La hora de las chiquitas
La política es un asco
porque a ellos se confía
cuidar la soberanía
y nos mandan al peñasco.
Sus promesas son un fiasco,
mienten antes de elecciones,
y en todas las votaciones
da lo mismo el resultado,
no importa quién ha ganado
el saqueo es de a millones.
El pueblo no reacciona,
parece que está dormido,
no protesta ni hace ruido
contra quienes más traicionan…
La justicia no funciona
y el juez, por unos morlacos,
permite grandes atracos
a las arcas, ya vacías,
que son la vil alcancía
de ladrones y bellacos.
En el día mundial contra la corrupción (2015), Rubén
Sada
Muerte civil
para los corruptos
Según El Comercio de Lima
(18/10/16), Pedro Pablo Kuczynski, Presidente de Perú, anunció varias medidas
de urgencia para combatir la corrupción. Esta decisión viene a raíz de los
escándalos mediáticos protagonizados por sus ex asesores Carlos Moreno, José
Labán y Jorge Villacorta; los cuales le han hecho perder el 12% del apoyo
popular, según las encuestas. PPK informó por televisión que el Consejo de
Ministros sesionará hoy para aprobar el proyecto de ley que da la muerte civil a condenados por
corrupción. Quien haya sido sentenciado
por casos de corrupción nunca más podrá volver a trabajar en el Estado. Sea en
el gobierno central, en municipalidades o las regiones–: aseveró PPK.
Aunque la corrupción es un problema de vieja data en América Latina
–al menos así lo asegura James Mitchener en Caribbean
(1989), donde destaca que. el Almirante Cristóbal, los Virreyes Hernán Cortés (México)
y el Tuerto Orellana (Quito) y todos
los gobernadores sin excepción del Nuevo Mundo enfrentaron juicios por peculado
y tráfico de influencia ante las Cortes de España–, los actuales asaltantes del
botín han superado todas las marcas, no sólo por la cuantía de lo robado en sus
países, si no también por los irreversibles daños ocasionados como efectos
colaterales por sus actividades delictivas especialmente los
mandatarios vinculados al Foro de Sao
Paulo, que es una forma eufemística de denominar a la IV Internacional Comunista, organizada por el Partido de los
Trabajadores de Brasil en 1990, y donde se decidió reiniciar La Guerra Tricontinental, descrita por
el Che Guevara el 16 de abril de 1967. Una de las reglas claves del Foro –y
asimismo de la Tricontinental– fue: No aceptar, en ningún caso, una “revolución
nacional”, “democrática”, “progresista”, que dejara al socialismo para mañana.
De una manera muy tajante y polémica, aseguraba que si la revolución no era
comunista, sería sólo “una caricatura
revolucionaria”; un intento que, a la larga, terminaría en fracaso o
tragedia como tantas veces había ocurrido.
Los miembros del
clan foropaulista
Cuando hablo de presidentes foropaulistas me refiero,
específicamente, a los esposos Kirchner en Argentina; Lula da Silva y Dilma
Rousseau en Brasil; Evo Morales en Bolivia; Rafael Correa en Ecuador; Mauricio
Funes en El Salvador; Manuel Zelaya en Honduras; Daniel Ortega en Nicaragua y,
finalmente; Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela. Afortunadamente, de toda
la camada foropaulista sólo están vigentes Correa, Morales, Ortega y Maduro. La
inobservancia la norma básica de la Tricontinental
pareciera haberlos desaforado, al menos por ahora.
Ah, ¡por supuesto! Quedan Raúl Castro, el líder del grupo, y los pepa-asomados
José Luis Rodríguez Zapatero y Pablo Iglesias, su más avezado pupilo,
Secretario General de Podemos. Habría
que saber hasta dónde llega el compromiso con estos personajes de Juan Manuel
Santos, presidente de Colombia, pues, según mis amigos de la vecina República,
el rolo supuestamente profesa la misma ideología, ya que se capacitó en la
escuela donde también asistieron Nicolás, Tibisay y Piedad, bajo la atenta
mirada de Fidel, el maestro carnicero.
Una historia de
ratas
Pero, volviendo a Perú, Mario Vargas Llosa, describe el estado en el
cual quedó su nación, tras la huida de Alberto Fujimori. como una Historia de ratas (13/12/01)–: Cuando el Presidente Fujimori huyó del Perú,
y la dictadura que encabezó a lo largo de diez años se desplomó como un
castillo de naipes, los nuevos gobernantes, elegidos por el Congreso para
garantizar un proceso electoral limpio, se encontraron con un Palacio de
Gobierno desmantelado por los antiguos locatarios (se habían llevado hasta los
ceniceros y las sábanas), y atrozmente afeado por arreglos huachafos (la
huachafería es la variante peruana de la cursilería). Se encontraron, también,
con que la antigua Casa de Pizarro era un nido de ratas. La compañía encargada
de desratizar Palacio capturó y contó, antes de incinerarlos -me aseguraron que
la cifra era redonda- 6 mil 200 roedores aposentados en los sótanos,
entretechos, rincones, repisas y covachas de la construcción que desde hace
cuatro siglos y medio es emblema de los destinos del Perú.
