En una extraordinaria colección de ensayos, escritos durante un decenio y publicados en 1981 bajo el título de Educar para Venezuela, Arturo Uslar Pietri reflexiona como si analizara la realidad actual de Venezuela y no la temporalidad durante la cual los redactó. Lo que reafirma su cualidad de visionario y alecciona sobre que los males del presente no se sembraron en 1992 o 1999 sino en ese pasado ni tan lejano.
Asevera Uslar:
Quien recorre las barriadas pobres, que cercan de miseria nuestras ciudades de reciente y mal empleada riqueza petrolera, encuentra a un gran número de personas, mayoritariamente jóvenes, que literalmente no tienen nada que hacer pues carecen de alguna habilidad que les capacite para emplearse. Son puros y simples braceros, a veces con algunos años de inútil bachillerato a cuestas, condenados a vegetar en la miseria y la inactividad.
A veces surge alguien que piensa que el problema de estas barriadas es la vivienda o el subsidio económico, sin percatarse de que son desplazados de la actividad económica, víctimas de una pobreza sin esperanzas, del abandono familiar y la vulgaridad en un entorno poblado de las más chabacanas y corruptoras incitaciones: el ocio degradante, la viveza, que es la escuela primaria del delito, la sexualidad prematura convertida en repugnante experiencia, la promiscuidad, el cinismo, el ruin aprendizaje de las artes del pícaro y el logrero, el delito como acción y superación, el desempleo, el vicio y el cínico envejecimiento prematuro de quienes nada esperan y en nada creen.
Los más de ellos a los dieciocho años tienen que detestar el medio social en que nacieron, y antes de los veinticinco se sienten fracasados. Han oído repetidamente las promesas políticas que nunca se cumplen, han tocado vanamente en muchas puertas sin encontrar colocación, han ensayado muchos simples menesteres temporeros y se refugian en una actitud desafiante o cínica, o se van detrás del hombre que los invita al sacrificio, poniéndoles un arma en la mano, para ir a ofrendar su vida por una vida más digna y una sociedad más justa.
Esta situación afecta a más de la mitad de la población venezolana. Muchos de ellos no conocen padre y carecen de vida familiar. Han nacido en los tugurios de la pobreza, hijos de ignorantes mujeres abandonadas, que no están ni mental, ni moral, ni socialmente preparadas para sostener, educar y alimentar a un número desproporcionado de hijos, a quienes el Estado salva de la muerte infantil, pero no de la miseria y de la desadaptación social.
Los que hoy conocemos como marginales y caracterizamos, independientemente de su temporal bienestar económico –debido al carné político o a los azares de la fortuna-, como que llevan el rancho en la cabeza, integran la masa de seguidores duros del Presidente Chávez. Éste, a su vez, ha construido su poder político en base a los antivalores de la sociedad venezolana: la vulgaridad, la hipocresía del doble discurso, el pájarobravismo, la corrupción como norma de gobierno y el crimen organizado o no.
Lo que ha logrado Chávez, en diez años, es convertir al desarraigo y a los desarraigados en una nueva identidad nacional, que nada tiene en común con los valores históricos de la venezonalidad. En otras palabras, quienes no comulgamos con este nuevo ideal somos realmente unos apátridas, no sólo porque el Comandante en Jefe le entregó la soberanía política a Cuba y la económica a Brasil, sino porque la República se nos fue de las manos en el instante en el cual permitimos que se abriera el grifo indiscriminado de la inmigración no selectiva y dejamos que las barriadas se colmaran de materia prima para el actual desgobierno chavista.
Más adelante, Uslar sostiene que existe una diferencia abismal entre hacer la revolución en la Universidad o la Universidad en la revolución. Asevera que las grandes revoluciones han sido las hijas del saber, y que desestimarlo es uno de los más graves errores. Se enfoca particularmente en la Reforma, la Revolución Francesa y la Revolución Rusa. Sobre esta última señala:
La Revolución Rusa es hija de la más exigente universidad alemana, de la más alta ciencia universitaria del siglo XIX. Cuando el soviet de Petrogrado toma el poder, lo que hace es escribir el capítulo final traducido a los hechos de lo que había sido fundamentalmente un proceso de la inteligencia y la disciplina universitarias. Si los hombres como Marx hubieran pensado que había que hacer la revolución en la universidad paralizándola y obstaculizándola porque ella representaba al reaccionario rey de Prusia, no hubieran creado el marxismo, no hubieran echado las bases sobre las cuales se hizo el gran movimiento revolucionario del siglo XX.
Hete aquí otra gran distinción entre el sistema chavista y las verdaderas revoluciones. Erasmo de Rótterdam, Martín Lutero, los Enciclopedistas y el mismo Carlos Marx eran hombres de luces, que hicieron la Universidad en la revolución. Los chavistas civiles que hoy ostentan portentosos cargos administrativos y demuestran permanente incompetencia gerencial, fueron en su mayoría atorrantes y tirapiedras que intentaron destruir el orden académico haciendo la revolución en la Universidad. Y sus jóvenes militantes siguen por el mismo camino.
Todo este desolador panorama, sin embargo, resulta esperanzador en sí mismo. Porque si algo hay repetivo en la Historia es que ninguna causa, justa o injusta, es viable ni perdurable si es conducida por ignorantes. Y la revolución chavista no es otra cosa que una Rebelión de las Masas, una Revolución de la Ignorancia. Por eso, la salvación y el futuro de la República de Venezuela está –como siempre ha estado- en la Universidad, y no en los cuarteles ni los partidos políticos.
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