El budismo para salvar a la Tierra
Abriole la puerta de calma infinita.
Después, esfumose. Siddhartha medita.
Una voz celeste suave musita
"Tú eres Tathagatha, puro, sin igual".
En fondos dorados, entre rosas blancas
lució sus encantos la diosa Verdad.
El iluminado quedose hierático
aspirando triste un perfume enigmático
que manaba lento de la eternidad.
El cuerpo sin alma subió al aposento
Yashodara y el niño dormían.
Siddhartha sintió un agobio violento
corazones en sombras yacían...
grave palpitaba el firmamento.
Se arrancó la flecha que le lanzó Mara
traspasando salió de la estancia
Dulce el corazón se durmió en la fragancia
que la luz del cielo le dejara.
Y marchó con la Bienaventuranza
Siddhartha solloza. El palacio lejano
enseña entre ramas sus oros bruñidos.
La cálida noche derrite sus tules
entre las estrellas rojizas y azules.
Lloran los chacales en junglas perdidos.
Federico García
Lorca: Siddhartha (1918)
Hay gente que se molesta cuando se le habla sobre Buda o el budismo. Tuercen
la boca, expresan gestos o palabras de conmiseración o sorna y, en ocasiones,
intentan iniciar una conversión; como lo hacían los inquisidores con los judíos
en la España católica del Siglo XV, o los árabes con los cruzados durante las
llamadas Guerras Santas. No debería ser así, pues si alguien está seguro de su
fe, sea cual fuera, la intolerancia hacia la creencia ajena más bien denota
inseguridad o fanatismo.
Durante el régimen de libertades que Venezuela vivió por cuatro
décadas, se vivía en absoluta tolerancia religiosa, inspirada en una acogedora
tradición de apertura y reforzada, quizás, por el Concilio Vaticano II (1962–1965)
iniciado por el santo Papa Juan XXIII y finalizado por el también santo Papa
Pablo VI; un evento histórico que marcó al siglo XX. En esos decenios,
considerados oprobiosos hoy por los comunistas que destruyeron al país, se
construyeron dos sinagogas y una hermosa mezquita en la ciudad de Caracas.
En la actualidad, la intolerancia hacia todo lo que no cuadre con el
sistema se torna cada día más agresiva y evidente en la República Socialista
del Siglo XXI. Curioso es que la cuadrilla de delincuentes armados que desgobierna
la nación, desde los cuarteles y los barrios y comenzando con el dictador que la
preside hasta el último de sus subalternos se persignan públicamente y dedican
su día a Dios, la Virgen, los Santos; aunque, en realidad, la labor a realizar
nada tenga que ver con la santidad o ejemplaridad pero sí con lo contrario,
pues está dedicada al pillaje, el espionaje, la trácala, la tramposería, la
represión, el narcotráfico, la corrupción o, en el mejor de los casos, a la
desatención al prójimo de cualquier manera imaginable.
La humildad como
valor fundamental
Para quien no conoce del budismo pero se interesa por él, decidí
preparar una especie de introducción, con el perdón de los venerables maestros
que dedicaron sus vidas a entenderlo y explicarlo, pero cuyos textos, por
enrevesados atraen a muy pocos.
Lo más relevante en Siddharta
Gautama,
más conocido como Buda Gautama, Sakiamuni, o simplemente El
Buda, fue su humildad. Nunca afirmó ser Dios ni tampoco el único o primer Buda.
Sólo aseveró que el ser humano era el que tenía mayores posibilidades de convertirse
en Buda, dado su potencial de iluminación, pero tampoco circunscribió su aserto
a esta humanidad, la que se conoce en la Tierra, dejando entender que también
en otros mundos podían existir seres pensantes.
Las fechas de su nacimiento y muerte son inciertas; la mayoría de los
historiadores de principios del siglo XX databan su existencia 500 años AC, pero
investigaciones más recientes fecharon su muerte hacia el 400 AC, con más o
menos 20 años de diferencia. El descubrimiento reciente de un santuario
budista, el templo Maya Devi, edificado aproximadamente en el 550 AC, pareciera
indicar el nacimiento del Buda mucho antes.
