La ignorancia galopante
En su extraordinario ensayo Geografía de la novela el recién
fallecido escritor mexicano Carlos Fuentes –cuyo único pecado literario
pareciera haber sido escribir la biografía de Gustavo Cisneros, aunque la
necesidad tiene cara de hereje- recuerda las falencias, locuras y traiciones de
algunos de los déspotas que han desgobernado a estos infelices proyectos de
naciones ubicadas al sur del Río Grande.
Comienza la enumeración con el
caso de Antonio de Santa Ana –personaje a quien me he referido en más de una
ocasión- a quien define como el gallero
cojitranco que jugó y perdió la mitad de su país, pese a lo cual llegó 11
veces a la Presidencia de México.
También habla de Juan Vicente
Gómez, que anunció la fecha de su propia defunción, para castigar a quienes
quisieran celebrarla. De Maximiliano Hernández, un tiranuelo salvadoreño que
pretendió impedir una epidemia de escarlatina, envolviendo a los faroles del
alumbrado público en celofán rojo. Del boliviano Enrique Peñaranda, cuya madre
expresó que, si hubiera sabido que su
hijo llegaría a la Primera Magistratura, le
hubiese enseñado a leer y escribir.
Este recuento de la marginalidad
intelectual pareciera haberse reconcentrado hoy en el Ilegítimo, que comparte
muchos de los rasgos detectados por Carlos Fuentes, y que pudieran sintetizarse
en dos palabras devastadoras de Arturo Uslar Pietri: ignorancia galopante. Así lo fue el Difunto y así también lo es el
Ilegítimo, aunque este último carece de inteligencia, carisma y viveza, que sí
le sobraban al primero.
La hechura de Yo El Supremo
Igualmente menciona y le dedica
un capítulo entero Fuentes al escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, quien en
1974 publicó Yo El Supremo, novela
histórica que relata la maligna existencia del dictador paraguayo Gaspar Rodríguez
de Francia, quien, como lo hicieran en Haití Papá y Baby Doc –Francia era,
asimismo, doctor- y, sobre todo, el modelo de estado nacional que logró entre
1814 y 1840, anticipándose en mucho a su paisano, el general Alfredo Stroessner
en cuya dictadura que duró 35 años, hubo asesinatos, deportaciones,
encarcelamientos, torturas, persecuciones, secuestros, desapariciones y otros
crímenes de lesa humanidad.
Ese modelo, impuesto a sangre y
fuego por Yo El Supremo, no resulta
esencialmente diferente del que, con la anuencia y el beneplácito de EEUU y los
países democráticos de la Unión Europea, han mantenido los hermanitos Castro
Ruz por más de medio siglo en Cuba. Ni el que nos preparó Chávez con sus motores socialistas, e intenta meternos
brutalmente Maduro sin vaselina siquiera.
Veamos por qué.
El
Supremo Dictador –asegura Roa Bastos- es
el que nos dio la Revolución. Ahora manda porque quiere y para siempre. Lo hace
mediante el capricho y la represión: los problemas de la meteorología política
ha sido resueltos mediante el pelotón de ejecución. El dictador priva a la
burguesía y el clero de la riqueza y el poder acumulados, pero sobre porque
cree que él debe hacerlo, y como mejor le parezca. Porque si no es él, ningún
otro lo hará. El Supremo sabe que ocupa el espacio de una sociedad civil débil
o inexistente, pero, en vez de nutrirla, concluye, trágicamente, en que él es
indispensable y, por lo tanto, es historia. “Yo no escribo, hago la historia.
Puedo rehacerla a voluntad, ajustando, enriqueciendo, reforzando su sentido y
verdad”.
Escribir
y reescribir la historia, en ello estriba la grandeza del Supremo. La grandeza
del personaje estriba en que, al fin y al cabo, carece de otra manera de
acercarse a la historia si no es rehaciéndola. Por eso, odia a los escritores.
Le gustaría arrugarlos y meterlos dentro de una botella. Pero no lo hizo, pues
en Paraguay no hay mares ni océanos, y habría cabido la posibilidad que el
envase chocara contra las piedras del río, se quebrara y los genios se
escaparan.
Aquí el que entra no sale
A diferencia de la Venezuela
chavista, bajo la enferma utopía del doctor Francia Paraguay se convirtió en un
lugar tranquilo, como también lo son los cementerios. Aunque ni siquiera aquí
se escapan los venezolanos de los atracadores motorizados, como sucede casi
siempre en la vía al General del Sur y ocurrió hace poco entre los vecinos de
La Guairita.
Durante su mandato, Paraguay se
convirtió en una cárcel monstruosa para sus pobladores. Aquí el que entra no sale – advertían los carteles señalizadores de
los hitos fronterizos. Así pasa en Cuba, de donde sale al que el gobierno le da
la gana. Y pareciera que en Venezuela todo se encamina a ello: Hay rumores de
que los pasaportes actuales van a ser anulados, y que la tarjeta de
racionamiento viene rodando.
Las preguntas para usted,
querido(a) seguidor(a), son: ¿Está de acuerdo en calarse la reedición del
infierno de Francia en Venezuela) ¿Hasta dónde está dispuesto(a) a llegar para
impedirlo?
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