Ya es vox populi : los venezolanos esperan pasar las más tristes navidades de sus vidas. Se comenta en los mercados públicos, en las unidades de transporte colectiva, en las colas para pagar los servicios.
No se trata únicamente de la inflación, que este año tendrá un incremento proyectado de más del 30% sobre el 2008, y que se siente en el cotidiano peregrinar del ciudadano de pie en busca de ofertas cada día más escasas para hacer rendir su jornal, lo cual representa una misión imposible. Tampoco la insoportable violencia, ensañada hoy contra los estudiantes, los agentes de seguridad y las víctimas inocentes abatidas durante los tiroteos entre las bandas delictivas que operan impunemente a lo largo y ancho del país. Una reciente nota de prensa describe cómo un par de hampones acribilló a una pareja motorizada, únicamente para demostrar la eficacia de las pistolas que estrenaban en esa oportunidad. Ni la desocupación, la inestabilidad laboral, el control de divisas, la comunización de la Educación.
Lo que realmente desepera a la gente es la falta de opciones frente a un presidente cada vez se muestra más autocrático, apegado a la palabra y obra del agonizante Fidel, dispuesto a convertir a Venezuela en una segunda edición de Angola, en esta ocasión no para expulsar colonizadores portugueses sino para derrotar a sus supuestos enemigos de clase, la oligarquía colombiana y los pocos empresarios y sectores medios que aún perduran en esta nación. Son sus mentiras, mil veces repetidas que procura convertir en verdades. Su desdén y total alejamiento por y de la masa que lo encumbró en el poder. Su irrespeto ante toda normativa legal y tradición que le aparte de un destino, oscuro, trágico y miserable: la perpetuación en Miraflores bajo una ideología insensata y obsoleta: el castrocomunismo o estalinismo.
Lo que verdaderamente saca de quicio a la mayoría es que, mientras Venezuela se desintegra a pedazos con la destrucción de su infraestructura y la ocupación y confiscación de los inmuebles y fincas privados, la oposición se frota las manos de puro gusto, imaginándose los curules que supuestamente va a obtener en las elecciones del 2010.
Cuentan los pollos antes de nacer los huevos, sin darse cuenta –por ignorancia, estupidez o incompetencia- que primero fue martes que miércoles, y que para ganar cualquier batalla, por pequeña que ésta sea, hay que poseer ejército, apoyo logístico y moral de combate, como lo afirmara Sun Tzu hace más de cuatro milenios.
El mismo Enrique Mendoza, líder de la fracasada Descordinadora Democrática, quien no niega su aspiración a ser electo como asambleísta por el Estado Miranda, reconoce que con un Consejo Nacional Electoral, secuestrado como está por Chávez, no se llega ni a la esquina. ¿Y si el CNE –dixit Mendoza- plagiado está, para qué apoyar la farsa y no optar por soluciones alternas? ¡Ah..! Porque los autodenominados políticos de oposición venezolanos y sus cómplices mediáticos seguros se encuentran que los votos derribarán a Chávez. ¿Y de dónde les sale tal confianza; no será de las encuestas, las cuales conoce el Comandante y se limpia con ellas el paltó o algo más íntimo? ¿Y si saben algo que los demás desconocemos, por qué no lo informan para aliviar esta pesadumbre que nos acongoja?
No se nos entienda mal, no propiciamos atajos que conduzcan a nuevos callejones sin salidas, ni somos aventureros de oficio, ni tenemos suficiente vigor para imponer una solución de fuerza. Pero si creemos, con fervor venezolanista, que en vez de estar hablando tantas huevonadas sobre los mecanismos para la escogencia de los aspirantes a los cargos electivos, los partiodos y otros aspirantes debían comenzar por exigir la inmediata depuración del padrón electoral, el establecimiento de la fecha para las elecciones de alcaldes y la prohibición de capta huellas en los próximos eventos comiciales. ¿Qué no saben cómo hacerlo? Sigan los ejemplos de Antonio Ledezma, Franklin Brito y los valerosos estudiantes encabezados por Julio César Rivas en la Delegación de la OEA en Caracas. Échense a sus puertas, como lo hicieron los aludidos, y llamen a la ONU, a Raimundo y a todo el mundo para que escuchen sus denuncias.
Claro, mucho más fácil y sabroso, desde el punto de vista individual –aunque a muchos de estos autoproclamados líderes y dirigentes no les vendría mal una buena hambruna-, es concurrir a los foros internacionales, y aceptar numerosas invitaciones que suelen darse a convites donde sobran las buenas comidas y las mejores copas. Resulta más sencillo viajar afuera y acusar a Chávez de todas las tropelías que ha cometido, frente a una escucha que va de la conmiseración a la incrédulidad de interlocutores dispuestos a pagar la cena o el lunch, pero no a echarle bolas, solidariamente, a los derechos humanos de los venezolanos.
¿Por qué afirmamos lo anterior? Porque nunca lo hicieron. Miren lo que le sucedió al pueblo húngaro cuando se levantó contra la dominación soviética en 1956, o el martirio de los cubanos desde 1958, o las canalladas cometidas por Pol-Pot, las cuales recién ahora se ventilan en juicios públicos. ¿Ustedes se imaginan al Canciller Desatinos más interesado en enjuiciar a Chávez o en defender los intereses financieros de las empresas españolas, en algunas de lcuyas directivas figuran miembros de su nobleza y de la más rancia burguesía ibérica?
Por eso, nos encaminamos a unas navidades muy tristes, más tristes que las del deslave y el paro cívico, aderezadas con la confiscación de los bancos boliburgueses, la condena ordenada por Chávez contra la juez que actúo conforme a derecho al liberar a Eligio Cedeño de su secuestro policial –aunque el carajo no sea santo de nuestra devoción-, la falta de iluminación en las vías públicas y centros comerciales, el racionamiento del agua, los apagones o alumbrones a los cuales nos ha sometido este desgobierno por más de una década. Y, sobre todo, a la pérdida total de identidad, pues ya no podemos llamarnos propiamente venezolanos, sino venecubanos, ya que aquí los que mandan son el hampa, la corrupción, la narcoguerrilla y los hermanos Castro, pero ningún otro individuo o entidad.
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