La última vez que conversamos con el ahora gobernador del Táchira, César Pérez Vivas, fue durante un encuentro inesperado en un Centro Comercial de Boleíta. Andábamos acompañados del profesor Julio Blaumann Coronil, y terminábamos de almorzar en uno de los restaurantes de comida rápida que allá están instalados.
Blaumann y Pérez Vivas, el último de ellos con la mayor vehemencia, atacaban la posición de los abstencionistas de oposición durante las elección de los diputados a la Asamblea Nacional, y achacaban a ésta todos los males de aquel momento. Nosotros por nuestra parte, aunque admitíamos haber votado en todas las jornadas desde 1958 – salvo en la de la Constituyente, pues no nos hallábamos en Caracas para la fecha-, entendíamos la postura de quienes promovían la no concurrencia a dicho evento, por dos razones básicas: porque se trataba de una estrategia interesante para descolocar a Chávez, la cual hubiera funcionado con un seguimiento proyectado a la deslegitimación del caudillo; porque podría haberse manejado a nivel de calle para exponer las trampas del CNE, sus tragaperras y el viciado REP.
Lamentablemente, les decía a mis interlocutores, no se hizo ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Los abstencionistas dogmatizaron su propuesta, transformando en artículo de fe lo que no pasaba de ser una situación adecuada al momento, y nada o poco pudieron lograr para desvelar los intríngulis del sistema electoral.
Pero Pérez Vivas iba mucho más allá. Hablaba, con gran optimismo, sobre sus posibilidades de conquistar el afecto de los votantes tachirenses, y de que Venezuela recuperaría el camino democrático, a corto plazo, a través de la solución electoral. Ante lo cual nosotros, escépticos, le aseverábamos: Un gobierno como éste no pierde elecciones.
A la luz de este recuerdo y de lo que sucedería más tarde nos deja estupefactos que Chávez, su cúpula gorila-burguesa y su jaula de focas arremetan contra Pérez Vivas, llevando las cosas al punto de una guerra con la República de Colombia –una situación prebélica, como la define el ex presidente neogranadino Ernesto Samper-, para deshacerse del incómodo democristiano que, según ellos, ha sufrido una mutación en sus pocos días al frente de la magistratura andina. Le acusan de ser jefe y protector de los paramilitares infiltrados en el Táchira, de recibir instrucciones del Imperio y de estar preparando el terreno para una futura acción –que incluiría el magnicidio- desde las bases yanquis de la vecina nación.
Todo lo cual sería anecdótico y argumental si sucesos y hechos no fueran llevando este conflicto a un punto de no retorno.
Los amigos y familiares de casi una treintena de venezolanos actualmente secuestrados por narcoguerrilleros colombianos tienen la certeza de que no sólo son paramilitares los autores materiales e intelectuales de tan horrendos crímenes, sino redes ilícitas que operan impunemente en dos tercios del territorio tachirense y amplias zonas de Apure, Barinas y Zulia, y se movilizan a su antojo en el resto del país, gracias a la actitud alentadora y protectora del gobierno revolucionario. Nos referimos a los faracos, los elenos y esa metástasis del ELN que es el FBLN. Así lo han declarado en innumerables oportunidades a los medios nacionales e internacionales.
Los abogados del general Raúl Isaías Baduel amenazan con prender un ventilador que bañará escatológicamente a Raimundo y a todo el mundo, pues el dinero supuestamente malversado por el ex ministro de la Defensa durante su gestión estuvo destinado a la inteligencia, defensa y seguridad del Estado, especialmente en las áreas limítrofes. Piden que las audiencias no sean públicas, para salvaguardar dicha información.
Las autoridades policiales, judiciales y del Ministerio Público se rehúsan a accionar en contra de los peculados denunciados por los alcaldes y gobernadores de oposición contra sus predecesores, especialmente en el Táchira.
El sicariato se ha convertido en la forma más efectiva, rápida y económica de solventar las contradicciones jurídicas en Venezuela: no sólo a nivel pasional sino político, no sólo a nivel de las clases pudientes sino de las menos favorecidas. Y los tanatorios no se dan abasto para realizar las autopsias cotidianas a las víctimas de una guerra no declarada pero igualmente letal: ¡Con Chávez manda el hampa!
Mientras tanto, Chávez sigue despilfarrando dólares entre sus compinches del exterior, regalando desde cazabombarderos hasta plantas eléctricas. Hay un valsecito criollo cuyo título pudiera resumir esta hecatombe: El diablo suelto.
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