En Venezuela un infeliz no es solamente un desdichado, sino alguien carente de dignidad y desposeído de talentos y saberes. Dado el desafortunado desempeño de la mayoría de los burócratas que conforman el apparatchik de Chávez desde hace más de una década, es pertinente definirlos como un hatajo de infelices.
Para muestras vale una abotonadura.
Mientras Tarek El Aissami, Ministro de Interior y Justicia del régimen proclama a los cuatro vientos la disminución del índice de homicidios violentos en el país, su primo Haitham Sabeck, Director de Vigilancia Privada del mismo despacho, agoniza en la sala de terapia intensiva de una clínica caraqueña después de que unos malandros lo secuestraron, lo llevaron a su residencia, lo despojaron de sus haberes y, tras impactarlo con seis balazos, lo dejaron tirado en un vecindario de mala muerte para que se desangrara. Esto sin contar con que las ONG que se ocupan de la violencia manejan cifras distintas a las oficiales y señalan que los decesos por estas causas superarán las 19 mil víctimas fatales para diciembre del 2009, que la capital de Venezuela ocupa el segundo lugar en el ranking latinoamericano de decesos por esta causa –cuyo liderazgo encabeza Ciudad Juárez- y que enero del 2010 comenzó con un atraco a las 4 de la tarde, en el Metro de Caracas, donde fueron abaleados cuatro agentes de los cuerpos de seguridad del Estado.
Los saludos a la bandera de El Aissami recuerdan aquél proverbio español que reza: Alábate pato, que mañana te mato.
Otro ejemplo lo representa Jorge Giordani, teórico del marxismo metido a planificador gubernamental en cuyos hombres recae la terrible responsabilidad de los déficit eléctrico e hídrico que perturban e incordian a todos los venezolanos, con mayor eficacia que ninguna de las medidas puestas en la práctica por nuestra descolorida y colaboracionista dirigencia democrática de oposición. Y es que, según tenemos entendido, Luis Althusser, paradigma del infeliz Giordani, jamás estudió los temas relacionados con meteorología, hidrología o electricidad. Por eso, inculpa a El Niño de todas las calamidades. Pero no será, ciertamente, al Niño Jesús, que ese sí fue un chamito bien embraguetado.
De Ramón Carrizales, Vicepresidente Ejecutivo de la República, ¿qué decir? El año pasado, frente al desplome del barrio marginal que trepa desde la autopista de Prados del Este hasta Las Minas de Baruta, no se le ocurrió otra que responsabilizar a los oligarcas del Centro Ítalo-Venezolano y Mágnum por no haber construido los terraplenes adecuados para que los invasores pudieran levantar con seguridad su villa miseria. Con una mentalidad semejante no puede ser descrito de mejor forma que, como dicen los malagueños, un desertor del arado.
En los ejemplos anteriores no están incluidos subinfelices como Elías Jagua –flamante Vicepresidente Inconstitucional de la expropiación y decomiso de fundos productivos-, Francisco Arias Cárdenas –doble agente y próximo Canciller, quien todavía le debe 5 millones de palos a los representantes de un instituto educacional que confiaron en él como sucesor de Chávez- y Rafael Ramírez –grojo, grojito, al que debería denominársele garganta profunda, no sólo por su voz aflautada sinhttp://www.blogger.com/img/blank.gifo porque su cartel funciona como un barril sin fondo-.
Todos estos bichos y bichitos, ¿qué tienen en común? Que son unos arrastrados, según los parámetros descritos por Edecio La Riva Araujo, en su inmortal Elogio de la adulancia. Que están dispuestos, como los tampax, a ser desechados cuando el líder máximo del Socialismo del Siglo XXI decida, como hacían las señoras mantuanas de la Colonia, a abofetearlos como pagapeos, en alguna de las misas satánicas –negras o rojas- que celebra los domingos, y a las cuales denomina, ¡Aló, Presidente! Que, como no hagan suficientes méritos de aquí al corri-corri, se quedarán sin cupos en el Ilushin de 300 puestos donde el que te conté huirá hacia el futuro. Si es que lo dejan salir, asunto que está por verse.
La señora Isabel Allende, sobrina del médico presumiblemente inmolado por sus camaradas cubanos –caso que está en entredicho, como también lo está el asesinato del ex presidente Eduardo Frei-, asevera en su relato autobiográfico La suma de los días que, a diferencia de los venezolanos, los chilenos lavan los trapos sucios en casa. Y que, hasta que a Augusto Pinochet le probaron los actos de corrupción durante su dictadura, contó con el apoyo de la mitad de su pueblo.
Acá la cosa es más sencilla, ya que la corruptela está ampliamente probada. Basta con que trascienda a los ciudadanos de a pie para que reviente la caldera y se abra la Caja de Pandora. Que será. Sin lugar a duda, el final del Reino de los Infelices.
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