Como sucede en otras religiones, la presencia de Siddharta como figura central del budismo, sus relatos,
discursos y reglas monásticas se convirtieron en tradiciones orales que pasaban
de generación en generación, y sólo adquirieron su forma escrita casi 4 siglos después
de su fallecimiento. Los textos conocidos más antiguos son los Gandhara,
hallados al este de Afganistán y redactados entre los siglos I AC y III DC. También
se conservan en la Biblioteca Británica otros escritos budistas en idioma
gandjarim, grabados sobre 27 rollos de corteza de abedul.
El budismo no
busca prosélitos
En el budismo no hay proselitismo ni existe la acción de catequizar,
como sí sucede en Las religiones de los
libros –llamadas así pues sus catecismos o doctrinas están en textos cuyos
seguidores las consideran verdades
reveladas, por los profetas en el judaísmo –la Torá–, los evangelistas en
el cristianismo –la Biblia– y Mahoma en el islamismo –el Corán–.
Los budistas creen que si una persona está conforme con su existencia,
¿para qué molestarle? Piensan en los creyentes como granos de arena, que se van
creando lentamente por la erosión de las rocas y el lavado de los lodos en los
ríos hasta que, finalmente, se juntan y forman las playas.
La actitud del budismo hacia la sexualidad también es diferente. Aún
habiendo sido Buda asceta durante una parte importante de su vida, jamás
predicó el ascetismo como la mejor o única vía hacia la perfección espiritual,
si no, más bien, la moderación entre la complacencia sensual y la estricta
privación.
Al carecer el budismo de un Paraíso Terrenal, con su respectiva manzana
y serpiente, la mujer nace sin pecado original. Por eso, la cópula nunca resulta
un acto pecaminoso, independientemente se haga o no con fines reproductivos.
Aunque se promueve la permanencia del núcleo conyugal en el tiempo, tampoco
resulta dramático ni conflictivo, espiritualmente hablando, la ruptura de la
pareja.
En términos generales, el budismo estima que lo que al ser humano le
hace daño es el exceso y el desequilibrio entre aquello que Platón consideraba como
Tres Almas: la racional –superior, inmortal y divina–; la irascible –la voluntad y el valor, denominada hoy autoestima–; la concupiscible –las pasiones, placeres y deseos materiales–.
Hay una anécdota donde un santurrón se presenta ante lo que pudiese
considerarse como el equivalente budista del Cielo– y alega como su derecho a
entrar el haber dedicado su vida entera a meditar, alejado de todo contacto
humano como un eremita en una cueva, comiendo lo que la naturaleza tenía a bien
darle. Quien analiza su caso, le responde–: Regresa
a la existencia terrena y vívela, porque nunca lo hiciste.
Un príncipe que no quiso seguir siéndolo
Siddharta fue hijo la reina Mayadeví, una princesa Koli de largo
linaje. De acuerdo a la tradición sakia, la reina Maya debía dar a luz en el
reino de su padre, así que cuando se acercaba el día de la concepción dejó
Kapilavastu. Sin embargo su hijo nacerió en un jardín en el camino entre
Kapilavastu y Lumbini, bajo un árbol sala.
El niño recibió el nombre de Siddharta, que significa quien logra su propósito. Al quinto día
después de su nacimiento, se celebró una ceremonia de imposición de nombre a la
cual asistieron ocho eruditos astrólogos para predecir el futuro de su hijo.
Todos, excepto uno, aseguraron que el bebé se convertiría en un gran rey o un
gran santo. El que difirió lo vio como santo desde el principio. En tiempos de
Buda, la Astrología era una ciencia, emparentada con la Cosmogonía más por su
exactitud matemática que por otra causa, y cuyo equivalente en el presente
sería la Planificación. A la Astrología le aconteció lo mismo que a muchas
otras disciplinas de la Antigüedad, que por ser orales, se fueron olvidando sus
intrincados vínculos o, peor aún, cayeron en manos de aprovechadores
charlatanes, hasta convertirse en los eventos televisivos y los horóscopos de
hoy.
No fue sino de manera tardía cuando Siddhartha se convirtió en Buda, tras
de vivir por casi 30 años bajo una cúpula de cristal como príncipe en
Kapilavastu, casarse con su prima Yasodharā y procrear al unigénito Rajula; así
lo cuentan los relatos sobre su vida de joven adulto, donde se indica que no estaba
familiarizado con las enseñanzas religiosas hasta que se fue en busca de lo
milagroso, motivado por su creciente preocupación sobre la condición humana.
Aunque en su principado la diferencia social no estaba tan marcada,
en el resto de la India la población se dividía en cuatro castas, muy distintas.
que no podían entremezclarse porque sus creencias básicas, a diferencia de las
cristianas, no le daban a todos los hombres el mismo origen.
La horrorosa
desigualdad de la India
La casta de los brahmanes había nacido de la boca de Brahma; la de
los guerreros, de su brazo; la de los agricultores y comerciantes, de su muslo;
y la de los sudri, –siervos– de los pies de Dios.
Al contrario que las religiones cristianas, cuyo principio de
igualdad deriva de la paternidad universal de Adán, el primer hombre, en la
India se basa en la desigualdad absoluta.
La existencia y posición social del indio estaban determinadas por su
casta. La división entre estas castas era tan profunda, tan clara, que nadie
podía saltar la talanquera de una a otra por méritos, riquezas, ni por otro
motivo alguno.
Así, un sudra no habría podido nunca, aunque se enriqueciera por
azar, convertirse en comerciante, pues esta casta lo rechazaría; ni un
agricultor en guerrero; ni éste, aunque llegará a ser famoso, en brahmán, que
representa el pináculo de la segmentación clasista en la India, y cuyo origen se
suponía divino.
A quienes no pertenecían a las castas –y que eran muchos– se les
consideraba parias, esto es, apátridas,
desvinculados, malditos, a los que nadie podía acercárseles, ni socorrer, ni dirigirles
la palabra so pena de convertirse también en parias.
Una persona, por muy poderosa y de elevada condición que fuera,
incluso un brahmán, que inadvertidamente tuviese algún contacto, o hubiese
empleado, aún inconscientemente, algún enser perteneciente a cualquiera de estos
desgraciados, se condenaba de forma irremediable.
Su casta no tardaría en condenarlo y en expulsarlo; pena terrible
pues, con tal rechazo, no iba a tener más
contacto con sus pares, ni pertenecer a la sociedad humana.
Perdía los parientes, amigos, a veces incluso su mujer e hijos, que
preferirán abandonarle antes de compartir su deshonor. Nadie se sentaría a su
lado a la mesa, ni le ofrecería una gota de agua; y el matrimonio estará vedado
para sus hijos y sus hijas. Se transformaba un verdadero maldito a quien todos
evitarían como a un apestado, y sería señalado con el dedo con el más profundo desprecio.
Ni siquiera la última casta, la de los siervos, se permitiría acoger
a un ser tan degradado, aunque antes hubiese sido un brahmán. Se vería obligado
a huir entre el resto de los parias o a refugiarse en los barrios habitados por
extranjeros, únicos lugares donde podrá gozar de algún sosiego.
Incluso las mujeres que hubiesen tenido algún contacto con un paria
no escapaban a tan terrible pena. Entre los raja-puti, el padre mataba
inexorablemente a la hija. Los otros, por el contrario, arrojaban a la mujer
culpable de la casta, después de haberle afeitado la cabeza.
No siempre, sin embargo, la exclusión era definitiva, especialmente
cuando se trataba de personajes importantes.
A veces se admitía la rehabilitación con dolorosas y humillantes
pruebas. Al culpable se le quemaba la lengua con un bastoncillo de oro al rojo
vivo, se le marcaba con un hierro candente, o se le hacía andar sobre carbones
encendidos. Otras veces, se le obligaba a arrastrase varias veces bajo el
vientre de una ternera, animal sagrado para los indios. Por último, se les obligaba
a beber una pócima compuesta por cinco sustancias producidas por el cuerpo de
la ternera: leche, yogurt, mantequilla, bosta y orín.
Frente a estas insensatas e inhumanas costumbres, apoyadas por la
clase dominante y la religión oficial, se rebeló Buda, en un proceso cuya
primera fase comenzó por enterarse de lo que estaba pasando en la vida real,
fuera de la jaula de oro en la cual vivía debido a los esfuerzos de su padre
para ocultarle la la enfermedad, el dolor, la miseria y la vejez.
Creer que esto no fue posible es necio, ya que apartar a los reyes de
los horrores de la sociedad siempre fue y sigue siendo una práctica común. Por
ejemplo, a Carlos V, monarca de España y los Países Bajos, en cuyos dominios
nunca se ponía el Sol, pocas ocasiones tuvo para salir fuera del Palacio Real,
y cuando lo hizo, fue para alojarse en otro recinto similar, como en La Alhambra,
donde pasó su luna de miel.
