En la entrega anterior, publicamos algunas reflexiones de Arturo Uslar Pietri sobre el destino futuro de Venezuela si no integraba a los desarraigados que medran en sus villas miseria.
Este porvenir se cumplió fatídicamente con la ascensión al poder de Chávez en 1998, y nos condujo inevitablemente a una situación mucho más grave que la sufrida por Cuba durante cinco décadas, en primer lugar porque Fidel ya no manda en allá sino acá y Raúl, provisto de un cerebro bien lúcido, está dispuesto abordar –como lo hicieran China y Vietnam- el tren del capitalismo salvaje.
Al insurgir Chávez contra las instituciones en 1992 y 1999, selló la muerte de la venezolanidad como República basada y enmarcada en valores humanistas y su soberanía política y económica, porque los boliburgueses y las focas que acompañan al caudillo practican la cultura de los antivalores: astucia en lugar de inteligencia, corrupción en lugar de probidad, charlatanería en lugar de diálogo, grosería en lugar de semántica, facilismo en lugar de trabajo, autoritarismo en lugar de democracia.
Algunos opináticos de oficio culpan de esta involución a los peores días de la posguerra civil que hubo en Venezuela tras la Independencia a lo que llaman la antipolítica, esto es, al rechazo generalizado de los venezolanos contra los partidos de la IV República, cuyos sucesores cuentan actualmente con la repulsa –según las encuestas más recientes- del 89% de los electores potenciales. Añaden que, si queremos salir de Chávez, estamos obligados votar por los candidatos que ellos elijan, según los métodos que escojan y en operativos que van desde las primarias –controladas por un CNE rojo rojito- hasta consensos realizados entre gallos y medianoche –a espaldas de la opinión pública-. Dicho de otra manera, que nos traguemos sus negociados como si fueran aceite de ricino, y les firmemos un cheque al portador y en blanco. Caso contrario, que nos atengamos a las consecuencias: Come gallina o muere arponeado.
Esta petición no es nueva. Se la plantearon a Venezuela Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba en 1958. Ninguno de los líderes estudiantiles u opositores que habían cargado en sus espaldas la resistencia contra la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez pudo colocarse en algún puesto relevante en los tres gobiernos que se alternaron a partir de ese año. Fabricio Ojeda, que era la cabeza de la Junta Patriótica, terminó su existencia colgado en un oscuro calabozo del Palacio Blanco. ¡Suicidio! –decretó el oficialismo. ¡Homicidio! –aseguraron sus simpatizantes de la izquierda. Y así se quedó todo, como siempre.
Uslar afirma que nunca se dio una verdadera democracia en 40 años del Pacto de Punto Fijo, sino un régimen de libertades. De las cuales estuvieron excluidas, hasta el último y caótico mandato de Carlos Andrés Pérez, las libertades económicas a través del perverso mecanismo de los controles de precios.
Caldera, el segundo y último presidente puntofijista, aseguró que en sus manos no se perdería la República. Pero hizo todo lo contrario de lo que había predicado: en vez de reformar la Constitución la dejó como estaba, en vez de aprobar la Ley de Partidos la engavetó, en vez de reflotar la banca dejó que los ahorristas cargaran con los muertos y los pillos financieros se pusieran a salvo, en vez de esperar que los tribunales condenaran formalmente a los golpistas de 1992 y amnistiarlos luego –si ese era su deseo o compromiso- los liberó y, subsecuentemente, les habilitó para que participaran en los próximos comicios.
Pero no fueron sólo Caldera y Pérez los responsables del desastre que se profundizó y adquirió características grotescas a partir de 1998, aún cuando es cierto que, en ambas elecciones y reelecciones, cubrieron casi el 50% del régimen de libertades. Raúl Leoni, Luis Herrera y Jaime Lusinchi también fueron responsables en buena medida de la tragedia nacional. De manera que aquí no hubo inocentes, pese a la excusa del Presidente Lusinchi: ¡La banca me engañó…!
Por eso, el tema de la política y la antipolítica no puede ser el considerando exclusivo para el rescate republicano. Es uno de los ítems, pero no el más importante. Se requiere un proyecto de país y un proceso de transición.
Uslar señala, en el libro citado, que en el Siglo XXI tres países latinoamericanos llegaran al desarrollo económico. Dos naciones escalan ya esa pirámide: Brasil y Chile. Otras tres naciones se disputan el cupo restante: Colombia, México y Perú. En todos los casos citados, hubo proyectos y transiciones, los cuales fueron elaborados por las Universidades y no importados del exterior.
Si seguimos navegando en el Mar de la Felicidad –nadie se engañe que vamos a Cuba, ¡esto es Cuba!-, la culpa no será de los ni-ni, los guarimberos o la sociedad civil, sino del eterno enemigo de Venezuela: la ignorancia. Y sólo con la Universidad en la revolución será posible derrotar a la Revolución de la Ignorancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario