Introducción
Decidí publicar el
siguiente ensayo en mi blog para contribuir a crear una conciencia sobre la
economía entre mis seguidores, ya que a diario escucho las burradas más
increíbles a través de los medios, dichas por políticos, opináticos y
funcionarios de cualquier rango, elegidos e ilegítimos.
Mientras este alud de paja sirve
de cortina para tapar la realidad, cada día el venezolano es más pobre y tiene
que hacer odiseas para satisfacer sus necesidades básicas, las que figuran al
pie de la pirámide de Maslow.
Si hay algún error, les
agradezco a mis lectores que lo corrijan y me envíen su reporte.
Ser rico es malo, ser pobre es
bueno… a lo mejor fue cierto
Considero como inventor del
sustantivo economía en su acepción
actual a Adam Smith, pues antes de la
publicación de su libro Sobre la riqueza
de las naciones, en 1776, sólo se hablaba de riqueza, y ricos eran los países y las personas que atesoraban oro
y plata
Es la economía, ¡imbécil!
¿Qué quería definir Clinton
por economía? ¿Qué creía el candidato demócrata que andaba muy mal en su país?
1. La extracción, producción, intercambio,
distribución y consumo de bienes y servicios.
2. La forma de satisfacer las necesidades con recursos,
renovables o no, pero generalmente escasos
3. La manera en la cual individuos y grupos sobreviven,
prosperan y funcionan.
Como Inglaterra y los
ingleses carecían en el Siglo XVI de colonias que produjeran metales nobles y a
España les sobraban, Inglaterra y sus súbditos eran pobres y España y los suyos
ricos. O, al menos, esa era la creencia generalizada en aquellos tiempos.
Los estrategas insulares fracasaron
intentando nivelar la balanza con la piratería y la guerra, actividades, sin
embargo, donde personajes como William Morgan alcanzaron gran rango y prestigio.
Morgan, a quien su padre
envió a trabajar como esclavo a Barbados, con apenas 18 años, para pagar una
deuda; terminó sus días con el título de Caballero del Imperio, destilando ron
en una finca cercana a Montego Bay y como gobernador vitalicio de Jamaica,
gracias al asalto de numerosas naves hispanas y a sus amoríos con Elizabeth I, la
Reina Virgen, según comentaron
entonces las malas lenguas.
Pero tanto la guerra como
la piratería eran procesos poco productividad y muy costosos, pues toneladas de
oro y plata se perdían en el fondo del mar y miles de vidas se perdían inútilmente en el
empeño.
El éxito de Smith fue haber
expuesto y desarrollado una serie de recomendaciones prácticas para que sus
paisanos se apoderaran del tesoro español, sin derramar sangre
Esa fórmula mágica
consistía en fabricar bienes de
consumo, apetecibles para los habitantes del Reino Católico, masivamente, y comercializarlos
en puntos de ventas a los cuales pudiesen acceder, directamente o a través de
intermediarios.
Así Smith sentó las bases del capitalismo o modo productivo que
sustituyó al mercantilismo, incorporando
además novedosos conceptos al lenguaje coloquial: la plusvalía o valor
agregado por la mano de obra a la materia prima, el mercado y el consumidor.
Como sucede con todos los
economistas, las propuestas de Smith eran muy contradictorias. Por una parte,
estimulaban la codicia, un pecado capital: La
apelación al egoísmo logra el bienestar general, la empatía con el egoísmo del
otro. El dame lo que necesito y
tendrás lo que deseas, así como la identificación de las necesidades del
prójimo son las mejores formas de satisfacer las necesidades propias.
Por otra parte, basaban su
eficacia en un estricto apego a la Ley, la Democracia y la Ética: El capitalismo sólo funciona si la
legalidad que lo regula está formada por normas justas, equitativas, que
respeten la libertad, y sobre todo, si éstas se cumplen.
Ley de Hierro Salarial
Fascinado por la lectura de
las obras de Smith, David Ricardo, escribió Principios
de Economía Política y Tributación (1817), enfatizando que el principal
problema económico era precisar las leyes que regulan la distribución.
Aportó la noción de ventaja competitiva, fundamento del libre comercio, y amplió la noción de división del trabajo, sugerida por Smith y opuesta al proteccionismo estatal.
Sostuvo que el déficit fiscal no afectaba a la
demanda agregada, y que la decisión de los gobiernos sobre si financiarse con impuestos o endeudamiento,
no resolvía sus crisis financieras.
Por supuesto, esta
afirmación de Ricardo, editada sólo 7 años después del 19 de abril de 1810, ha
caído en los oídos sordos de casi todos los presidentes de Venezuela, con
excepción de los generales Juan Vicente Gómez, Isaías Medina Angarita y Marcos
Pérez Jiménez, quienes no se endeudaron. O, al menos, no lo hicieron con
empresas o gobiernos extranjeros, pues creían que, al hacerlo, mermaba la
soberanía nacional.
Ricardo creía que el salario real permanecía siempre cercano al nivel de subsistencia del
trabajador, aunque se le indexara periódicamente. Es la llamada Ley de Hierro Salarial, y se inspiró en
los pronósticos pesimistas de Thomas Malthus.
Y es la que le aplica al
70% de los trabajadores el gobierno castro-chavista, al anunciar cada 1º de
mayo un incremento salarial muy por debajo de los índices anuales de la
devaluación y pérdida del poder adquisitivo de la moneda local.
Los desacuerdos entre los
teóricos marxistas comienzan con Smith y Ricardo, pues para los primeros
existió supuesto paraíso, perdido en la noche de los tiempos. Un camino, al que
llaman genéricamente socialismo que,
de haberse seguido, habría conducido a crear una sociedad más libre, equitativa
y justa.
La revolución maluca
Demás de la francesa,
durante el Siglo XIX hubo otra revolución, la Industrial, democrática,
incruenta y progresista, originada en las teorías de Smith y Ricardo, la cual
potenció un mejoramiento dramático para un gran porcentaje de la Humanidad.
Antes de este cambio socioeconómico, en el
Reino Unido, la carne era privilegio de los nobles, la grasa manjar de los
guerreros y el cereal dieta obligada de los pobres. Al poner lípidos y prótidos
al alcance popular, la leyenda Matusalén se hizo realidad, pues la esperanza de
vida saltó de 30 a 70 años, ¡duplicando la longevidad tras casi 20 milenios!
A este proceso se deben conceptos como sindicalismo, seguridad social y derechos humanos, desconocidos
previamente; aunque el primer centenario
de la Revolución Industrial no se caracterizara por la justicia social.
Empero, aún en esos
días, la situación del campesino no era
mejor que la del obrero, pues su suerte dependía de los caprichos del
terrateniente, y moraba en un entorno brutal, aislado, ignorante y sin
servicios; en lucha permanente por la mera subsistencia.
La población creció
exponencialmente gracias a una mayor variedad y disponibilidad de productos:
analgésicos, antibióticos, anticonceptivos, computadoras, detergentes,
fertilizantes, insecticidas y televisores; millones de ítems que proveen mejor
calidad y estilo de vida para un porcentaje cada día mayor de personas.
He ahí la otra gran brecha
con el marxismo, pues, como aseguran Joseph Heath y Andy Potter en Rebelarse vende – El negocio de la
contracultura (2005): Por desgracia,
la clase obreras resultó de lo más decepcionante. En vez de conspirar para
derrocar al capitalismo, los trabajadores querían beneficios más altos, como
sueldos más altos y seguros médicos.
Es la razón por la cual
cada vez que los comunistas se apoderan de un estado, crean sus propias
centrales obreras y gremios profesionales, y prohíben las huelgas. Así sucedió
en la URSS, Cuba y Venezuela.
La implosión comunicacional
La Revolución Industrial
transformó a la prensa, el principal medio de comunicación social conocido, en un
espacio público para el intercambio de información, literatura y opinión,
motivó la alfabetización de las masas y dio origen a la publicidad, la cual se
convertiría en catalizadora del proceso producción-consumo.
Esta implosión no se
limitó a las naciones más desarrolladas, sino que se expandió al resto del
planeta.
En 1839, apareció en
Lima, que contaba entonces con sólo 50 mil almas, El Comercio, decano del diarismo en Sudamérica y actual líder
comunicacional de la región, gracias al conglomerado de empresas que surgieron bajo su sombrilla.
Al periódico lo fundaron
dos antiguos enemigos: Manuel Amunátegui, chileno, oficial que luchó la
Independencia al servicio de la Corona Española, y Alejandro Villota, argentino
quien lo hizo como granadero en el ejército del General José de San Martín.
Años más tarde, El Comercio fue adquirido por la familia
Miró-Quesada, de origen panameño, que aún lo posee.
Desde sus comienzos, El Comercio fue un acérrimo defensor de
las libertades de expresión e información, al punto de permitir la publicación
de remitidos contra su línea editorial… ¡siempre que se los pagaran!
Esta política asombró al intelectual
chileno Félix Vicuña, exilado en Perú, quien describió al medio como: Un diario de cuatro páginas, con un mil
ejemplares de circulación y que se ahorra los salarios de los redactores, pues
son los anunciantes quienes escriben por ellos...
