Hay dos anécdotas que nunca nos cansaremos de repetirlas.
La primera corresponde al poeta Juan Antonio Pérez Bonalde, quien una vez aseveró: Dos cosas buenas tiene Venezuela. Una es irse y la otra no regresar. Sin embargo, Pérez Bonalde regresó y escribió el hermoso testimonio Vuelta a la Patria.
En la segundo, el protagonista fue el general Carlos Soublette, héroe de la Independencia, dos veces Presidente de la República y a quien Venezuela debe no sólo el tratado que puso final a la guerra entre España y nuestra nación, sino el mapa de la Capitanía General de Venezuela donde se basa nuestra soberanía territorial.
Harto Soublette de las maquinaciones en su contra y de la maledicencia que había generado su estada en Madrid, donde fue recibido y alojado por el general Pablo Morillo –quien había sido su enemigo en las batallas emancipadoras-, agarró los pocos churupos que tenía, se los entregó a su familia, la embarcó en La Guaira y le exigió: ¡Váyanse y no vuelvan más!
Entendemos no sólo las vicisitudes sino, asimismo, los estados anímicos de quienes se han visto forzados a emigrar de Venezuela, por razones económicas, políticas o por las que hayan sido. Como aseguraba el humorista Aquiles Nazoa –y perdónennos la redundancia, pero es que esto de la política se parece a la pedagogía y a la publicidad, repetir, repetir y repetir hasta que se transfiera el conocimiento-, el pan del ostracismo es muy duro y carece de ostras.
En una ya lejana época de nuestras mocedades, por las razones que entonces fueron, decidimos emigrar. Fuimos acogidos por una isla y una gente maravillosa, Borinquen y los puertorriqueños, que nos acogieron como hermanos y pusieron lo mejor de ellos mismos para paliar la nostalgia del forastero en tierra extraña.
Por eso, no sólo entendemos a los exiliados venezolanos, sino que compartimos sus angustias. Aún más las compartimos, porque se da el caso que la mayor parte de nuestros familiares jóvenes viven afuera.
Se nos parte el corazón cuando recibimos correos como los de Joaquín, abogado penalista que vive en Texas, y que debió huir para no compartir el incierto destino de sus defendidos. De Indira, quien se molesta porque no mencionamos a Alejandro en el último blog, y que esperamos haya recibido y comprendido las disculpas que le enviamos ayer mismo.
A nuestro juicio, Joaquín empieza a padecer, al igual que Indira, de una especie de síndrome de Estocolmo. Llamémoslo, en este caso, síndrome del exilio. Se manifiesta en Joaquín en el hecho de que su opinión pudiera no ser tan válida como la nuestra, porque él está afuera y nosotros adentro. En el caso de Indira, en el temor de que nos olvidemos de los que han luchado valientemente –como lo ha hecho y sigue haciendo Alejandro- para voltear la tortilla en Venezuela.
Para Joaquín le tenemos otro mensaje del anecdotario criollo. Antonio Arraiz, poeta y Director-Fundador de El Nacional, se vio conminado a extrañarse de Venezuela, y escogió como residencia un remoto y tranquilo poblado de Nueva Inglaterra, donde ni siquiera había un servicio de cartero. Abrió en las cercanías un apartado de correos, y todas las semanas tomaba el tren y concurría a la oficina de US Mail para recoger su correspondencia y leer las cartas y los periódicos que le enviaban sus amigos. Murió en EEUU, pero nunca dejó de interesarse por lo de acá ni renunció a su ciudadanía. En verdad, Joaquín, no queremos que esto te pase, y esperamos poder celebrar en tu atelier jurídico tu Vuelta a la Patria. Más temprano que tarde.
Indira, al lado de nuestro teclado reposa la bandana Prohibido olvidar, que orgullosamente portamos en numerosas manifestaciones, y que debe estar impregnada todavía de restos de gases lacrimógenos y vinagre –su contraveneno-.
El tema Prohibido olvidar fue puesto en el tapete después de que Mohamed Merghi, un laborioso y honesto inmigrante árabe, perdiera a su primogénito, su empresa y su país adoptivo tras las infames sucesos del 11-A, a raíz de los cuales fueron condenados muerte en vida en los calabozos de la Disip los comisarios Iván Simonovis, Lázaro Forero y Henry Vivas, y exculpados los verdaderos autores de tan atroces crímenes, a quienes todos vimos disparando en vivo contra la inerme multitud.
Si fuera posible, Indira, en el limitado espacio de este blog, publicar completa la Lista de Tascón, o la nómina de Gente del Petróleo, lo haríamos. Y les pediríamos excusas, a nombre de quienes todavía permanecemos aquí, porque, ¡qué vergüenza! Por ahora, apreciada amiga, no se nos ocurre nada mejor que mantener en pie la consigna: Prohibido olvidar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario