domingo, 2 de junio de 2013

El infierno de Francia


La ignorancia galopante
En su extraordinario ensayo Geografía de la novela el recién fallecido escritor mexicano Carlos Fuentes –cuyo único pecado literario pareciera haber sido escribir la biografía de Gustavo Cisneros, aunque la necesidad tiene cara de hereje- recuerda las falencias, locuras y traiciones de algunos de los déspotas que han desgobernado a estos infelices proyectos de naciones ubicadas al sur del Río Grande.
Comienza la enumeración con el caso de Antonio de Santa Ana –personaje a quien me he referido en más de una ocasión- a quien define como el gallero cojitranco que jugó y perdió la mitad de su país, pese a lo cual llegó 11 veces a la Presidencia de México.
También habla de Juan Vicente Gómez, que anunció la fecha de su propia defunción, para castigar a quienes quisieran celebrarla. De Maximiliano Hernández, un tiranuelo salvadoreño que pretendió impedir una epidemia de escarlatina, envolviendo a los faroles del alumbrado público en celofán rojo. Del boliviano Enrique Peñaranda, cuya madre expresó que,  si hubiera sabido que su hijo llegaría a la Primera Magistratura, le hubiese enseñado a leer y escribir.
Este recuento de la marginalidad intelectual pareciera haberse reconcentrado hoy en el Ilegítimo, que comparte muchos de los rasgos detectados por Carlos Fuentes, y que pudieran sintetizarse en dos palabras devastadoras de Arturo Uslar Pietri: ignorancia galopante. Así lo fue el Difunto y así también lo es el Ilegítimo, aunque este último carece de inteligencia, carisma y viveza, que sí le sobraban al primero.
La hechura de Yo El Supremo
Igualmente menciona y le dedica un capítulo entero Fuentes al escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, quien en 1974 publicó Yo El Supremo, novela histórica que relata la maligna existencia del dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia, quien, como lo hicieran en Haití Papá y Baby Doc –Francia era, asimismo, doctor- y, sobre todo, el modelo de estado nacional que logró entre 1814 y 1840, anticipándose en mucho a su paisano, el general Alfredo Stroessner en cuya dictadura que duró 35 años, hubo asesinatos, deportaciones, encarcelamientos, torturas, persecuciones, secuestros, desapariciones y otros crímenes de lesa humanidad.
Ese modelo, impuesto a sangre y fuego por Yo El Supremo, no resulta esencialmente diferente del que, con la anuencia y el beneplácito de EEUU y los países democráticos de la Unión Europea, han mantenido los hermanitos Castro Ruz por más de medio siglo en Cuba. Ni el que nos preparó Chávez con sus motores socialistas, e intenta meternos brutalmente Maduro sin vaselina siquiera.
Veamos por qué.
El Supremo Dictador –asegura Roa Bastos- es el que nos dio la Revolución. Ahora manda porque quiere y para siempre. Lo hace mediante el capricho y la represión: los problemas de la meteorología política ha sido resueltos mediante el pelotón de ejecución. El dictador priva a la burguesía y el clero de la riqueza y el poder acumulados, pero sobre porque cree que él debe hacerlo, y como mejor le parezca. Porque si no es él, ningún otro lo hará. El Supremo sabe que ocupa el espacio de una sociedad civil débil o inexistente, pero, en vez de nutrirla, concluye, trágicamente, en que él es indispensable y, por lo tanto, es historia. “Yo no escribo, hago la historia. Puedo rehacerla a voluntad, ajustando, enriqueciendo, reforzando su sentido y verdad”.
Escribir y reescribir la historia, en ello estriba la grandeza del Supremo. La grandeza del personaje estriba en que, al fin y al cabo, carece de otra manera de acercarse a la historia si no es rehaciéndola. Por eso, odia a los escritores. Le gustaría arrugarlos y meterlos dentro de una botella. Pero no lo hizo, pues en Paraguay no hay mares ni océanos, y habría cabido la posibilidad que el envase chocara contra las piedras del río, se quebrara y los genios se escaparan.
Aquí el que entra no sale
A diferencia de la Venezuela chavista, bajo la enferma utopía del doctor Francia Paraguay se convirtió en un lugar tranquilo, como también lo son los cementerios. Aunque ni siquiera aquí se escapan los venezolanos de los atracadores motorizados, como sucede casi siempre en la vía al General del Sur y ocurrió hace poco entre los vecinos de La Guairita.
Durante su mandato, Paraguay se convirtió en una cárcel monstruosa para sus pobladores. Aquí el que entra no sale – advertían los carteles señalizadores de los hitos fronterizos. Así pasa en Cuba, de donde sale al que el gobierno le da la gana. Y pareciera que en Venezuela todo se encamina a ello: Hay rumores de que los pasaportes actuales van a ser anulados, y que la tarjeta de racionamiento viene rodando.
Las preguntas para usted, querido(a) seguidor(a), son: ¿Está de acuerdo en calarse la reedición del infierno de Francia en Venezuela) ¿Hasta dónde está dispuesto(a) a llegar para impedirlo?

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