El discurso del método
No
hay mejor pasatiempo para el venezolano que especular, y no me refiero a la
economía, sino a las conjeturas. Dado que nuestra historia hasta ahora ha sido
un verdadero desastre, con algunos destellos de aciertos, gloria y lucidez,
siempre resulta mejor conjurar los fantasmas del pasado y el presente y optar
por el futuro, lo que aquí se llama ver la luz al final del túnel.
Desde
luego que, para no caer en desatinos e incongruencias, se tiene que proyectar
el futuro partiendo del presente. En otras palabras, planificar.
Y, ¿qué es planificar? En sentido general, renunciar al azar en beneficio de la
certeza. Pero –como asevera Fernando Savater– nunca se puede uno liberare de lo
aleatorio, esa fuerza terrorífica que se opone tenazmente
al
valor
de elegir.
No
conozco mejor método de planificación que el Perth-CPM, universalmente empleado
por arquitectos e ingenieros- Ambos parten de una idea, un deseo, una
expectativa –algo inexistente– y, mediante un cronograma, llegan a su concreción
–la obra terminada–.
No
quiere decir que el Perth sea un camino exento de obstáculos; ninguna vía lo está.
Los insumos escasean o se encarecen. Hay
paros inesperados. Y, finalmente, siempre amenazan el caso fortuito y la fuerza
mayor. Los planificadores de turismo de los países ribereños al Océano Índico
esperaban para el 2004 esperaban un récord de vacacionistas, mas no previeron
el tsunami del 2003.
Aún
así, el método funciona, minimiza los riesgos y, en el peor de los casos,
analizar a posteriori las fallas, para no volver a meter la pata, un proceso de
enseñanza–aprendizaje que se comparte globalmente.
Uno
filósofo amigo está convencido que la astrología y el horóscopo chinos son fragmentos
de una enseñanza desconocida, especies de Perth de un pasado muy remoto, cuyas
raíces se pierden en los orígenes de la Humanidad. De hecho, viajó a la India
para corroborar su hipótesis.
Además
del macro–Perth que propongo para planificar el futuro, hay que comprender y
manejar conceptos básicos: la naturaleza humana, su posible evolución, los
hábitat, la historia y las relaciones interactivas de estos componentes dentro
de una estructura llamada familia, grupo, país, planeta.
La naturaleza no da saltos[1]
Comienzo,
pues, con la naturaleza humana, siendo simplista pues, casi siempre, la verdad
– como lo asegura Víctor Hugo– reside en la sencillez–: La nature, ce chien qui, fidèle, suit l´homme… (La naturaleza, ese perro que, fielmente,
sigue al hombre…) Platón la visualizaba como almas: una
que desea –bienes, placeres, riquezas–, otra que razona y otra que aspira al
reconocimiento de su propia valía: el thymos, o, como la llama la Psicología, autoestima.
Pensando
como Platón, hay que reconocer que –al menos en Venezuela– el alma que desea
parece hipertrofiada, y las restantes, lucen atrofiadas. Carlos Capriles Ayala
lo resume en una frase devastadora–: El venezolano siempre se cree más de lo
que es, y piensa que nunca le pagan lo que vale. Desde una
óptica planetaria, admitamos, igualmente, que no se trata especificidad del homo venezolanus,
sino una constante del homo sapiens
Emeterio
Gómez, quien intentó toda la vida despojarse de su léxico académico, y traducir
para los legos los conflictos actuales del pensamiento estima por su parte que el único
logro histórico de Occidente, en toda su historia ha sido el desarrollo
de
la ciencia y la tecnología, pero que para nada ha variado la
irracionalidad. Arturo Uslar Pietri, poco antes de
morir, observaba que el primer milenio de la Civilización Occidental había sido
consagrado a Dios, el segundo al Racionalismo y, en el Tercero, sobrevendría el
auge del Hombre o lo que Marilyn Ferguson denomina La Conspiración
de Acuario.
El mono desnudo y el cerebro vestido
Por
ahora, el hombre sigue siendo el mismo, visualizado en la Prehistoria por la
tira cómica Trucutú y en el serial televisiva Los Picapiedra.
El que no haya habido evolución –como si ha pasado con otras especies–, pudiera
deberse a una de la siguientes razones:
1. La
juventud de la Humanidad en relación con la edad del Universo. Desmond Morris
destaca que seguimos teniendo cara de niños y órganos, sentidos y sentimientos no
especializados. José Ortega y Gasset cree que el Creador dejó
al humano a medio camino, entre bestias
y dioses.
2. La
posible evolución del hombre no depende de mutaciones, accidentales o
provocadas, sino del desarrollo de su propia psiquis, como lo aseguran los
maestros esotéricos, los masones y los practicantes del Budismo Zen.
Si
fuera el último caso, quien deseara mutar tendría que estar totalmente insatisfecho
con su naturaleza actual, o necesitar desesperadamente modificarla; encontrar un
maestro que le sirviera de guía y una escuela que le permitiese encontrar en sí
mismo esa divinidad que no está afuera; sacudirse a tiempo la escuela y el guía
–como se deshace un paciente de su psiquiatra–, para no perder impulso, pues el
cambio se inicia mas no se finaliza en una vida, aunque lo que logre avanzando
en ella sea irreversible.
Cumplir
con dichos supuestos no es fácil difícil, pues, como lo reconoce Gregorio
Ivanovich Gurdieff–: La naturaleza humana original funciona, y funciona bien.
Gurdieff
narra su desencuentro con un ermitaño del desierto, a quien había ido a conocer
en pos de la sabiduría. Lo encuentra en un oasis del Sahara, y éste le ofrece
carne salada, queso de cabra y dátiles.
Lo
primero que desagrada a Gurdieff es el contenido cárnico de la colación ya que,
según él creía entonces, todo gran maestro debía ser vegetariano. El segundo
desencuentro es que el supuesto maestro no mastica la comida, sino que se la traga
grandes pedazos –otro error imperdonable en el ABC del misticismo–.
Finalmente, Gurdieff no puede contenerse más cuando, al terminar de practicar
yoga, el derviche le pregunta–: ¿Por qué respiras así?
Casi
al límite su paciencia, Gurdieff le da un curso abreviado sobre aeróbica.
A
lo que replica el eremita:
Si quieres
cambiar, deberás hacerlo desde las uñas de los pies hasta el último de los
cabello de la cabeza. Si te híper–oxigenas, le metes a tu organismo un volumen
de comburente que no puede metabolizar. Si comes como lo haces a tu edad,
cuando tengas la mía y carezcas de dentadura, te morirás de hambre. Aquí, en el
apartado rincón del mundo donde nos encontramos, sólo hay cabras y palmas datileras.
Si no te come la carne y el queso, también fallecerás de mengua, porque no
puedes vivir sólo de frutas. Es preferible que no cambies, que te quedes como
estás, pues, aunque no lo creas, funcionas muy bien.
Si
usted cree que no existe voluntad, maestro ni escuela para que el individuo y
la humanidad cambien, la opción sería inducirlos,
y he ahí el quid: ¿Quiénes mutarían y
bajo qué criterios se haría tal escogencia?
Un mundo feliz
Sir Julian Huxley (1887–1975)
El término transhumanismo fue inventado por el biólogo inglés Julian Huxley,
Primer Secretario Generakl de la Unesco (1887–1975), quien creía que nuestra
especie era capaz, si se lo proponía, trascender desde sí misma, no sólo
completa sino integralmente, y es ahí donde el británico se topa con el hombre nuevo.
Huxley, en un conversatorio con Louis Pauwels y
Gabriel Veraldi –Editor y Jefe de Información de la Revista Planeta, respectivamente–,
realizado se el 5 de junio de 1963 en el Atheneum Club de Londres aseveró que–:
La evolución no progresa por mutaciones. La mayoría de las mutaciones
son negativas. El motor del progreso evolutivo es la selección; algo muy
distinto. La selección es en suma un mecanismo que produce improbabilidades. La
mutación se rige por el “random process”, por el azar. La selección es un
proceso dirigido […] Tenemos por lo menos la posibilidad de guiar la selección y acelerarla.
Pero la presente situación es inquietante. Gracias a la medicina, hemos paralizado
prácticamente la selección natural, pero no hemos reemplazado el antiguo
proceso por una selección consciente. Además, el ambiente cultural favorece el
celibato de sacerdotes e intelectuales. Esto –y otros errores que estamos a
punto de cometer– degrada el patrimonio genético, y si este patrimonio sigue
deteriorándose, la humanidad correrá grave peligro.[2]
Aldous
Huxley, hermano de Julian, presentaba dicha posibilidad como una decisión de
Estado en su relato Un mundo feliz, crítica
feroz al transhumanismo,. Mediante la manipulación de fetos
–criados enteramente en laboratorios y no en úteros–surgían varias categorías de
humanos, desde los alfa hasta los delta.
Los primeros representaban el mayor grado de inteligencia tolerable –no tanta
como pudiera suponerse–; los últimos, el menor, destinados a los proletarios o rednecks.
Por
supuesto, surgían imprevistos: un alfa al se le había dotado
de mayor coeficiente intelectual, una chica que salía preñada a la antigua, un
gama con cerebro de alfa; pues –hay que advertirlo– los sicotipos de Huxley
coincidían con sus biotipos en esta sociedad futurista.
Huxley,
en un arranque anticipatorio, organizaba al mundo perfectamente, pero dejaba
dos regiones a salvo: México –¿estaría pensando en los cárteles?–, para los
disidentes y la Amazonia –parque temático natural para vacacionistas–.
Peter
Sloterdijk, en su polémica tesis, El extrañamiento del mundo,
define al hombre actual como una mediocridad insatisfecha,
semidepresiva, atontada, que triunfa como animal triste; que se menosprecia,
hundido en la ambigüedad de su propio yo. Y que encuentra en la música –el
rock y el regatón– el recurso para
huir del entorno, y en las drogas el fallido intento para derribar su
trivialidad.
Al
planeta lo diagnostica como enfermo o decadente, donde la vida
se halla empobrecida y mutilada–:
Un globo
suspendido en un mecanismo ciego de auto–conservación, vertebrado en torno al
escape. Una relación perversa entre arquitectura y lenguaje, que empujó el
pensamiento hasta el suelo, impidiendo su libertad de movimiento.
Por
eso hay tantos fundamentalismos filosóficos –cristianismo, marxismo,
existencialismo–, meras variantes del humanismo, en los que la necesidad de
mantener definiciones sólidas e incontrovertibles impide cualquier duda
razonable sobre preconceptos y prejuicios.
La
metafísica para él es estrategia igualmente torcida–:
Genera la
sensación del vacío y, simultáneamente, impone la necesidad de cubrirlo con la
emergencia del sujeto. Toda metafísica es teocéntrica –ubica
a Dios en el centro– y, por tanto, anti–humanista. Para la metafísica, el
hombre sólo es importante como recipiente de la perfección, del mismo modo que
el Sol necesita de la Luna para ejercer su poderío. Ningún teólogo clásico
coloca al ser humano en el centro del mundo, pues para ellos ese espacio
pertenece a una inteligencia divina, externa, omnipresente y omnisciente.[3]
Peter Sloterdijk
El homo
cyberneticus sustituye al homo sapiens, lo cual no
implica necesariamente su evolución o mutación. Si se entiende a la cibernética
como el encuentro histórico, social y tecnológico producido por la informática
y la robótica, el homo cyberneticus agrega a esta combinación otro hecho de
igual valor: la bioingeniería, que incluye manipulaciones genéticas e implantes
biocibernéticos. Si el homo sapiens era naturaleza y cultura, el homo
cyberneticus es tecnología en la naturaleza, al punto que se requiere una
definición nueva de lo natural y lo artificial.[4]
No
cabe duda de que si, al más grande físico de nuestra era, Stephen Hawking, se
le hubiese dado la posibilidad de convertirse en Robocop,
la aceptaría sin chistar, pues poco le faltaba para serlo, y lo que le restaba
de físico, tras su penosa enfermedad degenerativa, le convirtió en víctima
crónica del abuso y explotación de sus servidores. Bastaría un buen par de robo piernas
para ponerle coto a estos sinvergüenzas.
Mas
no todos los cerebros brillantes del planeta sufren condiciones críticas y, antes
bien, la mayoría disfruta de su cuerpo y los logros que su cerebro les ha
deparado, no sólo en emprendimientos, invenciones y mejoras creados, sino en cosas
mucho más mundanas como el sexo, la gastronomía, las fiestas y las relaciones
familiares.
En
posible que algunos sueñen, de vez en cuando, con la inmortalidad, pero la
mayoría pudiera resignarse con la tesis de Matusalén, algo que comenzó a ser
factible desde la Revolución Industrial, cuando la esperanza media de vida
saltó de 30 a 70 años.
Y
a la mayoría les encantaría un mundo sin
sida, niños aabandonados, tráfico de indocumentados, trata de blancas, miseria,
drogadicción, violencia, cáncer, Al Quaeda, Isis, ETA y otras lacras que hoy
destrozan lo mejor que existe. Ese sí sería Un mundo feliz.
De
manera que este transhumanismo o pos humanismo
es duro de tragar, y más bien debería ser denominado inhumanismo.
Por eso Jürgen Haberlas, el último
dinosaurio de la Escuela de Fráncfort, arremeta violentamente contra
Sloterdijk, calificándole de neonazi, y envuelve en la
controversia a Friedrich Nietzsche, cuyos escritos predecían la aparición del hombre nuevo.
Pero
resulta injusto para con Nietzsche establecer un nexo causal entre su
pensamiento y las atrocidades cometidas en nombre de la ciencia durante la
tenebrosa tiranía de Adolf Hitler.
Más
que como un Frankestein, el hombre nuevo debería ser percibido
como el efecto deseado del crecimiento armónico de sus tres almas platónicas. En
este sentido y poco antes de morir, Arturo Uslar Pietri anticipó que el Tercer
Milenio del Cristianismo sería la Era del Hombre,
ya que el Primero había sido consagrado a Dios, y el Segundo a la Materia. Es así
como la teoría de Nietzsche tendría sentido y vigencia.
Julian
Huxley, en la entrevista citada, afirma–:
La humanidad
está, en efecto, en el umbral de inmensas posibilidades que apenas puede
imaginar. Aún hemos de descubrir cómo viviremos en la noosfera, cómo
penetraremos en los dominios desconocidos de las potencialidades humanas.
Esta es la idea
esencial de mi trabajo: hoy podemos encontrar lo que falta a nuestra vida para
que nos revele al fin su sentido. La salud física, desde luego, pero sobre todo
la salud espiritual, la integración de la personalidad, los estados superiores
de la conciencia, como lo ha dicho con frecuencia mi hermano Aldous.
Los grandes
místicos alcanzaron estados de vida aún inaccesibles para la gran mayoría de.
los hombres, pero que tienen evidentemente gran importancia. Todo está por
descubrirse. La ciencia del siglo XIX consideraba al hombre una obra acabada.
¿Es curioso, verdad? ¡Cuando en realidad somos seres tan nuevos y tan
imperfectos!
También
Haberlas olvida que el hombre nuevo, mas no es el que
previó Nietzsche, sino el que vendió Ernesto Che Guevara, el producto
de la Revolución Cubana y la supuesta redención de América Latina. La memoria
de Haberlas luce frágil, sobre todo se olvida de su propio camarada, icono y
mártir. Que ha procreado a verdaderos monstruos como Stalin, Fidel y Raúl
Castro, Tirofijo, Kim I Sung, Pol Pot, Nicolás Maduro y compañía.
El hombre y su medio ambiente
Otro
aspecto es la íntima conexión del ser humano con su planeta, no sólo por
evolución o historia, sino conforme a su estructura atómica y molecular.
La
Tierra es un cuerpo celeste parecido a una esfera, cuyo centro –a menos de que
adoptemos la hipótesis de Julio Verne– está compuesto de hierro y otros metales
fundidos.
Gira
sobre un eje inclinado. De este equilibrio inestable se derivan los vínculos electromagnéticos,
y, asimismo, biológicos. El equilibrio inspira paz; el desequilibrio, guerra,
que también es sinónimo de catástrofe, destrucción y muerte.
¿Por
qué lo digo? Porque el eje inclinado no sólo afecta los polos magnéticos –de
ahí la imprecisión de las brújulas–, sino también recuerda el momento
en que un trompo se cae de lado –cambia de eje–.
Así
debió haber ocurrido en la Era Glacial, y explicaría no sólo la universal
leyenda del Arca de Noé y el Diluvio, sino el que los mamut se congelaran
instantáneamente cuando pacían, pacíficamente, en las otrora ubérrimas praderas
de Siberia.
Explicaría
también la atracción casi morbosa que se siente ante los desastres naturales en
lugares alejados, aunque no existan vínculos con los muertos, damnificados ni dolientes.
Y, finalmente, explicaría la fisiología del sistema nervioso, cuyas señales
bioeléctricas se transmiten por un tendido similar al que va del núcleo a la biósfera
del globo terrestre, y cuyos puntos de fuga equivalen a los de la percepción
visual, algo súper conocido por los artistas plásticos, pero aparentemente
ignorado por los intelectuales y
científicos.
Por
lo cual, si algún día se colonizaran
otros planetas, habría que escoger entre transhumanizar a los colonos o
terraformar a los nuevos mundos. Lo cual lleva a otras
preguntas, nada fáciles de responder: ¿Hasta dónde
el
hombre es el hombre y su medio ambiente –como afirmara el
psiquiatra ruso Ignacio Pávlov-, y cuándo deja de serlo? ¿Sería posible
mantener vínculos cordiales con las comunidades extraterrestres
transhumanizadas?
Carl
Jung, tras viajar por al Oeste de Estados Unidos, dijo que no había podido
reconocer a ningún inmigrante europeo, pues los habitantes de esta agreste zona
se habían mimetizado perfectamente al entorno natural y sus primitivos
pobladores.
Desde
luego, no se trataba de comentario peyorativo alguno, pues el ilustre discípulo
de Sigmund Freud no comparaba las vestimentas, las maneras ni las moradas de
los cowboy con las de los pastores de su estereotipada Suiza, sino que veía el
interior de alma de aquél pueblo joven, dónde había que mirar, y encontraba en
ella cambios trascendentales respecto a la de sus ancestros..
Robert
Heinlein, en su extraordinario relato Forastero en tierra extraña,
narra el terrible conflicto de un migrante que regresa a la Tierra, tras haberse
criado desde bebé en Marte.
Desde
luego que ha cambiado, pero no por algún milagro cibernético o biogenético,
sino porque debió adaptarse a un medio ambiente hostil para sobrevivir.
Su
vista no registra el balance cromático RGB –red, green, blue– pues
en Marte no existe el color azul, sino el rojo. Los súper poderes
que posee no los adquirió por mutación, sino para sobrevivir en un entorno
nuevo. Y, ¿acaso no es ésta la historia evolutiva de la Humanidad, donde los
negros africanos se convirtieron en caucásicos, para metabolizar la vitamina D
en Europa del Norte; y en mongoloides, para achinar sus párpados e impedir que
las arenas de Asia les destrozaran los ojos?
Volvamos
al medio ambiente, no el de la Tierra, sino el de esa pequeña porción de la franja
ecuatorial que ocupamos. Uslar Pietri observaba en nuestro país la coexistencia
de varias etapas de la Civilización, determinadas por el paisaje y la historia, pues una guerra civil no declarada pero igualmente
destructiva, desatada por los caudillos desde el final de la Independencia,
había convertido a Venezuela en una nación empobrecida, desangrada y enferma:
Desde Caracas hasta las soledades selváticas del Orinoco, se percibe la
imagen de los tres estados por los cuales el hombre ha pasado, es decir, la
vida de los agricultores, que es la más adelantada, que está en los alrededores
de Caracas y en las haciendas de Aragua; la vida, más primitiva, de los
pastores que en la evolución de la Humanidad fue un estadio anterior, que está
representado en los Llanos y, por último, el original estadio de la
civilización, que fue la vida de los cazadores […] en las selvas del Orinoco,
entre los indios... [5]
Uslar conceptualizaba a Latinoamérica como una
sociedad inmersa en el proceso de asimilación del choque generado entre
aborígenes, africanos y europeos, un suceso histórico sin parangón, cuya
equivalente sería el que a la Tierra la hubieran invadido dos razas
alienígenas, y sus habitantes se hubieran visto forzados a cohabitar y copular
con extraterrestres, renunciando a sus creencias originales y estableciendo una
nueva sociocultura, opuesta a las de cada grupo.
Uslar creía que éste proceso era muy lento, en el cual
quinientos años apenas constituían un soplo de brisa. Predicaba y practicaba la
más estricta virtud, como única vía hacia el progreso, y se oponía a cualquier
hedonismo; razón por la cual le llamaron profeta del
desastre en más de una ocasión.
Esta visión de Uslar, con palabras muy similares,
constituye la trágica descripción del llano venezolano que inicia la Autobiografía de José
Antonio Páez, escrita casi cien años antes. Pero, si cambiamos de coordenadas,
también en los versos de Martín Fierro existe una
coincidencia sorprendente con el pesimismo del León de Payara, pese a que en la
pampa argentina hay las cuatro estaciones.
¿Por qué Uslar, por qué Páez, por qué José Hernández?
¿Y por qué –en general-, casi nadie se siente a gusto en contacto directo con
la Naturaleza?
Quizás la mejor respuesta sea la de Alfredo Planchart,
en sus Ensayos epistemológicos, obra poco conocida que publicara poco antes de que un
malhadado accidente cardiovascular lo postrara, le quitara el habla y la
motricidad fina. Planchart sostenía que tal incomodidad se debía a nuestra
misión biológica de modificar la Tierra, como continuadores de la Creación y
aliados estratégicos de Dios.
Manipulación genética y
clonación
Lo anterior sirve de introito al tema de la clonación,
que hoy causa tanto revuelo.
De hecho, desde la aparición del hombre, la
manipulación genética ha sido ejercida, ingenua, profesional y profusamente,
con resultados exitosos como en los casos de la papa y el maíz; mediocres, como
pasó con la mula, que aunque resulta una bestia excelente para acarreo y trepar
montañas, es infértil y posee un pésimo sentido del humor; y fatales, como en
los experimentos ideológicos de Trofim Lisenko, responsables de las hambrunas
colectivas en la extinta Unión Soviética.
La papa deshidratada de los incas nada tiene que ver
con los potato chips ni con las 500 variedades del tubérculo que hoy se cosechan
globalmente. El maíz carecía de barbas; le salieron para protegerse de las
pestes. Los dátiles eran más semilla que comida. En Curitiba hay ovejas sin
lana –pero con mucha carne y leche y poca grasa-, que trabajan como jardineras en
los parques públicos y, además, los abonan. El Valle de la Muerte, en
California, se transformó en el Valle de la Vida y de las lechugas. Excelentes
alcachofas y espárragos se cultivan en el desierto de Atacama, entre Chile y
Perú. Y sobresalientes vinos de mesa se producen en Carora, aunque la vid nunca
había podido aclimatarse por debajo del Paralelo 25, hasta que Alejandro
Hernández y Gustavo Jiménez se empecinaron en hacerlo… ¡y lo lograron! ¿Qué es
todo esto sino manipulación genética?
¿Romper el paradigma del
humanismo para clonar al hombre?
Es más que posible, pero, ¿sería deseable?
Imaginemos, por un instante, en que alguien conservara
el ADN de Adolfo Hitler –tema de novelas y películas–, y pretenda sembrar el
globo con réplicas del cabo vienés. O que, con la autopsia de los restos del
Libertador –cuya profanación ordenada por el extinto Hugo Chávez se realizó
para obtener un amuleto– se lograra regresarlo a la vida, a una época en la
cual estaría totalmente descontextualizado. ¿Valdría la pena tales
experimentos? ¿Qué pasaría con las ánimas en pena, esas presencias de las que poco se habla, pero de que vuelan, vuelan?
Imaginemos lo que ocurriría si celebridades como Papá
y Baby Doc hubieran dispuesto de zombis, para rellenarlos con sus maléficas mentes.
Aquí no habría cabida para los optimistas supuestos del pensador español
Antonio Dyaz, quien vaticinó que–:
En el 2013 desaparecerán los alimentos naturales, en el 2022 la ONU
proclamará al ciberespacio como el Séptimo Continente, en el 2032 se cerrará la
aviación comercial debido a la tele-transportación, en el 2088 Beethoven II
surgirá de un clon, en el 2100 desaparecerá el último de los humanos y será
disecado para presentarlo en los museos.[6]
Lo que sobrevendría podría parecerse más bien la espeluznante visión de Richard Matheson en
la novela y película Soy Leyenda, en las cuales Robert Neville –en el largometraje,
Bruce Will– se enfrenta, aislado, contra una legión de vampiros mutantes
quienes, por cierto, son de una ignorancia parecida a la de los militantes del
PSUV .
¿Es que acaso el humanos es como un mamut, a los que
las Universidades de Hawái y Moscú pretenden reproducir, en base a los
espermatozoides de un fósil congelado y los óvulos de una elefanta hindú, y que
ya tienen su espacio reservado en la Patagonia, para la comercialización de su carne, pieles y
marfil, así como su presencia en zoológicos y circos del futuro?
Cambio y comunicación
En realidad, los seres
humanos han cambiado, sin siquiera darse cuenta, no con la espectacularidad y
velocidad que quisieran los partidarios de el pos humanismo y transhumanismo.
Las manos ya no más son los motores del progreso–:
A partir del
desarrollo de la informática, las
destrezas manuales parecen estar en franco descenso. En la industria desempeñan
aún roles esenciales, gracias a algunos artesanos, quienes todavía fabrican
piezas para la maquinaria esencial, frente a una mayoría obrera que sólo
distribuye materiales o presiona botones. Los cambios que experimentamos al
presente nos plantean un desafío adicional: Imponer la ociosidad forzosa a nuestros diez dedos equivale a renunciar
al pensamiento normal y filogenéticamente humano. Nos enfrentamos pues, a
escala individual –aunque no de la especie–, ante un problema de regresión de
las manos.[7]
Pero el cambio más
importante en nuestras vidas está en la comunicación.
Robert Oppenheimer, Padre de la Bomba A
En un radioprograma
transmitido por la WNBC en 1951 y considerado hoy como uno de los mejores
soliloquios de la literatura inglesa, Robert
Oppenheimer, Padre de la Era Atómica,
definió con magistral clarividencia dicha transformación:
A la soledad del intelectual corresponde la terrible aridez en la
existencia de la mayoría de los hombres, quienes medran sin la iluminación,
sensibilidad ni agudeza para interpretar las maravillas, locuras y placeres de
la vida. Gracias a los medios de comunicación, esta deficiencia puede ser
obviada en algunas circunstancias.
Pero los medios sólo difunden información incompleta sobre ciertas
intimidades del arte, la economía, la política y la vida, que aún aplicadas en
su narrativa resultan insuficientes para llenar el vacío que existe entre una
sociedad, demasiado vasta y desordenada, y el creador que intenta darle
belleza, sentido u orden a sus partes.
Nuestro mundo es nuevo, y la unidad del saber, la naturaleza de las
comunidades, el orden social y las jerarquías han dado un vuelco, por lo que
nunca volverán a ser como eran antes. Este mundo resulta nuevo no porque no
hubiera existido antes, sino porque cambió, cuantitativa y cualitativamente. Su
transformación ha sido tan espectacular que nuestros tiempos no reflejan
únicamente el flujo de un crecimiento regular, un reordenamiento o una modificación de lo que aprendimos en nuestra
infancia, sino una revolución radical.
Los problemas de la comunicación, del intercambio de información, son
urgentes. Y no sólo entre las ciencias y la sociedad, sino entre las mismas
ciencias. Esta comunicación implica un desarrollo acelerado de la enseñanza. Si
deseamos ampliar e incrementar el conocimiento, debemos encontrar nuevas formas
de pensar y hablar para asimilar la nueva sabiduría. Y ello exige que el
lenguaje sea simple, que pueda ser comprendido por todos.
Oppenheimer creyó que, al
lado de los tecnócratas y sus idiomas codificados, deben existir doctores en
generalidades, para conjurar la
maldición bíblica de Babel–:
(Los comunicadores
sociales) son los portadores de arte,
ciencia y cultura. Lo que se les pide
hoy no es fácil. No pueden cerrar sus oídos para protegerse de voces lejanas o
extrañas. No pueden separarnos de los demás por murallas infranqueables. En un
mundo abierto, cada hombre debe aprender a ser abierto, y ellos tienen que
ayudar a lograrlo.
Oppenheimer localiza el
carácter radical del desarrollo en la globalidad,
que para él se traduce como un conocimiento,
una simpatía desconocida entre pueblos distantes y diferentes, con los cuales
existen hoy intercambios prácticos y encuentros solidarios, unidos por los
medios e interrumpidos por las tiranías. [8]
Al momento en que
Oppenheimer escribió su guión, no existía ni siquiera en proyecto las
computadoras que hoy empleamos de manera habitual. Cuando Marshall McLuhan
lanzó su Teoría de la Aldea Global, tampoco había satélites de comunicación. Ahora,
todo ha cambiado y sigue cambiando, pues el número de innovaciones y mejoras
disponibles se duplica cada 75 días. Y esa transformación afecta por igual a
todos, desmantelando viejas estructuras en las cuales la mayoría se sentía a
gusto, y construyendo otras, cuya función ni siquiera se puede atisbar.
Durante los decenios de
los setenta y los ochenta del siglo pasado, los grandes temas de discusión en
comunicación eran el acceso y la participación a los medios. Antonio
Pasquali publicó un texto, Comunicación y
cultura de masas, que no sólo le valió su nombramiento como Subsecretario
de la Unesco, sino que llegó a ser considerado por los concesionarios de las
televisoras privadas como mucho más subversivo que La guerra revolucionaria de León Trotsky.
Pasquali planteaba que
acceder y participar en los medios, especialmente en la televisión, no podía
ser privilegio de los amigos del gobierno, pues el espectro radioeléctrico
resultaba –aunque extenso– limitado en sus frecuencias, y, por ende, debería
ser considerado patrimonio de la
Humanidad.
Aseguraba que la
Civilización se había desarrollado a través del intercambio de ideas, y no de los
discursos de algunos y actitud pasiva de la mayoría. Proponía un modelo
comunicacional, donde todos fuéramos transceptores,
esto es, pudiéramos recibir y trasmitir mensajes.
Lo que Pasquali desconocía
entonces es que una tecnología capaz de permitir su modelo, desarrollada por
cinco universidades estadounidenses Ivy
League y financiada por la CIA para inteligencia durante la Guerra Fría, ya
estaba inventada. Hoy la conocemos como Internet, y el mayor reclamo que los
universitarios cubanos les hacen a sus comisarios culturales es que les
permitan libre acceso a Google y Yahoo.
El resultado de Internet,
trágico para los barones de los medios masivos, públicos y privados, es que un
30% de la población global, la llamada Generación
del Milenio –los nacidos después de 1984– manifiesta escepticismo, indiferencia o rechazo hacia la televisión;
y sólo considera aceptables algunos contenidos, especialmente los deportivos.
Los jóvenes –que ya son
consumidores y electores– prefieren chatear, enviar y recibir correos
electrónicos o intercambiar imágenes en tiempo real. Los más avispados crean
sus propios blog, suerte de
microprogramas. Esto no sólo implica un dolor de cabeza mayúsculo para las emisoras
de televisión por suscripción y los gobiernos totalitarios, sino que significa
un cambio cualitativo fundamental, ya que la Teoría del Push –que tan bien les servía a unos y otros– ha
cambiado al Pull –que nadie conoce
muy bien, pues está siendo elaborada sobre la marcha.
Cerebro, computadora,
red, modelo interactivo, página Web, Wikipedia, ¿no resultan acaso modificaciones
de la naturaleza humana, al ubicar a las herramientas y el conocimiento como
extensiones de las facultades intelectuales de cualquier o casi cualquier
individuo, sin manipular sus genes ni insertarlo dentro de una armadura
artificial?
Meterse a brujo sin
conocer la yerba
Vemos, pues, que la
ruptura del paradigma humanista y la adopción del paradigma pos humanista –reservando el vocablo a la
mutación biológica inducida– o transhumanista
–como sinónimo de modificación cibernética– involucra aspectos científicos,
culturales, económicos, éticos, genéticos, ideológicos, políticos y sociales
que afectan a toda la humanidad. Antes de parcializarse por una u otra
alternativa, hay que establecer sobre si ha llegado o no al momento de ruptura
con el paradigma del humanismo.
Comienzo por definir qué
es un paradigma.