Antes de Fujimori, hubo otro régimen corrupto, el del socialdemócrata
Alan García, quien reemplazó al militar castro-comunista Juan Velasco Alvarado.
Así lo recuerda Julio César Blanco en El
Diario Internacional (12/01/07)–: El
primer gobierno de Alan García (1985-1990) estuvo marcado por la corrupción y
violación a los derechos humanos que hasta hoy recordamos con mucho pesar. Como
poder olvidar la creación del Comando Paramilitar “Rodrigo Franco” por Agustín
Mantilla, encargado de asesinar a dirigentes sindicales y populares, la masacre
de los penales en 1986, las cuantiosas sumas de dinero malversadas en el
famosísimo y promocionado tren eléctrico (que por cierto nunca llego a
funcionar), los millones de dólares MUC derrochados en complicidad con sus
socios los “doce apóstoles”, el caso Zanati, INDUMIL, los Mirage, la venta
irregular de acciones de la deuda externa a cargo de Luís Alva Castro, la carne
podrida importada por Morales Bermúdez, etc., etc., etc. A la par del
copamiento absoluto y manejo corporativo del estado por parte de la “maquinaria”
aprista de aquel entonces.
La corrupción es endémica en América Latina
El punto es que en todas partes
se cuecen habas, que la corrupción no está limitada a una tendencia
partidista o a una ideología política, ni tampoco a una condición castrense,
civil o eclesiástica, si no a las características de la naturaleza humana.
Pese a el final tragicómico del régimen fujimorista, que quiso
perpetuarse en el poder a través de la reelección, pese a la actuación de
Vladimiro Montesinos –todopoderoso jefe de inteligencia y mano derecha del
presidente y responsable de las desapariciones forzadas y muertes de
opositores–, pese a los robos y otras fechoría cometidas con el visto bueno del
el Poder Judicial; en los comicios del 7 de junio del 2016, PPK le ganó a Keiko Fujimori por menos de un
punto porcentual, cerca de 40 mil 500 votos. Algo parecido sucedió con Alan
García, quien venció en el 2006 a Ollanta Humala por un 52,8 contra un 47,2% en
la segunda y definitiva vuelta.
Lo que sucedió en Perú con Alan y Keiko, con mucha similitud con lo
que pasó en Venezuela con Hugo y Nicolás pudiera entenderse como que a los
latinoamericanos no les importa mucho la corrupción ni lo demás, siempre que no
le saquen los cobres del bolsillo
Por eso, echarle únicamente a los militares venezolanos la culpa de
la corrupción no sólo es injusto, sino incierto. Como lo hizo Alan García y
otros de sus compinches socialdemócratas en su país, aquí varios adecos lo han
hecho. Y también los democristianos. Y todo anduvo de maravillas, en la IV
República, hasta que el ciudadano de a pié comenzó a sentirse venido a menos,
por la pérdida adquisitiva del bolívar. Proceso que inició el Viernes Negro de
Luis Herrera, acentuó Jaime Lusinchi y llevó a su apogeo Carlos Andrés Pérez.
El golpe adeco
El lunes pasado se cumplieron 71 años del 18 de octubre de 1945. El
capitán Mario Ricardo Vargas Cárdenas, quien dirigió el movimiento armado y le
entregó el poder a los civiles para reformar el Estado y celebrar las primeras
elecciones directas, universales y secretas en el país, demostró la necesidad
de la participación militar para hacer girar la política y la economía, cuando
los mandatarios se entronizan en el poder, se entierran en sus bunkers y
deciden joder a la mayoría. Vargas dijo en aquel momento–: No hay golpes sin militares ni golpes buenos, pero en ocasiones no hay
alternativas.
Creo que estamos al borde de una situación parecida al del 18-O de
1945, a la del 2-D de 1948 y a la del 23-D de 1958. Pero hay que entender La óptica verde oliva. Los militares no
son policías constitucionales, han sido entrenados para obedecer a quien
detenta el mando, en una asombrosa pirámide vertical equiparable a los
organigramas de las Iglesia y el Partido Comunista. Los jefes militares, que
preparan a sus subordinados para combatir, no desean hacerlo porque no son
psicópatas ni les pagan por matar. La guerra es la última solución, no el
primer recurso del cual echar mano.
Hoy se complica aún más el hipotético panorama de un golpe, porque
los responsables directos del mismo pueden ser acusados y enjuiciados por
delitos imprescriptibles de lesa humanidad. Por lo cual les toca a los civiles
urdir un argumento aceptable como el de Fuenteovejuna,
cuando se trancan las demás salidas incruentas, lo que pareciera estar
sucediendo en Venezuela.
El problema es que hay que hablar claro, para que la mayoría lo
entienda y sepa cuál es su rol a la hora de las chiquitas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario