Apreciado Julio:
En más de una oportunidad he admirado tu posición valiente frente al régimen comunista que está acabando con este país.
Hoy, sin embargo, como padre, abuelo y profesor universitario, me siento obligado a llamarte la atención.
Aunque a mis alumnos les cueste trabajo creerlo, fui joven como tú. De la generación de 1958. La de Los Beatles, que hicieron una revolución haciendo el amor y no la guerra. Antes de ellos, las parejas no tenían relaciones íntimas. Los hombres se calentaban con las novias, y se desfogaban con las prostitutas. Era un mundo realmente gris y muy triste por cierto.
En una protesta contra la Seguridad Nacional y la Guardia Nacional de Marcos Pérez Jiménez, Nelson, mi compañero del Liceo de Aplicación, fue herido por una bala en el pie y cayó en mis brazos. Algunos días después, recibí un planazo y estuve casi cuatro horas en Capuchinos, en una alcantarilla, respirando a medio pulmón.
Mi abuela, que en paz descanse, me curó con árnica para que papá no me viera el rojez dejado por el machete, lo cual habría significado –a lo mejor- una pela y admoniciones sobre mi comportamiento antisocial.
Cuando llegó la democracia y hubo un golpe de estado contra ella, salí con un rifle calibre 22 a defender el sistema contra los insurgentes del Palacio Blanco.
Julio, te estoy hablando de una edad de 17 a 18 años, en la cual ya sabía cómo preparar cócteles Molotov y echárselos a las pick-up de la Seguranal y de la Guardia.
Los adecos, los comunistas, los copeyanos y los urredistas que trabajaron en la clandestinidad contra la dictadura perezjimenista, que integraron la Junta Patriótica y que lograron derribar al oprobioso gobierno de entonces, así como los miles de jóvenes que nos convertimos en carne de cañón entonces, fuimos miserablemente traicionados. ¿Por quiénes? Por los que se habían ido. Por los que volvieron, y nos apartaron como se espanta a los zancudos, de un capirotazo. Esa es, Julio, la triste verdad que los chamos vivimos en aquellos tiempos, y que no desearía que ustedes volvieran a experimentar.
Julio: Eres joven y tienes un mundo por delante. Pero como sé cómo te sientes, y puedo retrotarme a tu visión del mundo –que era la mía cuando tenía tu edad-, quiero hacerte algunos señalamientos para tu desempeño, partiendo del dicho de que más sabe el diablo por viejo que por diablo.
En primer lugar, debo decirte que es muy fácil seducir a un joven. El octogenario sátrapa cubano ha decretado en la isla sumisa que una botella de ron y un catre para folgar son suficientes para mantener más de 50 años de tiranía. Pero para seducir a un joven como tú, quizás hacen falta más cosas: un supuesto cargo en la Anal -o Asamblea Nacional- . Una 4x4. Un apartamento. ¡Qué sé yo! Perdón, no hablo de tus valores ni convicciones, sino de tu edad –que en tu caso, es un handicap y no un plus--.
La gente con la cual estás asociado, a mi parecer, es una mierda. Fíjate que Don Álvaro Uribe, Presidente de Colombia, no le puso empeño a la reelección –aunque sabía que podía lograrla-, no porque no le gustara el poder, sino porque reflexionó y se convenció de que ya estaba bien.
Pero la tribu de lo Salas quiere ser reelegida per secula seculorum. Como Chávez. Y eso no está nada bien.
Por eso, Julio, te pido reflexiones y recapacites. Y no entregues el pequeño capital que ahora posees a esa horda de facinerosos colaboracionistas que sólo pretenden mantener sus cuotas de poder al costo que sea, aún cuando implique la definitiva desintegración, quiebre u holocausto de la República.
Julio, sí hubiese sido mi alumno, hasta ahora tendrías 20/20, pero el domingo te hubiese puesto 0.
Y perdóname que te hable como un docente pues, al fin y al cabo, eso es lo que soy.
Profesor Luis García Planchart.
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