El inventor de la publicidad
En 1878 el comodoro James
Walter Thompson, ex combatiente de la Guerra de Secesión de Estados Unidos,
vendió su fragata mercante, y con el producto de esta operación adquirió acciones
en algunas publicaciones de Nueva York.
Además, pagó 500 dólares
por las acciones de una sociedad mercantil, que fundada catorce años antes y cuyo objeto era la
compra de espacios publicitarios al mayor y su reventa al detal.
Comenzó a ofrecer páginas
fraccionadas al comercio local, con la adición de textos seductores e
ilustraciones atractivas, reservándose un 15% de comisión. Así nació el negocio
que hoy se conoce como publicidad.
El triunfo global de la
publicidad
Décadas después, el
matrimonio de Helen y Stanley Reasor, convirtió la modesta compañía del
Comodoro Thompson en la primera empresa globalizada del mundo, al proclamar
como su filosofía la igualdad de los trabajadores, independientemente del género;
y de los consumidores, indistintamente de su raza, origen, sexo, nacionalidad,
religión o ubicación geográfica-.
Los Reasor basaron su
visión corporativa en el conductismo,
teoría recién lanzada por el doctor John Watson, quien creó la Psicología como
ciencia al desestimar el alma y optar por la conducta como el objeto de su
estudio.
En 1925 Watson sostuvo
que frente a los mismos estímulos, todos los humanos reaccionan de manera
similar, postura que lucía herética frente al racismo en boga, practicado con
particular ensañamiento contra los judíos en Europa y los negros en Estados
Unidos. Empero, gracias al concepto watsoniano de la igualdad, la publicidad
pudo desarrollarse de manera democrática y policlasista.
Pero los Reasor dieron un
paso más allá en pro de los derechos humanos, al ofrecerle trabajo y salarios
dignos a las mujeres de su época.
A sus ejecutivas, la
competencia las denominaba, peyorativamente, las monjas de Reasor, refiriéndose
a la formalidad de su atuendo y la circunspección en su trato, pues en la
Norteamérica de aquellos tiempos se menospreciaba la presencia femenina en los
cargos gerenciales.
Estas acciones combinadas
lograron que, en 1930, James Walter Thompson Company –JWT- operara,
exitosamente, 40 oficinas fuera de Estados Unidos. El éxito de los Reasor
indujo a otros competidores a abrir filiales en las ciudades donde JWT lo había
hecho previamente.
Proletarios del mundo… ¡uníos!
Kart Marx, holandés de
origen y descendiente de rabies, apátrida y ateo al final de su vida, testigo y
víctima de la primera gran recesión económica del capitalismo, ocurrida en
Europa a partir de la década de los treinta del Siglo XVII –la cual trajo consigo graves enfrentamientos
y cruentas revoluciones como los ocurridos en Suecia (1848) y Francia (1871)-.
Profundamente persuadido de
que algo andaba muy mal en el sistema, sobre todo respecto al trabajador, a
quien le consideraba sometido permanentemente a la alienación y enajenación, publicó El Capital (1867), y posteriormente edita numerosos escritos donde critica
acerbamente los modelos políticos, económicos y sociales imperantes.
Marx concebía el desarrollo
económico como una superposición de capas
o modos de producción, secuencia iniciada en las civilizaciones antiguas
con la esclavitud, proseguida con el feudalismo en la Edad Media, el mercantilismo en la Edad Moderna y, en
su época, el capitalismo.
Preveía la sustitución del
capitalismo por el imperialismo, o la
indispensable conquista, dominación y explotación de los países no
industrializados por las potencias coloniales; y el reemplazo de este último
por el comunismo, un mundo feliz donde cada trabajador sería
compensado según sus necesidades.
Por otra parte, basado en
el pensamiento de Friedrich Hegel (1770-1831), quien planteaba que, frente a cada propuesta o tesis surgía una
contrapuesta o antítesis, y que de la confrontación de ambas nacía una síntesis,
cuyo contenido recogía lo mejor de las partes en disputa y le añadía una nueva
cualidad.
Marx concluyó que el final del capitalismo se hallaba en su
propia e insalvable contradicción pues, mientras
la producción era colectiva, el reparto de los beneficios resultaba individual,
privilegiando a la burguesía o clase dominante.
Elaboró fórmulas para
acelerar los cambios por él deseados: la
lucha de clases, las condiciones dadas
o prerrevolucionarias, la
internacionalización de la revolución comunista, la transición del capitalismo al comunismo –el socialismo y la
dictadura del proletariado-, entre muchas otras.
