Si en una nada descartable hipótesis nos quedáramos sin prensa escrita independiente o, al menos, de cierta calidad opositora, y estuviésemos obligados a comunicarnos como lo hacíamos durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, esto es, imprimiendo nuestras cuitas en las versiones actualizadas de los multígrafos, tendríamos que ser muy selectivos a la hora de escoger a los articulistas.
Lo decimos con la mayor sinceridad pues, lamentablemente, la mayoría de quienes hoy acceden a los medios convencionales –y no nos referimos a los apologistas de los oficialistas- se cuidan mucho de seguir las reglas de un juego democrático que ya no existe.
Nos duele reconocerlo, pero la querida ex compañera de posgrado en la Maestría de Comunicación Social de la UCV, doctora Gloria Cuenca de Herrera, detectó y denunció el cariz autoritario del régimen mucho antes de que éste se radicalizara definitivamente, aplastando como hoy lo hace las libertades y derechos más sagrados del pueblo venezolano: educación, propiedad, expresión, justicia.
En un primer listado selectivo de columnistas incluiríamos a Carlos Blanco, Manuel Caballero, Armando Durán, Roberto Giusti, Jesús Petit Da Costa, Marianela Salazar y Milagros Socorro. Aunque tienen estilos diferentes y hasta opuestos, su denominador común es que son políticamente incorrectos. Es más, lo fueron casi desde el comienzo del chavismo, y sus posturas actitudinales les han traído varias migrañas.
A Colomina y Salazar las echaron de sus espacios radioeléctricas. A Durán, sus antiguos compañeros de partido lo miran con el recelo de a quienes se les está amargando el dulce de una supuesta victoria comicial. Giusti se ha dedicado tesoneramente a investigar las relaciones entre el chavismo, la narcoguerrilla y el crimen organizado; y sus conclusiones engrosarán el ya abultado expediente de los crímenes de lesa humanidad que les espera a los traidores, vende patria y corruptos funcionarios del presente desgobierno, comenzando por su jefe… si es que en la Tierra alguna vez se les llega a juzgar conforme a Derecho.
Petit, por su parte, ha puesto varias veces el dedo en la llaga sobre dos temas candentes: los fraudes sucesivos cometidos en las elecciones desde 1999 –en complicidad con los dirigentes de la oposición nacional, personajes como Jimmy Carter y Cesar Gaviria y los dueños de algunos medios masivos- y la conversión de Venezuela en un protectorado cubano. Ha bautizado al Presidente Chávez como, Hugo, el Cubano.
Carlos Blanco, en su columna (El Universal, 27/12/09), concluye: El duelo entre Chávez y la sociedad democrática es inmenso. Él no quiere términos medios ni concesiones, ni diálogo ni reconciliación, sino exterminio político. Los que discrepan o se le oponen, dentro y fuera de sus cuarteles, no les quedan más que dos opciones: plegarse, acomodarse o, al encontrar la menor ocasión, rebelarse…
Durán se mofa de la hipótesis de Petkoff, que visualiza al régimen como una democracia con visos de autoritarismo. ¡Vaya –destaca Durán-, una señora medio embarazada!
Y Colomina predice que, de no actuar con la responsabilidad que la República nos demanda, muchos venezolanos terminarán lavando carros en Miami -por no decir sanitarios- en las Navidades del 2010. Lo cual no es alternativa para todos, pues no existe una reglamentación en EEUU que se ocupe de los balseros del aire ni intención a la vista de promulgarla.
Oscar Schemel, uno de los más acertados y respetados encuestadotes del país, a la vez que revela las oportunidades derivadas del desplome de la imagen de Chávez, alerta sobre la actitud pasiva y populista de los líderes de oposición convencionales, ya a quien hay que conquistar es a los ni-ni, una mayoría de electores que no está con Chávez, pero desconfía de los partidos tradicionales. Y razones no les faltan, ya que hasta ahora seguimos en la ignorancia más crasa sobre los resultados de las elecciones del 2007, la conformación del padrón electoral, el rol de las máquinas capta huellas, la unidad perfecta y la inclusión de la sociedad civil en sus listas para los comicios del año que viene.
Por eso, con el inmenso cariño que profesamos por conocidos periodistas como Colette Capriles y Fausto Masó –de quien, empero, esperamos publique alguna obra nuestra entre sus Libros marcados-, no podemos incluirlos en nuestro posible y no deseable samizdat, pues se empeñan en el dogma de ser políticamente correctos, traducido a que hay un sólo camino a la democracia, cuando –según el Budismo Zen-, hay tantos caminos como hombres existen.
Hasta Leopoldo Castillo, quien ha sido un fervoroso cultor de lo que resulta políticamente correcto, hay declarado hoy por Unión Radio, que nadie imagine que las elecciones serán zanahoria, que todos las celebraremos y que los amos del poder lo entregarán sin aspavientos. Advierte que el que te conté está embalado y ya superó el punto de no retorno, por lo cual habrá que quebrar huesos y que la salvación nacional será tan dolorosa como un parto difícil.
Por lo cual, no les queda otra a quienes no lo han sido que declararse políticamente incorrectos. Nosotros andamos por ahí hace ya bastante tiempo.
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