En su reciente artículo y blog publicado en La Razón y las redes sociales (26/05/13) e intitulado El
fin de la oposición mediática, Jesús Antonio Petit da Costa destaca lo
que ya es voz populi, la toma de Globovisión por empresarios afines al régimen
castro comunista que tiraniza a Venezuela.
No sólo es Petit, el defenestrado Francisco
Bautista, o Mauricio Bisbal –Director de Posgrados en Comunicación Social de la
UCAB- quienes reclaman lo del canal de noticias, sino, asimismo, numerosos
periodistas y otros profesionales que se sienten profundamente afectados por
este nuevo machetazo contra las libertades de expresión, información y
comercio.
No
hay mal que por bien no venga -recuerda Petit el
castizo refrán. Y añade: Es lo que cabe
afirmar con la compra de Globovisión por el régimen – explicando
inmediatamente los por qué de su afirmación:
Con
Globovisión se va la oposición mediática, lo contrario de la oposición de calle
que es la requerida para la caída de la tiranía comunista y el establecimiento
de una nueva democracia. Globovisión era el canal oficial de la oposición
mediática.
Con
Globovisión se va la oposición mediatizada, lo contrario de la oposición
frontal. La televisión mediatiza a la oposición imponiéndole la censura,
llamándola mesura, debido al temor de cierre por Conatel. La oposición
mediatizada tenía que seguir las pautas del régimen para tener acceso a la
televisión.
Seduta y
abbandonata
Empero, entre quienes manejan
este nuevo capítulo de la guerra colonial contra el pueblo de Venezuela, a
quienes, suicidándose en primavera
han decidido callarse la boca e irse de sus lugares de trabajo como protesta,
malacrianza o postura ética, no podrán escapar fácilmente de la maledicencia
oficialista.
Como en la trama de la vieja película
neorrealista Seduta y abbandonata, a Kiko Bautista y Carla Angola –el primero botado
y la segunda renunciante- ya les colgaron el sambenito de palangristas del derrotado
Pablo Pérez, ex gobernador del Zulia, a quienes Noticiero Digital señala como receptores de sendos pagos mensuales
de 40 mil bolívares.
En esa misma nota, hecha con la
aparente maestría que ha caracterizado la manipulación de las sentencias
dictada por la Banda de los Enanos, también
se vacía un balde de ñoña sobre Milagros Socorro, columnista de El Nacional y directora de
Códigovenezuela.com.
En total, dice el medio de red, el enriquecimiento ilícito no sólo iba
destinado a políticos influyentes (se refiere al diputado César Morillo) sino también a personas que nunca
ejercieron trabajos en la Gobernación del estado Zulia […] como es el caso de Carla Angola y Kiko Bautista,
sin nombrar a otros que quizás pudieron igualmente estar involucrados. ¡Que mala leche,
carajo! Una advertencia para el resto del personal: O te la calas y te quedas, o te la calas y te vas. Pero calladito,
chama o chamo, porque si no te embarro. Y no de lodo, precisamente.
El sagrado derecho a disentir
Personalmente, no me gustaba el
programa Buenas noches. Lo
consideraba banal, una mezcla de gimnasia con magnesia, donde temas muy profundos
se tratan superficialmente, y viceversa. Odio la banalidad mediática, y creo
que los talk shows usan y abusan de ella, modalidad de la cual Buenas noches no constituía la excepción.
Pero que algo me agrade o desagrade no puede ser la medida para garantizar su
permanencia o salida en las ondas hertzianas.
Además, detesto la imposición de líneas editoriales. Esa errada política
de concesionarios y dueños de medios, además de violatoria de los derechos
humanos, constituye la manera más segura de volver mediocres a la palabra y el
oficio de escribir.
En más de una oportunidad he sido
víctima de estos censores sin títulos y no bolas para aceptar su rufianesca
condición. Entre ellos, al Chino Marcano, que me deshizo un editorial de El Diario de Caracas para introducir su
alucinógeno personal contra la democracia y EEUU. O Néstor López, quien le
declaró la guerra a los clientes del The
Daily Journal porque, en su mayoría, eran anticomunistas. Por eso, percibo
en carne propia, los sufrimientos de la gente de Globovisión.
Como asevera William Bernbach,
fundador del imperio comunicacional DDBO: No
percibimos uniformemente la información, sino tamizada a través de nuestro ego,
sentimientos, compulsiones, urgencias, prejuicios y expectativas. De ahí en adelante, el
cerebro –a su manera- procesa los
mensajes y los reestructura bajo una aparente racionalidad, la cual en verdad
encubre su conversión en las herramientas de nuestros deseos.
Una verdad que, por cierto, no
puede ser aprendida o aprehendida en los cursos de las universidades donde se licencaron Mikel Moreno y sus otros enanos siniestros. Ni en la de Santiago de
Compostela, donde se graduó el jefe de la banda.
A mi entender, la ética del
periodismo puede ser mejor entendida y valorada a través del estudio de su
praxis, ya que un buen ejemplo vale por mil excelentes teorías.
Me refiero a El Comercio, aparecido en Lima, en 1839, y considerado como decano
del periodismo sudamericano. Es el actual líder de la región, gracias al emporio
comunicacional construido bajo su sombrilla.
El Comercio de Lima fue fundado por Manuel
Amunátegui, chileno, oficial de la Corona durante la Independencia del Perú, y
Alejandro Villota, argentino, oficial del Ejército Libertador. Posteriormente,
fue adquirido por la familia Miró-Quesada, que aún lo posee.
Se caracterizó desde el principio
por su acérrima defensa de las libertades mercantiles, de expresión e información,
a punto de publicar remitidos contra su propia línea editorial… ¡siempre que se
los pagaran! Esta política sorprendió al chileno Félix Vicuña, quien describió
a El Comercio como: Un diario de cuatro páginas, con mil
ejemplares de circulación, que se ahorra los salarios de los redactores, pues
son los anunciantes quienes escriben por ellos.
El éxito de El Comercio se debe, por supuesto, a sus trabajadores. Pero
también al valor de la familia Miró-Quesada, cuyos miembros han enfrentado en
más de una ocasión las tentaciones totalitarias de los gobiernos.
De hecho, a
uno de los directores y a su esposa los asesinó un sicario durante la misa
dominical, otro de ellos se salvó gracias a que las bobinas de papel le sirvieron
de escudo contra las balas de sus agresores y el general castro-comunista Juan
Velazco Alvarado les despojó de su propiedad hasta que cayó la dictadura.
No estoy sugiriendo que los
periodistas venezolanos se inmolen –como sí lo hacen los mexicanos cuando denuncian el narcotráfico, que forma parte del trío maldito,
drogas/terrorismo/comunismo-. Ni que calumnien a sus patronos. Lo que le pido a
los lectores y televidentes es que comprendan el gran sacrificio que hacen, aún
a costa de su prestigio e integridad.
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