En su sentido lato, un
paradigma es un modelo o patrón en
cualquier disciplina científica u otro contexto epistemológico. El concepto fue originalmente específico de
la gramática; en 1900 el Diccionario Webster definía su uso solamente en tal
contexto, o en retórica para referirse a una parábola o a una fábula. En
lingüística, Ferdinand de Saussure empleó el concepto para referirse a un
conjunto de elementos con similitudes.[9]
Thomas Kuhn, en su libro Las estructuras de las revoluciones
científicas, publicado en español en 1971, lo define en su sentido
estricto: Un paradigma constituye el conjunto
de prácticas que definen una disciplina científica durante un período
determinado,
Investigadores
posteriores a Kuhn, especialmente en comunicólogos, educadores y sociólogos,
rechazaron esta definición por limitativa –aplicable sólo a las ciencias– y
extendieron su vigencia a otras disciplinas.
Antes de condenar,
desechar o enterrar al paradigma humanista por anacrónico, agotado o demodé,
hay que convenir en lo que fue, lo que es, lo que pudiera ser el humanismo, a
ver si, en verdad, aún posee algún valor, vigencia o faceta importante para la
gente de este siglo.
Para Pierre Foulquié–: Humanismo es la actitud que centra el interés en el la persona, en la humanidad,
y también las doctrinas que definen al hombre como valor supremo de manera
absoluta (humanismo ateo) o relativa (humanismo religioso o cristiano). En
este último sentido, se percibe cada individuo como único y se le estima como
continuador de la Creación–: Cuando nace
un ser humano, se rompe el molde. Para el historiador Jacques Pirenne–: Humanismo es lo contrario a autocracia y,
por ende, el principio de la democracia moderna.
El
humanismo no nació de una luchas de clases, como lo plantean
algunos gobernantes autoritarios, sino como una igualación de castas,
producida durante el Renacimiento Italiano–:
Sean cuales hayan
sido entonces las presunciones y vanidades de los nobles de toga y espada, los
cortesanos se insertaban en el centro del país y no en su periferia. Se trataban
constantemente, en un plano de igualdad, con todas las clases sociales, y les
acompañaban en todos sus proyectos, solidariamente, como camaradas
imprescindibles de la cultura y el talento […] Es una distinción moderna, donde
el saber y la riqueza daban la pauta del valor social, pero la fortuna sólo era
válida en tanto y en cuanto permitiese su consagración al aprendizaje, la
innovación y el mejoramiento en la calidad de vida.[10]
La cuarta dimensión
Fíjese
qué tipo de genios produjo el paradigma humanista hace medio milenio. Me
concentro sólo en dos de ellos:
Leonardo Da Vinci
(1452 -1519)
Da Vinci, no sólo fue uno de los más eminentes
pintores de su época, sino también científico, viajero contumaz y diletante en
la política, con la cual se vinculó gracias a su amistad con Nicolás
Maquiavelo, autor de El príncipe, o
primer manual de Occidente para asesorar a un monarca en su gestión
administrativa.
En
1038, el escritor árabe Ibn al Haitam describió las características esenciales
de la cámara oscura, un artefacto que se empleaba como juguete en la corte del
Califa Haroún Al-Rashid.
Da
Vinci la usó para captar la forma y los detalles del rostro. He aquí su propia
descripción del ingenio: Cuando las imágenes de objetos iluminados penetran a un
cubo muy oscuro, a través de un pequeño orificio, y van a parar a un papel
blanco, a cierta distancia del agujero, todos ellos se reproducen sobre el
papel con sus propias formas y colores; de tamaño más pequeño e invertidos por
la intersección de los rayos lumínicos.
La cámara de Da Vinci es el origen de todas las que
hoy se utilizan al filmar, fotografiar y grabar, tanto analógicas como
digitales. De manera que pudiéramos considerarle precursor del arte
audiovisual. Sin embargo, la clarividencia de Da Vinci no se agotó allí;
también inventó el parapente, mejoró la ballesta y descubrió que las
proporciones armónicas del ser humano se formaban una circunferencia.
En su Tratado
de la Pintura de 1733, aconsejaba a sus discípulos que se acercaran al
lienzo hasta donde pudieran enfocarlo y, seguidamente, retrocedieran hasta casi
perderlo de vista.
Así predijo también dos trascendentales avances: la
técnica pictórica del puntillismo y
el software Photoshop, que se maneja hoy, universalmente, en el diseño gráfico,
la cinematografía, la fotografía, la impresión y la videografía.
El resultado lo resumía así: El trabajo te parecerá menos, en un instante tu perspectiva será mayor,
y podrás percibir la falta de armonía o proporción. Así lo hacen hoy los
artistas informáticos: van con la lupa al punto para su retoque, y vuelven al
plano general, para ver qué tal les quedó, antes de guardarlo.
En el caso de Da Vinci, ¿se trataba de
clarividencia, a lo Nostradamus, o de intuición?
Y, en todo caso, ¿qué es la intuición? El matemático
y psicólogo ruso Peter Ouspensky lo formula, relacionándolo con esa cuarta dimensión,
a la cual llama el tiempo. Si un ser
pensante y bidimensional atravesara un cuerpo tridimensional, sólo podría haber
observado dos puntos: los secantes de su contacto. ¿Podría, únicamente en base
a ellos, comprenderlo y describirlo adecuadamente?
Para Ouspensky y también para Hawking, la barrera a
derribar es el tiempo. Hawking va más allá, con su Teoría del todo, donde asegura qué lo que falta para viajar al
pasado y regresar al futuro es una nave apropiada y energía suficiente. Que esa
energía está en los agujeros negros –y también los portales temporales–y que la
Física se basa en pares: si en un agujero
negro hay alguna entrada, es porque también existe una salida.
Es posible que Da Vinci haya vislumbrado la salida y
la entrada del agujero negro. Y la haya aplicado a momento.
