El culto a los muertos
Las grandes potencias de la Antigüedad se iniciaron con tres acciones: el cultivo masivo de algún grano, la división del trabajo y el culto a los muertos.
El trigo provocó la conversión de pueblos nómadas en África del Norte, Asia Occidental, Europa y el Levante en los grandes imperios de Egipto, Persia y Roma. El arroz hizo lo propio por los chinos, coreanos y japoneses. El maíz, de aparición más tardía en el cronograma alimenticio, logró empero que se desarrollaran tres civilizaciones espectaculares en corto plazo: la Azteca o Mexicali-, la Maya y la Inca. Sin avena y cebada el Imperio Británico no habría existido, y sin centeno los germanos no habrían migrado nunca de sus lugares de origen.
Además de nutrientes para los seres humanos, el afrecho de los cereales fue alimento básico para los animales domésticos. De la agricultura surgió la cría. De ambas, la necesidad de aposentarse en lugares propicios para cultivar y apacentar ganados. Los aposentamientos se convirtieron en urbes, y sus pobladores se especializaron en funciones, actividades y tareas distintas.
El sedentarismo liberó, a su vez, el tiempo necesario para que los antiguos se preguntaran: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Sin un mejoramiento dramático en las condiciones materiales como el que comenzó, globalmente, hace 5 milenios, no podría haber existido religión ni teoría del conocimiento, pues al cazador no lo quedaba otra que dedicarse las 24 horas al día a buscar comida y luchar contra otros predadores y la naturaleza misma.
La curiosidad generalizada sobre las tres interrogantes señaladas –las cuales aún carecen de respuestas contundentes y definitorias-, aunada a los misterios de la vida y la muerte –que sólo lucen claros para los iluminados por la fe o los poseídos por el fanatismo-, sentaron las bases del culto a los muertos.
Entre los aborígenes de Centro América y México dicho culto adquirió dos vertientes contradictorias: el sacrificio humano para calmar las iras de los dioses o pedirles favores especiales y la adoración y festejo de aquellos difuntos que fueron importantes, respetados y queridos para los familiares y allegados de quienes les veneraban. De ahí que en México, más que la conmemoración del Grito de Dolores, el día más importante sea el de los Difuntos.
La recordación de los difuntos
Aunque creemos que a los muertos debe dejárseles descansar en paz y convenimos en que una de las mejores ideas de la Iglesia Católica fue permitir que a sus fieles los cremaran, nos simpatiza la costumbre azteca de comer galletitas moldeadas como calaveras y vestirse con mallas con esqueletos pintados. Equivale a las reuniones de los anglosajones después de sus entierros, y a los velorios que había en Venezuela, antes que las pompas fúnebres y la inseguridad se apoderaran de nuestros últimos momentos existenciales. Y echar algunas gotas de licor al suelo cuando se abre el frasco, recordando a quien era buena copa.
En estas situaciones, hay comida y bebida para los participantes, comentarios y chistes que no irrespetan a los dolientes, sino que, se dirigen al alma de quienes entregaron la guardia. Porque es cierto, al menos para nosotros, que la presencia de nuestros muertos queridos siempre nos acompaña, sobre todo en los momentos más difíciles.
Hasta aquí, todo va bien.
Pero regresemos a la otra vertiente, la del sacrificio humano, que en México se hacía a favor de los dioses, y en Europa del Demonio. De allí dimanan prácticas absolutamente execrables como los ritos satánicos, la magia negra y el vudú. En todos estos casos, lo que se intenta es manipular a las ánimas en pena, a las almas que se quedaron a medio camino entre la Tierra y el próximo nivel evolutivo según la Ley de la Conservación de la Energía.
Los ritos satánicos
La pregunta es: ¿Realmente existen las ánimas en pena? No podemos afirmarlo según el método científico o por la fe. Mas, por instinto y experiencia, sabemos que sí. Es una verdad que plantea, admirablemente, el realizador M. Night Shyamalan en su largometraje El sexto sentido (1999).
Varias veces hemos citado en estos blog las terribles consecuencias de jugar con los muertos, según la práctica que oficializara en Haití el infame dictador Papá Doc, y que sólo le ha traído a los habitantes de la Isla Mágica ignorancia, violencia, miseria y catástrofes naturales sin precedentes en su historia, que ya era de terror continuado.
Esa locura necrófila de los gobernantes parece haberse desplazado a nuestra República, maltrecha, corrompida y aparentemente abandonada por Dios. Y el objeto de ese culto satánico, de la misa negra, no es otro que el féretro del Libertador Simón Bolívar.
La autopsia de Bolívar
Vimos, en cadena nacional de televisión, como acólitos del Guasón, disfrazados de patólogos, movían los venerables huesos del Gran Caraqueño, y extraían muestras con pinceles y aspiradoras, como si autopsiaran los restos mortales de cualquier finando bajo sospecha de mala praxis.
Escuchamos, estupefactos, la declaración de altos funcionarios del régimen, encantados por la labor que se les había ordenado. Ignoramos qué credenciales en Antropología o Medicina Forense poseen Luisa Ortega Díaz y Tarek El Aissami para actuar como lo hicieron.
Pero lo peor no fue eso, sino una declaración posterior de Kiko Bautista, quien dijo que había que ponerse en el pellejo de los seguidores del Guasón, y entender la simbología del acto, y la valentía del dictador al atreverse a hacer lo que otros mandatarios no habían hecho.
¡Por Dios! ¡Qué valentía ni que niño muerto! De lo que se trató, a nuestro juicio, fue de una verdadera profanación. Y si los motivos fueron propagandísticos para recuperar el terreno electoral perdido, además de profano el hecho resulta absolutamente pedestre. Port lo cual rogamos esperamos que el alma de Bolívar no esté en tránsito ni en pena, sino muy arriba, intocable para quienes quieren ponerla a trabajar en sus propios y oprobiosos propósitos. Y que, si nos escucha, nos perdone por ser venezolanos y haber permitido la profanación del Panteón.
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