Volver al futuro
Jean-Paul Sartre afirmaba que si queríamos realmente enterarnos
del pasado, debíamos apelar a la Literatura y no a la Historia, pues esta
última había sido escrita por los vencedores y no por los vencidos.
Años más tarde Humberto Cuenca, eminente procesalista y fundador de la Escuela de Comunicación Social de la UCV,
recomendaba a sus alumnos acudir a las hemerotecas y no a las bibliotecas para
entender y reconstruir los hechos del ayer, pues las notas de prensa carecían, publicadas
en caliente, de improntas que desfiguraran o tergiversaran los sucesos
acaecidos.
Para quienes sólo conocemos los relatos de
oídas, cuesta mucho saber qué fue realmente lo que pasó en la República
Española, por qué se desató la Guerra Civil y por qué la ganó Franco; pues sobre
estos tópicos siempre recibimos una información amañada, ideologizada y enmarcada
dentro de un maniqueísmo donde, en mayor proporción y, gracias a la propaganda
marxista, malos eran los franquistas
y buenos los comunistas-.
El paralelismo histórico
Una carta inconclusa de Enrique Jardiel
Poncela, fechada el 28 de mayo de 1947 e inédita hasta 1970, de la cual
publicamos extractos y comentarios hace varios años en El Diario de Caracas, puede guiarnos para desvelar la realidad
deliberadamente enmascarada. Y es importante hacerlo, porque la actual
situación venezolana se asemeja a la que entonces sufrió España, y por causas
casi calcadas.
Para quienes no le conocen, Jardiel Poncela
fue cineasta, humorista y dramaturgo. Antes de que estallara el conflicto,
vivió en el exterior de sus obras y conferencias, y se definía como apolítico
–lo que llamaríamos hoy ni-ni-. Pese
a sus recelos, regresó a España en 1935 pues allí residían sus hijos y el resto
de su familia. Veamos, en sus propias palabras, lo que encontró:
Los
militares eran abucheados en las calles. Y si alguno se aventuraba solo en un
barrio, se exponía a defender la vida a tiros. Si lo hacía, estaba perdido. A
la salida de las ciudades bandas de atracadores desvalijaban los coches, y ya
nadie se aventuraba a salir a la carretera.
Grupos
de hombres exigían una limosna al transeúnte en innumerables esquinas, gruñendo
torva y amenazadoramente: ¡Obreros parados! En todos los sitios y por el
mismo procedimiento amenazador, se pedía abiertamente.
En
el Congreso se había llegado a extremos verbales tan soeces que no los puedo ni
estampar aquí. Pero un día se pronunciaron palabras peores que las más soeces.
Al
final de un discurso del diputado José Calvo Sotelo, donde había enumerado los
delitos públicos cometidos en los últimos meses ante la indiferencia del
Gobierno, la diputada Dolores Ibarruri –llamada entonces La Pasionaria, con una cursilería que
resultaría trágica la postre-, comentó: Este hombre morirá con los zapatos
puestos; un comentario sin
precedentes en algún Parlamento del mundo. Pero la afirmación de esta mujer sin
alma, que pedía la abolición de la compasión y la piedad, y que en los mítines gritaba
¡Viva la guillotina!, pronto se
tornó realidad al ver que lo de morir con los zapatos puestos le ocurría, en
efecto, a Calvo Sotelo. Fue un crimen de Estado.
El cronograma de la revolución comunista
Jardiel Poncela estaba convencido, gracias a
múltiples documentos y testimonios recogidos, que la revolución comunista
–según órdenes del propio Joseph Stalin-
estaba pautada para 1936.
Lo que desencadenó, cinco meses antes, fue el
alzamiento del Ejército de África (17-07-35). Por ello, las bandas armadas del
régimen, decidieron actuar según los lineamientos establecidos, no contra las
tropas franquistas, sino contra la inerme población civil que había quedado represada
en las zonas republicanas:
En
Madrid y Barcelona, y en todo el territorio rojo, el asesinato se convirtió en
una de las Bellas Artes. Y se empezó a asesinar -con martirio y sin martirio
previo-. Primero por razones políticas; y luego por antipatía personal; y por
odio; y por rencor; y por envidia; y por diferencia de clases; y por asuntos
particulares; y por deudas de dinero; y por rivalidades amistosas, amorosas y
profesionales; y por ser cura; y por ser rico; y por ser creyente; y por tener
en casa un retrato del Papa del Rey, o una bandera bicolor; y por confusión de
apellidos; y por estar suscrito un periódico opositor; y por llevar un
escapulario o una medalla; y por ser pariente de un militar o un político
demócrata. Y, al final ya se asesinó por llevar cuello y corbata; y por usar
bigote recortado (que era moda monárquica); y por gusto de asesinar.
