Ante el último y aparentemente definitivo cierre de RCTV, al menos por lo que le resta de tiempo al régimen, vale la pena un recuento sobre la persecución de las tiranías contra los medios que no se pliegan a sus deseos de uniformar sus contenidos dentro de líneas oficialistas.
La historia de los medios de comunicación social, en Ibero América y Venezuela, puede resumirse como una lucha permanente por la conquista y defensa de las libertades de expresión e información, amenazadas desde siempre por los gobiernos autocráticos.
Un verdadero diario, tal como lo conocemos hoy en día, no apareció en Sudamérica hasta el 4 de mayo de 1839, fecha del lanzamiento de El Comercio de Lima. Sus fundadores, Manuel Amunátegui y Alejandro Villota, enemigos durante la guerra de Independencia – el primero al servicio de la Corona Española, el segundo bajo las órdenes del prócer José de San Martín –, unieron entonces sus talentos en una nueva nación y un viejo oficio.
Desde ese momento, El Comercio se convirtió en paradigma de la mejor prensa latinoamericana, ya que su mezcla de contenidos respetaba la voluntad del anunciante y priorizaba, a ultranza, la defensa los derechos humanos y las libertades de información y expresión.
Era tan novedoso su estilo que, Félix Vicuña, Editor en Jefe de El Mercurio de Chile, a quien le tocó vivir exiliado en Lima, se asombraba de que los sueldos de los redactores de El Comercio los pagasen los remitidos contra sus propietarios.
A partir de 1875, José Antonio Miró Quesada – nacido en Panamá en 1845 – se incorporó como copropietario y codirector de El Comercio y, desde entonces, la empresa pertenece a la familia del patriarca. Hoy sus biznietos, Alejandro y Gabriel manejan las grandes divisiones de la empresa multimedia: televisoras, radioemisoras, editoras de libros, revistas y material de puntos de venta.
El Comercio contó desde sus comienzos con las mejores plumas de la nación, Ricardo Palma y César Vallejo, entre otros ilustres intelectuales, y fue el primero en ofrecerle a sus lectores cables internacionales, temas femeninos, divulgación científica e impresión a color.
El Comercio resultó blanco de numerosos atentados, cuyas autorías se atribuyeron a los gobiernos y partidos que detentaban el poder. En 1919 fue quemada la vivienda de la familia Miró Quesada y se produjo un intento de saquear el periódico, bajo la vista gorda de las autoridades; una conjura que fracasó gracias al valor de los trabajadores y propietarios del órgano informativo, quienes emplearon las bobinas del papel como escudos antibalas.
La ciudad entera recibió con espanto una terrible noticia, publicada en la edición vespertina del miércoles 15 de marzo de 1935 Antonio Miró Quesada de la Guerra, director de El Comercio, murió asesinado junto a su señora esposa, tan sólo horas antes de la circulación de aquella edición. Una mano alevosa y cobarde, un joven delincuente fanático de una agrupación política de la época había descargado siete balas de cacerina sobre ambos, disparándoles por la espalda… Entre 1974 y 1980, El Comercio fue confiscado por órdenes de la dictadura castrocomunista encabezada por el general Juan Velasco Alvarado, y muchos de sus periodistas resultaron expatriados.
El diario más antiguo de Colombia, El Espectador, acaba de cumplir 120 años. Desde su nacimiento, en 1887, su posición le ha valido duros golpes: el saqueo y la destrucción de sus instalaciones en 1952; el asesinato de su director, Guillermo Cano Isaza, en diciembre de 1986; y el bombazo que destruyó su planta física en 1989…
Pero no sólo son los dictadores de turno quienes atentan contra y cierran los medios que les adversan. A ellos se une ahora la fuerza del comercio ilícito, una perversa actividad económica que se basa en las soberanía de los estados nacionales, la tecnología comunicacional de la globalidad y la conchupancia de los funcionarios corruptos.
Según Diana Calderón, refiriéndose al asedio al cual está sometido el gobierno de Uribe Vélez por la insurgencia colombiana: El impacto del conflicto ha sido distinto en las diversas regiones del país, y los medios de comunicación lo padecen de manera diferente. Entre Bogotá, que lo vive esencialmente a través de los medios, y regiones como Arauca, desde donde todos los periodistas tuvieron que salir por amenazas, hay un verdadero abismo. Ciudades con Medellín han visto la violencia del narcotráfico; en Cúcuta se combinaron la violencia guerrillera y paramilitar con el surgimiento reciente del narcotráfico y negocios ilegales como el contrabando de gasolina. Varios medios han sufrido atentados con bombas, sus periodistas asesinados, amenazados u obligados a exilarse.
En nuestro país la situación ha empeorado, debido a la polarización política y la injerencia de otros poderes públicos contra las voces y los medios independientes; pero no hay nada nuevo bajo el Sol, pues tanto los mandatarios autoritarios como los demócratas han demostrado poca paciencia, si es que alguna, contra los medios y profesionales que les enfrentan.
Abundan muchas muestras sobre la materia, desde los intentos de expropiar y dinamitar al El Correo del Caroní y el cierre de RCTV, así como las amenazas contra Globovisión, hasta la orden que diera en el Siglo XIX el presidente Antonio Guzmán Blanco, de asaltar e iluminarle el trasero al periodista Juan Vicente González para constatar si en verdad era hombre.
