Venezuela necesita un psiquiatra
El sexo y el
amor van de la mano y algunas veces toman whisky con soda. Sin embargo, la
mezcla de los dos líquidos no se convierte en whisky de soda o soda de whisky, comoquiera
que se combinen.
Dime a quién amas
y te diré quién eres y, sobre todo, quién quieres ser.
Theodor Reik (1888–1969)
Los políticos de la denominada IV República cometieron dos errores
que, a mi parecer, le costaron la democracia a Venezuela, convirtiéndola en
colonia cubana y empoderando al comandante golpista Hugo Chávez y al reposero
Nicolás Maduro, ambos fichas de la IV Internacional Comunista, conocida coloquialmente
como Foro de Sao Paulo.
Estos polvos del pasado que trajeron las miasmas cloacales del
presente fueron:
1. Rellenar los
vacíos poblacionales del país con migrantes provistos de máximo resentimiento
social y desprovistos del mínimo conocimiento, sin exigirles –a cambio de los
bienes y privilegios recibidos–, al menos, su compromiso con la identidad
nacional.
2. Permitir que el
virus cancerígeno del marxismo leninismo, fatalmente unido al nacionalismo
panarabista de Gamal Abdel Nasser en el Levante, se convirtiera en alternativa ideológica
de las FFAA.
La
pepera con Fidel
Después de la
digna y en su momento súper criticada postura del presidente Rómulo Betancourt,
cuando derrotó los intentos golpistas y guerrilleros en el territorio nacional
y exigió la salida de Cuba de la OEA por su agresión a Venezuela, más que
comprobada con la frustrada invasión a Machurucuto, Raúl Leoni dejó la relación
diplomática con el gobierno castrista tal como la encontró, sin mayores cambios.
Cuando Caldera
asumió el poder, comenzó la pepera con el mesías iberoamericano, Fidel y, de
allí en lo adelante, todos los gobiernos compitieron por ver quién era más pro–fidelista
y anti–yanqui que el anterior. A esta actitud de admiración perruna se le ha buscado
más de una explicación: antropológica, política o sociológica. En verdad, no la
hay.
Toma de posesión de CAP II. Después vendrían El Caracazo y el 4–F
Humildemente, me
gustaría proponer una opción psicológica, que comienza con una anécdota.
Dos alpinistas –más bien andinistas– llegan a la cima del Pico
Bolívar en la Sierra Nevada de Mérida, a más de 5 Km de empinada altura. Tras
coger aliento, uno de ellos comenta con sorna la frase del filósofo Bertrand
Rusell–: El hombre es el único animal que
esquiva el dolor y busca el placer.
El compañero escalador le responde–: ¿Y qué somos nosotros, animales u hombres? Porque mucho mejor
estaríamos al calor de la leña en Los Nevados, tomando calentaditos. O en
Mérida, haciéndole el amor a nuestras mujeres, en vez de estar aquí, muertos de
frío y con todos los músculos adoloridos…
El
sadomasoquismo y la sociopolítica
He aquí la paradoja que permite entender por qué el masoquismo va
mucho más allá de las preferencias sexuales de individuos aislados. y conduce a
la sociocultura y la sociopolítica pues, si así no lo fuera, ¿cómo se puede explicar
que las masas encuentren placer en sufrir tantas desgracias y humillaciones?
A través de la vulgarización y desestimación del masoquismo, como
fenómeno que sólo atañe a pocos, y cuyo ejercicio se limita a las alcobas,
algunas de las cuales pueden lucir muy estereotipadas –como la ilustrada en la
película 50 sombras grises–, pero
que, en todo caso, se quedaría en los ámbitos cerrados, no se pueden entender terribles
casos como el que vive la nación venezolana, sometida a las peores iniquidades
por el sadismo de sus enemigos, captores y victimarios: los Castro, los
Rodríguez, el Chávez, el Timochenko, el Ramírez, el Maduro, el Diosdado y El
Padrino; por sólo citar algunos.
No hay duda de que las inclinaciones masoquistas instintivas están
muy repartidas en la humanidad. Basta con asistir a las ceremonias religiosas y
observar como los fieles se flagelan públicamente.