A este aislamiento entre soberanos y súbditos debió su vida Hernán
Cortes, quien fue llamado a juicio por corrupción y, ante su relato sobre lo
que eran México y el Nuevo Mundo, Carlos V, ansioso como estaba de conocer lo
de afuera, aunque sólo fuese por referencia, le perdonó y le nombró Virrey del
antiguo Imperio Azteca.
Los biógrafos de Siddhartha aseguran que en una de las salidas, el
príncipe conoció a un viejo. Cuando su cochero Chana le explicó que todas las personas
envejecían, el príncipe insistió en visitar la periferia de su reino. Estando
en ello, encontró a un hombre enfermo, un cadáver descompuesto y un asceta.
Estos cuatro encuentros motivaron a Siddhartha
a vencer el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, a través de su
conversión en asceta.
Acompañado por Chana y montando su caballo Kantaka, Siddhartha renunció
a su vida de oropel, y comenzó a vivir como indigente, de un mendicante, a lo
cual se denomina la gran partida.
Inicialmente, Gautama fue a Rajgir, en el estado indio de Bihar, donde
pedía limosna. A este incidente se le conoce como la gran renuncia.
Los cortesanos de Bimbisara, rey de Magadja, le escucharon, reconocieron
su santidad y lo llevaron ante su monarca, a quien Siddhartha impactó tanto que
le ofreció su trono, oferta rechazada a cambio de la promesa de regresar una
vez que hubiese alcanzado la iluminación.
Siddhartha dejó Rajagaha y estudió yoga bajo la tutela de dos
maestros anacoretas. Después de que llegó a dominar las enseñanzas impartidas
por el maestro Arada Kalama, los kalamas le invitaron a suceder al maestro.
Sin embargo, decidió avanzar más, y se convirtió en discípulo de
Udaka Ramaputta. Con él aprendió otras técnicas de meditación, y alcanzó
elevados estados de conciencia objetiva.
En esta etapa de su crecimiento espiritual, lo que Siddhartha deseaba
era lograr la integración de su yo, para así lograr su propia liberación. Una
vez más se le ofreció reemplazar a su tutor, y de nuevo rechazó la propuesta, y
partió hacia nuevos rumbos.
Junto a cinco de sus compañeros, Siddhartha logró aún mayor austeridad
que la que practicaba, rechazando cualquier bien material, auto–disciplinándose
y sometiéndose a continuas dietas de hambre. Adquirió la forma de un esqueleto,
revestido de pellejo, al punto que un
día estuvo a punto de ahogarse mientras se bañaba, por que no tenía fuerza para
salir de la tina. Este incidente lo llevó a revaluar su ascetismo.
Aprendió dos conceptos importantes: que privarse de todo no conduce a
la iluminación, y que, llegado a cierto punto, ningún maestro es capaz de enseñar
algo más; por lo cual decidió no seguir buscando la sabiduría de manera
exógena, sino encontrarla dentro de si mismo.
Buda y Jesucristo
Hay más de una coincidencia entre la obra de Jesús de Nazaret y Siddharta Gautama, por lo cual, como asienta Karl Gustav
Jung, hay que hablar de sincretismos, para entender su carácter de fusión y
asimilación.
Al período indocumentado transcurrido entre la infancia de Jesús y el
comienzo de su misión que, según lo relata el Nuevo Testamento comenzó a los 30
años, se denomina años perdidos u oscuros,
la misma edad a la cual Buda inició sus prédicas.
Los evangelios narran el nacimiento de Jesús, y el subsiguiente viaje
de sus padres a Egipto para librarse del infanticidio genocida decretado por Herodes
(Mateo 2:13-23). Hay una referencia general a que María y Jesús vivieron en
Nazaret (2:23 Mateo; Lucas. 2:39-40). También existe una nota aislado de la
visita de María, José y Jesús a Jerusalén para celebrar la Pascua, cuando Jesús
contaba con doce años de edad (Lucas 2:41-50).
