CNN anunció, con bombos y platillos, la visita de Barack Obama a Puerto Rico. Según la cadena telvisiva, se trata de un hecho insólit, pues hace más de medio siglo ningún presidente de la Unión Americana posaba su planta en Borinquen.
¿Y eso por qué? –se preguntará usted-. Hay varias opciones.
La primera es culillo, pues tras el atentado perpetrado contra Harry S. Truman (del cual fue acusado y condenado cual autor intelectual el líder ponceño Pedro Albizu Campos), se creó una leyenda urbana acerca de la fuerza y agresividad de los independentistas boricuas.
La segunda es la confusión que generó el socialdemócrata Don Luis Muñoz Marín, creador del status puertorriqueño, el cual sólo puede ser definido como una analogía que cito textual y seguidamente: El mayor químico del mundo no fue Antoine de Lavoisier sino Luis Muñoz Marín, pues este último creó, del estado líquido, sólido y gaseoso del agua, el Estado Libre, Asociado de Puerto Rico, que no es ni estado, ni libre, ni asociado. Y que –añado yo- no se traduce al idioma inglés como tal, sino como Commonwealth.
Ese invento de Muñoz Marín –a quien personalmente considero un patriota- le evitó a Puerto Rico el triste destino cubano: primero, la Enmienda Plan, después la dictadura comunista de los Castro Brothers.
Ahora vamos con la tercera.
Los pueltorrros, astutos como serpientes (que son animales de poca fuerza pero de gran poder), vendieron en Washington la idea de que mejor era dejar a Puerto Rico que se desempeñara solo como Bartolo, sin el apoyo aparente del Big Brother. Pero con condiciones envidiables como, por ejemplo, sin impuestos de cabotaje para los producto de la Isla; si la administración local pone un dólar para obras públicas, EEUU pone el otro, nacionalidad y pasaporte estadounidenses. Etc, etc, etc…
Con todas estas ventajas, usted podría pensar que los isleños son unos esclavos del Imperio, unos vendepatria, unos oligarcas, empleando el lenguaje del atorrante que nos desgobierna acá.
Pero nada de eso. En Puerto Rico hay una verdadera democracia. Donde, cada cierto tiempo, la gente vota por si quieren volverse Estado de EEUU, o quedarse como están. Y siempre triunfa quedarse como están. No por que nadie les haya lavado el cerebro, sino porque no son huevones.
Uno de mis grandes amigos, Timo, a quien dedico este blog, fue quien me hablo por primera vez de El Imperio. Como la mayoría de la clase intelectual (que es la única clase valedera), tiene su corazoncito regionalista.
Timo (igual que el resto de su querida familia) es ciudadano estadounidense y tiene pasaporte gringo. Pero nadie puede acusarlo de no ser un buen borincano.
El trabajo de Timo y de la legión de amigos que conocí cuando viví y laboré en Puerto Rico, me recuerdan las estrofas de una canción famosa de Rafael Hernández: Si yo no hubiera nacido/en la tierra en que nací/estaría arrepentido/de no haber nacido aquí.
Puerto Rico no es como la sanguijuela de Cuba, que vive chupándole el petróleo a Venezuela, los dólares de los exiliados cubanos y los penes a los turistas sexuales. Ni como los corruptos e insaciables vampiros de Brasil, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. O los terrófagos de China.
Puerto Rico ha pagado con la sangre de sus soldados y el sudor y las lágrimas de sus hombres y mujeres el derecho a una existencia mejor. No donde la riqueza se reparten, y el que parte y reparte se queda con la mejor parte, sino donde todos tienen la oportunidad de una vida digna, justa y libre, conforme a los parámetros de las sociedades desarrolladas y democráticas del Siglo XXI. Lo que es mucho decir.
Por eso, la visita tardía del isleño Obama a Puerto Rico es importante. Pues no se trata de su backyard, sino de reconocer a un pueblo noble, alegre y trabajador. A la gente de Puerto Rico, USA.
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