Ayer murió en Caracas el profesor Boris Ruiz Medina, cuya mejor definición nos la dio una de sus compañeras de trabajo: Era un gran amigo y un perfecto caballero.
Este coriano, de 57 años de edad, fundador del Instituto Universitario de Gerencia y Tecnología, no sólo creía que en la educación se encontraba una de las claves para la redención del pueblo venezolano, sino que a sus contenidos técnicos y científicos había que añadirle condimentos adicionales como el cultivo de las artes, el dominio de la filosofía y el aprendizaje de las normas de convivencia. Además, dado que profesaba sinceramente el catolicismo, la fe cristiana; aunque de este último punto no hacía un estandarte que le pudiera separar de sus innumerables afectos creyentes y descreídos.
Cuando tuvo la oportunidad de trabajar en el Ministerio de Educación, dedicó sus esfuerzos a las nuevas herramientas del entendimiento humano, y creó el Departamento de Medios Audiovisuales. Resulta asombroso que en una Venezuela para entonces próspera y llena de confianza en el futuro, los únicos centros de producción cinematográficos y televisivos con resultados exitosos fuera de las empresas y emisoras exitosas fueran el que fundara Boris y el que había establecido la Shell de Venezuela, hasta su desaparición por causas del adelantamiento de la reversión petrolera o mal llamada nacionalización durante el primer quinquenio de Carlos Andrés Pérez.
Consciente de la imperiosa necesidad de profesores universitarios que la pujante economía demandaría durante los próximos años, Boris se ocupó, además, de acercar la pedagogía actualizada a los egresados con vocación didáctica, desarrollando las primeras extensiones del Componente Docente para la Educación Superior en el país, y formando parte de su personal pionero de facilitadores.
Entonces, como ahora, la mayoría de los profesionales que dictaban cursos de tercer y cuarto nivel se habían formado de manera no muy distinta al sistema medieval desarrollado en Europa, y vivían a espaldas de las tres gigantescas olas que habían aportado el conductismo, el cognitivismo y el constructivismo a los alumnos y maestros del mundo entero. Las mareas habían pasado sobre ellos, y encima de las arena aún húmedas, habían reconstruido las viejas estructuras basándose en lo mal conocido de la subjetividad como regla, la memorización como política y la evaluación unidireccional como estilo, negándole toda posibilidad a lo bueno por conocer existente en las teorías de John Watson, Lev Vygotsky y Jean Piaget. Pero, asimismo, impidiendo que generaciones de graduandos recibieran el beneficio extraordinario de la transferencia del conocimiento, y dejaran de ser como los loros, que sólo repiten lo que se les machaca de forma consuetudinaria.
La pedagogía moderna sólo estaba reservada entonces para quienes egresaban de los institutos y escuelas dedicados a ella. La educación a distancia era mirada con recelo, y a quien se le ocurría una solución creativa para sacar de su estado de analfabetismo funcional u orgánica a las grandes mayorías, como era el caso del doctor Luis Alberto Machado, se les miraba como poco cuerdos o únicamente se destacaban notas amarillistas sobre la fecunda labor que intentaba poner en marcha.
Fíjese usted, amigo lector, que mientras a Machado se le tildaba de loco, la globalidad se expresaba de manera totalmente opuesta: Ofrece el regalo más importante de los países del sur al resto del mundo, desde cuando los árabes los árabes crearon el cero y en la India inventaron el ajedrez (Newsweek); Podríamos casi sostener que estamos asistiendo aquí, a nivel mundial, a una revolución aun más importante que desencadenó el método cartesiano en la Europa del siglo XVII (Lumiere); China apoya la candidatura del Luis Alberto Machado al Premio Nóbel de la Paz (Jian Nan-Xiang,
Ministro de Educación de la República Popular de China).
Conocedor de todo este movimiento renovador y esclarecedor, Boris Ruiz, con su indestructible bonhomía, profunda cultura y dedicación al prójimo, se divertía de lo lindo enseñándole a los ingenieros y abogados –que son los licenciados más obtusos a la hora de adoptar cambios pedagógicos- como aplicar Jean Piaget a la enseñanza de sus fórmulas y procesos.
Tras la vuelta de Venezuela al gobierno militarista, autocrático y –con la innovación en esta oportunidad de un fascismo disfrazado de socialismo anacrónico- Boris se dedicó al proyecto de sus amigos y parientes, el IUGT, del cual fue su primer Coordinador Docente, al estudio del idioma japonés y a dos proyectos que, lamentable, dejó inconclusos: un estudio de grabación de audio y un sistema alterno de radiodifusión.
Esta es, a grandes rasgos, la biografía de un notable venezolano, a quien conocimos de grande, quisimos entrañablemente y nos deja un vacío difícil de llenar. Es la brevísima historia y un sentido obituario para Boris Ruiz Medina.
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