Después de ese episodio, hay una laguna en la historia de dieciocho
años en la vida de Cristo, desde los 12 a los 30 años. Aparte de la alusión
genérica de que Jesús creció en sabiduría, estatura y en la aceptación creciente
por Dios y el hombre (Lucas 2:52), la Biblia no dice nada más sobre su
existencia. Una suposición común es que Jesús, simplemente, vivió en Nazaret
durante ese período.
Jesús pudo haberse formado en la sinagoga de Nazaret, donde pasó sus
primeros años de vida. La educación estaba dividida en dos niveles. Primero, en
la Casa del Libro, donde los niños aprendían a leer los libros sagrados en
hebreo y memorizaban la Torá. Después en la Casa de la Interpretación, donde se
enseñaban las leyes judías y sus interpretaciones.
La presencia de Jesús durante los años perdidos en la India, Nepal y
Tíbet está avalada por una copiosa documentación. En su su libro Los años perdidos de Jesús, Elizabeth
Clare Prophet se refiere a ella.
El Bhavishya Maha Purana describe así su encuentro con Jesús:
Un día, Shalivahana, jefe de los
Shakas, vino a una sierra nevada –el Himalaya, probablemente–, y allí, en la Tierra de los Hun –parte del
imperio Kushan–, el poderoso rey encontró a un hombre bien parecido, sentado sobre
una de sus cimas. Su piel era como el cobre y vestía de blanco. El rey le
preguntó al santo que quién era. El otro le contestó: Me llaman Isaputra –hijo
de Dios–, nacido de una virgen, ministro
de los no creyentes, en busca siempre de
la verdad […] Presta atención a la religión que traje para los no creyentes […]
Mediante la justicia, la verdad, la meditación, y la unidad de espíritu, el hombre
encontrará su camino a Isa –Dios en sánscrito– quien habita en el centro de la luz, permanece constante como el Sol y
disuelve todo lo transitorio para siempre. La imagen dichosa de Isa, el donante
de felicidad, fue revelada en emi corazón; y me llamaron Issa Masih –Jesús
el Mesías–.
En 1887 Nicolás Notovitch, corresponsal de guerra ruso, visitó la India
y Tíbet. Afirmó que, en la lamasería de Hemis Ladakh, encontró un manuscrito
sobre la Vida del Santo Issa, el Mejor de
los Hijos de Hombres. Issa es el nombre árabe de Jesús. Su relato, junto a
un texto traducido de la Vida del Santo
Issa, fue publicado en francés en 1894 bajo el título de La vida desconocida de Jesucristo, y
traducida al alemán, español, inglés e italiano.
El Evangelio de Acuario de
Levi Dowling, editado en inglés en 1908, fue traducido a varios idiomas. Dowling
estudió al budismo y otras creencias orientales por 40 años para poder entender
los registros akásicos, donde se
encuentra minuciosamente. registrada toda la historia del pasado. El libro
consta de 22 capítulos, los cuales abarcan la vida de Jesús. Los tres últimos
años de su predicación en Palestina coinciden con el relato bíblico, pero
Dowling añade otros actos de evidente origen budista. El relato sigue al joven
Jesús a través de India, Tíbet, Persia, Asiria, Grecia y Egipto. Afirma ser la verdadera
historia de Jesús, con inclusión de sus años
perdidos, los cuales, según el autor, fueron silenciados exprofeso en el
Nuevo Testamento.
Dowling coincide con Barnett Hillman Streeter, erudito del Nuevo Testamento de Oxford, quien encontró
cuatro parecidos notables con el Sermón de la Montaña en la enseñanza moral de
Buda.
Jesús estudió
budismo en Judea
Gruber y Kersten (1995) 1
afirman que el budismo fue sustancial en la vida y las enseñanzas de Jesús, y que
éste fue influenciado por las enseñanzas y prácticas de los maestros de la
escuela budista Theravada, establecida en Judea. Aseveran que Jesús vivió la
vida de un budista ideal, y enseñaba budismo a sus discípulos.
Algunos eruditos creen que Jesús pudo haber estado inspirado por la
religión budista y que el Evangelio de Tomás y muchos textos de los manuscritos
encontrados en Nag Hammadi, Egipto, reflejan esa posibilidad. Libros como Los Evangelios gnósticos y El evangelio secreto de Tomás de Elaine
Pagels avalan estas teorías.
Según algunos musulmanes, los Ahmadiyyas en particular, escritos
suplementarios de Mahoma mencionan de que Jesús murió en Cachemira a los 120
años. Los Ahmadiyyas apoyan esta opinión desde hace más de un siglo. Fuentes
musulmanas y persas rastrean la estancia temporal de Jesús, conocido como Issa,
o Yuz Asaf –líder de los sanados– a lo largo de la vieja Ruta de la Seda hasta
oriente. Los libros Cristo en Cachemira
por Aziz Kashmiri, Jesús vivió y murió en
Cachemira de Andreas Faber Kaiser, y Jesús
vivió en India de Holger Kersten, enumeran documentos y artículos en apoyo
de dicha hipótesis.
Gurdieff y el
Cuarto Camino
Durante el siglo pasado, Gregorio Ivanovich Gurdieff, maestro
esotérico nacido en Rusia, fundó una escuela en San Petersburgo y París,
basándose en la hipótesis de que lo que se
conoce como vigilia no es más que un
estado intermedio entre el sueño y la ensoñación, y que, para poder estar
realmente despierto, es preciso reeducar
al cuerpo y al cerebro, con ejercicios a los cuales llamó movimientos, y que combinan la lectura de textos selectos con yoga,
faquirismo y antiguas danzas de los derviches, o monjes voladores del desierto
árabe.
El Cuarto Camino –así bautizó
a su centro de estudios–, atrajo a las mentes más preclaras de la época, entre Buckmister
Fuller –arquitecto estadounidense, creador de las estructuras de los domos–,
Herman Hesse –novelista suizo, Premio Nóbel de Literatura– y Julián Huxley –biólogo inglés, Premio Nóbel de Medicina–.
Gurdieff sostenía que, para poder captar realmente al mundo exterior,
había que ser capaz de inducir experiencias místicas –como se las conoce comúnmente –, o de conciencia objetiva, como prefirió
denominarlas él –.
Lo que hizo Gurdieff fue un acto
de viveza, en la acepción criolla de la palabra, pues plagió como suyas
gran parte de las enseñanzas de Buda, les añadió otros componentes esotéricos
desconocidos en Europa antes de la II Guerra Mundial –como las artes marciales,
el taichí, la meditación yoga– y creó una escuela que supuestamente le
permitiría los occidentales pudieran alcanzar la conciencia objetiva o
iluminación.
En su proyecto, Gurdieff contó con la cooperación de Peter Ouspensky,
matemático y psicólogo ruso, que venía de la India sin haber hallado lo que fue
a buscar. La escuela de Gurdieff y Ouspensky tuvo varios discípulos en París,
Nueva York, Caracas y Buenos Aires; habiendo llegado a su apogeo en las décadas
de los sesenta y setenta del Siglo XX.
El Budismo Zen
El Budismo Zen es una escuela que enseña mediante tres disciplinas básicas
–el Arte de la Arquería, el Arreglo de las Flores y el Servicio del Té- a generar experiencias
místicas de forma voluntaria.
La fundación de
Suiza
Con la práctica en el manejo del arco y la flecha, los estudiantes
avanzados aciertan sus disparos, totalmente vendados, con extraordinaria
precisión. William Tell, fundador de la Confederación Helvética así lo hizo, con
una manzana colocada sobre la cabeza de uno de sus hijos. En este caso, la
fecha se convirtió una extensión de su memoria visual.
El Arreglo
Floral
En el Asia Oriental, el equilibrio entre la Naturaleza y la Humanidad
es crítico, pues se trata de países superpoblados, que basan subsistencia y
soberanía en la agricultura, y en los cuales el terreno dispuesto para dichas
actividades compite con el urbanismo y la industrialización.
En Japón, con una superficie equivalente a la tercera parte de
Venezuela, menos de un quinto de esos 307 mil kilómetros cuadrados son aptos
para la siembra y la cría, y los espacios reservados a las plazas y parques se
decretan en algún momento, pero se terminan cien años después, o mucho más tarde.
El arreglo floral está vinculado a la construcción de las plazas y
parques japoneses. La secuencia es la siguiente:
1. Primero, se abre
el área para que sea la misma gente la que trace sus senderos y determine sus
lugares favoritos.
2. Después los
monjes identifican los sitios donde la mayoría merienda, los niños juegan, los
novios se cortejan y las personas meditan.
3. Luego, destinan
esos espacios para comederos, diversiones, relaciones de pareja y templos.
4. Más tarde,
pavimentan los caminos que conducen a cada sector, siguiendo los senderos que
abrieron las pisadas.
5. Seguidamente,
levantan las instalaciones apropiadas a cada uso: cabañas y fogones para
preparar y calentar comida, campos abiertos y seguros para que los niños se
ejerciten, rincones oscuros y discretos para que las parejas gocen de su
intimidad, templos para orar y meditar.
6. Finalmente,
escogen las plantas, las flores y las verduras que se adaptan a estos fines,
las siembran y las cuidan-
7.
Servir al
prójimo para crecer uno mismo
La función psicológica del servicio del té es aprender a observarse a
sí mismo durante los actos y rutinas más elementales. Servir el té o prestar
cualquier auxilio al prójimo –dar un masaje, vendar una herida, cocinar algo
que le guste a los demás-, constituyen oportunidades invaluables para analizar,
evaluar y corregir nuestra propia conducta y disposición de ánimo. Hermann
Hesse asegura en su obra, El juego de
abalorios, que lo importante no es
hacer algo de manera excelente, sino hacerlo todo bien.
La práctica
moderna del budismo
Una versión actualizada del budismo para poder desarrollar ese
potencial que todos, en mayor o menor grado, poseen, se podría sintetizar así:
1. Leer, de todo un poco La lectura no
sólo enriquece el vocabulario, sino que ejercita la capacidad de ver en la
propia mente lo que otros visualizan. Como dice el Génesis: Primero fue la palabra.
2. Descifrar la estructura y la forma en las
fotografías, ilustraciones, pinturas y esculturas.
3. Escuchar música La música es un puente tendido
entre los dos hemisferios cerebrales, el que razona y el que descubre.
4. Practicar artes marciales, danza, teatro.
Al hacerlo, se desarrolla el pensamiento heurístico o creativo.
5. Familiarizarse con el diseño gráfico e iconográfico Los software de
diseño gráfico son una bendición para quienes carecen del don de dibujar o
esculpir a mano libre, y un milagro para quienes lo poseen, pues se convierten
en una extensiones naturales de sus intelectos.
El diseño,
además, es una forma moderna de estar en contacto con la naturaleza, utilizando
sus recursos para hacer productos útiles que mojeren la calidad y estilo de
vida de la humanidad.
Finlandia cuenta
con 5,4 millones de habitantes, en un área de 338.145 km². Finlandia es una
república parlamentaria y democrática, miembro Unión Europea desde 1995. La
economía finlandesa es una de las más prósperas de Europa, basándose en los
importantes sectores de servicios, así como de manufactura. En el país existe
un estado del bienestar, así como una política altamente democrática y con
niveles sumamente bajos de corrupción. El símbolo de Finlandia no es un león ni
una espada, sino las tijeras de Fiskars, que representan el amor de su pueblo
por el diseño.
El emblema nacional de Finlandia
Entre las mejores creaciones hechas por finlandeses se
cuentan la sauna finlandesa, el templo de la relajación física y mental por
excelencia. En él se purifican cuerpo y alma, eliminando el estrés y las toxinas
a través de la transpiración, gracias al reconfortante vapor caliente; el
escurridor de platos de Maiju Gebhard que elimina el secado manual y y posee
cero impacto ambiental, pues no requiere de combustible, petróleo, ni
electricidad, ni pilas; la descontaminación de sus 200 mil lagos, que comenzó
hace medio siglo; Linux, el principal sistema operativo y de código abierto
mundial lanzado en 1991, cuando nadie anticipaba que compartir gratuitamente
sería la tendencia de moda al futuro; los papeles de impresión, de cuya
producción el país es líder; la franquicia de videojuegos Angry Birds de Rovio
Entertainment, uno de los principales éxitos mundiales en aplicaciones para
móviles; Los Mumins, personajes adorables y a la vez tan reales que han sido
protagonistas en libros infantiles,
comiquitas, dibujos animados y series de televisión, y adoptan las
formas de peluches y fiambreras.
6. Sensibilizarse hacia el prójimo Ni siquiera el
más excelso de los seres humanos vive para sí mismo, sino para los demás,
llámense individuos, grupos, naciones o globalidad.
7. Prestar atención a las ideas en boga El hombre es un
ser gregario, odia vivir en soledad y lo que es moda no incomoda.
8. Regresar al niño que todos llevan dentro, volviendo a
sus juegos, fantasía y sensualidad de los primeros años de vida. Si no divierte
lo que se hace, si no gratifica emocionalmente, la persona se auto-condena a
existir en un mundo gris.
9. Escribir, dibujar, ilustrar, tocar o componer música, sin perder
jamás la conexión con el sentimiento popular. A menos que se tenga el colmo de
la mala suerte, alguna habilidad creativa le da a cada quien el Señor. Lo importante
es descubrirla, y practicarla… antes de que se esfume. Tal habilidad está,
necesariamente, conectada con una necesidad, expectativa o deseo de los demás.
10. Cocinar, preparar y servir alimentos y bebidas. Entre los 18 y
los 21 años, como promedio, termina el crecimiento físico. Para seguir creciendo
emocionalmente, hay que aprender a observarse uno mismo. A detectar las fallas,
y eliminarlas; identificar las virtudes, y realzarlas. Finalmente, una vez que el disco duro se haya limpiado, enviado el
sobrante a la basura y se halla revaluado lo que se decidió dejar grabado; se
pueden almacenar nuevas y maravillosas experiencias.
11. Hacer de cada
instante de la vida una pequeñas obras de arte. En Cyrano de Bergerac, su autor, Edmundo Rostand, define qué es un
beso. La gente se besa a diario, al saludar, al despedir a su pareja. Pero, en
muchos casos, el beso se vuelve automático. Cyrano le pregunta a su amada–: ¿Y al fin y al cabo, señora, qué es un beso? Y
él mismo se responde: Un juramento de
color de rosa, que al verbo amar añaden. Esta simple definición lo cambia
todo, pues induce a reflexionar y recapacitar sobre el verdadero sentido de la
vida, convirtiendo un simple beso en una obra de arte.
12. Meditar, por lo
menos 5 minutos al día. Algunas escuelas y maestros, que buscan más el
protagonismo que el aprendizaje de sus discípulos, han convertido el acto de
meditar en algo verdaderamente imposible. Aseguran que, para lograr el efecto
deseado, hay que comenzar por poner la mente en blanco. Personalmente, desconozco
quien puede hacerlo.
Logsamp Rampa, en El médico del Tíbet, lo reconoce al afirmar que ni siquiera se es
capaz mantener la vista fija en un cronómetro durante un minuto.
Está bien, no se puede hacer. Y eso, ¿qué importa?
No es posible que más de 80 millones de japoneses pongan sus mentes en blanco,
ni está habilitados para fijar la vista por más sesenta segundos en un reloj. Y
sin embargo, como parte de su cultura, meditan todos los días del año.
Meditar es simple, divertido y fácil. Basta cerrar
los ojos, hacer tres aspiraciones y expiraciones profundas, respirar
normalmente, pensar en algo grato y, tras cinco minutos, repetir las tres
aspiraciones y respiraciones profundas. ¿Y qué se gana con ello? Cargarse de
energía, repotenciarse con ese fluido universal que, según Ferdinand Lavoisier,
ni se crea ni se destruye; o, que
como el cariño verdadero, ni se compra ni
se vende.
En
resumen…
El budismo le ha aportado a la humanidad varias y
útiles herramientas para su mejoramiento. En política, por ejemplo, las manos
caídas y las huelgas de hambre. En salud, la meditación y el yoga. En
sociología, la igualdad entre todos los seres humanos. En teología, la
posibilidad de encontrar la divinidad en uno mismo.
En el centro geográfico de su aparición, cambió fundamentalmente
la sociocultura de castas de sus habitantes, dándole la oportunidad a la India
de convertirse en una nación moderna después de su Independencia. En la
periferia, países como Japón y Suiza, recibieron su influencia benéfica. Sin
dar por descontada el posible vínculo entre Buda y Jesús, que lo haría aún más
extensivo.
Creo que la idea budista de convertir al ser humano en
co-creador y responsable biológico de su entorno, se aplica hoy, más que nunca,
frente a la crisis del efecto invernadero del planeta. Y que ese tendría que
ser la misión del budista del Siglo XXI, salvar a la Tierra.
[1] Elmar Gruber y Hobert Kersten: Jesús
¿discípulo De Buda?, Editorial Martínez Roca, Madrid (1995)
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