Por otra parte, en los sofás de los psicoanalistas, miles de personas
confiesan su familiaridad con tal goce sexual. Más aún, muchas de ellas revelan
que éste es el único placer sexual que les produce orgasmos. ¡Cuántas más debe
haber que pudieran decir lo mismo, pero se lo tienen bien guardado! Por eso,
Freud llegño a definir el masoquismo como: La
más frecuente y significativa de todas las perversiones.
Sólo la ignorancia y la hipocresía sociales impiden que la humanidad
tome conciencia del creciente significado sociocultural de esta preferencia; desde
su forma física más elemental –caricaturizada por la mujer dominante, medio desnuda
con cuero ceñido alrededor de la vulva y látigo en mano– hasta sus más
refinados aspectos de dominación ideológica y mediática:
Infligir dolor –sadismo– o
recibirlo –masoquismo– puede generar un intenso estímulo sexual. Las fantasías
sexuales que incluyen escenas sadomasoquistas conjuran imágenes en las que el
sujeto aparece en trance de ser apaleado, atado, azotado a latigazos,
encadenado, insultado, cosquilleado, esposado, retorcido, amordazado, quemado,
zurrado en las nalgas o víctima de
Virginia Johnson y William Masters
cualquier otro ultraje, o asumiendo
el papel de verdugo. La fuerza física o el dolor se hallan presentes de manera
muy gráfica y por lo general el estímulo sexual de la fantasía está en
proporción directa con las protestas de la víctima. Como en muchos otros casos,
el paciente no suele mostrar deseos de trasladar la fantasía a la realidad Un
participante voluntario en una investigación sobre el tema, describió su
fantasía masoquista predilecta con bastante detalle, y luego puntualizó: “La
verdad es que no soporto el dolor físico y no comprendo por qué esta fantasía
me excita hasta ese punto”.[1]
El
hombre es un animal masoquista
El médico y psicoanalista vienés Theodor Reik, alumno de Freud, le dio
un enfoque diferente al masoquismo–: Fuera
del ámbito sexual, empero, emerge un tipo social de masoquismo que puede dominar
la vida entera de las personas y los grupos sociales. Separada por un abismo de
aberración sexual, existe una plétora de fenómenos trágicos que van desde el
fracaso, la mala suerte o las misteriosas vicisitudes hasta las abrumadoras
catástrofes que afectan a pueblos enteros, fenómenos gobernados por un oscuro
deseo de sufrimiento. Me preocupa más el problema de una actitud típica hacia
la vida, que el de una actitud trágicamente anormal. Aquí se presenta un
problema que pone en peligro creciente a toda la civilización. Quiero señalar
este aspecto de la presente situación humana.[2]
Sólo ahora, al haberse demostrado lo imperativo de tal compulsión,
puede el masoquismo ser comprendido y definido colectivamente. La diseminación del
masoquismo, lleva a reformular de la frase de Russel, citada por los
escaladores del Pico Bolívar–: El hombre
es un animal masoquista.
En este sentido, Reik prosigue:
Resolver un problema según el
método científico implica alejar más sus interrogantes […] A menudo la actitud
masoquista se usa para atormentar al otro. La interrelación de ambas tendencias
instintivas y opuestas, sadismo y masoquismo, es tan evidente como su secuencia
[…] El cambio de la sumisión masoquista a la agresión brutal no está
restringido al individuo. La historia registra un buen número de pueblos que
resisten durante siglos el poder arbitrario de crueles dinastías, adorándolas,
sufriendo alegremente dolor y privaciones, sólo para explotar de pronto y lanzar su furia destructiva contra los
opresores antes bien amados ¿En qué momento se produce esta mutación? La
respuesta se proyecta más allá del problema del destino aislado de un instinto.
Hay que referirlo al origen del masoquismo.
Según Freud, la perversión instintiva surge como la proyección de los
impulsos sádicos contra el ego.
El sadismo elemental apunta a la violencia y a la agresión contra el
otro. Este objetivo inicial, con el tiempo, se olvida y se reemplaza por el
ego, por la propia personalidad del individuo o del colectivo social, que se
transforma, simultáneamente, en víctima y victimario.
