sábado, 8 de mayo de 2010

El único animal que mete la pata varias veces en un mismo agujero

Hace años, cuando éramos opináticos con oficio, tuvimos la oportunidad de entrevistar a Enrique Tejera París, a quien el Guasón lo había mandado aprehender y le había confiscado su agenda telefónica que, según él, constituía una prueba irrefutable de sus actividades conspirativas.
Hablamos un poco de todo y todas las cosas.
El doctor Tejera, ante nuestros comentarios de que la Economía era una ciencia extraña, que se apoderaba de todo lo que le sirviera para establecer su propia identidad confusa –del método funcionalista y lenguaje de la Medicina, de la Teoría de la Aldea Global de la Comunicología, del error calculado de la Estadística-, aceptó nuestra crítica y se dedicó, en su sabiduría, a llenar nuestras lagunas informativas.
Fuimos más allá de lo previsto en esta charla. Le dijimos que los economistas nos parecían forenses, que trabajaban sobre cadáveres y, a tajos de bisturí, determinaban de qué mal habían muerto los occisos. Pero que, a nuestro juicio, carecían de la capacidad o voluntad de enmendar las planas antes de que sus pacientes pasaran a mejor vida.
El doctor Tejera no se inmutó y afirmó que, como en la Medicina, existían diagnosticadores y sanadores. Que los primeros –o profetas del desastre, como una vez se les llamara en Venezuela- destacaban cuál era la enfermedad que padecíamos y, los segundos, cuáles serían los tratamientos más adecuados para curarnos.
En los últimos días, hemos leído y seguido las opiniones de muchos diagnosticadores. Entre ellos, quienes inspiraron el mensaje de Fedecámaras a la nación, y quienes se expresan a través de los medios aún independientes. Los pocos que todavía quedan.
No les falta razón, pero se dedican a los síntomas y evaden el mal. Quizás porque se han contaminado con la fantasía de la MUD, de que Bambilandia es un país donde los niños son felices, y gozan más. De que la votación masiva de la oposición sacará a las ratas de la Anal –la Asamblea Nacional-. De que, en el 2012, echará al Guasón de Miraflores. Y de que el país volverá a un status similar al de el régimen de libertades que hubo en Venezuela durante 40 años.
Todo lo cual es pura mierda, y hasta los más lerdos políticos de la MUD, que saben sumar dos más dos, lo saben.
El proyecto del Guasón llegó para quedarse. Y si a este siniestro personaje termina por saltársele la taponera, le sucederá Diosdado. O quien quiera que fuere.
La relectura de una vieja novela que nos trajimos a Cumaná, El hombre del castillo, de Philip Dick, donde plantea la hipótesis de cómo sería el mundo si el Eje hubiese ganado la II Guerra Mundial, es más que aleccionador al respecto.
Preguntándose qué es la locura y por qué los orates que llegan a las más elevadas jerarquías del poder actúan como lo hacen, Dick se responde:
Es algo que está incrustado en la mente de estos personajes. No saben nada de ni quieren para nada al prójimo. Son inconscientes del daño que le hacen a los demás, de lo que destruyen. Son crueles sin sentido, ciertamente, pero hay algo más. Muestran una incapacidad básica para percibir objetivamente a la realidad, ni siquiera se percatan de las singularidades y limitaciones del entorno que les rodea o sobre el cual ejercen sus mandatos.
Su punto de vista es cósmico. No existe una niña, una madre, un anciano en particular. Las personas les resultan meramente abstracciones o estadísticas. La raza, la tierra, ni los seres humanos que la pueblan, sino el Ehere mismo, el honor, es lo que cuenta. Lo abstracto para ellos es la realidad, y lo real para ellos la invisibilidad.
Es el sentido que tienen del tiempo y el espacio. Ven desde el aquí y el ahora el vasto espacio negro, lo inmutable. Y eso resulta fatal para la vida en el sentido holístico, pues, eventualmente, a ésta se la traga lo insondable.
Sin embargo, allí no paran. Hacen planes frenéticos y demenciales, que casi nunca funcionan. Apresuran los procesos, llevándose por delante a la existencia y transformándola en piedra y metano. Por que quieren ser los agentes y no las víctimas de la historia. Para lo cual, se identifican con el poder divino y se creen dioses. Es la locura elemental que radica de todos ellos.

La descripción anterior le cuadra a Benito Mussolini, Joseph Stalin y Adolf Hitler. Pero también al Guasón y a Fidel. Es por eso que Germán Carrera Damas alerta a los diagnosticadores que se dejen de estar hablando pendejadas –pendejadas no dijo, es un agregado nuestro que resume su intención- y se dediquen de lleno a salvar a la República, qué es lo que ahora está en juego y no el curul de Fulana o Perencejo.
¿Y por qué está en juego la República? Porque, sin disparar ni un petardo, el Guasón le entregó su soberanía a los oficiales de un ejército extranjero, previamente derrotado por las FFAA en Machurucuto. Ojo, no lo decimos nosotros, sino que lo han denunciado públicamente varios militares de alta graduación. Como lo hiciera Mussolini con Hitler –a quien le unía una pasión semejante a la que sufren los notables que ustedes conocen-, cuando fracasaron sus aventuras en África y los Balcanes.
Esa entrega incondicional de Italia a Alemania no sólo ocasionó que la Wehrmacht desplazara o relevara a funciones secundarias a los oficiales y soldados italianos, sino que, además, los caribinieri y otros agentes de seguridad quedaran bajo las órdenes directas de la Gestapo y las SS comandadas por el infame Heinrich Himmler, y ejecutaran masivamente a los judíos y partisanos. Instrucciones que, de no ser por la oportuna llegada de los aliados, incluían la detención y enjuiciamiento de la jerarquía vaticana y el nombramiento de un Papa espurio, en algún lugar del III Reich.
Se podrá criticar aduciendo que las condiciones actuales no son las mismas, que la historia no se repite y que vivimos en el Siglo XXI –y no en el XX-. No estamos convencidos de que los paralelismos en el devenir humano no se presenten de nuevo, en un infinito corsi e ricorsi porque el cerebro del homo sapiens no ha cambiado. Al fin y al cabo, el hombre es el único animal que mete la pata dos veces en un mismo agujero. Y más también.

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