El guion del magnicidio cubano
Nicolás Maduro afirmó ayer, durante otro de sus escuálidos mitin, que había frustrado un magnicidio liderado por Juan Guaidó. Aseguró también que el Sebin había detenido a Wilfrido Gómez, (a) “Neco”, solicitado por la Interpol por homicidio y sicariato. Maduro agregó que no le temblaría el pulso para hacer justicia, y, refiriéndose a Juan Guaidó, señaló: “Al títere diabólico le acabamos de desmantelar un plan que dirigía él personalmente para matarme” (lta.reuters.com).
Para Javier Galeano de “El Periódico” de Cataluña, Fidel Castro fue el sujeto con más homicidio frustrados, un total 638 intentos según el G2 cubano hasta el 2007. De acuerdo a la misma fuente, llegaron a ejecutarse más de un centenar.
Esta información fue recogida por el “Libro de Récords Guinness”, y así lo registró en su contabilidad. Por su parte, la web Cubadebate atribuye la planificación de los mismos a la CIA.
Galeano describe los métodos planeados y advierte que todos fracasaron: francotiradores, explosivos colocados en sus zapatos, veneno inyectado en un puro, una pequeña carga explosiva dentro de una pelota de baseball, entre otras variantes".
El general de división Fabián Escalante, ex jefe del servicio secreto cubano y uno de los encargados de la seguridad del sátrapa por décadas, declaró que, durante todos los presidentes de Estados Unidos, desde Eisenhower hasta Clinton –pasando por Kennedy, Johnson, Nixon, Carter, Reagan y Bush (padre)– adelantaron y fallaron en algún intento al respecto.
Escalante describe a los 10 más más “llamativos”:
La “femme fatale”
Una de las amantes del tiranosaurio, Marita Lorenz, habría aceptado como misión de parte de la CIA envenenarle con pastillas. Lorenz las introdujo en el dormitorio de Castro, pero debió ocultarlas en un pomo de loción, dentro del cual las píldoras se disolvieron, por lo cual el plan se vino abajo.
El flux contaminado
En 1975, el Comité de Inteligencia del Senado estadounidense acusó al abogado James B. Donovan, político, abogado y ex militar estadounidense (famoso por su rol estelar en las negociaciones que lograron por el intercambio de los prisioneros Francis Gary Powers y Rudolf Abel), de haber elaborado un traje que le sería entregado al tirano como presente, y que “forrado con esporas y bacterias que le provocarían una grave enfermedad en la piel, y le conducirían a una horrible muerte".
El mortal regalo le sería entregado durante la negociación para liberar a los prisioneros de bahía de Cochinos. El plan abortó cuando Donovan le dio a cambio a un traje de buceo comprado por él mismo
La pluma–inyectadora
A la moda de los inventos de las películas de James Bond, Escalante denunció haber arrestado un sicario que portaba una pluma estilográfica cargada de tóxicos a presión. La idea era que el detenido, mezclado entre sus seguidores, se le acercara durante un evento público y chocara contra él, inyectándole un potentísimo veneno. Este plan también falló.
El tabaco explosivo
En 1967, el diario “Saturday Evening Post” publicó que la CIA le había pedido a un agente de policía de Nueva York cambiarle uno de los Cohiba que el dictador fumaba por un tabaco que le volaría la cabeza, durante la visita de Castro a las Naciones Unidas en 1960. Empero, el intento no se efectúo
El tabaco envenenado
La adicción de Fidel a la nicotina trató de ser explotada, por lo cual la CIA la volvió a explotar con otro tabaco, en este caso un puro envenenado con toxina botulínica, capaz de matarle en breve tiempo. Sin embargo, si bien el doble agente que recibió el arma, no pudo llevar a cabo el atentado.
El caracol implosivo
Aprovechándose de la afición de Castro por el buceo, la CIA colocó una caracola implosiva, con colores brillantes y aspecto lo suficientemente inusual como para atraer su atención, en uno de los lugares favoritos de Fidel. Funcionaría como una mina submarina, pero no ocurrió–
El mentón hirsuto
Los analistas de imagen de norteamericanos creían que parte del poder de Castro residía en su barba. La CIA calculó que, si la perdía, mostraría a los ante sus seguidores su debilidad y falibilidad. Así, se intentó poner sal de talio, un potente depilatorio, en los zapatos de Fidel o en alguno de sus puros. El químico sería absorbido o inhalado por el líder, provocándole la caída del vello facial. Obviamente, todo quedó en el aire.
El ácido lisérgico (LSD)
En lo que fue un esfuerzo no tanto por matar a Fidel, sino para desacreditarlo. La CIA intentó rociar a Castro con un aerosol cargado de LSD, durante su alocución en vivo. La idea era que Fidel enloqueciera en el aire, dando a entender a los radioescuchas que había perdido la razón.
El pañuelo contaminado
Fue una variante el traje contaminado, y Escalante lo describe como “una obsesión de la CIA por llenar a Fidel de bacterias nocivas y/o de toxinas”– El pañuelo también brilló por sus ausencia.
El jugo envenenado
Para Escalante, “lo más cerca que la CIA estuvo de matar a Castro fue cuando intentó hacerle ingerir un jugo envenenado, en 1963”. Pero la pastilla que debía echársele al batido se quedó adherida a la pared de nevera del hotel Habana Libre, donde Castro había acudido. Cuando el camarero–espía trató de despegarla, la cápsula se abrió, y el veneno se derramó.
General de división Fabián Escalante, fabulador del magnicido
Estos intentos, que Escalante narra con lujo de detalles en sus obras (“La gran conjura”, “Proyecto Cuba”, “Operación Mangosta”, “Acción Ejecutiva” y “1963: el complot”) pueden tener dos significados: que el general retirado los inventó, para garantizarse el apego de su jefe y sus ascensos dentro del apparatchik cubano; que los adobó, salpimentándolos para exacerbar la paranoia de Fidel, común a todos los dictadores y, en especial, los comunistas (Stalin, por ejemplo, mandó a deforestar ambas riberas del río Moscova, por la cuales solía pasear, para evitar le asesinaran).
Sea como fuere, el hábito de denunciar intentos de magnicidio que han empleados tanto Chávez como Maduro no es original –como tampoco lo han sido ninguna de las medidas adoptadas por sus regímenes–. Se trata de libretos de culebrones como “El derecho de nacer”, escritos en Cuba, pero no por Félix B. Caignet, sino por Fabián Escalante. En otras palabras, del guion del magnicidio cubano.
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