Hay una imprescindible obra para entender el pasado, el presente y el futuro posible de los países que otrora formaban la Gran Colombia: El final de la grandeza, escrita por el ex presidente colombiano Laureano Gómez durante el ostracismo al cual le arrojó el general Gustavo Rojas Pinillas, quien sentó sus reales posaderas en el Palacio de Nariño tras un golpe militar incruento (13/06/1953).
Su contenido resulta absolutamente condenatorio contra Francisco de Paula Santander, a quienes la mayoría de sus paisanos le consideran un héroe nacional, y cuya célebre frase sobre el apego a la Ley es el leiv motiv de la Plaza de Bolívar de Bogotá.
Contra la corriente, Gómez asevera que Santander fue un cobarde, un ratero y un traidor. Que, durante las escasas batallas en las cuales participó, se puso a buen resguardo hasta escuchar el último de los ayes. Que se apoderó de las fincas que codiciaba por el método expedito de apresar a sus propietarios, y enviarlos a pudrirse en vida a las cárceles de Venezuela, las cuales desde esa época estaban consideradas como infiernos. Que conoció de la conjura contra el Libertador, pero se hizo el loco y la dejó que corriera para aprovecharse en su propio beneficio.
El ensayo es tan devastador que sólo pudo ser publicado 28 años después de que Gómez pasara a mejor vida, gracias al empeño de quien fuera su amigo y compilador, de, el periodista Ricardo Ruiz Santos, quien en el bautizo del mismo juró despojarse de todo rastro de santanderismo que pudiese haber recabado inconscientemente. Sin embargo, el libro no se convirtió en best-séller, y hoy prácticamente constituye un incunable dada su limitada y única edición en 1992.
Para Ruiz, la tragedia colombiana –extensible a los demás pueblos liberados por Bolívar- es la esquizofrénica dicotomía de dos mandatarios, de contradicciones insalvables: Bolívar y Santander.
No es que Bolívar fuese San Francisco de Asís, ni Santander Mefistófeles. Bolívar podía ser tan cruel y atrabiliario como cualquier otro prócer, de ahí su Decreto de Guerra a Muerte y la orden fusilamiento contra Manuel Piar. Tampoco Santander era absolutamente ruin; sí lo hubiera sido, nunca dos de las provincias colombianas llevarían su apellido.
El análisis de Ruiz se focaliza en el conflicto perenne entre la existencia en un marco de valores o a o en su carencia. Poco importa si la Ética haya sido una invención humana o divina: Bolívar ciertamente optó por ella, y Santander dejó que el espacio reservado a la misma se rellenara con lo que estaba en boga, comúnmente conocido bajo la denominación de pecados mortales.
A comienzos del infausto mandato del que les conté, sus allegados dejaron colar el rumor que el sujeto se percibía a sí mismo como la reencarnación de Bolívar. De hecho –decían entonces-, al cenar, dejaba un puesto libre para su ánima, ponía la vajilla y los cubiertos respectivos y escanciaba una copa de vino, pues había leído que le gustaba mucho.
Si esto es cierto o falso, sólo los más íntimos de su entourage pueden dar fe de ello. Suponiéndolo verdadero, podemos pensar que, finalmente, el que les conté se cansó de conversar con un interlocutor mudo, pues sabido es que sólo los médiums tienen la facultad de charlar con difuntos. Por lo cual, ni corto ni perezoso, se dedicó a otra divinidad viva, a Fidel.
Entre la figura distorsionada que existía en su mente sobre el Libertador y la conseja interesada del anciano tirano, se formó la nueva personalidad del caudillo de Sabaneta, que no es otra, a nuestro parecer, que la reencarnación de Santander según la óptica de Laureano Gómez. Sobre todo, cuando había un sustrato propicio para que esa semilla germinara, y nos referimos a la actitud asumida por el que les conté durante la asonada del 4-F y después del 11-A.
Su neo-santanderismo se ha manifestado en numerosas ocasiones. Al ordenar la confiscación de las haciendas productivas y la ocupación de inmuebles privados, poniendo simultáneamente a buen resguardo los de su familia. Al cebarse en contra de sus adversarios, como lo hace con los presos políticos y quienes manifiestan en su contra. Al vociferar contra sus enemigos reales o imaginarios, el Imperio, el Reino de los Países Bajos, el Rey de España.
Bolívar aflora también en sus delirios esquizoides, al enfrentarse a audiencias que no le conocen ni le sufren cotidianamente, y que están permanentemente contaminadas con los tarifados que lleva a los eventos internacionales, quienes reemplazan en esta etapa a los tarifados que acarreaba antes en buses para sus mítines, cada vez menos concurridos y más exentos de emoción popular.
En Copenhagen dijo haber presenciado una represión policial que en Caracas no existe, y denunció la invasión de Venezuela desde las Antillas Neerlandesas –ubicadas según él en aguas territoriales de esta nación-, con la conchupancia yanqui.
A diferencia de Bolívar y Santander, el que les conté no es un mantuano, sino un chamo de clase media, que quiso resolverse en la Escuela Militar para participar en su equipo de béisbol. A diferencia de Bolívar, no es un hembrero. Según lo reconoce Daniel Florencio O´Leary, no sin admiración y cierta envidia a la vez, al Libertador las damas se le metían bajo las sábanas, con la admonición de: A las mujeres ni con el pétalo de una rosa. Las relaciones del el que les conté, por el contrario, terminan de mal en peor, de acuerdo con las evidencias de conocimiento público.
A diferencia de Fidel, el que les conté no es marxista, ni socialista, ni comunista, ni siquiera con Marta Honecker como apuntadora, sino un dictador militar populista de vieja escuela latinoamericana, sin la talla ni el background de Juan Domingo Perón, ni el sostén de Evita Duarte.
Lo que sí el que les conté es un Pedro Carujo, reconocido como el autor de la conjura posindependentista que acabó con cualquier posibilidad que Venezuela se enrumbara por los caminos de la democracia, el desarrollo y crecimiento durante el Siglo XIX. Pero aún Carujo podría ser mejor valorado históricamente, porque era nacionalista. Y el que les conté, definitivamente, no lo es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario