No solemos leer a Rigoberto Lanz ni a los colaboradores de su buzón dominical de ideas porque, a diferencia de otros marxistas que han evolucionado –como Tony Blair, Felipe González y Michele Bachelet, verbigracia-, estos caballeros se mantienen congelados en las ideas que estuvieron en boga hasta los años sesenta del siglo XX, e intentan hoy entretejer un imposible sebucán con afirmaciones e informaciones qué sólo justifican su reluctancia al cambio.
La primera de ellas es que toda la burguesía es global y partidaria del Imperio. En primer término, hay que identificar a cuál burguesía se refieren, y en segundo término, de qué Imperio hablan.
Se nos ocurre que describen a una burguesía financiera, apátrida y que se maneja en el terreno de las especulaciones bursátiles y financieras, un grupo minúsculo de irresponsables que casi llevaron al mundo a una catástrofe semejante al del crac de los años treinta, y el cual, afortunadamente, ha sido plenamente detectado y penalizado –aunque parcialmente- en EEUU y algunos países de la Unión Europea.
Pero no ciertamente a la burguesía nacionalista que impidió en Colombia que la narcoguerrilla asumiera el poder, con un elevado costo en bajas de su propia gente y pérdidas materiales. O la que le puso un parado a Lula, ex presidente del Foro de Sao Paulo. O la que enfrentó y venció el proyecto continuista de los esposos Kirchner.
Una burguesía como la que existió en Venezuela en los años cincuenta y sesenta, donde descollaban figuras, entre otras, como las de Eugenio Mendoza, Concepción Quijada y Alejandro Hernández, pero que ahora es una especie en vías de extinción, gracias al cierre de la mitad de las industrias privadas de la nación, la estatización de firmas centenarias y la invasión y destrucción de las fincas productivas.
En cuanto al Imperio, suponemos que se refieren a EEUU, que representa algo así como el paga pedos de los izquierdistas retardatarios, desfasados y desorientados del Siglo XXI, y cuyo más connotado representante lo encarna el Guasón en Venezuela. Aunque no es el único, pues a su lado también florecen otros notorios personajes como los jefes de estados de Bielorrusia, Corea del Norte, Cuba, Irán y Nicaragua.
La globalización no es una ideología ni tampoco fue, al menos en sus inicios, una doctrina. El vocablo lo inventó el Filósofo de la Comunicación Social, Marshal McLuhan, quien a través de la observación y la reflexión previó, antes de que existieran los satélites comunicacionales, la revolución infotecnológica que sobrevendría en su época, así como el impacto social que ésta tendría en las sociedades, a corto y mediano plazos.
Pese a ser estadounidense, McLuhan no era un perverso agente de la CIA, el FBI o la DEA, que había desarrollado una herramienta para servirle en bandeja de plata el resto del planeta a su gobierno, sino, más bien, un crítico feroz contra de la hegemonía mediática y un buscador de soluciones para que la Humanidad saliera del sopor colectivo en el cual, a su parecer, lo había sumido una dieta promedio de diez horas diarias de pasividad televisiva, recibiendo mensajes que, mayoritariamente, resultaban idiotas.
La globalidad, según McLuhan, no era bancaria ni proletaria, sino grupal, referida a nichos de individuos, con demografías y psicografías en común, quienes, más allá de sus fronteras se unirían espontáneamente en torno a tendencias en boga, preferencias, intereses y actitudes. Y McLuhan daba como ejemplo el blue jean, prenda de vestir que ya en su momento constituía el uniforme cotidiano de los jóvenes, sin distingos por sexo, razas, creencias o hábitats.
Al apoderarse la política de la Aldea Global, la incluyó en su diccionario y menú de opciones, como también lo hizo con la homeóstasis –proveniente de la Medicina, para redefinir a la famosa mano invisible del mercado-, la Estadística –para decir mentiras o medias verdades con márgenes de error predeterminados- y la Teoría del Caos –derivada de la astronomía y la meteorología, para rellenar el vacío existente entre el cuento sin fin de la dictadura del proletariado y su praxis, llamada socialismo científico, y la utopía comunista de que, cada quien debe recibir según su necesidad-.
Para Lanz, la soberanía resulta, asimismo, un criterio demodé, propio de los estados nacionales de los siglos XVIII y XIX. Por traslación, Lanz concluye que la soberanía debe desaparecer y dar paso a una lucha de clases internacional, donde los malos son los burgueses y los buenos los revolucionarios, y que estos últimos tienen el deber de unirse, doquiera se encuentren, para que la ortodoxia maximalista renazca como el Ave Fénix, y volvamos a las andadas.
Todo lo cual constituiría una intrascendente y retórica charla de café, si ella no encubriera, a nuestro juicio, una justificación para lo que el Guasón hace y deshace a su antojo, en prejuicio de la República, con la evidente complicidad de sus socios del ALBA y la descarada injerencia de Cuba, Irán, las FARC, el ETA y todos los países y bichitos de esa misma y baja ralea.
Además, la propuesta de Lanz es una falsía, porque la soberanía no es una cuestión económica, sino sociológica, antropológica y política, una red de convergencia –también en el moderno lenguaje comunicacional- que incluye la historia, los valores, las costumbres, el folclor, las creencias, la identidad y la razón de ser de los pueblos, por pequeños que sean territorialmente hablando.
¿Por qué no van Lanz y su equipo a China, una pujante potencia mundial que además es comunista, a proponer sus trasnochadas hipótesis? Porque China, a diferencia del Imperio Soviético y Cuba, no está dispuesta a ceder ni un milímetro de soberanía, por ninguna causa y a ningún precio. Lo demostró, contundentemente en la guerra contra el Japón –que fue de liberación nacional-, al ocupar el Tíbet –su última frontera-, al actuar punitivamente contra Vietnam –otrora su aliado incondicional- y al rescatar las antiguas colonias de Hong Kong y Macao, ocupadas por ingleses y portugueses.
De manera, respetando la opinión mentada y admirando a El Nacional por hacerse eco de ella, ya que el periódico es otra víctima de las persecuciones desatadas por el Guasón y sus esbirros contra las libertades consagradas en la Carta Magna, les sugerimos a Lanz releer la historia contemporánea sin los prejuicios y preconceptos del materialismo, sino con las mentes abiertas a la nueva dinámicas social, donde no todo lo que luce es oro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario