La pava realimentada
He recibido abultada realimentación sobre mi anterior entrega –Carne con carne-. Lamentablemente, la mayoría de mis seguidores se la tomaron a broma, y no quise con ella ser chistoso, pues no tiene nada de chistosa.
Comienzo por Raúl, quien consiguió un gazapo en mi blog pues trastoqué los nombres de Aníbal y Aquiles Nazoa, hermanos, inteligentísimos ambos, pero realmente fue Aquiles, el Ruiseñor de Catuche, quien investigó en profundidad y publicó resultados sobre la mabita.
Sucede, Raúl, que Aníbal fue además publicista, excelente copywriter, y nos tocó trabajar codo a codo.
También le contesto a una fémina, quien me pregunta cómo hacer para evitar la pava, pues carece de testículos. Obviamente que no los tiene pues, en caso contrario, se trataría de una mujer de pelo en pecho, y ella es todo lo contrario, una mujer de cabo a rabo.
En verdad, querida Diana, no sé qué responderte, porque siempre he estado contento con mi yang e ignoro –anatómicamente, claro está- de qué manera actuar en ying. Dicho de otra forma, desconozco si la contra funciona con las lolas, y no quiero meterme con ellas por los graves problemas que hoy afrontan.
Como dice Salvatore, otro amigo, hay senos PIP cuestionados por su relleno de silicona industrial, y senos POP –point of purchase o punto de venta en el argot publicitario-, colmadas de lo que Natura tuvo a bien darle a cada chica, para su propio encanto y la mayor satisfacción de sus amantes y bebés.
A estos últimos –que son los que me gustan- los han puesto demodé, en una noche tan linda como ésta, los pranes colombo-venezolanos –ver la telenovela Sin tetas no hay Paraíso-, las burócratas chavistas que costean sus implantes a través de HCM y los organizadores de concursos de belleza.
Las pocas veces que me han consultado sobre estos implantes, asevero invariablemente que prefiero el busto, al igual que las pepitonas, al natural o en sus propios jugos, aunque en ciertos casos las lolas parezcan un par de yemas fritas; ante la alternativa de percibirlas como dos taparas insertadas bajo la piel.
Pero, Diana, hay una señal universal y unisex contra la mala suerte, la guiña: Cerrar los puños –exceptuando los índices y meñiques- y apuntar agresivamente con ellos al(la) presunto(a) pavoso(a). Mejor sin que el (la) agraviado(a) se dé cuenta, por si fuere alguien con gran investidura.
Portar e inocular al prójimo con mabita –según Nazoa- se adquiere a veces voluntaria y otras involuntariamente.
En el caso del Fúlmine caribeño, Fidel, y los afrodescendientes Duvalier, Papá Doc y Baby Doc de Haití, todos quienes se les acercaron o acercan terminan o terminarán muy mal. Para muestras vale un botón, el de CAP, ejemplarizante como ninguno, pues, a los pocos días de su toma de posesión y tras los abrazos del isleño, reventó El Caracazo, con todos sus posteriores y desastrosas consecuencias. El botón de Esteban resulta aún peor, pues no pega una ni apostando al revés.
La pava se potencia con las vibraciones negativas de los que la generan y exacerban con actos como sacrificios de animales y manipulación de restos humanos.
Ambas acciones ocurren al presente con perros, chivos y gallos negros, descabezados y echados frecuentemente en las cunetas de la Cota Mil de Caracas, así como el constante saqueo de tumbas con fines perversos en los cementerios populares, particularmente el General del Sur, también ubicado en la capital de la República.
Antes de la Revolución bonita en Venezuela, además de las religiones conocidas, se practicaba el espiritismo –ya de por sí medio pavoso- y se veneraba a José Gregorio Hernández, al Afrodescendiente Felipe y a María Lionza,inmortalizada en la salsa de Rubén Blades.
Pero en ninguna de dichas prácticas se daba el grado de mabitosidad actual, pues los cubanos, además de ocupar los registros y notarías, los organismos de seguridad, los cuarteles y el Ministerio de Educación, decidieron trasculturizar al Socialismo del Siglo XXI con su santería.