Al anterior conjunto
retórico, se le conoce como Materialismo
Dialéctico, y constituye uno de los tres pilares del marxismo-leninismo,
socialismo científico o comunismo a secas.
Con el apoyo de Federico
Engels, su mecenas y coautor en algunas
obras, recomendó opciones para sustituir instituciones claves de la burguesía: la familia, la propiedad privada y el
Estado. Engels analizó dichos temas (1891), comparándolos con las
costumbres de grupos tribales de la Polinesia.
Curiosamente, Marx no
anticipó que su revolución se impondría en las naciones menos desarrolladas, sino
en las industrializadas.
Aunque simpatizaba con el campesinado
irlandés, le recomendaba concentrarse en la guerra separatista y no en la
revolucionaria, pues, según él, Irlanda no estaría madura para el comunismo
hasta que agotara la etapa capitalista.
Este segundo grupo de
reflexiones es llamado Materialismo
Histórico, y es el segundo pilar de la ideología analizada.
La guerra revolucionaria
Empero, la revolución no se
produjo en las formas ni en los espacios anticipados por Marx. Fracasó en
Inglaterra, insignia del industrialismo, y triunfó Rusia, cuyo modo productivo era semifeudal-.
Fracasó en Japón, la más avanzada nación asiática; y triunfó en China, una de
las más atrasadas. Fracasó en España,
donde los comunistas llegaron al poder por elecciones; y triunfó en Cuba, una
colonia hispana hasta 1902.
La metodología más eficaz para
asaltar el poder ha sido La guerra revolucionaria
de León Trotsky; abjurado comunista, expatriado de la URSS y asesinado en
México por órdenes del tirano rojo José Stalin.
La guerra revolucionaria fue empleada, exitosamente, por Mao Zedong
en China, Ho Chi Min en Vietnam y Fidel Castro en Cuba; pero no tuvo igual
efecto en Irlanda del Norte, cuya insurgencia terminó por acogerse a la
pacificación e incorporarse al sistema;
las FARC en Colombia, que, con más de medio siglo de lucha se han convertido
en una guerrilla menguante, que vive de la extorsión, el secuestro y el
narcotráfico; y la ETA en España, prácticamente derrotada por la democracia
española, y cuyas escasas acciones terroristas gozan del repudio mundial,
nacional e, incluso, de la mayoría vasca.
Marx llamó a Bolívar cobarde,
brutal y miserable
Karl Marx califica la
epopeya de Simón Bolívar como una ilusión
colectiva y describió su personalidad como la del canalla más cobarde, brutal y miserable.
Estos epítetos aparecen en una
carta dirigida a Engels y fechada el 14 de febrero de 1858. Allí aseveraba que:
Bolívar era famoso gracias a la fuerza
creadora de los mitos, característica de la fantasía popular, en todas las
épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más
notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar.
Esta misiva fue publicada
en la Revista Dialéctica de Buenos
Aires por Aníbal Ponce (1936), y se convirtió en la postura oficial del comunismo
argentino y otros marxismos del Cono Sur.
Además, la explotó el
populista Juan Domingo Perón como campaña gubernamental de propaganda para
descalificar la gesta de Bolívar y realzar la de San Martín. La diatriba
terminó, irónicamente, cuando el derrocado ex presidente Perón, inició su largo
ostracismo en Caracas, cuna del Libertador.
Cuando el perro muerde a su amo…
Antonio Gramsci
(1891-1937), político, pedagogo, filósofo y teórico marxista italiano, en
relación con el triunfo comunista en Rusia, publicó en la Revista Avanti (1917) el siguiente editorial: La revolución bolchevique es la revolución contra El Capital de
Carlos Marx. El Capital sostenía la fatal necesidad de que en Rusia se
formase una burguesía, se iniciase una era capitalista, se instaurase una
ciudadanía occidental. Si los bolcheviques reniegan ahora de algunas
afirmaciones de El Capital, no lo hacen de su pensamiento inmanente y
vivificador, sino que admiten tácitamente que Carlos Marx estaba contaminado con incrustaciones
positivistas y naturalistas.
En la década de los sesenta
del siglo pasado, Ernesto Che Guevara, Ministro de Planificación del régimen
cubano, aseguraba que el cambio sólo sería posible con la creación de un hombre nuevo, logrado a través de la enseñanza-
aprendizaje del socialismo. Este ciudadano ideal no debería desear riquezas o placeres, sino sólo estar al servicio del
Partido, la Revolución y el Pueblo.
Charles Betelheim,
economista y miembro prominente del Partido Comunista Francés le replicó que sus conceptos coincidían peligrosamente con
los de Friedrich Nietzsche –adoptados por el nazismo para justificar el
Holocausto y la esclavitud de las razas inferiores durante la II Guerra
Mundial- y que no era posible cambiar la naturaleza humana.
Guevara murió en 1967, sin probar
su teoría, aunque su foto en alto contraste se convirtió en icono global de
todas las rebeldías y rebeldes desde entonces.
La crítica más contundente
contra la economía marxista estriba en su fracaso rotundo en China, Europa
Oriental, Vietnam y la Unión Soviética, inmensos territorios sometidos a su
influjo durante decenios, y que debieron adoptar la el modo capitalista de
producción para desarrollarse, comerciar y competir con el resto del mundo.
La mano peluda
La segunda recesión
económica global o Gran Depresión se inició el 29 de octubre de 1929, con la
fractura de la Bolsa de Nueva York.
A causa de ella y a escala
planetaria, millones de seres humanos perecieron prematuramente o padecieron
hambre y enfermedades relacionadas con la desnutrición, como la pelagra y el
escorbuto, cuyas fases terminales se asemejan a las del sida y el cáncer.
Durante el horror económico
de Gran Depresión, afloraron las más bajas pasiones y se desató la explotación
más inicua del hombre por el hombre. Lo que pasó en Estados Unidos fue dramáticamente
relatado por John Steinbeck en Las uvas
de la ira, novela con la cual logró el Premio Putlizer (1940) y el Nobel de
Literatura (1962), y cuya versión cinematográfica obtuvo siete nominaciones a
los Premios de la Academia y dos Oscar (1940).
En los tiempos recesivos
gobernaba a Estados Unidos el Ingeniero Herbert Hoover, cuya hoja de vida había
sido intachable: comenzó como minero y terminó con una de las mayores fortunas
del planeta y negocios en los cinco continentes.
Proyectaba una personalidad
pública envidiable, lograda al arbitrar
y planificar de la reconstrucción europea tras la I Guerra Mundial. Aunque autodidacta,
había crecido hasta poder traducir al inglés obras técnicas como Res Metallica. Manejaba eslóganes
propagandísticos, contundentes y convincente, pues aludían a su currículo como:
La riqueza está a la vuelta de la esquina
y todos podemos ser millonarios.
Sin embargo, Hoover se
convirtió en prisionero del dogma liberal, según el cual a largo plazo, la mano invisible del mercado lo resolvería
todo. Falacia engendrada a su vez en la falsedad de que la Economía
funciona como la Naturaleza, y que sus crisis –a semejanza con las tormentas
del Caribe, los tsunamis del Océano Indico o las erupciones volcánicas del
Pacífico- no pueden ser previstas ni, mucho menos, controladas de manera
alguna.
Al negarse a actuar y
aterrorizado por turbamultas enardecidas que pedían su cabeza -Hang. Hoover! Hang. Hoover! (¡Ahorquen a
Hoover! ¡Ahórquenlo!)-, al Presidente no se le ocurrió otra cosa que enterrar
la cabeza como un avestruz. En su caso, escondiéndose en un bunker bajo la Casa
Blanca, apertrechado con armas y bastimentos e invocando el milagro de la mano
invisible, que para él se transformó en una mano peluda.
Durante tan pésimo desempeño,
se llegó a dudar que la democracia tuviese futuro, pues nunca como entonces la
tentación totalitaria estuvo a punto de cautivar tantos prosélitos, como lo
hizo en efecto en Europa Occidental y como -cautivados o cautivos- se impuso férreamente
en las tierras sembradas de cadáveres de José Stalin.
La Gran Depresión fue una
de las causas básicas del próximo conflicto global, una guerra con cien millones de bajas y
pérdidas económicas incalculables, que destruyó ciudades completas como Dresde,
Hiroshima y Nagasaki, éstas dos últimas hasta los cimientos y malditas por el
polvo radiactivo.
A largo plazo, todos habremos
muerto…
Para vencer a la Gran
Depresión, el 4 de marzo de 1933 Franklin Delano Roosevelt fue electo
Presidente de EEUU, con apoyo del 62% de los votantes.
Sus promesas básicas integraban
el programa New Deal, donde les pedía
a los estadounidenses que reaccionaran como
si los hubiese invadido una potencia extranjera.
Por eso, solicitó y pudo
obtener amplios poderes para reorganizar la Economía y generar millones de
empleos, apoyándose en ayudas y créditos blandos focalizados a la agricultura y
la cría, la construcción de infraestructura y la protección ambiental.
Asimismo, intervino y controló estrictamente la banca y sus operaciones
financieras.
Al desatar el nudo gordiano
de la recesión y ganar las batallas
claves de la II Guerra Mundial, Roosevelt fue ampliamente reconocido por su
pueblo, quien volvió a votar por él en 1940 y 1944, habiendo sido ésta la única
vez que un presidente estadounidense fuera electo para un tercer período.
Mas su precaria salud le
impidió terminar el último mandato y falleció en 1945, no sin antes haber
convertido a su nación en la primera potencia del mundo.
Roosevelt basó su estrategia en la Macroeconomía de John Maynard
Keynes.
Pese a que Keynes fue un
genio natural en la teoría y praxis económicas, al punto de recuperar
rápidamente su fortuna tras haberla perdido durante el crack de 1929,
desempeñarse exitosa y sucesivamente en la Tesorería Colonial y la Secretaría
de Hacienda del Reino Unido, brillar como empresario teatral, profesor de la
Universidad de Cambridge y parlamentario en la Cámara de los Lores; nunca gozó
del aprecio de los defensores del libre mercado ni de sus adversarios marxistas,
ni en la Gran Bretaña ni en Estados Unidos.
En el primer caso, pues sus
creencias implicaban un insulto constante contra el dogma liberal. En el
segundo, porque su teoría desmentía la dialéctica de la revolución proletaria,
que había triunfado en Rusia, parecía estar a punto de hacerlo en España y
aspiraba a conseguirlo en Alemania y Estados Unidos.
Aún en medio de la más
pavorosa recesión, los cultores del liberalismo se negaban al intervencionismo
estatal, insistiendo en que la mano invisible del mercado, a largo plazo, lo
arreglaría todo. A ellos, Keynes los desbarató con una frase lapidaria: A largo
plazo, todos habremos muerto…
Los ciclos de la Macroeconomía
Basado en las crisis y
guerras económicas del Siglo XIX, especialmente en la estanflación sueca –una mezcla abominable de súper inflación y cero
crecimiento-, debida la nación escandinava perdió a más de un tercio de sus
pobladores, quienes huyeron de la miseria, la hambruna y el desempleo, Keynes
publicó, en rápida secuencia: Tratado
sobre Probabilidad (1920), Tratado
sobre la Reforma Monetaria (1923) y Tratado
sobre el Dinero (1930).
En pleno auge recesivo,
Keynes complementó sus investigaciones con la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), la
crítica más contundente contra el laisser
fait, laisser passé (dejar hacer, dejar pasar) del liberalismo económico.
En ella, desentrañaba el funcionamiento del capitalismo, diagnosticaba sus
males actuales y futuros y proponía las terapias más adecuadas.
Keynes no concebía al capitalismo
como capa superpuesta o declinante del devenir histórico sino como un proceso dinámico, equiparable al de un
organismo vivo y, en consecuencia, sometido a constantes variaciones, a las
cuales consideraba fisiológicas o normales; en contraste con las fijaciones, a las que estimaba como
patológicas o anormales. A las variaciones las denominó ciclos económicos, y las caracterizó de
la siguiente manera:
1. Prosperidad,
cuando aumentan la producción, las ventas y los precios de los bienes de
consumo masivo.
2. Liquidez,
o momento en el cual los consumidores ahorran más y compran menos.
3. Recesión,
caracterizada por incremento en el desempleo, así como el cierre de
establecimientos comerciales y fabriles.
4. Recuperación,
o punto en el cual los consumidores recuperan la confianza.
Keynes atribuía los ciclos
y anticiclos, o bien a la disminución en el consumo, o bien a la disminución en
la inversión.
1. La
disminución en el consumo aparece cuando los precios se elevan tanto durante la
prosperidad que los compradores se retiran del mercado. Fue lo sucedido antes
el crack de 1929 y lo que pasó en el 2008, en este último caso, merced a la
llamada burbuja inmobiliaria o sobreprecio en las propiedades y especulación
sobre el valor de sus hipotecas.
2. La
disminución en la inversión acontece cuando las empresas incorporan tanta
capacidad productiva que crean una sobreoferta de bienes sin demanda,
escenarios ocurridos en las recesiones menores de 1970, 1997 y 2001.
3. Los
ciclos se cierran con la recuperación, pues los precios bajan hasta el punto
que los consumidores regresan al mercado, o hasta que los gobiernos aceleran
este resultado promoviendo la demanda, tal como lo hiciera Roosevelt en Estados
Unidos.
Hoy nadie discute la
existencia los estos ciclos, sino su duración.
El mejor homenaje recibido
por Keynes en vida, además de la confirmación de sus hipótesis durante la
práctica rooseveltiana, fue el reconocimiento de B.F. Skinner, uno de los
grandes pensadores del Siglo XX, quien afirmó: John es la persona más inteligente que jamás haya conocido.