Michelangelo
Buonarotti (1475–1564)
Además
del más grande arquitecto, escultor y pintor del Renacimiento, Miguel Ángel fue
también un próspero empresario, que dio lo máximo de sí mismo y de sus
empleados –más de 200 artistas–, para satisfacer a clientes tan exigentes como
los Papas y otros nobles de toga y espada, con obras que constituyen, 500 años
más tarde, testimonios perdurables de su excelencia creativa. No contento con
tales logros se dedicó, en plena madurez, a escribir sonetos y madrigales, en
virtud de lo cual su nombre también figura en la Antología de la Poesía Italiana.
Miguel
Ángel Murió a los 89 años, rico y feliz, en una época cuyo promedio de vida era
de sólo 30 años.
Se
podrá criticar haber escogido a dos tremendos sluggers para
defender al humanismo. Pero también del Renacimiento Italiano provienen todos
los grandes personajes del modernismo y postmodernismo, y dos figuras
contemporáneas solo comparables con el Príncipe Siddhartha (Buda) y el Pastor
de Galilea (Cristo). Nos referimos a Mahatma Gandhi y Santa Teresa de Calcuta.
El cambio posible y deseable
Pudiera
creerse que el humanismo fue parco en la producción de genios. Pero, ¿quién o
qué garantiza que el pos humanismo y el transhumanismo serán mucho más productivos,
en términos cuantitativos? En pocas palabras, ¿se puede renunciar al concepto
bíblico, según el cual todos los hombres son iguales, ratificado políticamente
por la Revolución Francesa y científicamente por el descubrimiento del mapa
genético de la Humanidad, a principios del presente Milenio?
Es
obvio que este mundo reclama a gritos, necesita desesperadamente y merece
cambios, sobre todo progreso, justicia social y equidad. En una palabra, en
desarrollo–:
Pero el
desarrollo no comienza con las mercancías, sino con la gente y su educación,
organización y disciplina. Sin estos tres requisitos los demás recursos
permanecen en potencia, ignotos e inútiles.
Hay sociedades
prósperas con una mínima base de riqueza natural, y hemos constatado cómo, en numerosas
ocasiones, prevalecen los factores inmateriales en sus desarrollos. Todo país,
no importa lo devastado que se encuentre, que cuente empero con altos niveles
de educación, organización y disciplina, ha producido su milagro económico
después de la guerra. En realidad, estos hechos sólo resultaron milagrosos para
quienes estaban centrados en la macroeconomía.
Aquí el por qué
el desarrollo no puede ser un acto de creación, no puede ser ordenado, comprado
y planificado en forma total, pues requiere de evolución. La educación no salta
dialécticamente, antes bien deviene como proceso permanente y sucesivo de gran
sutileza; la organización tampoco salta; evoluciona flexible y gradualmente,
adaptándose a las circunstancias cambiantes; lo mismo ocurre con la disciplina.
Las tres tienen que convertirse en patrimonio, no sólo de la minoría sino de
toda la sociedad.[11]
Si el mundo quiere crecer, también hay que aportar a
a su crecimiento un quantum de humildad. Para Isaac Asimov, la culpa de toda
esta apetencia de pos humanismo y transhumanismo pudiera tenerla la
excesiva capacidad cerebral ociosa de la cual dispone el ser humano–:
Se ha calculado
que, durante su existencia, el cerebro de una persona puede recibir y alojar
más de 100 millones de datos. Algunos estiman que el número pudiera aún ser
mayor. Este exceso de capacidad es la causa directa de que seamos propensos a
contraer una enfermedad muy dolorosa, el aburrimiento.
Todo aquel que
se encuentra constreñido a emplear sólo una mínima porción de su cerebro, experimenta
gran diversidad de síntomas desagradables y podría terminar padeciendo un
desorden mental muy grave.
Las Bellas
Artes, destinadas sólo a satisfacer necesidades de tipo espiritual, nacieron de
la agonía del aburrimiento. Quizás podamos encontrar mejores explicaciones y
excusas para justificar la pertinencia de las Bellas Artes, como producción de
amuletos para la fertilidad e íconos religiosos; pero nos inclinamos a creer
que primero se inventaron estos objetos y después se les atribuyeron sus usos.[12]
[1] Natura non facit saltus: Carl Linneo en Philosophia Botanica y Gottfried Leibnitz en Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano.
[2] Huxley, Julian: Una religión sin revelación, en; Revista Planeta, P. 17, Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1965
[3] López Salort, Daniel; Homo cyberneticus: ¿El último Hombre?, Ponencia virtual, Internet, 2007.
[4] Vásquez Rocca, Adolfo: Cyberontología, posthumanismo cibernético y
constitución del último hombre, Ponencia
virtual, Universidad de Córdoba.
[5] Uslar Pietri, Arturo: Valores Humanos, Tomo III, P. 157,
Editorial Edime, Madrid, 1964
[6] Magaña, Andrés: El hombre y su vida sobre este planeta,
Internet, 2007.
[7] Leroi-Gohurman, André: El gesto y la palabra, P. 250-251,
Ediciones UCV, Caracas, 1989.
[8] Openheimer, Robert: ¿Ha comenzado la era científica?, en Planeta 2, P. 9-12, Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1964
[9] Wilkipedia – La Enciclopedia Libre, Internet, 2008
[10] Burckhardt, Jacob: La cultura del Renacimiento en Italia,
P. 281-282, Losada, Madrid, 1982
[11] Schumacher, Ernst Friedrich: Lo pequeño es hermoso, P. 147, H. Blume,
Madrid, 1979
[12] Asimov, Isaac: Introducción a la ciencia, P. 18-19,
Plaza & Janés, Barcelona (España), 1973
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