La profanación de tumbas y la súper pava
¿Qué motivó al pseudo-gobierno a permitir tales atrocidades las cuales, asimismo, contribuyen a mantener al pueblo en ignorancia crasa? A lo mejor una estrategia para preservar la ignorancia del venezolano común y corriente, como lo asegura el Discurso de Angustura y lo practicaran los Duvalier en Haití con el vudú y los tontons macoutes.
Supongo que tal metodología, contaminante de la vialidad, sirvió de base para crear una matriz de opinión que permitiera, impunemente, meterle mano al sarcófago del Libertador y Padre de la Patria, Simón Bolívar, bajo la pueril excusa de que no había seguridad si los huesos que allí reposaban pertenecían o no al ilustre caraqueño.
Esa fue la verdad oficial, pero extraoficialmente se comentó que los brujos cubanos habían pedido muestritas óseas para reforzar el poder del que te conté.
La profanación, transmitida en diferido por cadena nacional, empavó a todos los venezolanos, principalmente a sus gestores, pero también a quienes se quedaron callados. Include me out! (¡Déjadme fuera!)-: como señalaba un antiguo embajador de Venezuela en el Reino Unido; pues por este medio –el único del cual dispongo- protesté enérgicamente ante la vesania oficial.
Pero, como sucedió en la Isla Mágica, a quien jorunga muertos, sobre todo si son muy famosos, le cae la venganza de ultratumba.
La maldición de Tutankamón
En su momento, la maldición no perdonó a ninguno de los involucrados en la violación comenzando por George Edward Stanhope (Lord Carnavon), mecenas de la aventura, muerto de una septicemia causada por un mosquito infectado de erisipela. Más tarde falleció su medio hermano, Audrey Herbert, envenenado por una cobra.
Howard Carter, jefe de la expedición, desestimó la causa de estos sucesos, calificándolos de habladurías de paja, pendejadas. Pero sus allegados le describieron muy estresado ante las defunciones inexplicables, en particular cuando su más cercano asistente, Arthur Mace, quien rompió sello de la Cámara Mortuoria, siguió la misma suerte de Carnavon e inició la lista negra de los nuevos finados.
Después le tocó el turno a Sir Douglas Reid, radiólogo que tomó las placas de la momia en la tumba. Enfermó de repente, y regresó a Suiza, su tierra natal, para estirar la pata a los 2 meses, por causas desconocidas.
La lista continuó con Richard Bethell, secretario de Carter. Al enterarse de la noticia, el papá de Bethell, quien también había visitado la tumba, se suicidó, lanzándose de un séptimo piso. Un profesor canadiense, amigo de Carter recorrió la tumba al poco de su hallazgo del hallazgo y, al volver, a El Cairo sufrió ACV letal.
El pánico se desató en la excavación como una tormenta del desierto, pues se llegó a decir –una exageración- los trabajadores que participaran en ella caerían como moscas.
La guinda del cóctel
Pero aún faltaba lo peor.
La momia fue trasladada a la Universidad del Cairo (11/11/1925) para que el patólogo Douglas Derry, una autoridad en la materia, le hiciera la autopsia. Al retirar el vendaje, aparecieron joyas y ornamentos de gran valor, repartidas por todo el cuerpo.
Las facciones del Faraón Niño lucían serenas, casi vivas y excelentemente conservadas. Bajo la sien derecha, en el mismo lugar donde a Carnavon lo picara el apestado y mortal zancudo que le causó su prematura defunción, el rostro de Tutankamón mostraba una marca indeleble.
La prensa –medio masivo de la época- definió a los involucrados en la profanación muertos vivientes, y con ese amarillismo folletinesco que ha caracterizado al periodismo inglés desde sus inicios, anticipó los decesos de los malditos a corto plazo, pero eso sí, condimentados con horribles o al menos dolorosísimas agonías, y se sentó a esperar la crónica de las muertes anunciadas como un buitre en el Sahara.
A tal grado llegó el terror que amigos de los condenados, incluso respetables colegas y miembros de la comunidad científica, les sacaban el cuerpo y evitaban cualquier contacto en vivo y directo. Empero, muchos de los que habían tenido relación con la momia sobrevivieron hasta avanzada edad, como Derry, el cirujano principa, que expiró pasados los 80 años.