Los
rojos decían: Darle gusto al dedo. A esto se sumaron los robos de todos
los coches particulares. menos los de los marxistas, entre el 18 y el 19 de
julio. A mí me robaron un fordcito, comprado a plazos a fuerza de escribir y de
trabajar, pero yo era para ellos un burgués.
Instalados
en esos coches, pintarrajeados de iniciales y símbolos, los forajidos sembraban
en las ciudades el terror motorizados, en busca incesante de víctimas a quienes
asesinar y llevándolas a lugares dedicados a eso, donde luego acudía la chusma
a profanar los cadáveres.
Después de los autos –señala Jardiel Poncela-
los robos se extendieron a las demás partencias de los no rojos –escuálidos y ni-ni, en lenguaje actualizado-, y éstos sólo pudieron conservar lo
que sus adversarios no apetecían.
La revolución bonita se volvió rojita
Y a partir de entonces, sobrevino lo peor:
[…] Solamente en Madrid los difuntos pasaron de 140 mil, más del 12% de la
población total para la época.
Meses enteros, desde mi casa oía por las
noches gritar a quienes estaban matando. Vi ríos de sangre manar de la Morgue
de Madrid, dentro de cuyo recinto el precioso líquido llegó a alcanzar hasta
cuatro dedos de altura.
Lo pude observar cuando fui a rescatar,
para darle sepultura, al cadáver de un buen hombre, un empresario que patrocinó
mis primeras obras de teatro. Efectivamente, allí se encontraba, tirado entre
un montón de muertos, deshecho a tiros […] Vi muchas más cosas que no me atrevo a contar porque ni yo mismo, una
vez que terminó la pesadilla, las termino de creer.
Aquellos energúmenos, llamados
milicianos, pasaron de forajidos a verdugos, y plagaron de cuerpos palpitantes
las carreteras de España; durante días, meses y años.
Irrumpieron en las casas de todo el país,
sacaron a los hombres y a las mujeres, elegidos al azar, de día o de noche, y
los llevaron a darles un paseo, que así fue como denominaron
popularmente a estos crímenes espantosos. Al que intentaba protestar, en nombre
de algo, también se lo llevaban con la víctima.
Huida al otro lado
Con mucho peligro y sigilo, el escritor
escapó de Madrid y pasó a territorio franquista. Al llegar descubrió,
asombrado, que las condiciones de vida eran mucho mejores a las que había abandonado. Dado
que la propiedad privada no había sido confiscada, existía comida para ricos y
pobres. Los delincuentes comunes eran detenidos y pasados a los tribunales. Los
colegios y templos funcionaban.
Jardiel Poncela señaló múltiples acontecimientos
y diferencias que se sumaron para consolidar el triunfo de Franco, los cuales
serían largos de analizar.
Destacamos algunos: la unidad nacionalista, la existencia de ideales espirituales y
españoles por los cuales luchar, el espíritu de sacrificio, la presencia menor
de combatientes extranjeros en el bando insurgente, los ejemplos de heroísmo
entre los dirigentes franquistas, el apoyo de una escoria cultural a la causa
republicana –los mejores intelectuales españoles, quienes en principio habían apoyado
al proceso, se replegaron en vista de las tropelías cometidas ppr os comunistas
desde el poder-.
Muchos aseveran que la Historia no se repite,
aunque –en la mayoría de los casos- la Historia los desmiente, una y otra vez.
Lo que nos sucede a los venezolanos de hoy se
parece a los que les pasó a los españoles de ayer. Claro que no es la URSS sino
Cuba la que maneja la cronología revolucionaria, y no es La Pasionaria sino las
Luisas quienes ordenan y lideran castigos ejemplares para los disidentes.
Lo que no debemos olvidar, como afirma Francis
Fukuyama, es que ni al nazismo ni al fascismo los desgastó el ejercicio del
poder: Antes bien, hubo que vencerlos en
una guerra que contó –sólo en Europa- con 50 millones de víctimas fatales y
pérdidas materiales aún incalculables. Y, en España, con un millón de
muertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario