Ciertamente los soviéticos llegaron a desarrollar durante las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado tecnología bélica de avanzada, especialmente en lo referente a la industria aeroespacial y fabricación de armas de destrucción masiva. Sin embargo –y pese a la exagerada promoción que se les hizo-, los tanques y otros vehículos nunca fueron tan efectivos como los que produjeron las potencias occidentales, especialmente Francia y Estados Unidos. El modelo T-72 –que actualmente está siendo sustituido por la Federación Rusa por el T-90-, nunca ganó guerra alguna, y sólo demostró su eficacia en la represión de las protestas de las naciones sometidas al yugo comunista tras la II Guerra Mundial.
Tampoco en otras áreas destinadas a satisfacer las expectativas, deseos y necesidades del ciudadano común, la URSS creó innovaciones ni mejoró productos o servicios destinados a esos propósitos. Los automóviles, camiones y tractores eran bastante mediocres –si se los comparaba con sus similares del otro lado de la Cortina de Hierro-. La medicina soviética funcionaba en base a viejos códigos y recetas, y jamás obtuvo un palmarés en base a algún descubrimiento para prevenir o curar enfermedades o, simplemente, mejorar la condición de los pacientes.
El ejemplo más patético de la ciencia soviética lo ejemplifica la vida y trabajos de Trofim Denísovich Lysenko ((29/09/1898-20/10/1976), un biólogo que, durante la década de los 30 del siglo XX, lideró una campaña agrícola, conocida como lysenkoismo, la cual contradecía todas las experiencias globales en agricultura y las teorías sobre la evolución de las especies, la genética y el cultivo de los suelos.
Apoyándose sobre el improductivo modo de la propiedad social, en 1927 declaró al periódico oficialista Pravda que había descubierto un método para abonar sin fertilizantes o minerales y demostrado que, en Azerbaiyán, se podían lograr cosechas invernales, reverdeciendo los yermos campos del Transcaucaso para que el ganado no muriese por falta de comida, los campesinos turcos viviesen la temporada fría sin temor al futuro. Peso a lo cual, el experimento no funcionó nunca más.
En lo que sí Lysenko demostró ser genial fue en el manejo de los medios de comunicación. Fue tan exitoso en este aspecto que, entre 1927 y 1964, abundaban las notas, reportajes y entrevistas relativas a sorprendentes e improbables, logros; los cuales eran superados por otros supuestos y rimbombantes descubrimientos. Para la prensa comunista, Lysenko era un científico descalzo o encarnación y representación mágica del campesino soviético. En 1935, Lysenko comenzó a publicar su propia y auto apologética revista, Vernalization, dedicada a fanfarronear sobre sus próximos experimentos, en una mezcla insólita de lamarkismo y formas confusas de darwinismo.
La historia de Lysenko pudiera haber sido muy divertida, de no ser por la fe ciega que Joseph Stalin, Anastas Mikoyan y otros jerarcas del régimen de Moscú pusieron en él; y cuyas consecuencia s fueron el incumplimiento sistemático de las cuotas de producción agropecuaria nacional, la escasez permanente de alimentos para los sectores menos privilegiados y la extensión de estos déficit a países como Ucrania y Polonia, a los cuales la Historia los definía como graneros de Europa.
Este show mediático permanente, acompañado de la ignorancia supina, es lo que parece privar en las decisiones ideológicas con que el régimen chavista maneja al campo venezolano, y que también ha sido responsable de que el país importe hoy el 80% de lo que se come.
Pero los Lykenko de la V República no sólo crecen como arroz en los ministerios de Agricultura y Tierras y Planificación, sino también en los dedicados a la preservación de la salubridad de los venezolanos.
Es el terrible caso de los infaustos Barrio Adentro, que sólo han logrado el colapso total de los hospitales y ambulatorios públicos y tradicionales, así como la emigración de miles de médicos venezolanos, malamente substituidos por galenos cuyos créditos académicos no son reconocidos por ninguna universidad autónoma ni gremio médico en Latinoamérica.
Dado que el despacho que ser ocupa del tema está cubanizado y que la medicina cubana desconoce oficialmente la peligrosidad de la gripe porcina, en Venezuela no hay campañas para prevenir esta pandemia –que si las hay en Argentina, España y México-. Por lo cual ya hay casi un centenar de muertos, el último de ellos, nuestro amigo y compañero profesor Boris Ruiz Medina, cuyo perfil no se correspondía con el arquetipo de riesgo suministrado por la OMS, pero que falleció de ese mal 36 horas más tarde de haber entrado a una clínica privada para chequearse. Y Boris, lamentablemente para sus consternados familiares y amigos, fue la nonagésima segunda víctima en este país de un virus que no es peligroso, según las autoridades correspondientes.
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