Este país ya
no es mío
De repente,
finalizando el 2018, descubrí con infinita tristeza que estaba convirtiéndome
en apátrida. No por haber nacido en un “estado forajido”, sino
porque los forajidos que desgobiernan al país lo destruyeron, con eficacia,
alevosía y saña.
Algunos, como los imbéciles de Jorge Giordani o Elías
Jaua, siguiendo a pie juntillas el catecismo del Partido Comunista. Ellos se
dan ahora se dan golpes de pecho, intentándose exculpar por el método
estalinista (¿o “trumpista”?) de cargarle a los demás sus propios yerros
Otros, como el Presidente y su ministro de la Defensa,
involucrándose hasta el cuello y más arriba en el narcotráfico, el lavado de
dinero y demás delitos comunes y de lesa humanidad. No lo digo por decirlo, el
aserto lo respaldan varios procesos penales abiertos y en curso contra ellos y
sus secuaces, en Estados Unidos y la Unión Europea.
Finalmente, la pequeña pero voraz legión de atracadores
de camino, donde resaltan desde bolichicos como Francisco Convit Guruceaga hasta
boliburgueses como Francisco Arias Cárdenas; amparados por una oposición
infiltrada (¿comprada?), miedosa y excluyente, en la cual se destacan Eduardo Fernández,
Henri Falcón y Luis Florido.
Todas estas aves carroñeras son solidariamente
responsables de la peor hijo e´putada colectiva: repartir a Venezuela en
pedazos entre sus cómplices:
1. Hugo Chávez
Frías le regaló a Guyana el Esequibo, 149 mil 542 kilómetros cuadrados que eliminan
la plataforma continental de la nación y cierran su libre salida al Atlántico.
Actualmente la ex colonia británica, envalentonada por el apoyo de la Exxon, está
ocupando plenamente los espacios que antaño sólo sirvieron para alquilárselos a
cultos satánicos estadounidenses.
2.
Chávez y Nicolás
Maduro le entregaron a la narco guerrilla colombiana los estados fronterizos
con Colombia, permitiendo así el libre tráfico de coca, armamento y dinero
sucio. Hoy, elenos y faracos siguen haciendo aquí de las suyas (pese a los
golpes de pecho que se dan en Bogotá). Los elenos desplazaron a los antiguos
pranes del mercado negro del coltán, los diamantes, el oro y el uranio en el
Estado Bolívar. La explotación no artesanal de la faja bituminosa y los
minerales, quedaron a cargo de a China. Y de Rusia no digo ni ñé, ocupada como
está en intentar cobrarle la chatarra que le vendió al ejército “forjador de
libertades”.
3.
Merced a la influencia de Al Qaeda en el alto
desgobierno, Margarita se ha convirtió en santuario para el reposo del
terrorismo islámico, y, el Estado Falcón, en otro de sus campos de
entrenamiento
4.
Finalmente,
hay cerca de 50 mil cubanos incrustados en la educación, la salud, la inteligencia
militar, la identificación y extranjería y en los registros y notarías de Venezuela.
A quienes habría que agregar cerca de 5 mil soldados iraníes, así como un
número incalculable de sicarios bolivianos, vestidos de guardias nacionales o
disfrazados de colectivos.
¿Qué han logrado
estos viles gusanos?
Que casi todos tengamos algún familiar, amigo o conocido
expatriado por la inseguridad, la desocupación, el acoso político, la economía.
Por eso, quienes aquí seguimos tenemos que admitir, implícita
o explícitamente y parafraseando a Vladimir Nabokov que, “Venezuela ya no
existe. Fue un sueño que tuve cuando niño”.
Mi primo nonagenario, por ejemplo, dice que no se va,
aunque pudiera hacerlo. Mi tocayo anda preocupado, pues sus hijos viven en
España, y creen que Zapatero, Iglesias y Sánchez la están conduciendo a una
república chavista. Conocidos buscan en sus árboles genealógicos algún sefardí
u otro recurso que les dé el pasaporte comunitario. Yo, que soy septuagenario,
quisiera también irme, pero no tengo a dónde ni con qué.
La patria venezolana desapareció cuando Hugo Chávez
asumió su Presidencia. O antes, cuando los medios le invitaron a explayarse
frente a sus audiencias. O cuando Rafael Caldera le excarceló, evitándole que una
condena como golpista le tornase inelegible. O cuando los ministros de la
Defensa de la IV República permitieron que sus camaradas y él medraran y
conspiraran dentro de las FFAA, asustando a los gobernantes de turno con “El
Coco”, la versión criolla de “The Bogeyman”, cuya realidad resultó ser un
millón de veces peor que la fantasía original.
Tras 20 años de destrucción sistemática de la Venezuela
que fue mi sueño, de niño,
adolescente, adulto y hasta en el otoño de mi existencia, a lo que queda de mi
país ya no lo quiero como está.
Percibo mi relación con la patria chavo–madurista como la
describió el eximio poeta y ensayista mexicano José Emilio Pacheco (1939–2014):
No amo a mi
patria.
Su fulgor
abstracto es inasible.
Pero (aunque
suene mal) daría la vida
por diez
lugares suyos;
ciertas
gentes.
Puertos,
bosques de pinos, fortalezas.
Una ciudad
deshecha, gris, monstruosa.
Varias
figuras de su historia,
montañas
(y tres o
cuatro ríos).
Y digo que este país ya no es mío pues, como afirma
Carlos Fuentes, “No hay futuro vivo con un pasado muerto”. Y estos desgraciados
también mataron al pasado, al Bolívar blanco y mantuano, a las 7 estrellas de la
bandera y al caballito blanco que miraba hacia atrás.
Caracas: 26 de diciembre de 2018.
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