Para darle sentido a las contradicciones, los fablistanes recurrieron a ese Belcebú por antonomasia que es el capitalismo, el cual en esos tiempos sí era en verdad salvaje. Según la explicación de los camaradas por interés o convicción –como si la pava se pudiera explicar racionalmente-, Carnavon representaba a Das Kapital que había hecho posible la profanación. Sobre él tenía que caer un rayo proletario y justiciero, y no sobre Carter, quien era un simple asalariado, víctima de la explotación burguesa.
Para 1935 los muertos de Tutankamón oscilaban entre 21 y 30. Pero a estos subtotales hubo que añadirles las bajas letales ocurridas en decenios posteriores, del siglo pasado, entre los 60 y los 80.
Mohammed Ibrahim, Director de Antigüedades de Egipto, quiso impedir la exportación de varias reliquias provenientes en la tumba de Tutankamón, pues había soñado que moriría violentamente si dejaba que salieran del país. El gobierno le conminó a aprobar el traslado, y ese mismo día un carro lo volvió papilla, al salir de su oficina.
El doctor Ezze-din Taha, de la Universidad de El Cairo, determinó que varios arqueólogos que estudiaban restos funerarios contrajeron infecciones broncopulmonares por el hongo oportunista aspergillus spp, verdadero pain in the ass (puntada o dolor en el trasero) para los neumonólogos. Al salir de la conferencia, en la carretera de a Suez chocó frontalmente,y se quedó tieso al instante. La autopsia desveló que su muerte se debió a un fallo cardiaco. ocurrido segundos antes del impacto.
En 1972 Gamal El-Din Mehrez, sucesor de Ibrahim, afirmó no creer en pajaritos preñados: Toda la vida he trabajado con tumbas y momias, y soy la mejor evidencia de que lo de Tutankamón son puros cuentos. Gamal cayó fulminado la noche siguiente, tras supervisar el embalaje de reliquias a ser expuestas en Londres.
A la tripulación del avión que efectuó el viaje a la capital británica también fue impactada por la maldición.
El piloto Rick Laurie murió en 1976 de infarto, y su esposa enloqueció.
El ingeniero de vuelo Ken Parkinson sufrió seis infartos, y murió en el 78.
El copiloto Ian Lansdown, quien se burlara de la maldición pateando al cofre contentivo de la mascara, se fracturó esa pierna al romperse una escalera de hierro, y su recuperación se tardó más de 6 meses.
La casa del piloto de reemplazo Jim Webb se incendió en el trayecto del avión Londres.
El sobrecargo Brian Rounsfall, que jugó a las cartas sobre el sarcófago, se infartó por dos veces un año más tarde
La lista continuó de nuevo en los 80, cerniéndose sobre los técnicos y protagonistas del largometraje La maldición del rey Tut. El actor principal Ian McShane cayó por un barranco el primer día de filmación, y se rompió el fémur en 10 toletes. La película se estrenó, pero fue un fiasco para la crítica y, lo que es aún peor, la taquilla. Finalmente, un re do de la misma se filmó en el 2006, y tuvo un triste y semejante epílogo.
La pava es curable con tribuya
¿Qué puedo recomendarle para la prevención y cura de esta epidemia de pava? Alejarse de toda práctica y comunidad que medio huela a rara, satánica o contraria a su creencia (incluso la güija es muy peligrosa por ahora). Orar, al Dios en que usted cree. Portar imágenes benditas como La Milagrosa, crucifijos, estrellas de David; y otros non sanctos como la piedra y la pepa del zamuro. Evitar contacto, aún visual, con esos desgraciados seres que caminan con una nube negra a su alrededor. Dar amor sin esperar nada a cambio. Compartir lo que tiene, poco o mucho, con quienes realmente se lo merecen. Y sobre todo, pensar con optimismo que el final de esta larga, negra y mabitosa está más cerca de lo que usted mismo cree. Pero haga algo, y hágalo ya. Porque lo de la pava es en serio.
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