, el siervo
de la gleba, anclado al feudalismo, siguió a merced de los caprichos de sus
amos y los vaivenes de la naturaleza, interactuando en un medio ambiente brutal donde el aislamiento,
la ignorancia y la falta de servicios públicos le obligaban a luchar a brazo
partido por su mera subsistencia.
Hubo ciertamente que recorrer un largo camino antes que la máquina de
vapor, el acero inoxidable y los combustibles fósiles –tres de las innovaciones
emblemáticas de la Revolución Industrial– impusieran cambios radicales en la
Historia. Pero el hombre sólo llegó a ser gigante con la producción masiva de bienes
de consumo y la multiplicación exponencial de los servicios.
Durante el Siglo XX, el hombre descubrió que los minerales metálicos
podían amalgamarse y moldearse para construir todo tipo de aparatos. Inventó
fuentes de energía –primero el vapor y después el gas, la electricidad y la
fisión–. Sistematizó y masificó la producción agropecuaria. Edificó inmensos
mercados para la compraventa de bienes inmuebles y vastas redes para su distribución.
Todo esto fue propulsado por llamada del progreso, el deseo individual
de salvaguardarse mientras aparecían las revelaciones anímicas que había
perdido a finales de la Edad Media.
El fracaso es la
mayor fortaleza de la Revolución Infotecnológica
Michael Malone, escritor y cineasta estadounidense
A falta de pan, buenas son tortas–: diría la
infortunada María Antonieta, esposa del
Luis XVI, a las masas que manifestaban contra el hambre en el París
prerrevolucionario. Y tortas fue las que
el hombre horneó al crear una vida más cómoda y placentera para él y los suyos
en apenas cuatro siglos, humanizando un planeta donde hoy dispone de todas la
comodidades de la existencia.
El problema es que tal impulso, obsesivamente centrado en terraformar
el planeta para vivir más confortablemente,
llevó a la contaminación del entorno, aceleró el efecto invernadero y condujo al
planeta al borde del colapso. Y todos saben que no es posible seguir avanzando
en línea recta, pues a pocos metros espera el abismo.
En lo que va del presente milenio, los objetivos del Siglo XIX fueron
cumplidos y superados; mas la preocupación espiritual nunca dejó de estar
presente pues, como acertadamente dijo una vez el notable escritor mexicano
Carlos Fuentes–: El hombre tiene sed de
infinito. Por eso ahora, colmado de bienes materiales, el hombre se pregunta–:
¿Por qué y para qué los hice? Por lo
cual siempre sus reflexiones siempre han sido non sanctas…