La epidemia del siglo
Poco antes de morir de cáncer, Álvaro Martínez Arcaya, venezolano, investigador, psiquiatra y miembro del Consejo Universitario de la UCAB, publicó La conjura del sida (1989).
En su obra de casi 800 páginas -799 paras ser exactos-, Martínez planteaba dos ideas radicalmente contradictorias con la matriz de opinión imperante entonces: que el sida constituía el resultado de una compleja ecuación ecológica, y que en torno al VIH se había urdido una trama de horror para despistar sobre los tejemanejes globales y poco transparentes de lo que el galeno definió como el Estado fascista-sanitario.
La investigación de Martínez coincidió con la aparición del estudio Un virus extraño que vino de lejos (1986), de Jacques Leibowitch. En ambos casos se destacan la antigüedad y dispersión mundial del virus, la formación espontánea de inmunidad al contagio –en lugares tan apartados como el Archipiélago Japonés y la Amazonía Venezolana- y la hipótesis de la mutación por obra de la naturaleza o manipulación del hombre.
Sin embargo, para Martínez la epidemia del siglo –así se conocía el sida a finales de la década de los noventa del milenio pasado- no era el VIH sino el cáncer, cuyas víctimas duplicaban la población de EEUU a la fecha: unas 400 millones de personas.
Los tratamientos disponibles no habían variado mucho en 50 años –cirugía, quimioterapia y radioterapia-, lo cual atribuía Martínez a que el Estado fascista-sanitario –integrado fundamentalmente por trasnacionales productoras de drogas y hardware anticancerosos-, recibían miles de millones de dólares al año por sus patentes, no estaban interesadas para nada en terapias alterna menos agresivas y costosas y tampoco podían permitir que disminuyeran sus ganancias exorbitantes.
Para Martínez, el Estado fascista-sanitario se habría organizado, como los fabricantes de armas, en escenerarios que incluían patrocinios, becas, viajes… a los médicos, universidades, funcionarios e institutos que se portan bien. Y, ¡por supuesto!, defensa a ultranza contra quienes perturban sus sacrosantos intereses.
Al recordar las aseveraciones de Martínez, enmarcadas dentro del análisis riguroso de datos y hechos del ámbito sociopolítico de aquél momento, no podemos menos que cotejarlo con el inmerecido, despiadado y sistemático ataque del cual es objeto el doctor Jacinto Convit, cuya vida ha estado dedicada a la consecución de terapias para mejorar la salud de sus paisanos.
Cura, ética y dolor
El pecado de Convit ha sido anunciar haber descubierto una vacuna contra el cáncer. ¡Imagínese usted, amigo seguidor, el miedo del Estado fascista-sanitario por la pérdida financiera que la difusión de esta alternativa traería!
Para poner orden en casa, ha aparecido un inquisidor, José Rafael López Padrino, investigador del IVIC y docente en Harvard. En La Razón de el domingo pasado y a través de otros medios, López denuncia a Convit por violación del Código de Nuremberg de 1947 y los principios de bioética médica.
La única ética que obliga al médico venezolano es la contenida en su Código Deontológico, donde se prioriza la curación del paciente y el alivio de su dolor sobre cualquier otra consideración.
En cuanto a Nuremberg, si López conoce la historia, recordará que los primeros experimentos con seres humanos –delincuentes a quienes se les condonaba la pena de muerte y discapacitados- se llevaron a cabo en las cárceles estadounidenses y en Alemania Nazi, patrocinados, en este último caso, por la Fundación Rockefeller.
Después de haber visto a nuestro padre, parientes y muchos amigos y amigas fallecer de cáncer, convertidos en alfeñiques y con sus cuerpos adoloridos y sus mentes en desvarío, estamos convencidos de que los remedios fabricados por el Estado fascista-sanitario no s curan, pero si arruinan a los enfermos y sus familiares. Así que nos ofrecemos como voluntarios para la vacuna de Convit, si llegáramos a necesitarla.
Sí hay vacunas contra el cáncer
López miente o está muy desinformado, cuando sostiene(sic): No existe vacuna preventiva o curativa del cáncer.
Lea, López, para que se entere, esta reciente nota de prensa:
La Agencia Estadounidense de Alimentos y Drogas (FDA) aprobó la primera vacuna contra el cáncer de la próstata. El visto bueno a Provenge, diseñada para que el propio sistema inmunológico combata al tumor, se ha convertido en la primera terapia de este tipo que acepta la FDA. Ha sido desarrollada por Dendreon Corporation, y estimula al organismo humano para que ataque a las células cancerígenas… Esta terapia no provoca los efectos secundarios que produce la quimioterapia.
No vamos a rebatir todas las aseveraciones que usted hace contra Convit, doctor López, porque este escrito se extendería y todavía hay mucho qué decir.
¿Qué pasa con la antipalúdica?
Las vacunas se prueban con humanos, sobre todo si son autovacunas, como las de Convit y Dendreon. Veamos qué pasa con el Estado fascista-sanitario y las vacunas sintéticas, como la antipalúdica, desarrollada por el doctor Manuel Elkin Patarroyo y su equipo del Instituto Colombiano de Inmunología.
En 1999, la vacuna sintética contra la malaria logró un 100% de eficacia contra una endemia que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo entero y causa 3 millones de víctimas fatales al año.
Se anunció su salida al mercado en el 2001.
En un alarde de generosidad raras veces visto, Patarroyo donó las regalías del invento a la OMS. Acto que enojó al Estado fascista-sanitario, pues así no se juega en las grandes ligas del negocio de los medicamentos, y presionó al BBVA para que embargara al Hospital San Juan de Dios –del cual depende el Instituto de Inmunología-, por 29 millones de dólares.
Hasta la fecha no se sabe qué pasó con la vacuna Patarroyo.
Si Louis Pasteur, Albert León Charles Calmette, Camile Guérin y Alexander Fleming hubiese seguido estrictamente los protocolos propuestos por el inquisidor López, la viruela, la tuberculosis y la sífilis seguirían campeando por sus respetos y diezmando a grandes sectores de la Humanidad. Y esto es lo que no se le perdona a Jacinto Convit, que le mueva el piso al Estado fascista-sanitario.
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