Si Franz Kafka hubiese nacido en Venezuela, habría que considerarle un escritor costumbrista.
Cristina Verón.
Hace un par de años Andrés Openheimer publicó Cuentos chinos, una interesantísima crónica sobre la evolución del sistema político en la nación más poblada del mundo, tras el período pos-Xiaoping.
Entre las curiosidades que llaman más la atención en su relato, se encuentra el control que ejerce la dictadura comunista sobre Internet, y que el Editor en Jefe del Nuevo Herald de Miami asegura se halla en manos de un grupo no mayor de 10 mil técnicos. Como buen periodista, Openheimer observa que el único periódico virtual estadounidense cuya lectura se permite en China es The New York Times, y que aún las notas, declaraciones y artículos de éste son eliminadas cuando versan sobre dos temas tabúes: los derechos humanos y las religiones, especial pero no exclusivamente, aquélla en la cual creen los seguidores del Dalai Lama.
Openheimer resalta el trabajo de orfebrería que realizan los censores del Times, pues –según él- han desarrollado un software idéntico al empleado por el periódico de la Gran Manzana, que no deja espacios en blanco o con tachaduras, sino que, antes bien, sustituye al material excluido por otros contenidos del mismo diario, publicados en su edición cotidiana o en tirajes anteriores.
A este control supremo –nos imaginamos- es al cual aspira el que les contamos cuando arremete contra Internet, Noticiero Digital, los canales internacionales de televisión por suscripción y Oswaldo Álvarez Paz, todos ellos en un mismo round.
El Nacional afirma ayer en su editorial que el propósito les queda grande, a él y a su asesor Ramiro Valdés, a quien apodan en Cuba –conforme a la información citada- Charco de sangre. Quisiéramos compartir el optimismo de Miguel Henrique Otero, mas, según observaciones que hemos realizados y comentarios que nos han hecho, la situación pareciera ser distinta.
Vemos como Mari Pili Hernández se está convirtiendo, prácticamente, en el ancla de Unión Radio, mientras que a la profesora Marta Colomina se le restringe cada día más su espacio mediático, y Nelson Bocaranda quedó para narrar viajes a lugares exóticos, absolutamente fuera del alcance de la mayoría de los venezolanos –lo cual equivale a que los programas del canal Gourmet les fueran exhibidos, una y otra vez, a quienes se encuentran en la extrema pobreza-.
A la señora de La Victoria la obligan a reducir la potencia de su emisora para que sólo llegue a dicha población y un par de caseríos más, porque es antichavista furibunda e invitaba a perifonear en su frecuencia a los duros de la oposición. En fin, no la cierran del todo, pero la enfrentan con la bancarrota.
Después del arrugue de los accionistas mayoritarios de Globovisión, ya no se ven en sus programas personajes como Carlos Blanco, Armando Durán, Marianela Salazar o el mismo Álvarez Paz. En su lugar, aparecen los mismos chicos y chicas de siempre, ya lo sabe usted, amigo lector, aquellos que insisten al final de sus declaraciones en que hay que votar, el que les contamos saldrá por la vía comicial en el 2012 y todo debe estar dentro de la Constitución y nada fuera de ella, como si los Artículos 333 y 350 no estuviesen incluidos en su texto. Además de los mentados, ahora también aparecen en Globovisión eruditos que hablan mucho pero poco añaden a lo que ya sabemos o suponemos.
En el fondo, si no fuera trágico, nos recuerdan las cuartetas de última estrofa forzada, que tan bien escribe Gaterolacho, y que derivan de la décima española: Todito te lo perdono,/ menos faltarle a mi madre, /que una madre no se encuentra/ y a ti te encontré en la calle./ etcétera/ y a ti te encontré en la calle/ etcétera y bis.
En cuanto a los programas internacionales, ya los cableadores demostraron –con su complicidad en el cierre de RCTV- la voluntad de quedar bien con el régimen, según lo ha repetido muchas veces Marcel Granier. Y también la señora esa que preside el organismo que ustedes conocen solicitó la apertura –empleamos el mismo neologismo que ella usa- contra el amigo Álvarez Paz.
De manera que el, ¡Vienen por mí!, se transforma ahora en, ¡Vamos por Internet!
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