Este corsi y ricorsi a un pasado oscuro persigue y estigmatiza a quienes hacen de escribir un oficio. Se cuentan ya por decenas los heridos y bajas mortales en la defensa de las libertades de información y expresión en Venezuela, por centenas los hostigados o a quienes se les aplica el terrorismo judicial por disentir públicamente de la historia oficial, reescrita a diario, al más puro estilo soviético y con la idea perversa de recrear en nuestro país el modelo comunicacional que implantara a finales del decenio de los cincuenta del siglo pasado el peor de los sátrapas del Caribe, Rafael Leonidas Trujillo, conocido como Palacio, Radio y Televisor La Voz Dominicana.
Allí se conjugaban, en Ciudad Trujillo, la única escuela de actores y locutores, la televisión de cobertura nacional, la radio local y provincial, las novelas, las cuñas y, en general, todos los programas que un pueblo hermano y vecino, sometido al más feroz vasallaje, podía ver o escuchar. Para asegurar las audiencias cautivas y la sintonía total, los Volkswagen de la policía secreta de Trujillo recorrían las calles nocturnas de Santo Domingo, San Pedro de Macorís, Santiago de los Caballeros, Puerto Plata y otras poblaciones insulares; y quien no escuchaba o veía los programas del oprobioso régimen, era detenido, conducido a sus mazmorras carcelarias; y terminaba siendo torturado y encarcelado por largos períodos, o, simplemente, desaparecía.
Fue el mismo modelo que empleó Fidel cuando sustituyó a una televisora comercial, de interés general e información oportuna y veraz, como lo era CMQ de La Habana, por Telecuba. Y el que más tarde utilizaría Velasco Alvarado al confiscar los estudios e instalaciones de Americana y Panamericana de TV, las dos estaciones privadas de mayor rating en el Perú, y transformarlos en un bodrio llamado Telecentro, al cual la mayoría de los televidentes de esa nación andina le volvió las espaldas.
La acción rapaz de Velasco Alvarado terminó con los demás canales independientes, que cerraron por falta de recursos, pues el gobierno peruano les tachó como políticamente incorrectos, les subió a costos impagables el suministro eléctrico y extrañó a los más connotados empresarios, como Genaro Delgado Parker, director de Panamericana, quien se refugió en México e hizo dinero y fama al amparo de Televisa.
Lo interesante, en ambos casos, es que ni Fidel ni Velasco se fijaron entonces para nada en las modalidades de la televisión de Europa Oriental o China Comunista, sino que se apegaron al formato desarrollado por Trujillo, lo cual pareciera demostrar que los autoritarismos, sean del signo que fueren, emplean las mismas estrategias y tácticas para sojuzgar a sus países.
Que La Voz Dominicana no se repita en Venezuela ya no depende de la defenestrada RCTV, sino de todos.
Y de ahora en lo adelante hay que andar con mucho tino, pues convertirse en el brazo ejecutor de las decisiones del que te conté, como sucede con Mario Seijas, presidente de la Cámara Venezolana de Televisión por Suscripción, no le garantiza al dirigente gremial para nada su futuro y la prosperidad de las empresas que representa, porque el futuro es Cuba, el comunismo, y allí no hay posibilidades de que el ciudadano de a pie pueda ver alguna señal satelital.
Y, asimismo, de este lado, hay que controlar la ira, para emplearla en el momento adecuado y contra quienes se la merecen, que no son los trabajadores de otras plantas. Fue muy desagradable, innecesaria e injustificada la reacción que hubo hoy contra Oscar Yánez, quien se dirigía a la asamblea de periodistas reunida en las inmediaciones de RCTV, y al que lo obligaron a bajar del podio y le recriminaron que por cuál razón no se pronunciaba de esa manera vehemente a través de su propio canal. Cualquiera, con dos dedos de frente y que piense con la razón y no con las vísceras, sabe que Yánez ha sido un contumaz enemigo del que te conté: sólo basta con leer sus columnas en El Nuevo País. Y que si no se expresa de igual manera por Vendevisión, no es porque esté comprado, sino porque el la planta no es suya sino de Gustavo Cisneros.
Miguel Ángel Rodríguez, en Globovisión, declaró también hoy que disentía de sus colegas que trabajaban en medios simpatizantes de la dictadura o mudos, bajo la excusa de que tenían que llevar la arepa a sus casas, y que les había respondido que si, entonces, ellos le juzgan como irresponsable por actuar como lo había hecho.
Con todo el respeto, simpatía y admiración que le profesamos a Miguel Ángel, creemos que está equivocado, ya que hasta el domingo pasado el también pudo acarrear el condumio a su familia, ya que contaba con el respaldo económico, profesional y ético de la empresa para la cual trabaja; cosa que muchos otros, para poderlo lograr, hemos tenido que apelar al reciclaje y la reingeniería personales.
Pensamos que las acciones a tomar son otras, además de las protestas estudiantiles, que hoy se cobraron una nueva víctima fatal en Mérida. No ver Vendevisión ni Telovén, por ejemplo. Hay otras opciones –mientras duren-: videos, Internet, leer e ir al cine. Es un poco la idea de Ghandi aplicada a la realidad objetiva del país. Y acumular energías para cuando llegue el momento, que inevitablemente más temprano que tarde llegará. Mientras tanto, entender que no son los payasos sino los dueños de los circos quienes tienen la sartén por el mango… y el mango también.
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