Muchos piensan que se
repiten cada 3 ó 4 años. Nikolai Kondratiev, economista ruso, considera que las
grandes depresiones aparecen cada 50 ó 54 años, y asevera que no son nada
nuevas, pues dichos fenómenos ya habían sido registrados en las crónicas de las
civilizaciones antiguas: Las siete plagas
de Egipto, las vacas flacas y las vacas gordas.
El consumismo es malo…
A Keynes se le critica que
centra sus estudios en el consumo y la inversión –induce al consumismo-, el control de la moneda –propugna
el monetarismo- y desestima el rol de
la Ley de la Oferta y la Demanda –promueve el intervencionismo.
La última de estas
observaciones no es cierta, pues Keynes prevé la recuperación de los mercados
mediante incentivos para incrementar la demanda de los consumidores –pleno
empleo, precios reales, animación productiva-
La segunda sí lo es, pero
no de la manera segada como quiere presentársela –jugando a la devaluación o a la reevaluación de la moneda-, sino con patrones universales de
comparación que sustituyan al oro. La tercera es verdadera pero, ¿quién dijo
que el consumismo es malo?
Persuadir a alguien para que
mejore su estilo y calidad de vida no constituye una maldad, sino un estímulo a
su progreso.
Quienes más férreamente se
opusieron al consumismo fueron políticos como Luis Echeverría, ex presidente de
México –hoy procesado por la Corte Suprema de por la masacre estudiantil llamada
La noche de Tlatelolco (1968)-, quien
sostenía que (sic), Televisa incita a la
gente de menores recursos a abandonar la inocente bondad de su pobreza.
Estimaba Echeverría, como
lo hicieran entonces y como persisten en hacerlo ahora otros gobernantes, que
la televisión es subversiva y resulta mejor ponerle un parado a tiempo, antes
que los pobres se conciencien sobre su injusta condición e intenten darle
vuelta a la tortilla.
En 1961 Vance Packard
inquiría: ¿Hacia dónde vamos, bajo las
presiones que tratan de tornarnos más manirrotos, imprudentes e irreflexivos en
nuestros hábitos de consumo? ¿Cuál es el impacto que esta presión a favor del
derroche ejerce sobre Estados Unidos, y sobre la conducta y el carácter de su
pueblo?
Después del 11 de septiembre
de 2002, la respuesta fue clara y precisa, pues, con las Torres Gemelas también
se desplomó la crítica esencial al consumismo.
En los días subsiguientes,
la lección aprendida fue que la globalización opera como un gigantesco centro
comercial, y que su parálisis, aunque sólo sea por poco tiempo, ocasiona
terribles consecuencias: caída de bolsas, quiebra de empresas y pérdida de
millones de puestos de trabajo en el mundo entero.
Kelly Evans define este
fenómeno como la paradoja del ahorro:
Mientras los despidos y los
cierres de comercio azotan a su población, los Capp esperan que la reciente frugalidad
les sirva para superar la crisis. Pero tal ahorro, adoptado en toda la
extensión de Estados Unidos, es causa de que la recesión prosiga.
Tras un maratón de compras
que duró décadas, los estadounidenses, finalmente, ahora ahorran más y gastan
menos, justo en el momento en el cual la Economía necesita su dinero con mayor
urgencia.
Generalmente, adquirir sólo
lo que se necesita es provechoso, tanto para el consumidor como para el
sistema.
De esta manera el ahorro
actúa como una reserva de capital, y puede ser empleado para financiar
inversiones, lo cual mejora la calidad de vida de la nación. Pero durante el
período recesivo, la reducción en el consumo agrava la crisis:
La semana pasada Goldman Sachs predijo que el índice individual de
ahorros crecerá entre un 3 y un 5% en el 2009, el gasto –en consecuencia- se
contraerá y el Producto Interno Bruto se reducirá proporcionalmente […] Cuando gente como los Capp colma las arcas de
los bancos de Boise, Idaho –una ciudad que vive de la del hardware para
informática y del comercio-, con depósitos que hicieron crecer la captación de
ahorros en más de un 26%, pese a su sacrificio, lo que realmente logran son más
cierres y más desocupados.
Hoy la mayoría comienza percibe
que el consumismo no sólo es útil y pertinente, sino indispensable para la
prosperidad colectiva; y que también puede ser un catalizador para la
reinserción de quienes se encuentran social e injustamente excluidos .
Mientras más sube el
barril, más se empobrece la gente…
Esta regla no la proclamó por
algún político o economista, sino dos de los empresarios estadounidenses estelares
del momento: Donald Trump y Robert Kiyosaki.
