Mentiras podridas
Me dejan tacto y ojos sólo niebla,
niebla de mí, mentira y espejismo:
¿qué soy, sino la sima en que me abismo,
y qué, si no el ser, lo que me puebla?
Octavio Paz: La caída
Tremendo enfado cogió Francisco I al descubrir que las FARC –utilizando
como cortina de humo su reciente visita a Colombia– incluyeron en la lista de
los exculpados a 30 connotados
narcotraficantes, quienes no tendrán que pagar por sus crímenes gracias a una
guerra en la cual no participaron.
De ahí el ácido ángelus ofrecido por el Santo Padre en Cartagena,
donde dedicó un buen porcentaje del mismo a condenar los siniestros barones de
la droga y sus pérfidos negociados, con estas palabras textuales–:
Así se refirió el Papa a los narcos en Cartagena: Todavía hoy, en Colombia y en el mundo,
millones de personas son vendidas como esclavos, o bien mendigan un poco de
humanidad, un momento de ternura, se hacen a la mar o emprenden el camino
porque lo han perdido todo, empezando por su dignidad y por sus propios
derechos... [1]
Una arrechera semejante también debió haber agarrado Juan Manuel
Santos, a quien el Presidente Donald Trump le reclamó por el incremento de un
100% de las áreas cultivadas de coca desde el inicio del llamado Proceso de paz con las narco–guerrillas,
advirtiéndole –en ese estilo de elefante en cristalería que le caracteriza– que
EEUU tomaría represalias económicas contra Colombia de no resolverse perentoriamente
la situación.
La
mentira podrida de la paz
La causa de este incordio proviene de una mentira podrida: que las
FARC buscaban integrarse realmente a la sociedad neogranadina. En la reunión
que realizaron los ex guerrilleros para definir su programa político,
concluyeron en que el objetivo de esta nueva etapa era subvertir a Colombia
desde adentro, empleando para ello las debilidades del sistema democrático.
Para no dejar dudas al respecto, mantuvieron las siglas FARC para el nuevo
partido, y votaron por la estrella roja,
uno de los íconos globales del partido comunista.
Empero, la subversión incruenta
lleva ya un largo camino recorrido. Antes que Santos le colocara la guida al cóctel,
las FARC se habían infiltrado, de manera inadvertida aún para la mayoría de los
colombianos, en las cortes penales, substituyendo a los fiscales y jueces a
punto de jubilarse por fichas de su organización. Hoy puede decirse que hay muy
pocos miembros del Poder Judicial dispuestos a aplicar el peso de la Ley a los
responsables de los delitos imputables tanto a las FARC como a sus socios
narcotraficantes.
Con obvias diferencias, lo que pasa en Colombia no es tan distinto en
el fondo de lo que sucede aquí.
Por supuesto, el abogado, periodista y empresario Santos es mucho más
instruido y astuto que su paisano y colega, Nicolás Maduro, ex reposero del Metro de Caracas.
Pero la propuesta de ambos coincide en comunizar ambas naciones según
fuera acordado en el Foro de Sao Paulo de La Habana, donde se planificó la
implantación del Socialismo del Siglo XXI en todo el subcontinente, financiándolo con la coca andina, el petróleo
venezolano y la madera amazónica.
Los criminales que ocuparán próximamente curules en el Parlamento de
Colombia no son moralmente mejores que los hijos de crianza de Maduro, enjuiciados
al presente por narcotráfico en Nueva York.
La técnica de descuartizar a quienes los denuncian, supuestamente usada
por los Flores en el caso Carlos Rafael Galíndez Graterol, alias Carlos Breaker –según Adriana Vigilanza–,
es práctica común en la narco–guerrilla del vecino país, y representa una oscura
herencia del Cártel de Medellín.
Tampoco ostentan mayores valores éticos el presidente del TSJ, Mikel
Moreno –ex convicto de 2 homicidios–, los hermanitos Rodríguez –involucrados en
la voladura del Piper Apache donde murió Alfredo Anzola, presidente de
Smartmatic, cuando volaba a Curazao, a declarar contra ellos, según Carlos
Julio Peñaloza– y los mayores Diosdado Cabello y Jessy y Arné Chacón –que
tomaron el Canal 8 el 4-F y asesinaron a sangre fría a los vigilantes de la
televisora, suceso por el cual nunca fueron enjuiciados–[2].
La mentira podrida de la soberanía
Otra mentira podrida es la soberanía,
según el criterio foropaulista.
Etimológicamente, este vocablo proviene del latín super omnia –sobre todo o poder supremo–;
sinónimo de principatus –primero entre
semejantes o principal–. También
se conoce como derecho de una institución
para ejercer su poder. Tradicionalmente se consideran tres los elementos de
la soberanía: territorio, pueblo y poder. En el derecho internacional, la
soberanía es un concepto clave, referido al derecho de un estado al ejercer sus
poderes. He aquí sus definiciones:
1. Según Jean Bodin
(1530–1596)[3]–: Es el poder absoluto y perpetuo de la
República. Soberano es quien toma las decisiones y da las leyes sin recibirlas
de un tercero, es decir, aquel que no está sujeto a leyes escritas, pero sí a
la ley divina o natural.
