La novela El día de los inocentes, escrita por el poeta, periodista y profesor de Penn State University Josip Novakovich, estadounidense de origen yugoslavo, es protagonizada por Iván Dolinar, cuyo nacimiento, vida, muerte y más allá transcurre entre la dictadura de Josip Broz –Tito-, el conflicto genocida desatado por Slobodan Milošević y la meteorización posterior del antiguo territorio –cosido como colcha a retazos después de la II Guerra Mundial- hasta el presente, con un resultado que el autor describe como de repúblicas garbanceras, pues carecen del tamaño necesario para llamarlas bananeras.
Si la historia reciente de Croacia, entorno en el cual interactúan los personajes de El día de los inocentes, es ya de por sí impresionante, los avatares de la existencia y meta existencia de Iván Dolinar le dan aún mayor impacto a la trama y el desenlace de la obra, porque describen un ciudadano de a pie, ordinario como cualquier otro de sus semejantes sometidos a un régimen comunista, a quien, empero, le suceden fenómenos extraordinarios y actúa, consecuencialmente, de manera heterodoxa, pues no lo queda otra.
Durante su último curso como liceísta, Dolinar compite en un concurso de epístolas para felicitar al sátrapa que les gobierna. Su carta comienza así:
Nuestra Alteza el Presidente:
Santificado sea tu nombre, hágase tu voluntad así en el extranjero de fuera, como en nuestra casa de adentro, danos hoy nuestro pan de cada día y pelotas de fútbol de cuero.
No se sorprenda, amigo lector. Este primer párrafo no es una muestra de realismo mágico –o, mejor dicho, balcánico-.
En uno de esos espectáculos apologéticos con los cuales el que les contamos sustituyó en el Teatro Teresa Carreño a la manifestaciones de la cultura universal, escuchamos a alguno de sus participantes parodiando el Credo, la oración más importante para los cristianos después del Padre Nuestro, con el permiso y el perdón de la señora María.
Termina Dolinar de esta manera:
Nuestra Alteza, omnipotente, omnipresente y omnisciente Presidente, te queremos más allá de todo lo razonable. No hay palabras para expresar lo omnimaravilloso que eres. Nos sentimos honrados, como gusanos que somos, de que se nos permita arrastrarnos sobre la polvorienta senda del socialismo. Cuánto amamos pronunciar tu nombre sabiendo que hasta con tu pequeño dedo meñique, aunque incluso tu dedo meñique es grande, podrías aplastarnos y convertirnos en polvo igual que la sal deshace la nieve […] Tú nos has dado la más auténtica igualdad, derramando tu sangre en numerosas batallas, y siempre luchaste tan valerosamente contra las tropas alemanas que nunca consiguieron capturarte, de modo que ninguno de nosotros pereciera sino que pudiéramos todos vivir en un estado de gracia maravilloso, hermoso, encantador, sorprendente, asombroso, para cantar tus alabanzas por los siglos de los siglos o al menos mientras aguanten nuestras gargantas. Muchas gracias. Gloria a ti, gloria por encima de todo raciocinio humano y divino. ¡Muerte al fascismo y libertad para el pueblo! Tu camarada arrastrado por el polvo...!
La anterior misiva tiene, a nuestro juicio, dos lecturas.
Una divertida, como aquélla en la cual Edecio La Riva Araujo, en su obra Elogio de la adulancia, alerta al chupamedias para que no se pase de maraca: Hala, hala, pero no te guindes. Que fue donde se equivocó Dolinar sobre el IQ de su maestra.
Otra, siniestra, como la que le tocó al partisano Milovan Djilas, fundador del Partido Comunista Yugoeslavo, héroe de la guerra contra los nazis y prisionero del Estado por sus críticas contra el desviacionismo estalinista que había tomado Tito y los abusos de su gobierno, especialmente en la región de Montenegro de la cual era oriundo.
Es desde esta última perspectiva como debe ser analizada la que, en alguna oportunidad, fuera calificada por su propulsor como revolución bonita, y que hoy nada tiene de revolución ni mucho menos de bonita.
La parodia y mofa del Credo en el Teresa Carreño es un subproducto de la educación castrocomunista que quiere imponérseles a los niños y adolescentes en Primaria y Secundaria. Aunque el oficiante pareciera más bien un adulto entrado en canas y se asemeje, mejor, a uno de esos sacerdotes satánicos que sacrifican gallos y dejan los cadáveres de tan útiles animalitos tirados la noche anterior en las calzadas que recorrerán los manifestantes de oposición al día siguiente, ni la moral ni las luces caracterizan a las focas que acompañan al que les contamos en sus encuentros de público y notorio autobombo.
Después de recibir el alud de desinformación que los técnicos cubanos han impreso y videografiado como materiales didácticos, algunos de nuestros niños y adolescentes pudieran incurrir en la tentación de escribir cartas como las de Dolinar, sin la cariñosa admonición de El Machete La Riva Araujo –cuyo texto estaría entonces proscrito, desaparecido o convertido en papel toalet- ni la perspicacia de la maestra eslava, quien mandó al liceísta a su casa con una nota para que la leyeran, lo majaran a palos y se lo devolvieran con las nalgas enrojecidas para un castigo ulterior.
De llegar a este nuevo punto de no retorno, la dictadura castrocomunista de Venezuela habría logrado su primer y más grande objetivo educacional: la creación del hombre Nuevo.
Para los Frankestein Junior hechos de esta manera, de acceder a ella, la Educación Superior sólo les ofrecería dos opciones: el modelo Lomonosov –llamémoslo Unefa-, reservado para los hijos de los militares y civiles que forman parte de la nomenclatura; y el modelo Patrice Lumumba –llamémoslo Universidad Bolivariana-, destinado a producir agentes de inteligencia, agitadores profesionales y comisarios políticos y otros bicharracos de la misma índole. En fin, nada que valga la pena.
El resto, los proletarios, trabajarían en fábricas y campos improductivos, cobrarían canonjías los quince y últimos o pedirían limosnas en las vías públicas, sin poder agradecerles a los cada vez menos misericordiosos –por empobrecidos- transeúntes, con el tradicional y coloquial ¡Dios se lo pague!, porque el comunismo es ateo. Ni siquiera agnóstico, sino, simplemente, ateo.
Por lo cual, no hay futuro en una Venezuela comunista ni para las universidades, colegios e institutos y privados, ni para las universidades autónomas. Lo saben los líderes estudiantiles, y por eso han decidido tomar las calles y protestar, cuando y como pueden. Por eso también constituye una canallada de la peor índole que quienes tiene dos dedos de frente sigan ilusionando al pueblo con una salida electoral que no es posible, dado que en otro bando hay una orden muy clara: ¡No hay marcha atrás!
Si en verdad queremos un renacer para nuestra atribulada, desventurada y casi perdida República, debemos actuar al lado de los estudiantes y otros grupos de avanzada ya, ahora mismo, para evitar que algún día nuestros hijos y nietos escriban cartas que empiecen con frases como: Nuestra Alteza el Presidente.
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