La santificación de la muerte
El venezolano, como muchos
otros ciudadanos del mundo, percibe a la muerte como una expiación y, en
consecuencia, perdona todo lo malo que el difunto hizo en vida, y hasta
comienza a santificarlo por las cosas buenas que llevó a cabo.
Este culto a la muerte
proviene, probablemente, del Antiguo Egipto; y fue reforzado en Roma y América
Precolombina.
Para los egipcios, la
naturaleza humana estaba formada por cuerpo, alma y Ka, o doble. Este último
era concebido como una suerte de ángel de la guarda o alma inmortal que acompañaba
a quien nacía con ella, mas le sobrevivía.
Los romanos creían que, si
los muertos no eran debidamente enterrados y cuidados, sus espíritus
aparecerían y causarían graves daños. Por lo cual, resultaba de la mayor trascendencia sepultar
al difunto en un sitio donde su espíritu pudiera morar.
Asimismo, creían que los
muertos querían permanecer cerca de los vivos. Por lo cual se les enterraba a
la vera de las vías y calzadas de gran tráfico. Una de las tumbas provenientes
de la época tiene la siguiente leyenda:
Veo y contemplo a todo el que va y viene de la ciudad, y otra que
dice, Casio yace al borde del camino para
que todos puedan decirle: Buenos días, Casio.
Para los Mexicali
prehispánicos, la muerte carecía de connotaciones morales, en las cuales las
conceptualizaciones del infierno y paraíso sirven para castigar o premiar. Por
el contrario, creían que los rumbos destinados a las almas de los muertos
estaban determinados por el tipo de muerte que habían tenido y no por su
comportamiento en la vida.
A fin de celebrar el
tránsito hacia la otra vida, establecieron el Día de los muertos en el noveno mes de su calendario solar, al inicio
de agosto del actual, con una duración de 30 días. Las ceremonias eran
dedicadas a la diosa Mictecacíhuatl, o Dama
de la muerte.
Este homenaje sigue siendo
tan importante en la nación azteca que, en el 2003, la UNESCO lo declaró como Patrimonio inmaterial de la humanidad.
La muerte no cambia las cosas
Si se analizan en
profundidad las concepciones antes detalladas, se puede entender que todas las
creencias, costumbres y honras que son dispensadas a los difuntos, paganas o
no, provienen de alguna de estas fuentes, o son una mezcla de varias de ellas.
Yo no creo que la muerte
dignifique a nadie, ni mucho menos que lo eleve en su condición ética. Me
parece de un cinismo absoluto que, ante el deceso de un personaje como el que
usted se imagine, sus enemigos empiecen con esa vaina de que no hay que alegrarse, no hay que celebrar, etcétera.
Si no pude acabar con él,
prefiero el castizo dicho: Esperaré a ver
pasar en frente mío el cadáver de mi enemigo. Y estoy seguro de que si les
preguntara a los comisarios y la jueza presos, y ellos me respondiesen con
sinceridad, llegaríamos a idénticas conclusiones, sin temores, porque lo que
hace la mano de Dios no es cuestionable.
Nadie dijo ni pío cuando falleció
Tascón
Voy a ponerlo de otra
manera.
Cuando estiró la pata Luis
Tascón, el infame compilador de la lista homónima, por cuya causa más de 3
millones y medio de venezolanos nos convertimos en ciudadanos de segunda o
tercera clase por haber firmado a favor de una revocatoria del mandato
presidencial, nadie salió a defenderlo, nadie lamentó su deceso y, más bien, se
percibió un suspiro de alivio colectivo al conocerse la noticia.
Ahora bien, considero que
en casos como éste: La culpa no es del
ciego, sino de quien le dio el garrote. Tascón pudo haber sido un ser
despreciable, pero, ¿quién fue que le armó y le motivó a actuar en contra de
compatriotas cuyo único pecado era pensar diferente?
Por lo tanto, sostengo que,
quienes adversan este régimen, tienen la obligación de oponerse tenazmente a la
deificación del difunto.
En primer lugar, porque su
existencia terrena estuvo muy alejada de lo que se consideran virtudes de la
santidad.
En segundo lugar, porque este
fandango de locos –como denomina
Ibsen Martínez al uso de la imagen de quien te conté, traducido al criollo como
merienda de negros, una versión la
cual también añade el escritor de telenovelas-, no tiene otro objetivo que
mantener en el poder al Sobrevenido y a su claque.
En tercer lugar, porque primero está la Patria, y después la
democracia, la paz y cualquier otra consideración que sirva para mantener en el
poder a cualquier apátrida de esta
banda delictiva, pues es cada uno de ellos, según la ONU (28/11/1954), quien
merece llamarse así, como cualquier
persona a la que ningún Estado considere destinataria de la aplicación de su
legislación; dada su violación consuetudinaria de la Carta Magna de
Venezuela. En el mejor de los casos.
Seguro estoy de que la
planificación habanera se le vendrá al piso al Inmaduro. Como se le vino la
primera parte. Mas pronto de lo que se imaginan, él y los restantes componentes
del sistema. Porque, como dicen los marxistas, las condiciones están dadas.
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