A William Shirer (1904-1993), una de las leyendas del periodismo estadounidense, le cupo la suerte de encontrarse en los lugares y momentos adecuados para hacer brillar a su talento. En efecto, entre 1934 y 1941 fue corresponsal los periódicos de William Randoph Hearst , las agencias de noticias y la cadena radial CBS en el Berlín y la Alemania de Hitler.
Como testigo de excepción, asistió y relató los grandes mítines y eventos del Partido Nacionalsocialista, entrevistó a los jerarcas del régimen y a sus aliados europeos, y estuvo presente cuando Édouard Dadalier y Neville Chamberlain, primeros mandatarios de Francia e Inglaterra, prácticamente lamieron las botas del ex cabo austríaco para impedir que sus naciones se involucrasen en una nueva guerra.
Shirer acudió a los frentes de batalla de Polonia, Noruega, Bélgica, Holanda y Francia, y transmitió desde ellos programas en vivo y directo, creando un nuevo estilo radial que aún está en boga. Su mayor tubazo fue el relato de la capitulación de Francia, con la presencia de Hitler, en el mismo vagón del tren donde Alemania firmara el infausto Tratado de Versalles en 1918. La noticia salió al aire en EEUU antes que la versión grabada se difundiera en Alemania y Europa, y el resto de los corresponsales yanquis la hiciera llegar a sus medios.
Arriesgando su propia existencia, separado de su esposa e hija, a quienes radicó en Suiza para evitar se convirtieran en rehenes del III Reich, Shirer intentó convencer a los aislacionistas , blandengues y pacifistas de EEUU del terrible peligro que implican los gobiernos autocráticos y totalitarios, no sólo para sus vecinos geopolíticos sino para la globalidad en general.
Pero Shirer fracasó, pues los líderes de opinión de EEUU estaban empecinados en sacudirse del problema del Führer, como éste fuera un alienígeno y lo que sucedía en Alemania ocurría en la Galaxia de Andrómeda.
A punto de ser expulsado por la Gestapo o algo peor, Shirer regresó a Norteamérica, y publicó Diario de Berlín, una colección de notas jamás difundidas por la CBS, pues eran censurables por el Ministerio de Propaganda del III Reich, y no les agradaban a los dueños de los medios en Inglaterra y EEUU.
Únicamente en 1961, 20 años después, Shirer pudo editar su gran obra: The raise and the fall of The Third Reich –Auge y caída del III Reich-; texto básico para quien quiera entender los por qué y para qué de la guerra más terrible del siglo pasado, poseedora del Récord Guiness en bajas fatales: 100 millones en Europa, África y Asia; y pérdidas incalculables económicamente hablando.
La pregunta de Shirer en sus dos best séller es muy simple: ¿La tragedia pudo haberse evitado? La respuesta es sí… si alguien le hubiese impuesto los límites a Hitler.
Lo que nos lleva, no a Venezuela, donde al parecer nadie quiere ponerle un parado al Guasón. Y también a Haití, esa abuela negra que los latinos escondemos en la cocina, pues nos avergonzamos de su ascendencia. Con la particularidad –sospechamos- de que el ADN divino carece de cualquier molécula haitiana o venezolana, aunque sí rebosa de partículas diabólicas.
Haití es una desgracia. Fue la primera región americana que abolió la esclavitud, la perla negra del Imperio Napoleónico, y el país con el per cápita más elevado del orbe a finales delhttp://www.blogger.com/img/blank.gif Siglo XVIII. Pero, desde que los franceses fueron vencidos, la Isla Mágica pasó a ser Trágica.
Los secesionistas mataron a los blancos y a los mulatos. Cuando ya no quedaban minorías raciales, empezaron a eliminarse entre ellos. Y, al hartarse de su propia sangre, invadieron el resto de La Española, y se dedicaron a asesinar dominicanos -que nada les habían hecho- por 22 años.
A la Dinastía Duvalier le tocó un rol estelar en esta matanza crónica. Alias Papá Doc y Baby Doc eliminaron la educación pública, gratuita y obligatoria; decretaron que el francés dejase de ser el idioma oficial de Haití, para evitar que sus numerosos perseguidos políticos pudieran denunciar ante el mundo las vesanias del régimen -¿quién podría entenderles en el patois creole?; crearon a los tontón macoute, la policía secreta más sanguinaria del Hemisferio; y reemplazaron al catolicismo por el vudú como religión del país.
De manera que diferimos con los reclamos de las ONG sobre que alias Baby Doc debería ser juzgado por corrupto, lo cual resulta en su caso es un pecado menor. Una suma parecida a la que, según el Diputado Julio Borges, el Diputado Diosdado Cabello se afanó como gobernador de Miranda.
Mas bien, a Jean-Claude Duvalier habría que indiciarlo por hijo de puta químicamente puro, de la “A” a la “Z” si tal delito existiera.
Si alias Baby Doc volvió a Puerto Príncipe, no fue para enfrentar a la justicia ni a renovar su pasaporte, sino porque cuenta con un Plan B, ahora que los tiranuelos vuelven a estar de moda.
Y ese Plan –no se necesita ser genio para adivinarlo- debe estar vinculado con el comercio ilegítimo, especialmente el narcotráfico, que constituye el segundo mejor negocio planetario después del petróleo, dada la posición estratégica de Haití, a mitad de camino entre Colombia, Venezuela y el Sur de la Florida.
Para quienes no conocen la ruta –ideal para avionetas-, el origen puede ser el Caribe Colombiano o el Norte Venezolano, sobrevuela Curaçao y la Dominicana y permite recargar combustible o dejar la carga en Puerto Príncipe. Proseguir a EEUU, o regresar al punto de partida.
¿Por qué alias Baby Doc se atreve a presentarse con semejante proyecto? Porque, como los demás sátrapas locales, está convencido de que los problemas macroeconómicos y las guerras contra Al-Qaeda que mantiene EEUU en el Levante y Asia, le garantizan la mayor impunidad para cometer sus fechorías.
Por lo cual, no sería de extrañar que, en fecha cercana, alias Baby Doc ingresara como miembro de pleno derecho en el ALBA. Prontuario no le falta.
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