El 6 de mayo de 1963, los asiáticos celebraban el 2572 aniversario del nacimiento del Príncipe Sidharta, quien conocido después como Buda y cuyos seguidores fundarían uno de los movimientos religiosos más extendidos y con mayor número de prosélitos en el mundo.
La víspera de esa fecha, los organizadores de la procesión y el pueblo que les acompañaba en Hue, Vietnam del Sur, fueron masacrados sin misericordia por el Ejército, actuando bajo órdenes precisas de Ngó Dinh Diem, Jefe de Estado autoritario, desquiciado y corrupto, que quería imponer el catolicismo, a trocha y mocha, sobre la mayoría budista de la nación.
Unos días más tarde, el 11 de junio, Quang Doc, monje de 69 años, se sentó en posición loto en una concurrida esquina de Saigón, vertió sobre sí mismo una lata de comestible y se prendió fuego. Las imágenes de su inmolación fueron registradas, vívidamente, por los corresponsales que cubrían la guerra del Vietnam, y recorrieron y conmovieron al resto del planeta.
Pese a que Doc no era un político, ni una figura pública de otro orden [… ] sino un ciudadano del común, que decidió jugarse la vida en nombre de un principio [… ] de un derecho que consideró vulnerado por el gobierno de su país*; su muerte representó el punto de inflexión que originó la liberación y reunificación de Indochina, así como la derrota más vergonzosa sufrida EEUU en ,el Siglo XX.
El lunes próximo pasado falleció en Caracas Franklin Brito, un hombre con cojones cien veces más grandes que los forajidos que invadieron su pequeña finca en el Estado Bolívar, que los dirigentes comunistas que ordenaron la confiscación, que los militares rastreros que apoyaron las órdenes del antiguo quemador de transportes colectivos Elías Jaua, del procónsul Guasón y del jurásico Fidel, quien es el que manda en esta colonia.
Falleció Brito, y todos sus conciudadanos debemos considerarle un mártir. Y no olvidarle, como lo hicimos con aquél productor del campo zuliano a quien las FARC asesinaron en su hato porque se negó a seguirlos: ¡No camino! – dijo. Y ahí mismito lo ejecutaron, delante de los suyos.
Brito pasó a mejor vida, solo y abandonado.
Solo, porque los fariseos le alejaron de su familia, le secuestraron para impedir que se convirtiera en otro Doc.
Abandonado, porque la hipócrita dirigencia de oposición jamás levantó su voz para hacer causa común con su exigencia, consagrada en la Constitución, la defensa del pedacito de tierra.
De nada le valió a Brito cortarse un dedo para crear una matriz de opinión. Tampoco integrarse a las huelgas de hambre de los estudiantes frente a la OEA para que los insulsos y desatinos se dignaran a pararle bolas.
Caiga sobre los culpables la sangre del inmolado. Un héroe tan grande como Girardot o Ricaurte, pero mucho más próximo a nosotros, pues Brito se sacrificó en Siglo XXI, sin los ornamentos de la Historia, ni las alabanzas de quienes la intentan reescribir para sus propios y delictivos propósitos.
No le conocimos, pero lamentamos profundamente no haberlo hecho, pues algo bueno habríamos aprendido de él. Y, en el futuro, todos los que compartieron algunos momentos de su solitaria lucha, le recordarán y agigantarán su figura.
Murió Brito, y Venezuela le llora en silencio.
* Palabras con que Teodoro Petkoff describe el calvario de Brito
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