I
En un reciente blog, en el cual abordamos las alteraciones psíquicas colectivas de la aceleración de la resonancia iónica de la atmósfera terrestre –Efecto Schuman-, destacamos que el escritor escocés Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930) había predicho que algo por el estilo le sucedería a nuestro planeta, 70 años antes de que ocurriera, en La zona ponzoñosa (1912).
A quienes sólo conocían a Conan Doyle como creador del más famoso detective literario, les recordamos al profesor Challenger, un personaje aún más querido por el escritor que el propio Sherlock Holmes. Y llamamos la atención sobre el vínculo entre la imaginación de Conan Doyle y nuestra Amazonía, pues es en Venezuela, en el escenario del Macizo Guayanés donde ubica, en otra anticipación genial (El mundo perdido, 1913), el descubrimiento de especies desconocidas en el resto del globo. Sólo que las atribuye –nadie es perfecto- al Reino Animal y no al Vegetal.
En La zona ponzoñosa, Conan Doyle describe como el profesor Challenger y el resto de su equipo van cayendo, uno a uno, en desequilibrio mental. Tal como predijo que sucedería con la Humanidad, a partir de 1982, el ingeniero electricista y doctor en Ciencias Exactas Winfried Otto Schumann (1888-1974), catedrático e investigador de las universidades de Stuttgart, Jena y Munich, y colaborador de la NASA.
Según estudiosos de los trabajos de Schumann, el cambio en la resonancia iónica produce un reducción en la percepción temporal: una jornada de 8 horas se transformó en 16 desde la década de los 80 del siglo pasado, los días corren más rápidamente y se genera un estrés que va creciendo como alud de nieve.
Esto explicaría, en parte, el incremento de los crímenes en serie en países como EEUU, la aparición de los mismos en naciones donde jamás existieron –como Rusia-, y las personas que enloquecen, de buenas a primeras, y deciden matar a sus compañeros en los campus y oficinas donde estudiaban o prestaban servicios. Pero también a los fanáticos que se inmolan en el nombre de Alá, y al gran número de desquiciados que actúan ahora como líderes del mundo, sin poseer las mínimas virtudes, valores o habilidades para desempeñar sus gestiones. Como, por ejemplo, el Guasón.
II
Pedimos perdón a nuestros seguidores virtuales si sonamos repetitivos en los párrafos anteriores. Ya confesamos nuestra condición de clásico –nada de mayor, ni tercera edad, ni generación áurea; despreciativos, peyorativos y despectivos empleados al referirse a los viejos-, así como de docente. Ambas cargas nos imponen decir lo mismo varias veces, para los duros de mollera.
Las sicopatías vaticinadas por Conan Doyle y Schumann saltan a la vista en la última Distopía de Ibsen Martínez, publicada en Tal Cual (31/01/10), donde propone ayudar a los cubanos traídos por el régimen comunista-militar de Venezuela a que escapen de la República y vuelen hacia la libertad -suponemos será Miami-, con stop-over en Colombia.
Nos parece de pinga, si consideramos, sobre todo, que tal accionar pudiera llevarnos, ipso-facto, a los calabozos de 2 metros cuadrados de la Disip, o comoquiera se llame actualmente dicho organismo; pues no podemos estar seguros si alguien que se nos acercara con tales pedimentos sería un enviado de buena fe o un agente encubierto del G2. Pero, asimismo, un acto innecesario, pues quien haya visto el Capítulo 1 de Séptimo Día, un programa de alto rating de Caracol TV, sabe que en Colombia existe Barrio Afuera, organización encargada de acoger a los fugitivos de Fidel y el Guasón, sacarles visa y enviarlos a EEUU.
Si sólo hubiese sido Ibsen, pensaríamos en la mentada lumpia que crea estados místicos. Perro es que también, en estos mismos días, alguien que personifica a Teodoro Petkoff mientras el director de Tal Cual recorre el mundo –como lo asegura otro de sus columnistas- , parafraseó a Rómulo Betancourt en su desafortunada expresión: Disparen primero y averigüen después. Y el viñetero caricaturizó al Guasón, con la pipa y los lentes romulianos.
Ante las críticas de varios diarios y las excusas del propio, debemos aclarar algo. Nunca simpatizamos con el denominado Padre de la Democracia ni con su partido.
Nos fuimos de Venezuela porque nos incomodaba su gobierno. Y regresamos al país creyendo que Rafael Caldera enmendaría la plana. Mas, debemos reconocer que salimos y volvimos sin miedo, y que la peor crítica que podemos hacerle a Betancourt es no haber extirpado de raíz el cáncer marxista leninista que se ocultó en las escuelas militares desde finales de la década de los sesenta e hizo metástasis en 1992.
A Ibsen Martínez, aparentemente afectado por el Efecto Schumann, sólo le tenemos una pregunta: Y, a nosotros, los que por diversas razones nos tenemos que calar la ignominia de la V República, ¿quién nos ayudará?
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