En 1969, Gay Talese describió así al oficio y los oficiantes de la Comunicación Social:
Los periodistas son incansables rastreadores de lacras humanas y catástrofes naturales. A la mayoría de ellos no les atraen ni les seducen los ambientes puros y sanos, las amplias zonas del planeta inmunes al vicio y la locura. Les fascinan las revueltas y desórdenes, las confrontaciones que desgarran los pueblos y los episodios grotescos y truculentos: buques que naufragan, banqueros que se fugan, monjes budistas que se queman vivos.
Lo tenebroso es su juego, lo espectacular su pasión, la normalidad una exasperante Némesis. Insaciables, corren tras el sensacionalismo, viajan constantemente en excitación contagiosa, atropellándose, sin percibir que basta su mera presencia para distorsionar y maximizar incidentes mínimos, inflamar las pasiones que los provocaron y mantener en vilo al espectador.
Ruedas de prensa, notas, cámaras de televisión son tan consustanciales con el correr de nuestros tiempos, que ya no se distingue si es el público quien genera las noticias o las noticias las que caracterizan al público.
La visión del Guasón
Esta visión amarillista no se limita a Talese, biógrafo de The New York Times.
Antes bien, representa una tendencia creciente, como lo revela José Suárez Núñez en una entrevista que dio tras haber recibido hace poco un merecido homenaje por sus años de servicio. La reitera Oscar Yánez, en sus numerosos libros. Llega a su cénit en los famosos talk-shows de la TV, tanto en los protagonizados por participantes marginales –como los de América TV y Venevisión Internacional- como en de Jaime Cantizano en Antena 3, cuya entrega semanal se ha convertido en una Hola caricaturizada, donde quienes otrora figuraban como ricos y famosos en la prensa de corazón, lavan ahora y allí sus trapos sucios: adulterio, concubinato, delación, fraude, pedofilia, prostitución. No falta ningún ingrediente.
Sin embargo, en Venezuela, el máximo exponente del amarillismo es el Guasón. Prevalido de su poder político y económico, y apoyado por sus secuaces mediáticos acá y en el mundo entero, las cadenas del Guasón y sus resonancias en los pasquines que le apoyan, son el opio del pueblo.
Del pueblo decreciente que aún le ve como una esperanza de mejoramiento, o del que espera a cambio un puñado de lentejas. Y la marcha triunfal de los delincuentes de cuello blanco, los criminales organizados y desorganizados, los comerciantes ilegítimos, los políticos colaboracionistas y los zamuros, zopilotes, buitres o auras tiñosas que los sobrevuelan.
La otra visión
Pero ese no es el único periodismo que existe, aunque el otro no tenga tanto rating.
Los comunicadores que no comparten esta oprobiosa destrucción del país, deben buscar en sus viejos apuntes los valores que la República pareciera haber perdido. Comenzando por aquéllos de la Teoría Política, referidos a lo que es y lo que no es democracia, libertad de expresión e información, comunismo, fascismo, colonialismo, imperialismo, capitalismo, marxismo, humanismo.
Son términos que, generalmente, no admiten grises ni matices. Pero, merced al perverso, reiterativo y agobiante discurso cotidiano del Guasón, se tergiversan, confunden y caracterizan mediáticamente al público venezolano.
No hay más propiedad que la privada
No nada hay más frustrante que cierta opinión, la cual más bien parece desinformación, donde sus emisores se pierden en devaneos ideológicos y juegan con los adjetivos como si fueran malabarismos: propiedad social, propiedad de uso, propiedad comunitaria.
La Historia de Venezuela sólo prevé un solo tipo de propiedad, la propiedad privada, a la cual se accede por traditio –compraventa, herencia, hipoteca, prenda- o posesión reiterada, legítima y pacífica, que incluye el suelo, el subsuelo y el espacio aéreo donde su ubica el inmueble.
Así lo consagra el Reino de Castilla desde 1528, y lo traslada a la Capitanía General desde 1784. Así lo establecen todas las constituciones del país, incluso la de 1999, siendo únicas excepciones los minerales perfectos, los medio minerales y cualesquiera otros fósiles, inclusive bitúmines o jugos de la tierra (Ordenanzas de Nueva España, 1774); y las aguas subterráneas (Constitución de 1942).
Toda democracia es social
Otro tema falaz y recurrente es el de la democracia social, en contra del capitalismo salvaje. La democracia fue, es y será social pues actúa en beneficio del pueblo: El gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo… (Abraham Lincoln). El capitalismo no es social ni antisocial. Bajo el modo de producción capitalista es donde los asalariados han obtenido sus reivindicaciones: jubilaciones, vacaciones, jornadas máximas, educación y atención médica gratuitas, entre otras.
La soberanía reside en el pueblo venezolano
Otra violación constante e inadmisible es a la soberanía, que reside en el pueblo. En el pueblo venezolano, se entiende. Pero aquí mandan cualesquiera, menos los venezolanos. Los cubanos, los iraníes, los guerrilleros de las FARC
No hay unión posible en la lucha de clases
Final pero no definitivamente, constituye una crasa ingenuidad o estupidez creer en la posible unión de los grupos divididos por la lucha de clases comunista, decidida por Fidel e impuesta por el Guasón desde hace más de 11 años. Y que ese puente ideal vaya a ser tendido por nuestra escuálida MUD. En la lucha de clases sólo existen el triunfo y la derrota; y, para los vencidos, la sumisión a los vencedores.
Un colega lo ejemplifica claramente: Es como si los usuarios de Mac intentaran introducir software que no corren en Windows entre quienes emplean PC. Simplemente, sus discos duros no pueden leerlos. Y no hay manera de que esto suceda.
Por lo cual a los periodistas no queda otra, como destacaba Joselo cuando no era chavista, que definirse en el aquí y el ahora: O eres molusco, o eres marisco.
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