En su libro, Queremos que seas rico (2007), prevén el
colapso actual, la quiebra del sistema de salud público –Medicare- en EEUU y la
imposibilidad de que la gente de la tercera edad –los baby boomers o nacidos a
partir de 1946- puedan subsistir decentemente con sus planes de jubilación.
Trump y Kiyosaki atribuyen
este proceso a la ignorancia económica
del ciudadano común, atizada por mitos como que los pobres van al Cielo y los ricos al Infierno y a la percepción
de que la Bolsa es una lotería o casino.
Proponen, como remedio, la
difusión de la educación financiera: No
vendemos pescado, asesorías, ni le decimos a nadie en qué invertir. Somos
maestros, Queremos que aprendas a ser rico, a manejar tu propio dinero y a
convertirte en tu propio analista financiero. Queremos enseñarte a pescar…
Kiyosaki, autor del
best-seller Padre rico, padre pobre y
creador del juego Cashflow (Flujo de caja), sostiene que la misión espiritual
del individuo es enriquecerse, para así poder ayudar a los demás y cambiar la tristeza por alegría.
Establece un paralelismo
entre la subida de los precios del crudo y el empobrecimiento de la clase media
global, y visualiza su figura como la de un reloj de arena, donde el cuello se
cierra sobre la clase media, dejando un gran espacio para los pobres y un
espacio menor –pero de volumen considerable- para los ricos.
Afirma que el alza
petrolera ni siquiera favorece a las
grandes mayorías de los países productores, sino a sus minorías gobernantes.
Por su parte, Trump revela
que el dólar se ha devaluado desde Breton Woods en proporción casi idéntica al
incremento de la onza de oro. Y sostiene que la vivienda familiar no es un activo, sino un pasivo, pues no produce
beneficios sino gastos.
Ambos concuerdan en que
ninguna nación puede sobrevivir sin su soberanía alimenticia ni prosperar sin
armonizar las relaciones entre el trabajo, la producción y el consumo. Como
puede observarse, no se trata de la opinión de extremistas de izquierda, sino
la predicción de dos príncipes empresariales.
El capitalismo desaparecerá
cuando no produzca más beneficios…
En una reunión de
futurólogos, realizada en Buenos Aires a comienzos del Milenio, Alvin Toffler
profetizó que, para el 2025 y a menos que hubiera una catástrofe global, 70% de
la Humanidad escaparía del círculo de la
pobreza.
Basaba su pronóstico lo
basaba en el crecimiento de la clase media en países altamente poblados como
China –más 1.300 millones de habitantes- e India –más de 1.050 millones y una
proyección de 2.400 para mediados del Siglo XXI-.
Empero, éstas no serían buenas nuevas para
muchos países del Tercer Mundo, a menos de que modificaran radicalmente a sus
economías.
Andrés Opeheimer (2007)
destacaba la confuciana respuesta del premier chino Deng Xiaoping sobre la
contradicción aparente entre el comunismo y el capitalismo: No importa el color del gato, con tal que
cace ratón.
Décadas antes (1976), Jean
Françoise Revell, pensador y Académico de la Lengua Francesa, aseguraba que, si bien el capitalismo no es social, tampoco
es antisocial, pues bajo su manto se han logrado las grandes conquistas de la
clase obrera.
Es en este sentido Barack
Obama intenta enrumbar la economía de su país y la del todo el mundo. Su
prioridad son las familias y no las empresas, a menos que éstas se plieguen al
cambio social proyectado. Su estrategia es abaratar el costo energético,
deslastrándose del yugo de los exportadores de crudo: British Petroleum y Petrobras instalan súper
ingenios azucarero en Norteamérica y Brasil
para la producción masiva de etanol.
La decisión clave de Obama
está en dónde seguir colocando la ayuda, si en la banca que produjo el
colapso o en industrias que, como las automotrices, no sólo son emblemas del
poderío estadounidense, sino que, asimismo, generan millones de empleos a escala planetaria.
El recientemente finado Domingo
Maza Zavala, ex Presidente del Banco Central de Venezuela y ex profesor de
Economía de la UCV, no creía que hubiera alternativa actual para el
capitalismo.
Pese a su formación
marxista, Maza Zavala respondió a la pregunta ¿Cuándo desaparecerá el capitalismo?: Cuando deje de ser rentable.
Y añadió un comentario adicional, cargado de picardía: El modo de producción esclavista desapareció en Venezuela cuando los
dueños de las haciendas se percataron de
que era más barato pagar salarios que mantener esclavos
Gracias por la referencia a mi abuelo. Un saludo.
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