Hace mucho años, con motivo de una visita que hiciéramos a Buenos Aires en calidad de jurados del Festival Ibero Americano de la Publicidad –FIAP-, un detalle nos llamó poderosamente la atención. Al comienzo de la Calle Florida, en la esquina donde está ubicado el Hotel Plaza –el establecimiento anfitrión del evento-, hay un famoso quiosco que vende periódicos, revistas y chucherías- Decimos famoso porque allí se consiguen impresos datados del día de Argentina y varios países vecinos, así como, en las tardes, diarios de España, Estados Unidos e Italia.
Atraídos por la variedad de los productos ofrecidos, en una época donde todavía no existía la prensa digital y para actualizarse en materia publicitaria había que asistir a eventos como el relatado y leer publicaciones especializadas como las internacionales Advertising Age, Printer´s Ink, Graphis y las venezolanas Producto y Publicidad & Mercadeo, nos hicimos clientes del marchante por siete días.
En esta relación de mercado se asemejaba a la que los vacacionistas y margariteños cultos tienen con otro punto de ventas muy conocido en Porlamar, dedicado a los mismos menesteres y localizado en la Avenida 4 de Mayo. Mas parecido no es igual, y aunque el comercio neoespartano está muy bien surtido para los estándares de la isla y el país, la mayor diferencia entre uno y otro residía en el atuendo de quien atendía al público: en Porlamar, perfectamente adaptado al clima caribeño; en Buenos Aires –donde la época de verano se caracteriza porque la atmósfera se licua con la evaporación del Río de La Plata e impide la transpiración corporal-, perfectamente disfuncional, ya que el vendedor vestía de flux y sudaba a chorros.
Por lo cual, la pregunta era casi inevitable:
- ¿Por qué no usa una ropa más cómoda y fresca?
- Mire usted – nos respondió el bonaerense-, es que yo vendo cultura…
En poco tiempo nos enteramos de que hacía mucho más que vender cultura. Era una enciclopedia viviente no sólo de todo lo que estaba de moda en las Artes Gráficas, sino una síntesis absolutamente coherente y objetiva de la situación política, cultural, económica y social existente en la República Argentina y el resto del planeta. No había tema, por espinoso que fuera, sobre el cual no expresara una opinión, por lo general acertada. No sólo vendía cultura, sino que la vivía.
Hoy compramos nuestros periódicos, básicamente, en dos lugares: donde Arsenia y Ramón. Arsenia es una cartagenera que lleva más de 40 años en el país, Ramón es 100% venezolano. Ambos, que siempre se mostraron muy escépticos sobre las posibilidades de un cambio de poder en Venezuela, presienten que este se avecina contra viento y marea.
Para Ramón, el punto de inflexión fue lo de Zelaya, y el de no retorno las elecciones del PSUV. El affaire Zelaya permitió no sólo evidenciar el fracaso castrense de la estrategia de la chequera que camina por América Latina, sino, asimismo, concienciar e irritar al ciudadano de a pie sobre el destino de los recursos que deberían ser empleados para solventar sus carencias básicas de alimentación, vivienda, educación, empleo y seguridad. La inasistencia mayoritaria a las primarias del PSUV –asevera Ramón- manifiesta el rechazo más contundente a la militarización de una organización política que, por naturaleza y esencia, deben ser participativa y protagónica.
La negra Arsenia agrega a este análisis brillante el clamor de los barrios –ella vive e uno de ellos- y la voz de la quinta parte de la población venezolana, colombiana de primera o segunda generación. Los colombianos –asegura Arsenia- no nos sentimos extranjeros en este país, ni percibimos a los nacidos aquí como enemigos, sino, antes bien, como integrantes de nuestra propia familia. Y el que le pega a su familia, se muere…
Ambos critican la actitud de la oposición ortodoxa, y señalan que su famosa mesa se parece cada día más a la Coordinadora Democrática. Lamentan que no puedan poner de acuerdo sobre decisiones simples y necesarias, y que pongan por delante de la suerte de la mayoría sus propios y mezquinos intereses personales y partidistas.
Los negocios de Arsenia y Ramón se asientan sobre aceras de municipios diferente, que paracen gemelos, pues hace tiempo perdieron su lisura de calzadas, y en las cuales las plantas de los pies, aún protegidas con suelas de goma, detectan al paso el pedregullero. Aceras a las cuales hay que mirar, para no meter la pata, luxarse un tendón o agenciarse caídas y fracturas aún peores. Sus quioscos están protegidos con candados, las puertas blindadas con chapas de acero, a pesar de lo cual han sido visitados más de una vez por los amigos de lo ajeno. A su alrededor medra la fauna malandraque está en boga en la cuna del Libertador.
Pero allí siguen, valientes, con una visión muy precisa y resumida de lo que para los encuestadores y políticos implican acuerdos kilométricos y toneladas de papel para poder explicarlos. Son nuestros vendedores de cultura, y saben mucho más que los dulces criollos que también expenden.
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