Dedicado a Colette Capriles
Ayer en su columna de El Nacional, refiriéndose al salto a la talanquera del PPT, Colette Capriles se preguntaba de qué manera se sentirían quienes hasta poco habían sido beneficiarios y cohonestadores de un régimen totalitario como el del Guasón.
Claro, no lo decía con nuestras palabras, porque ella es una señora que siempre mantiene la distinción en su lenguaje escrito. Pero es sabido que para llamar a alguien perro, basta con mostrarle el collar.
En realidad, lo que los camaradas denominan revisionismo, traición o cualesquier sustantivo que a bien tengan emplear para definir el divorcio entre el Líder Revelado y algunos miembros de su nomenclatura, no es algo que nos ocupe o preocupe mayormente a estas alturas del juego. Pero debe servir como advertencia a quienes, ingenuamente, piensan que basta con arrepentirse y hacer propósitos de enmienda para ingresar a la otra banda. Por aquello de que: Cochino tira pa´l monte.
En lo que sí discordamos con Capriles es que el único cambio histórico de polaridad haya sido el de Emanuel Kant, cuando, como recuerda en su cita, le agradecía a David Hume por haberle liberado de sus sueños dogmáticos.
En 1933 el científico irlandés John Desmond Bernal (1901-71), quien se convertiría en pionero en la cristalografía de los Rayos X, desarrollador de las teorías del laboratorio espacial –al cual llamó Esfera de Bernal-, fundador de la Sociología de la Ciencia, inventor de los puentes prefabricados Muelberry –que hicieron posible el desembarco aliado en Normandía - y Comandante durante el Día D, cruzó la raya amarilla. Lo hizo de una manera muy simple y de poca relevancia mediática: dejó que caducara su carné del Partido Comunista Británico.
Lo que no obstó para que la tiranía soviética le concediera el Premio Lenin a la Paz en 1953, pero sí fue la causa de que la Academia Sueca nunca le otorgara el Nóbel de Química –el cual sí le fue concedido, por ejemplo, a Dorothy Crowfoot Hodgkin en 1964, quien formaba parte de su equipo-. Y que muchos de sus discípulos recibieran diversos reconocimientos de alta factura académica.
Bernal, hijo de un sefardí británico y una judía asquenazí estadounidense, ambos conversos, se resignó de por vida a que los que trabajaran con él ganaran indulgencias con escapulario ajeno.
Pagó su renuncia al marxismo-leninismo, dedicándose en cuerpo y alma a enriquecer el patrimonio científico del Reino Unido y de la Humanidad. Eso sí, de bajo perfil, pues se olvidó de la política.
Hizo como un gran amigo, el cineasta Orlando Jiménez Leal, quien al llegar autoexiliado a Miami, declaró a los medios: Hasta el día de hoy fui solidariamente responsable de la Revolución Cubana.
Además de en sus labores en la Universidad de Cambridge, Bernal encontró compensaciones en el arte de amar. Según sus biógrafos, era un personaje encantador, un seductor natural, que cautivó el corazón de las damas de su época. Procreó cuatro hijos con tres compañeras de vida. Lo cual no estuvo nada mal, pues, según Leoonardo de Vinci, Arte y Ciencia son una misma cosa.
Uno de sus vástagos, Martín, autor de Atenea Negra, heredó el talento de su abuela paterna, Elizabeth Miller, quien también había sido periodista y escritora.
En el texto Planificación y Comunicación, que nos regalara con una extraordinaria dedicatoria uno de sus autores, Juan Díaz Bordenave, docente de la Maestría de Comunicación Social que cursamos en la UCV y quien, en aquellos tiempos ya pretéritos, también vivía su desencanto y desencuentro con el denominado socialismo científico –comunismo, a secas-, puede leerse este magnífico pensamiento de Bernal: Existen dos futuros, el futuro del deseo y el futuro del destino. La razón del hombre nunca aprendió a separar ambos.
No somos quienes, amiga Colette, para exigirles a los del PPT o militantes que abjuran del régimen castrocomunista del Guasón que se den golpes de pecho, se vistan de Nazareno o se flagelen en manifestaciones públicas.
Aunque no negamos que nos regocijaría en algo verlos ahora recibiendo gas del bueno, perdigones y rolazos. No por sadismo, sino para cómo nos hemos sentidos los oposicionistas, durante 11 largos años, en nuestras marchas escuálidas.
Pero sí les pedimos que tengan sindéresis. O elegancia, como usted bien destaca.
Tampoco los imaginamos opinando con la misma dignidad de un Jiménez Leal o un Díaz Bordenave. Y mucho menos, actuando flemáticamente, como el británico Bernal.
Lo que rechazamos, frontalmente, es que se muten como Arias Cárdenas. O que se comporten como el otro Bernal, el de acá.
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