La violencia comienza contra uno mismo o contra la gente a quien se ama. Por esta rebelión
contra del ego, la meta instintiva activa se transforma en pasiva. El proceso
posterior muestra el progreso hasta lo que se conoce como verdadero masoquismo: se busca a un nuevo personaje –un líder
mesiánico– para que asuma el rol de violador contra el ego. Se supone que este
personaje tratará al ego como el masoquista quiso tratar a otra persona –y también
se trató a sí mismo–. Con la inversión del sádico a masoquista, se alcanza el
apogeo psicológico de esta relación.
En el procedimiento, según Freud, hay dos etapas. La primera, la transformación
de sadismo en auto–sadismo. La segunda, la sustitución del auto–sadismo por el
masoquismo, o ejecución de las intenciones sádicas por otro.[3]
Dichas etapas incluyen un intermedio que traza la frontera entre
sadismo y masoquismo. Se le llama fase
reflexiva, y se le alcanza al retornar a un objetivo reflexivo e instintivo.
El ego se convierte en activo y pasivo. Es el cénit del ego, y lo
logran, a veces, los grandes actores y, casi siempre, los más conocidos capitanes
de empresas y admirados líderes carismáticos.
Muerto el perro, se acaba la
rabia
Por fortuna, la relación sadomasoquista entre las masas y sus
dirigentes no es hereditaria: Muerto el
perro, se acaba la rabia.
Es posible, empero, que la imagen pública del actor, empresario o
político venerado masoquistamente por sus seguidores se prolongue más allá de
su existencia. Sucedió con Humphrey Bogart,
Henry
Ford, Joseph Stalin. Pero no hubo más bogarcitos,
fordcitos ni estalincitos.
Los fans cinematográficos miran una y otra vez Casablanca, pero a nadie siquiera se le ocurrido filmar un redo.
A la Ford le han perdonado todos sus yerros gracias a la imagen de su
fundador, incluyendo los muertos de la Explorer por su pésimo diseño estructural.
El estalinismo murió con el georgiano, y con él también se acabó el
denominado socialismo científico, que
no nada tenía de lo uno ni de lo otro, sino todo lo contrario. Pasó un tiempo,
es cierto, pero cuando cayó el muro de Berlín, nadie volvió a poner sus ladrillos.
La sumisión no se transmite por herencia
Raúl Castro, sabedor de que el castrismo estiró la pata cuando
enterraron a su hermano, busca desesperadamente que la revolución siga su rumbo –léase, que el poder se quede en
manos de sus actuales usufructuarios–.
Es también la pretensión actual de Maduro, a quien la imagen pública
de Chávez se fue desvaneciendo más rápido de lo que esperaba, gracias a su
manifiesta incompetencia, ignorancia y mala fe; así como a la desmedida
avaricia de sus colaboradores. Y sólo cuenta con los sádicos de los colectivos,
las policías y la Guardia Nazi–onal para combatir la escasez de alimentos y
medicinas, la estanflación y la falta de divisas cambiables de manera clara, ya
que a las disponibles hay que lavarlas antes.
El mayor problema de Venezuela es que carece de un sádico mesiánico,
para que el pueblo se le entregue como lo hiciera con Chávez. Lo cual no es
malo ni bueno, pues Alemania Oriental tampoco lo tuvo cuando se reunificó con
la República Federal. Sin embargo, nadie puede negar que el experimento germano
ha sido un éxito a todas luces. Por lo que Venezuela, más que un líder
político, lo que necesita es un psiquiatra.
[1] William Masters, Virginia
Johnson: La sexualidad humana, Tomo
III, Ediciones Grijalbo, Barcelona (España), 1987
[2] Theodor Reik, Masoquismo en el hombre moderno, Tomo I,
Editorial Sur, Bs. As, 1963
[3] Leda Doat y Janice Japkin: Acerca del masoquismo en Freud, http://132.248.9.34/hevila/TramasMexicoDF/
1994/no7/8.pdf
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