2. Para Thomas
Hobbes (1588–1679) es el al monarca o soberano como fuente única del poder. Así,
en Leviatán (1651) justifica la
existencia del autoritarismo estatal.
3. Según Jean-Jacques
Rousseau (1712–1778): Soberano es el
pueblo, que da origen al poder enajenando sus derechos a favor de la autoridad.[4]
4. Finalmente,
conforme a Emmanuel-Joseph Sieyès (1748–1836): La soberanía radica en la nación y no en el pueblo[5]. La autoridad no actúa sólo en función del
sentimiento mayoritario coyuntural –que pudiera surgir de influencias y
pasiones desintegradoras– sino según legado
histórico y cultural de esa nación y los valores y principios bajo los cuales
se fundó. La nación incluye a todos los
habitantes de un territorio, sin exclusiones ni discriminaciones.
De Rousseau nació el concepto de soberanía
popular, de Sieyès el de soberanía
nacional. Después de la II Guerra Mundial, ambas caracterizaciones se
fusionaron en las constituciones, enmiendas y leyes de rango constitucional.
¿Dónde estamos ahora? Para ponerlo bien claro, bien lejos de Bodin y
Hobbes, que en criollo pudiese sintetizarse con el refrán: ¡En mi casa mando yo! Mando,
siempre y cuando no me vuelva autoritario.
Pongamos un ejemplo.
Suponga usted que el vecino aporrea a diario a la esposa e hijos. Que
se gasta un dineral en la calle, regalándose a los amigos. Que mantiene a los
suyos contusos, hambreados y sin medicinas. Que la fuente de sus ingresos es la
venta de drogas. Que los gritos de la familia por los golpes recibidos no dejan
dormir al vecindario, temeroso como está de que, en cualquier momento, ocurra
una desgracia. ¿No intervendría usted en este caso, por lo menos informando a
las autoridades de tan grave situación? ¿Y no deberían las autoridades llamar
al sinvergüenza e informarle sobre que, a la próxima, lo ponen preso y mal
recomendado.
Esto es, exactamente, lo que pasa con Maduro y su régimen, el pueblo
de Venezuela y el resto de los países, por lo cual, ¡En mi casa mando yo!, no es aplicable y dejó de ser funcional
conforme la moderna legislación sobre los DDHH. Y no puede ser antipatriota
aquél familiar que solicite auxilio de las autoridades, ni injerencista el
vecino que pida la intervención de terceros para evitar mayores daños.
La
mentira podrida del diálogo
La última mentira podrida que voy a analizar es la que sostiene la
oposición acomodaticia, que saldremos de esta dictadura militar, comunista y
narcotraficante por vía de las elecciones. Falso de toda falsedad. No porque yo
así lo quiera, sino por que oigo a los portavoces del régimen y me los tomo en
serio.
Maduro ha llevado a la MUD a donde la sentó en diciembre del año
pasado, a iniciar un diálogo con mediadores ideológicamente afectos al régimen:
Zapatero, ex presidente de España; Medina, presidente de la República
Dominicana –país que le debe a Venezuela el oro y el moro en petróleo–;
Bolivia, cuyo presidente, Morales, está en el mismo negociado de la nieve;
Nicaragua, presidencia vitalicia presido a cargo del pedófilo Ortega. ¡Qué
belleza!
La única excepción es México, pero que poco puede hacer pues el
gobierno de Pena Meto se tambalea entre las amenazas de Trump y las acciones de
los poderosos carteles de la droga.
Que la MUD deba o no dialogar, concurra ono a las elecciones de
gobernadores, nombre o no como delegado a Timoteo Zambrano son asuntos sobre
los cuales no quiero ni pensar. Tengo mis valores y, a mi avanzada edad, no quiero
renunciar a ellos. Son como el cariño verdadero: ni se compran ni se venden.
Pero que lleguen a más de lo mismo y que no les pese en su conciencia el vil asesinato
de 150 valerosos venezolanos que creyeron en su buena fe y concurrieron, ilusionados,
a las marchas por ellos convocadas durante más de 8 meses, es algo que me
produce naúseas. Porque los muertos, los heridos y los sobrevivientes de esas
jornadas lo único malo que hicieron fue creer en sus mentiras podridas
[1] Diario El Colombiano, Primera Página, 10 de septiembre de 2017
[2] El mayor responsable por omisión
fue el Presidente Rafael Caldera, quien, obsesionado por volver a gobernar,
prometió a los golpistas encarcelados en El Rodeo eximirlos de toda culpa, si
le apoyaban para ganar las elecciones. Si, una vez electo y una vez condenados,
hubiese empleado sus poderes para liberarlos, otro gallo cantaría pues Hugo
Chávez jamás habría podido acceder a la Presidencia de la República por la vía
comicial.
[3] Los seis libros de la República (1576)
[4] El contrato social
[5]
¿Qué es el Tercer Estado? (1789)
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